26: Una bendición en camino

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Esa misma mañana del lunes, Joselyn salió de su casa rumbo a la escuela. Esta vez sin la compañía del Bolillo, pues por primera vez él no llegó en su bicicleta. No obstante, a ella no le sorprendió y se sintió aliviada incluso, pues no tenía ganas de discutir con él acerca de sus egoístas intenciones.

No lo vería hasta llegar al salón de clases, pero esta vez él la ignoraría por completo.

El ardido chamaco seguía muy molesto. Todo el fin de semana había estado lidiando con la enorme frustración de ser rechazado, cosa a la que no estaba nada acostumbrado. Miguel solía salirse siempre con la suya, y en cuestiones de amores las chicas se le daban solas. Simplemente no concebía la idea de no gustarle a Joselyn. Él era guapo, simpático, educado, ¡era perfecto! ¿Qué más esperaba ella? Debería incluso estar agradecida con él por haberle dado el honor de escogerla, de entre todas las chicas que tenía a su disposición. Lo peor de todo era que él ya no podría conformarse con menos, pues aquella joven de ojos dorados y figura sensual le había dejado sus estándares muy altos.

Fue debido a esto que Miguel siguió ignorando deliberadamente a Teresa Romero, a pesar de las renovadas esperanzas de ella al ya no verlo cerca de Joselyn. Con el tiempo, la desdichada Teresa confirmaría que él nunca volvería a cortejarla, temblando de miedo al recordar las palabras de Adela, que a su manera tan venenosa le escupían la verdad en la cara.

Se llegó la hora de salida y el Bolillo fue a tomar su bicicleta, la desencadenó, la rodó un par de metros y se quedó mirando a la distancia a Joselyn, quien dirigía sus pasos hacia la dirección, pues la habían mandado llamar. El atormentado muchacho la miraba, con esa mirada avellana ahora carente de todo brillo. Se sentía humillado por esa encantadora mujercita, en la que no podía dejar de pensar. Hubiera querido que ella lo buscara, pero no había sido así. Joselyn mantuvo su distancia, respetando su enojo... ¿o tal vez burlándose de él? Lo que más le ardía era que en los recesos a ella no le había hecho falta compañía, en especial masculina. Muy a su pesar, sentía por primera vez la amenaza de la competencia, pues ella poseía todo un séquito de jóvenes dispuestos a conquistarla.

Estos pensamientos atormentaban en tropel al desdichado Bolillo, cuando su primo Chema se le emparejó llevando también su bicicleta.

–¿Qué, cabrón? Te mandó a la chingada, ¿verdad? –le preguntó burlonamente.

–Cállate, güey –reclamó Miguel, con el orgullo pesándole en el pecho–. Tú no sabes nada, a mí ninguna vieja me desprecia, por más buena que esté.

–Mejor tú cállate. No digas cosas sólo por coraje.

–No lo digo por coraje, sabes que donde pongo el ojo pongo la bala...

–Pinche Bolillo, ya acepta que el sábado le llegaste y te bateó –decía Chema, a punto de soltar la carcajada–. Alguna vez tenías que morder el polvo por alguna chava.

Miguel ya no dijo más, montó en su bicicleta y se alejó de ahí a toda velocidad.

Antes de que se alejara lo suficiente, Chema gritó con voz en cuello:

–¡Soldado caído, soldado caído, bienvenido al club! –y se botó de risa.

Chema disfrutó inmensamente el ver a su primo "el güerito" como un total y perfecto bateado, luego de tantas veces en que le ganara las novias a él, tiro por viaje y sin clemencia.

Mientras tanto, en la dirección, Joselyn recibía muy buenas noticias, pues la amable directora le comunicaba que al fin había conseguido copias certificadas de los documentos que acreditaban sus estudios de primaria y secundaria, realizados en el internado.

Pecados de InfanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora