33: El festival navideño

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En San Bartolo se respiraban las vísperas de la Navidad, las posadas llenaban de música, vida y color las calles, mientras todos los hogares, por más humildes que fuesen, se preparaban para el nacimiento del Niño Dios. En todos, menos en la casona Cisneros, pues Armando hacía mucho tiempo que había dejado de creer en un Dios. Fue por esto que, para el pesar de Isabel, el desgraciado no consintió que se colocara ninguna decoración, por más pequeña que fuese: no hubo árbol, ni nacimiento, ni siquiera algún colgante alusivo o una serie de luces que alegrara un poco aquel sombrío palacio. En la casona Cisneros simplemente no se festejaba la Navidad, manteniéndose ajena al resto del pueblo.

Pocos días antes de nochebuena, Joselyn se levantó temprano, se bañó y se acicaló con mucho esmero. Luego preparó su mochila, pero en lugar de meter sus libros, metió un par de bellas zapatillas rojas, protegidas por una bolsa de plástico. También introdujo otra bolsa que contenía una falda negra, larga y elegante, además de una sedosa camisa roja y un gorrito navideño; todo planchado y doblado gracias a la bondadosa Isabel, quien le había facilitado las zapatillas y algunas prendas para completar su vestuario para su presentación de fin de cursos. Joselyn, Chema y sus compañeros de coro cantarían en el auditorio del centro escolar, formando parte de un programa navideño que llevarían a cabo para el deleite de sus familias. Y aunque Joselyn no tenía familia que acudiese a verla, debía asistir por ser la solista, además de ser la última vez que vería a Chema en lo que quedaba del año. En vacaciones, ya no habría pretextos para salir de la casona, debiendo esperar hasta el próximo semestre.

Habiendo alistado todo, Joselyn bajó las escaleras con la mochila en la espalda, perfectamente peinada y vistiendo su sobrio pants escolar, pues debía aparentar que iría a un día de clases normal.

–¿Ya te vas? –le preguntó Isabel al pie de la escalera, con una escoba en las manos.

–Sí, sí. Debo llegar temprano, por si las dudas...

Joselyn bajó el último escalón y se detuvo frente a su cuñada, que la miró con añoranza. Isabel se cercioró de que nadie las estuviera oyendo, para luego acariciar el cabello de la joven.

–Te ves bellísima... ¿Llevas el maquillaje que te presté? –inquirió musitando.

–Sí, allá les pido ayuda a mis compañeras –decía Joselyn, bajando también su voz–. Por favor, te vuelvo a rogar que no le digas nada a Armando, ni a David, pero mucho menos a Armando. Sabes lo amargado que es con estos festejos...

–No te preocupes, Jos, él sigue durmiendo y sólo sabrá que vas a clases. Y David ya se fue al reparto –aseguraba la embarazada, mientras acomodaba a la chica los obscuros rizos que enmarcaban su rostro–. Ve con mucho cuidado, por ahí si puedes me felicitas a Chema...

Al ver la enorme tristeza de Isabel, Joselyn la tomó de la mano.

–¿Seguro no quieres venir? Podemos decirle que un adulto debe recibir mis calificaciones.

Isabel contuvo las lágrimas, mientras negaba despacio con la cabeza.

–No, no, gracias. Tú ve y diviértete mucho. Sólo felicítame a Chema; quisiera darle un abrazo y un beso, pero no te pediré que hagas eso –rio débilmente–. Pero si puedes, si encuentras un momento con él a solas, felicítamelo, por favor...

Joselyn aseveró con la cabeza, abrazó a su cuñada y se encaminó a la salida. Al abrir la pesada puerta, miró un momento a Isabel, que con su barriga de tres meses se alejaba con su lánguido andar, arrastrando las chanclas que llevaba puestas; la escoba y el recogedor en una mano, y un pesado bote con basura en la otra, su bellísimo cabello azabache recogido en un chongo desgreñado y su expresión de cansancio absoluto, pesaroso y deprimente. Una imagen lamentable, que nada tenía que ver con la elegante maestra que la joven conociera tiempo atrás.

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