14: Convivencia familiar

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Muy lejos de ahí, en el pueblo de San Bartolo, la convivencia entre los hermanos iba de mal en peor. Debido a los ausentismos cada vez más descarados por parte de Omar en la panificadora, la furia y la indignación de David aumentaban hasta niveles desmesurados. Esto, aunado a la fuerte depresión que lo agobiara desde aquella traumática ocasión, provocaron que, cierto día, una férrea discusión entre David y Omar tuviera lugar en la cocina de la casona.

–¡Pues yo ya no puedo solo! ¡Estoy harto que tú te largues a hacerte pendejo al traspatio!

–¡Ya te digo que quiero terminar de limpiar allá atrás para que la niña pueda andar sin peligro!

–Pues yo no veo que le avances mucho... ¡Se me hace que sólo vas a rascarte los huevos toda la pinche mañana! ¡Y además la Lucy sigue enferma desde que la llevamos allá atrás!

–Bueno, por eso mismo tengo que lim...

–¡Que no me importa! ¡O me ayudas a hacer el pinche pan, o dejo de hacerlo y a ver qué dinero le vamos a mandar al estúpido Nando!

–¡Davicho, habíamos quedado que tú horneabas y yo repartía!

David se quedó callado unos segundos, mirándolo con auténtico odio.

–O mañana te pones a hornear conmigo, o no habrá pan qué repartir, ni dinero qué enviarle a tu "hermanito" para que siga paseándose en Los Héroes... –ultimó, botando al piso el trapo que tenía en las manos.

Omar no quiso seguir discutiendo con él, no le convenía. De modo que sólo se quedó callado mientras lo veía salir de la cocina a grandes zancadas.

Al subir las escaleras, David se topó con su melliza, que traía en las manos una charola con los remedios que le daba a su hija. David pasó de largo, ignorándola descaradamente. Dulce sólo se limitó a verlo pasar. Como había escuchado la discusión entre él y Omar, la chica se apresuró a bajar las escaleras una vez que su mellizo se encerrara en su habitación.

Entró en la cocina, donde aún estaba Omar. Después de dejar la charola sobre la mesa, le hizo una seña con los ojos para que la siguiera.

Ambos se dirigieron al traspatio, caminando entre las salvajes matas y piedras del lugar, hasta adentrarse en el pequeño interior de la bodega de apeos.

Ya encerrados ahí, finalmente hablaron:

–¿Qué? ¿Por qué se enojó? –interrogó ella.

–Se queja que no lo ayudo a hacer el pan –respondió él–. Sí lo oíste, ¿no?

Se miraron detenidamente a los ojos, como si quisieran encontrar en los pensamientos del otro la solución a su complicado dilema. Omar respiró hondo y, muy a su pesar, concluyó:

–Ya no nos podremos ver por las mañanas. Al menos por un tiempo, mientras se calma...

–¿Qué? ¡No! –protestó ella–. Tenemos que aprovechar el tiempo que Armando no esté aquí. ¿O cómo le vamos a hacer? Yo necesito...es decir, yo te necesito.

–Debemos buscar otro momento y otro lugar. Sabes muy bien que Armando regresará algún día, y si llega a encontrar a Joselyn, entonces habrá más gente de quién ocultarnos...

–¡Entonces aprovechemos el tiempo ahora! –ultimó ella, abalanzándose sobre el muchacho.

Mientras tanto, en el interior de la casona y de su habitación, David calmaba un poco sus nervios bosquejando dibujos en las hojas de un cuaderno. Tenía cierto gusto y habilidad para dibujar, aunque no se trataba de un talento extraordinario. Desde que su vida se volviera más desahogada bajo el techo de Armando, el chico solía dibujar sus ilusiones, sus miedos y, ahora, sus frustraciones más profundas, hallando en esas páginas un escape a sus amarguras.

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now