41: El placer de lo prohibido

5 2 0
                                    

Ya algunos meses habían pasado desde la misteriosa "desaparición" de David en año nuevo, y desde luego que Armando se mostraba muy despreocupado por ello. Joselyn, por el contrario, estaba más angustiada que nunca, estando casi segura de que la siguiente en la lista era ella. Por eso, evitaba más que nunca estar ante la presencia de su hermano mayor, al punto en que el desgraciado lo notaba y se acercaba más de lo usual, extendía su brazo para tocarla con aparente amor fraternal aun en presencia de Isabel, quien ingenuamente creía que se trataba de un inocente juego entre hermanos. Entonces Joselyn se mordía la lengua para contener sus gritos, sus impulsos de golpear a ese maldito, sin el valor para desenmascararlo ante su mujer. La chica ya sabía que su cuñada jamás iba a creerle, no mientras ella siguiera aferrada al amor que decía sentir por su marido. Joselyn lo había comprobado, tristemente, el día después de año nuevo, cuando supo que David ya no estaba más entre ellos.

Aquel día, Isabel y Joselyn se hallaban almorzando pacíficamente en la cocina, tras recalentar las sobras de su cena de año nuevo. Al terminar de comer, la muchacha insistió en lavar los platos en atención al estado de su cuñada, de modo que Isabel se quedó sentada mientras seguía platicando con la joven, que de pie ante el fregadero se esmeraba en eliminar todo rastro de comida de los trastes.

–Pues no sé dónde se compren las cosas para bebé, pero supongo que podemos empezar por el tianguis –decía Joselyn, interrumpiendo su labor un momento para mirar a su cuñada–. Eso sí, no voy a aceptar excusas e iremos juntas. No quiero parecer madre adolescente, ¿eh?

Isabel sosegó un poco su entristecido semblante con una sonrisita tierna.

–Sí, sí, no te preocupes. Aunque falta mucho tiempo todavía –respondía ansiosa, acariciando su vientre–. Pero, pues, allí ya hay ropita y una cuna, por eso Nando me mandó a ese cuarto. Si acaso faltarían cosas como talco, aceitito para bebé –sonrió aún más–. No sé mucho de bebés. Sólo aprendí un poco cuando nació Chema, y ya tiene quince años de eso. A veces mi mamá me dejaba cambiarle los pañales o le ayudaba a bañarlo, pero pues como era una niña no podía hacer mucho.

La sola mención del muchacho hizo brincar de emoción el corazón de Joselyn, quien no pudo evitar sonreír mientras sus ojos de miel adquirían un hermoso brillo.

Isabel notó aquella reacción, amplió su sonrisa y preguntó con inocencia:

–¿Qué? ¿Te lo imaginaste de bebé? Todo gordito, con esos ojotes enormes y pestañudos que siempre ha tenido, y siempre rechapeteado...

Joselyn dejó de tallar su plato con la esponja, aseveró entusiasmada con la cabeza y dejó oír su risa cantarina, la cual no tardó en confundirse con la de Isabel.

–Ay...tenía mucho que no reía –declaró la embarazada, para luego agregar anhelante–. Cómo quisiera ver fotos de Nando cuando bebé. Debió ser precioso, ¿verdad?

Al oír el nombre de Armando, la cara de Joselyn se tornó seria.

–Pues, yo lo conocí ya de niño grande.

–Claro, eres más chiquita que él. Pero, ¿no sabes si hay fotos de él cuando bebé? Seguro que su madre de ustedes guardó bastantes en algún lado.

Por un breve instante, Joselyn tuvo la intención de aclararle a Isabel que Armando no era su hermano consanguíneo. Pero como la ilusionada mujer insistía en saber si existían fotografías de su marido, prefirió callar ese asunto y luego de recordar un poco contestó:

–Pues...creo que había una en la que mamá Betty lo tenía en brazos. Pero la verdad no tengo idea dónde haya quedado. Tal vez en el ático, o en la habitación que ahora es de Armando...

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now