6: Un mesero encantador

10 5 0
                                    

Durante su larga estadía en el reformatorio, Armando había sido capacitado en el noble oficio de la panadería, que de alguna forma él disfrutaba trabajar, tal vez porque había crecido viendo a su mamá Betty elaborando pastelillos, o sólo por complacerse en moldear la masa a su antojo, tal como quería hacerlo con las personas...como sea, era algo que contrastaba con su pedante temperamento. Así que su prioridad en los gastos de las mejoras en su casa, fue habilitar el horno para pan que soliera usar su madre, ubicado al fondo de la gran cocina, pues estaba determinado a ganarse la vida elaborando el que sería considerado el mejor pan de la región. Cuando todo estuvo listo, compró todos los enseres, materias primas y licencias necesarios para iniciar su negocio. Tuvo que postergar las reparaciones del resto de la propiedad, así como las deudas que sobre ella pesaban.

Su mayor problema fue verse en la necesidad de ir personalmente a ofrecer sus primeros productos a las misceláneas y mesones de San Bartolo. Tuvo que hacerlo, pues no quería abrir un establecimiento propio. Prefería tratar sólo con los dueños de las tiendas y no con los clientes.

Al principio le fue muy difícil y hasta embarazoso acomodar sus productos en el pueblo, pues algunos propietarios se negaron a recibírselos al identificarlo como aquel niñito que llevaran preso por lo ocurrido en la casona Cisneros. Afortunadamente para él, sus productos terminaron gustando mucho entre los clientes de las pocas personas que sí se animaron a hacer negocio con él, y los que en un principio se negaran a recibirle sus productos ahora tendrían que pagarle más caro para igualar a su competencia. De modo que Armando comenzó a ganar muy buen dinero.

Paradójicamente, este éxito le generaba un nuevo problema: necesitaba ayudantes para darse abasto con todos los pedidos. Pero como no estaba dispuesto a involucrar a nadie ajeno en su naciente y prometedor negocio, ni siquiera al solícito Bolillo, él solo trabajaba de sol a sol para darse abasto. Aun así, tuvo que tomarse el privilegio de restringir y seleccionar qué pedidos atendía. Y aunque esto le permitió aumentar sus precios, su pan siguió siendo muy demandado.

Administrando el dinero que comenzaba a ganar, más los ahorros que había dejado su difunta madre, comenzó a revivir la vieja casona Cisneros, haciéndola más cálida, más habitable, justo como la recordaba en sus tiempos de infancia. Ahora que él era el amo y señor de ahí, Armando no dudó en instalar su dormitorio en los aposentos que antes habían sido de su madre, ya que era la pieza más grande en la planta alta. Recordaba mucho cuando, de niño, él dormía con ella en esa espaciosa cama, negándose a abandonar tan cómodo lecho incluso cuando él llegó a cumplir los ocho años. En aquel entonces, su madre se había visto obligada a instalar a Omar en la habitación que le tenía destinada, para que Armando no se sintiera solo al dormir.

Una noche de tantas, cansado de tanto trabajo duro, Armando se sintió con ganas de tomar unas copas y, tal vez, alquilar alguna mujer para desahogar sus necesidades masculinas. Así que se dirigió a las afueras del pueblo, donde era sabido que estaba la zona roja, y entró a uno de los tugurios que ofrecían música, alcohol y prostitución.

Armando tomó asiento ante una mesa apartada de la pista de baile, donde algunas parejas conformadas por ficheras y clientes bailaban abrazados.

Un muy joven y esbelto mesero, moreno y de regular estatura, se acercó a él para atenderlo.

–Bienvenido, gentil caballero –decía amablemente, mientras pasaba una franela encima de la mesita que ocupaba el cliente–. ¿Gusta que le traiga un trago? Puedo ofrecerle tequila, wiski, cerveza o ron. Todas las bebidas incluyen botana. ¿Gusta la compañía de una chica? Las que están en la barra están disponibles –sonrió coqueto–. Usted ordena, señor.

El mesero aguardó sonriente y ruborizado, mientras su cliente lo recorría de pies a cabeza. Luego de unos minutos, Armando sonrió socarrón y le ordenó:

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now