42: Pleitos de faldas

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En un parpadeo, transcurrieron los primeros meses del año, hasta que abril hizo acto de presencia. En el pueblo, los preparativos para la semana santa se llevaban a cabo y con ellos las vacaciones de nuevo venían a proporcionar un respiro a los estudiantes. A todos, menos a la pobre Joselyn, que lamentaba otra vez el no poder verse con Chema, la única persona que le daba luz a su nefasta vida en esa casona maldita que cada día la asfixiaba más en aquel viacrucis personal. La joven no tenía de otra más que hincarse frente a su Cristo, esperanzada en que se apiadasen de ella y le restasen peso a la cruz que la pobre tenía que cargar a cuestas desde que tenía cinco años, desde aquel maldito día que ella deseaba no haber vivido jamás. Temerosa, no quería llegar al día en que finalmente la crucificaran.

Tan pronto amaneció en San Bartolo, iniciando así las vacaciones de semana santa, Armando se levantó a elaborar su pan y de nuevo tuvo que hacerlo todo él solo. Con indignación, todavía esperó a que el Bolillo apareciera, pero esto no ocurrió hasta que el pan terminaba de hornearse. Finalmente, Armando lo vislumbró a la distancia dejando su bicicleta en el traspatio.

Entonces el orgulloso hombre esbozó una horrenda mueca, furioso con el muchacho al dejarlo esperando como su pendejo. Por un segundo, tuvo la tentadora intención de echarlo, pero admitió que muy a su pesar, aunque no le gustara, sí que lo necesitaba.

–Maldito chamaco –rumiaba frustrado–. Ganas de mandarlo a la chingada...

Miguel entró a la cocina, con arrogante donaire.

–¡Buenos días, patroncito! –saludó con descaro.

–Pinche huevón –reclamó Armando–. Se ve que ya no estás impuesto a madrugar.

–Ohhh, pues ya vine, ¿no? Yo ya le dije que no me urge la chamba, pero como soy a todo dar aquí estoy. Nomás que antes de empezar hay otro punto en mi contrato que quiero ver con usted.

–¡Qué la chingada! –replicó el patrón con impaciencia–. Pos ya quedamos que te daré el triple de lo que ganabas y que te dejaré aprender el oficio. ¿Qué más quieres?

Sintiéndose dueño de la situación, Miguel exigió sin empacho:

–Ya no quiero estar limitado aquí, a la cocina. Quiero poder pasar a ver a mi prima Isabel.

–¡Ah, mira, qué cabrón me saliste, pendejo Bolillo! ¿Y eso como por qué?

–¿Pos qué tiene? Hace mucho que no la veo, a mi primita querida. Además, mal que bien ya somos familia. Su mujer es mi prima hermana, así que usted viene siendo mi primo...

–¡No me digas! –se mofó Armando–. ¡Mira qué afortunado, cabroncito!

–Y, por si fuera poco, ya pronto nacerá su hijo, que viene a ser mi sobrino –siguió insistiendo el chico–. Así que sí, aunque no le guste, somos familia. Yo lo que quiero es venir aquí y poder pasar a ver a mi familia, pero si es mucho pedo para usted, pues no hay trato y aquí la dejamos.

Armando vio estupefacto al muchacho insolente, que lo retaba como si se sintiera del mismo nivel o incluso superior. Admitía que, de ser cualquier otro individuo, ya lo hubiera largado a golpes, pero, por algo que ni siquiera se cuestionó, aquel chico siempre le había agradado, justo como en su momento le habían agradado sus "hermanos" a los que ya había puesto bajo tierra.

–'Ta bueno –resolvió, no muy convencido–. Por el momento ganas, pero no te quiero todo el tiempo metido en mi casa. Aquí vienes primero a chambear.

Miguel sonrió complacido, al haber obtenido la anuencia de Armando para tener paso franco a la casona donde sin duda se encontraría con Joselyn, que esta vez no se le iba a escapar.

Pecados de InfanciaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ