10: La tumba de mamá Betty

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Armando dejó al comandante Ledezma en Los Héroes, para que éste averiguara todo lo posible acerca de los tíos de Joselyn. De modo que regresó a su casa en San Bartolo, pues por sus remilgos no había querido instalar un teléfono, impidiéndole comunicarse con sus hermanos para anunciarles que su estancia en la capital se prolongaría. Además, necesitaba más dinero para todos los gastos que aquello implicaría, desde el alquiler de su cuarto de hotel hasta los honorarios del detective.

Ya sentado ante la mesa de su cocina, y mientras devoraba ávidamente con tortillas recién calentadas el huitlacoche que Dulce le había servido, respondía a las preguntas de todos:

–¿Entonces no la viste? –inquiría David–. ¿Cómo saber que de veras está viva?

–¡Que está viva, con una chingada! –respondía Armando con la boca llena–. De otra forma, nada le costaba a la pinche vieja mostrarme su tumba pa' que yo dejara de estarle fregando.

–Bueno, igual y no quiere que veas la tumba. Hay gente así de mierda...

–No seas pendejo, Davicho –atajó Armando.

–Yo creo que Armando tiene razón –terció Omar–. Hay algo raro ahí. Joselyn debe estar viva.

En ese momento, volvía a entrar Dulce, llevando a su hija en brazos. Armando la miró de reojo y, antes de tomar otro trago de su jarro, le dijo:

–Deja de cargar a tu chamaca. Nunca la vas a dejar que camine.

David le extendió los brazos a la nena, pero la pequeña Lucy se los extendió a Omar, que estaba también sentado a la mesa. Así que Omar recibió a la bebé y la puso sobre su regazo.

Armando observó la escena y comentó burlón:

–Como cualquier vieja, prefiere los brazos de un hombre a los de un joto.

Como siempre, David toleró el insulto.

–Es sólo porque su tío Omar ha limpiado gran parte del traspatio para que ella corra como caballo –se justificó, disimulando su contrariedad.

–Ah, ¿sí? –preguntó Armando, dirigiéndose a Omar–. ¿Y ya terminaste con eso?

–Me falta bastante, sobre todo del antiguo cementerio.

–Pos para ser un lisiado, vas rápido —dijo Armando, estirando el cuello para ver mejor por la ventana–. Con todo y que no deja de llover, llevas poco más de doscientos metros.

–Es que Dulce me ha estado ayudando luego de terminar sus quehaceres —aclaró Omar, dirigiéndole una mirada agradecida a su hermana.

Se hizo un breve silencio en aquella fraternal plática. Entonces Dulce tomó la palabra y, a quemarropa, confesó en tono sombrío:

–Encontramos la tumba de mamá Betty.

Se hizo nuevamente un silencio, esta vez más dilatado y tenso. Todos esperaban con ansia alguna reacción o comentario por parte de su hermano mayor, pero eso no sucedió hasta que David dijo tímidamente, con voz apenas audible:

–No la enterraron sola...

Entonces Armando súbitamente dejó de comer.

Las ligeras gotas de lluvia rebotaban sin descanso contra las ventanas, mientras el sórdido trueno retumbaba desde la distancia, como si anunciara los malos augurios que se aproximaban.

Después de una pausa, el mayor de los hermanos inquirió sin mirar a nadie:

–¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Con quién la pusieron?

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now