25: La peste en la bodega

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Ya pasado el mediodía de ese sábado, en su casona, Armando se disponía a salir rumbo a los burdeles a las afueras de San Bartolo, como era su costumbre todas las semanas. Al pasar junto a la puerta de Joselyn, sintió la necesidad de hablarle, así que tocó con suavidad. Luego de un rato, ella entreabrió, lo miró a los ojos con hostilidad y le preguntó malhumorada:

–¿Qué? ¿Se te ofrece algo?

–No, pos, nomás. Quería ver cómo estás –respondió él, sonriendo con cinismo.

–Pues ya me viste ¿no? ¿Vas a Fortines a comprar la computadora que necesito?

–No, voy por aquí cerquita. Otro día vamos –le prometió, entonces la barrió con la mirada y se despidió intentando sonar gracioso–. Ahí luego nos vemos. No te vayas a salir.

Entonces Armando giró sobre sus talones y retomó su camino escaleras abajo.

Joselyn pudo ver que, colgando de la espalda del hombre, iba el espectro de Flor, que aferraba a Lucy por los cabellos. La diabólica niña la perforó con aquellas cuencas, esbozando una sonrisa tan retorcida que estremecería de miedo a la valiente joven, que sólo atinó a cerrar su puerta.

Presintió que algo pasaría, algo malo, pero no sabía qué ni cuándo.

Armando se dirigía a la salida cuando de repente oyó un escandaloso quebradero de trastes. Giró sobre sus talones y fue a la cocina, donde encontró a David despotricando solo y recogiendo los tepalcates de unos trastes que lavaba y se le habían caído.

–¡'Ora tú, puto, manos de estómago! ¿Qué chingados?

El rostro de David estaba pálido, nervioso, furibundo, harto de todo y de todos.

–¡¡Estoy harto!! ¡¡Ya no aguanto que yo tenga que hacerlo todo!!

–¿Pos la huevona de Dulce dónde está? Debería estar lavando esos trastes.

El chico iba a mentir diciendo que no sabía, pero en vez de eso declaró con voz en cuello:

–¡Se largó detrás del maldito lisiado a la bodega de apeos! ¡La muy perra quiere macho!

–¡¿Qué?! –rugió Armando, sin poderse creer lo que le estaban diciendo.

David no tenía manera de percatarse de que el fantasma de Flor le envenenaba la lengua. La niña se había colocado detrás de él, con sus obscuros ojos fijos en Armando, diciéndole al oído justo lo que quería que dijera, resultándole bastante fácil debido al odio que el chico de por sí ya sentía.

–¡Han estado cogiendo desde antes que regresaras de buscar a la escuincla esa en Los Héroes, y en tus narices lo han seguido haciendo! ¡Pero claro! ¿Cómo te ibas a dar cuenta, si te la pasas todo arrecho cogiéndote a tu amada "Chabelita"?

Armando se enardeció de furia y salió a grandes zancadas al traspatio, rumbo a la bodega de apeos. Sus largas piernas le permitieron llegar en menos de lo que canta un gallo, y al abrir de súbito la puerta vio con infinito horror y asco a su hermana Dulce, chupándosela a su hermano Omar en un triste intento de convencerlo de volver con ella.

Antes de que los amantes tuvieran tiempo de reaccionar ante su presencia, Armando agarró por los cabellos a su hermana y empezó a golpearla despotricando insultos. Era tal su salvajismo, que Omar, recuperado de la espantosa sorpresa, sintió aquella súbita furia inexplicable que sintió el lejano día en que le cruzó la cara a David con el fuete. Por primera vez en su corta vida decidió ser hombre, para ya no ser el puerquito de tipos más grandes y fuertes que él: primero su abusivo padre biológico y ahora su hermano Armando, que molía a golpes a su hermana tal como lo hacían con su madre.

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now