4: Pa' delante, pa' tras

15 5 0
                                    

A partir de lo ocurrido a las puertas de su escuela, Armando se dedicó a observar, a pensar, más tarde a ocultar ciertos objetos bajo su cama o las de sus hermanos. Al no querer disculparse con Flor, su madre lo había castigado obligándolo a hacer el aseo de todas las habitaciones. No obstante, el astuto chamaco usaba esto a su favor, fingiendo mostrarse inconforme para que no se le retirara el castigo y así su madre no se daría cuenta de las cosas que ocultaba.

Cuando tuvo todo lo que necesitara, reunió a sus hermanos y les dijo a las niñas:

–Quiero que a partir de ahorita comiencen a jugar con la musaraña.

–¿Qué? ¿Por qué? –inquirió Dulce desconcertada.

–Necesitamos que la idiota confíe en ustedes dos –explicó Armando–. Invítenla a jugar con ustedes. Díganle que ya no quieren pelear o lo que sea. Háganle creer que les cae bien.

–¿Y luego qué? –preguntó David.

–Quiero que el jueves, cuando mamá se vaya al rezo del rosario a la parroquia, esta méndiga escuincla se quede con nosotros. Sola. Tienen que lograr que ella se quiera quedar a jugar. ¿Estamos?

Ambas niñas asintieron con la cabeza y, a partir de esa tarde, comenzaron a ser amables con Flor, quien naturalmente se mostraba recelosa. Sin embargo, sería la misma Beatriz quien contribuiría al macabro plan sin saberlo, pareciéndole fantástica la nueva actitud de sus hijas y alentando a la niña a integrarse en los inocentes juegos de Dulce y Joselyn. De este modo, la muy ingenua pequeña poco a poco se sentiría aceptada, al menos entre las niñas de esa gran casa, sin imaginarse que los varoncitos planeaban meterse muy pronto en aquel siniestro juego dirigido por Armando.

Por fin llegó el jueves y, tras terminar sus deberes, las niñas se juntaron en el salón para jugar. Flor jugaba con ellas, contenta porque le habían regalado a la muñeca más linda, la cual Dulce tuvo que entregarle para sus maléficos fines. Se trataba de una bonita muñeca de porcelana, cuyos caireles dorados caían como cascada sobre su esponjoso vestidito azul. Oriunda del viejo continente, aquella belleza de ojos de cristal había pertenecido a doña Beatriz en sus tiempos de infancia, y al ser Dulce su primera hija, había tenido la envidiable suerte de que le regalaran tan precioso juguete. La mayor de las hijas de Beatriz observaba con disimulada tirria cómo aquella musaraña sostenía a su muñequita más preciada y jugaba con ella, contando los minutos para recuperarla.

Justo como Armando quería, Flor empezaba a sentirse en confianza con Dulce y Joselyn. Por primera vez en su corta vida, se sintió feliz por ser una niña normal, con una mamá y unas hermanitas con las cuales jugar a las muñecas. Realmente, la pobre inocente estaba empezando a superar la mala vida con la prostituta que la había parido, sin tener idea de que el infierno estaba por comenzar.

Eran las 16:45 horas cuando mamá Betty entró al saloncito donde jugaban.

–Voy al rosario –anunció–. Vamos, Flor.

La pequeña tuvo la intención de levantarse y dejar el juego, pero la mirada desencantada de sus hermanas la hizo titubear. Obviamente, Beatriz lo notó.

–¿Qué pasa? ¿No quieres venir?

Flor miraba a Beatriz y luego a las niñas sin poder decidirse. Entonces Joselyn, haciendo uso de todo su encanto infantil, le pidió en un murmullo:

–Quédate y seguimos jugando.

Tomando la peor decisión de su vida, Flor dijo tímidamente a su madre:

–Es que...quiero...jugar más...

Beatriz se puso en jarras y la miró, sonriendo enternecida.

–¡Ah! ¿No quieres ir? Muy bien. ¿Qué dices Dulce? ¿La cuidarás?

Pecados de InfanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora