45: La antesala de la muerte

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Muchas cosas se dicen acerca de lo que sigue después de la muerte, pero ningún vivo puede afirmar con certeza lo que pasa en realidad. Se dice que primero se hace un fugaz recuento, de principio a fin, de todo lo vivido como si se tratase de una película, una cosa desafortunada para quienes se convencen de que tuvieron una vida terrible. Se dice que una hermosa luz blanca aparece, tan reconfortante que viene a aliviarnos del dolor sufrido. Bien se dice por ahí que la muerte es dulce, pero su antesala cruel. Eso fue lo que entendieron los desafortunados hermanos de Armando Meléndez, incluida la hermosa Joselyn. Tras padecer tanto sufrimiento, la muerte fue su única anestesia, fue su única salvación.

Joselyn abrió los ojos y se sentó en el sillón, rodeada de Dulce, Lucy, Omar y David. Con sus turbados ojos los recorrió a todos de la cabeza a los pies, sorprendida al verlos otra vez luego de tanto tiempo; aunque pálidos, se veían enteros y sin marcas de golpes, sin marcas de cortaduras, sin rastros de sangre. Ellos a su vez la seguían observando, con ese desdén que los había caracterizado.

–¿Y bien? –preguntó Dulce, con su hijita en brazos–. ¿Te vas a quedar ahí sentada, o ya nos podemos ir? Estuvimos esperando una eternidad a que por fin vinieras.

La chica bajó la vista y levantó la camisa de su desgarrada pijama, viendo que la herida mortal en su costado había desaparecido. Entonces se quedó sorprendida, luego se asustó y finalmente lloró, entendiéndolo todo. El maldito Armando se había salido con la suya y le había arrebatado la vida...al menos, pensaba ella con resignación, no le había dado el gusto de dejarse violar...

–¡Sí, ya estás muerta! Supéralo, ¿sí? –interrumpió David impaciente–. Ahora ya levanta esas nalgas y vámonos, que me niego a seguir un minuto más en este cochino lugar.

Joselyn lo miró y se quedó sin entender.

–¿Ustedes me estuvieron esperando? ¿Por qué? Creí que no les agradaba.

–¡Ni creas que es porque te queremos mucho! –respondió David con desprecio–. Es porque no teníamos de otra. ¡Ahora levanta esas nalgas y vámonos a la chingada!

–¿Y por qué no tuvieron de otra? –siguió cuestionando la joven.

Exasperado, David puso los ojos en blanco e iba a gritarle otra vez. Sin embargo, fue atajado por el buen Omar, que tranquilamente se acercó y respondió:

–Ella no nos dejaba ir, nos tuvo cautivos en este maldito lugar incluso después de muertos... –suspiró, con un etéreo suspiro fantasmal–. No conforme con vernos morir, nos bloqueó la salida para disfrutar todavía más nuestra miseria. La única condición que impuso fue que los cuatro estuviéramos muertos, sólo así nos dejaría ir. Al menos eso fue lo que le dijo a Lucy...

Omar entonces volteó a ver a la nena en brazos de Dulce, y alzando su mano otrora inservible acarició su pálida mejillita. Lucy sonrió con inocencia y en silencio pidió ser cargada por él, a lo que su madre no tuvo más opción que entregársela al joven, que habiendo recuperado la movilidad de sus dos brazos la acunó amorosamente cual padre a su hija.

Repentinamente, las enormes puertas de la casona fueron abiertas de par en par, dejando pasar una intensa luz blanca que enseguida invadió los obscuros rincones del vestíbulo. Los cuatro jóvenes miraron encandilados aquella luz, de la que emergía una delgada y algo encorvada silueta: una silueta muy conocida por ellos, que en silencio les sonreía y extendía sus brazos hacia ellos. No fue necesario fijarse en su desgastado vestido floreado, ni en el crucifijo que colgaba de su cuello o en sus anteojos redondos, que enmarcaban una piadosa mirada dedicada a sus queridos muchachos.

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now