49: Una esposa ejemplar

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Después de presenciar esa agria reprimenda de su abuela hacia su madre, Isabel intentó hablar con su progenitora acerca de lo declarado y sobretodo lo insinuado, pero Dolores tenía que desquitar su furia con alguien, por lo que fue su hija quien tuvo que soportarla. A pesar de los intentos de la joven mujer por tratar con calma y paciencia ese misterioso tema que le estaban ocultando, su madre simplemente se mostró renuente e incluso grosera, al punto en que debió intervenir Ignacio para que ambas mujeres no terminaran matándose. Así pues, tristemente, la relación entre Isabel y su madre se enfrió al punto en que no se hablaron por varios días. Esto le dio más motivos a Isabel para estar en su casa el menor tiempo posible, saliendo desde temprano a visitar a su hijita en el hospital y luego pasando las tardes con Rita, al menos hasta que caía la noche. De no ser por su padre y su hermano, la joven simplemente no hubiera soportado ese breve lapso de refugio en la casa paterna.

Una semana después, cuando Isabel se hallaba en el hospital recibiendo buenas noticias de su hija, la cual pronto dejaría la incubadora, fue citada a la sala de juntas de la institución. Desconcertada y con un mal presentimiento, se dejó conducir por la distinguida asistente hasta el mencionado lugar, donde fue recibida no sólo por la directora del hospital, sino también por el director del penal suscrito a la zona. Concluidas las rigurosas presentaciones, la estirada doctora comenzó a hablar:

–Bien, señora Isabel, trataremos de ser breves. Su marido, el señor Armando Meléndez, acaba de ser diagnosticado como cuadripléjico; no puede mover las piernas, ni los brazos, ni siquiera puede girar la cabeza. Además, de entre todos los golpes que recibió, hubo uno que impactó en su hemisferio izquierdo, que ha afectado su capacidad de lenguaje articulado. Esto se le conoce como afasia motora, que significa que, si bien puede ser capaz de entender lo que se le dice, es incapaz de responder –hizo una pausa, observando el pálido semblante de la mujer–. En fin, como comprenderá, señora Isabel, el hospital no puede mantenerlo internado por más tiempo, pues no hay nada que se pueda hacer en este caso. Lo que procedería es entregarlo a la justicia para que pague su condena...pero...

–¿Pero? –inquirió Isabel–. ¿Cuál es el "pero"?

Fue entonces cuando el director del penal carraspeó e intervino:

–La cuestión es que el penal que dirijo no está habilitado para recibir internos en su estado; no tenemos ni la infraestructura, ni el personal para hacernos cargo...

–¿Y entonces? ¿Qué procede con él? ¿Lo enviarán a otra penitenciaría?

–Bueno, tampoco. Por los cargos que enfrenta, no corresponde enviarlo a la federal. Además, ni ellos cuentan con lo requerido para recibir a un cuadripléjico.

–¿Me está diciendo que lo dejarán en libertad? –preguntó Isabel incrédula.

–No, no, tampoco. Su marido está acusado de intento de homicidio, que es un delito grave. Además de agresiones y...

–¡Basta, señores! –interrumpió Isabel molesta–. Ofrecieron ser breves; ahora exijo que sean concisos y me digan qué hago yo aquí, qué quieren de mí y de qué se trata.

Los directores se miraron, y entonces el licenciado declaró sin rodeos:

–En suma: debido a su condición, pedimos prisión domiciliaria para su marido. Sin embargo, el juez nos exige que algún familiar se haga cargo de él...y la única familia que encontramos es usted, su concubina. No podemos ni queremos forzarla, pero si usted no acepta su marido sería confinado en una celda aislada, sin ninguna atención. No habrá quien lo limpie, quien lo alimente, quien vea por él; tal vez incluso llegue a morir de hambre...

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now