52: Un cuantioso hallazgo

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Transcurrieron los meses, hasta que finalmente el obscuro suceso en la casona Cisneros fue perdiendo su novedad. Así pues, todos los involucrados pudieron reanudar sus vidas en paz; claro está, mientras se adaptaban lo mejor posible a los radicales cambios que aquel incidente les había dejado.

Una de ellos era Isabel, que de un momento a otro se había convertido en la nueva señora del inmueble herencia de su marido, por el que afortunadamente ya no sentía ese amor pasional de antaño. Esto se debía no sólo por los innumerables maltratos recibidos, sino también por haberse enterado de su turbia consanguinidad con él. La develación de este secreto familiar había conseguido transformar ese amor que una vez existió, convirtiéndolo en una especie de afecto fraterno. A pesar de todo, Isabel nunca se arrepentiría de haberlo deseado como hombre, pues gracias a él ahora tenía una bella hijita, que llenaba su vida de luz y alegría. Florecita era el impulso que su madre tanto necesitaba para seguir adelante, pese a que sus esfuerzos por conseguir trabajo aún no fructificaban, llegando a mortificarla seriamente. Incluso había veces en que Isabel consideraba salir de San Bartolo a trabajar, pero luego recordaba la prisión domiciliaria de Armando. Aun así, tenía puesta la posibilidad sobre la mesa.

Sin embargo, pese a las preocupaciones que la agobiaban, su diario convivir con el enfermero Santiago animaba un poco su vida. Él era un hombre de treinta años, alto y corpulento como Armando, de piel morena clara y el pelo negro en casquete corto. Su lampiño rostro, que lo hacía lucir más joven de lo que realmente era, tenía una hermosa sonrisa la cual dejaba ver a la menor provocación, gracias a su jovialidad incansable. Isabel congenió con él casi desde el principio, y aunque le inspiraba mucha confianza, procuraba no tener más interacción con él que la necesaria, sin querer aceptar abiertamente que le parecía un tipo encantador y, en cierta medida, atractivo. Lo estimaba mucho y admitía que sin su valiosa ayuda los cuidados que requería Armando serían insufribles, pero por eso mismo no quería abusar de su relación profesional con aquel enfermero de buen ver.

Así transcurrieron los días, las semanas e incluso unos meses con esta nueva rutina, hasta que una mañana el viejo refrigerador comenzó a fallar. Cuando la familia se enteró, Ignacio tuvo intención de comprarle uno nuevo a su hija, pero ella rechazó tan generosa oferta. Entonces doña Majo le ofreció darle uno de medio uso que ya no ocupaba en su negocio, y no aceptó un no por respuesta. Así pues, Isabel se ocupó en desocupar el tremendo armatoste que exhalaba su último aliento en la cocina, para que por la tarde su padre y su hermano lo sacaran de ahí e instalaran el nuevo.

Tras depositar tiernamente a su hija en la carriola, la mujer iba y venía del refrigerador al gran comedor, en donde colocaba todos sus alimentos. Le tomó un buen rato, pero al fin vació por completo tan colosal electrodoméstico y entonces limpió su interior. Una vez vacío y limpio, arrimó un banquito y procedió a quitar el cúmulo de cachivaches puestos: cajas, trastes, etcétera. Al jalar una de las cajas, resbaló y cayó al suelo una vieja y empolvada libreta, quedando abierta por el impacto.

Isabel interrumpió su labor, recogió el cuaderno y con curiosidad comenzó a hojearlo, ya que se trataba de una colorida libreta de colegiala, con todo y brillitos. Supuso al principio que pertenecía a Joselyn, pero al leer lo escrito ahí se daría cuenta de que eran recetas de cocina, específicamente de diferentes tipos de pan. Eran todos los apuntes que el difunto David hacía cuando Armando lo instruía en la panificadora; todos los procesos, los ingredientes secretos e incluso consejos se hallaban escritos en esas páginas con lujo de detalles, acompañados por unos cuantos dibujos ilustrativos. Isabel sonrió, botó la libreta sobre la mesa y se enfrascó nuevamente en su tarea.

Luego de un rato, el enfermero Santiago se asomó a la cocina, con una charola en las manos.

–Con permiso, Chabe –dijo amablemente, mientras se dirigía al fregadero.

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now