48: No hay lugar como el hogar

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A la mañana siguiente, el joven Chema se levantó muy temprano, se bañó, se vistió y desayunó apenas lo que su madre había dejado en la estufa. Entonces salió disparado en su bicicleta rumbo al mercado, donde compró dos hermosos ramos de rosas frescas, uno de rojas y otro de amarillas. Quería verse lo más presentable posible, por si aquel era el día en que su amada novia abría sus ojos de miel luego de su cirugía. Por este mismo motivo, también se había esmerado en su atuendo: una camisa blanca muy bien planchada, encima un elegante saco gris del único traje formal que tenía, sus mejores pantalones de mezclilla y sus tenis menos sucios, para no dar vergüenza. Pretendía incluso verse mayor de lo que en realidad era, por si en la recepción se ponían pesados. No obstante, él confiaba en que no sería así.

Tan pronto llegó, mandó un mensaje de texto a su querida abuela, tal como habían acordado. Al entrar a la recepción, vio que ella ya lo esperaba ahí, por lo que fue a darle un beso.

–Buenos días, abuela. ¿Cómo amanecieron?

–¿Yo? Como nueva, mi niño. Pero para qué nos hacemos, lo que quieres es saber de tu novia –sonrió tiernamente–. Ella ya despertó, algo jodida pero mucho mejor, y te está esperando con ansias. Vente, ándale, para que le entregues esas flores tan bellas.

–¡Ah! Éstas son para ti, preciosa mujer –aclaró el muchachito sonriente, separó los ramos y le dio el de rosas amarillas–. Ten, tu color favorito. Es para agradecerte que te hayas quedado aquí.

Su abuela sonrió conmovida, recibió el bello ramillete y lo abrazó con fuerza.

–¡Ay, mi niño chulo! Tú siempre tan lindo, mi caballerito hermoso.

Concluido el lindo momento, abuela y nieto se encaminaron a la habitación donde descansaba Joselyn. Al llegar frente a la puerta, doña Majo se detuvo para decirle a su nieto:

–Pásale, mi niño. Yo quedé de verme con tu hermana y tu madre allá abajo, para ir a ver a mi bisnieta. Sirve que se saludan los dos a gusto, nomás no me la alborotes mucho. Tiene su herida tierna todavía y el doctor dijo que no debe hacer ningún esfuerzo. ¿Estamos?

Chema asintió con solemnidad, prometiendo que sería muy cuidadoso. Así pues, doña Majo se retiró de nuevo a la recepción, mientras el chico tocaba suavemente la puerta antes de entrar.

En esa habitación, iluminada por la luz matutina, descubrió a su novia recostada en su cama, con sus preciosos ojos entreabiertos, su cabellera algo despeinada pareciendo una deliciosa cascada de chocolate que caía desde su hombro, y en su fino brazo un catéter de suero insertado. Su pálida tez estaba amoratada, pero al joven enamorado no le importaba ver una que otra manchita amarillenta en aquel blanco rostro, comparable con el de la bella virgen de la iglesia del pueblo.

Joselyn miró ilusionada a su galante caballero, algo avergonzada por sus moretones.

–Hola... –musitó ella, trémula de emoción.

–Hola, mi vida... –respondió él con voz quebrada, para luego correr a su lado.

Chema besó cuidadosamente esos pálidos labios, mientras se esforzaba en contener sus ganas de abrazarla fuerte, recordando las advertencias de su abuela. No obstante, no pudo reprimir su llanto, aquel llanto liberador que lo reconfortaba con la esperanza de un futuro juntos al fin.

Se miraron a los ojos, pero casi enseguida ella bajó su mirada presa de la vergüenza.

–Te puse en riesgo, amor, perdóname...Yo no buscaba desatar la furia de Armando, pero no me supe defender de Miguel...él me...él me besó a la fuerza...

–Eso no fue un beso, eso fue una agresión –corrigió Chema–. No necesitas explicarme nada. El muy infeliz inició una transmisión en vivo y se aseguró de etiquetarme.

Pecados de InfanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora