32: Las Cazuelas

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Ese mismo diciembre, en el centro escolar, más específicamente en la preparatoria, llegaba la temida época de exámenes finales. Miles de alumnos, nerviosos y con libros en mano, se preparaban para las pruebas que los docentes llevaban en brazos y posteriormente depositaban en sus escritorios, mientras pedían silencio para comenzar el tormento, no sin antes tomar sus listas y mencionar los nombres de aquellos afortunados que exentaban debido a su buen desempeño a lo largo del semestre. Era entonces que aquellos afortunados suspiraban de alivio, sonreían y, tan pronto el profesor les daba su bendición, salían disparados del salón de clases, mientras el resto los miraban con quemante envidia.

Aquel fue el caso de Joselyn y Chema, que tras recibir la maravillosa noticia de que exentaban el examen de matemáticas, salieron airosos de su salón y se tomaron de la mano.

Teniendo el resto del día libre, los felices tortolos no lo iban a desaprovechar.

–¿A dónde quieres ir, mi niña?

–Pues tengo hambre. Podemos ir a la cooperativa y ya de ahí vemos.

Tras pensarlo unos segundos, a Chema se le iluminó la cara y propuso:

–Te puedo invitar a una fonda muy bonita del centro. Ahí la comida es excelente, no exagero al decir que es la mejor comida de San Bartolo.

–Sí, mi amor. A donde tú quieras –aceptó ella melosamente.

Sin tardanza, los enamorados se dirigieron al paradero de bicicletas. Luego de desencadenar su bici azul y treparse juntos, el muchacho la condujo rumbo a la mencionada fonda.

En su camino, cruzaron por el mercado, que a esas horas matutinas aún se encontraba repleto de gente. Entonces, sin que ninguno de los dos lo notara, fueron vistos por unos ojillos negros que se llenaron de un gozo perverso, acompañado de una maliciosa sonrisita.

Pocos minutos después, los tortolos llegaron a una casa muy grande, de color amarillo y estilo colonial. Arriba de su pintoresca entrada, engalanada por las coloridas figuras pintadas que resaltaban en su marco blanco, se podía leer el nombre del establecimiento: Las Cazuelas. Frente a dicha entrada, una anciana de canosos cabellos trenzados y ataviada con un hermoso huipil de flores bordadas barría la banqueta, mientras tarareaba una alegre melodía.

Chema detuvo su bicicleta y la saludó cariñosamente:

–Buenos días, abuela.

La vieja mujer lo miró y se llenó de júbilo.

–¡Mi niño lindo, mi niño chulo! ¡Qué bueno que vienes a verme!

Mientras la anciana se apuraba en dejar su escoba, los chicos se apuraron en descender de su bici. Entonces abuela y nieto se abrazaron amorosamente, mientras Joselyn se limitaba a observarlos en silencio. Terminado el abrazo, la anciana enfocó su atención en la joven.

–¡Uy! ¿Quién es esta muchachita tan chula? –preguntó a su nieto con picardía.

–Es Joselyn, mi novia –le respondió Chema con orgullo, dirigiéndose luego a la chica–. Ella es mi abuela María José, la que tiene la mitad de mi corazón.

Joselyn se sentía tan roja como un jitomate; era la primera vez que su novio le presentaba a alguien de su familia, cosa que no se debía tomar a la ligera en un noviazgo como el suyo.

–Joselyn Ceballos, para servirle, señora –se presentó educadamente, extendiéndole la mano.

Pero la vieja mujer la abrazó sin ningún empacho, con aquel calor materno que Joselyn sólo recordaba por parte de su difunta mamá Betty.

Pecados de InfanciaWhere stories live. Discover now