28: Escape frustrado

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Días antes, en la casona, Armando había permitido que Dulce saliera de su encierro para que retomara sus obligaciones y quehaceres, sin importarle en lo más mínimo que estuviera recuperada de su paliza o no. Después de todo, el hermano mayor tenía la tranquilidad de que el lisiado no volvería a provocar la líbido de esa zorra nunca más. Por si fuera poco, estaba confiado en que el escarmiento que le había dado a ella fuese suficiente para mantenerla a raya, pues a pesar de considerarla escoria humana, mal que bien seguía siendo su hermana y alguien tenía que hacerse cargo de las labores domésticas.

Dulce vivía aterrada, cumpliendo con sus obligaciones como podía. Sus heridas físicas habían cicatrizado a medias, y aún sentía un horrible dolor y espantosos ardores al caminar u orinar. Aquella experiencia con Armando había sido bestial, dejándole marcas de por vida no sólo en su cuerpo, sino también en su traumatizada alma. No permitía que nadie se le acercara o la tocara, ni siquiera David. Pasaba la mayoría de las noches despierta, llorando y temiendo que Armando apareciera en su puerta otra vez. Y si el cansancio la vencía, sus pesadillas volvían a revivir aquel sangriento calvario.

En su penoso deambular por la casona, ya no veía a Omar en ninguna parte, siendo engañada por su mellizo con la mentira de que él había huido. Sin embargo, Dulce recordaba cómo el muchacho había volado por los aires, cómo se estrellaba en el mugriento suelo de la bodega y el cómo ya nunca se movió. Estaba casi segura de que Omar había muerto por su culpa, igual que su hija Lucy, de modo que ambas muertes venían a atormentarla sin clemencia, haciéndola desear morir también.

A su hermano David también le pesaba sobremanera la culpa al ver las consecuencias de sus actos: Omar muerto y su melliza atacada de forma tan cruel. Aun así, desesperadamente se justificaba pensando que lo habían puesto al límite con sus devaneos sexuales, cargándole el trabajo a él mientras todos se divertían en la casona: Dulce y Omar cogiendo en los rincones, Nando y su estúpida Chabela también, incluso esa maldita chichona, que se largaba todos los días a pasársela bomba en la escuela, seguramente cogiendo por ahí con cuantos pudiera. David entonces dejaba que su rencor hacia todos ellos se apoderara de él, escudándose con eso para justificar sus actos, por más ruines que éstos fueran.

Cierta madrugada, Armando y David se hallaban en la cocina elaborando el pan, confirmando para su decepción que el Bolillo seguía sin presentarse. Así que David volvió a insistirle a su hermano que, si el empleado seguía sin aparecer, tendrían que contratar a alguien más.

–Es que yo ya no me doy abasto solo, Nando –se quejaba–. Necesito alguien que me ayude, o dejamos de entregar pan por las mañanas...

–Ya cállate, putito. Te ayuda la zorra de tu hermana, ¿no?

–Pues ella sólo asea la casa, y en eso se le va todo el día. Con eso de que le duele al caminar, todo lo hace lentísimo. Yo tengo que hacer esto, repartir, pasar al mercado, cocinar, lavar y planchar tu ropa... ¡En fin, para qué le sigo! –hizo un silencio y, ante la indiferencia de Armando, se atrevió a sugerir–. La escuincla esa, la chi...la estudianta, debería ayudarme.

–Ya te he dicho que ella no es para eso. Cárgale más la mano a la güila y que deje de hacerse pendeja. 'Ora resulta que todavía le duele. ¡Pinche puta reaguada!

David ya no se atrevió a decir nada. Aquel cruel comentario lo hirió no sólo por su hermana, sino por él mismo, que muy en el fondo seguía deseando con locura a ese monstruo.

En ese mismo instante, Dulce estaba en su habitación, sentada a la orilla de su cama después de otra noche de insomnio. Sus ojos marchitos estaban perdidos en la nada, sus pensamientos también estaban en la nada, después de pasar toda la noche divagando en la miseria de su existencia: presa en aquel lugar, tras mendigar amor a un mal hombre que la embarazó, pero nunca la amó, y luego querer sustituirlo por un lisiado que tampoco la amó. O tal vez, ella no era merecedora de amar y ser amada, qué importaba ya. Ni siquiera supo amar a su hija cuando ésta vivía, aquel pequeño ser que tal vez la hubiera amado de haber tenido tiempo de crecer.

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now