15: Una actuación magistral

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Allá en Los Héroes, la negra y helada noche tendía su interminable manto opaco sobre toda la colosal urbe. En medio de esa penumbra, escasamente iluminada por el precario alumbrado público, un taxi arribaba a una de las zonas más decadentes en aquella jungla de asfalto, conocida ampliamente por la población de Los Héroes como un verdadero nido de ratas y caldo de cultivo para los peores crímenes. Tras pagar la tarifa, Rodrigo Martínez descendió de aquel taxi acompañado por su nuevo amigo el señor "Cervantes", dejándose guiar por él hacia la entrada de un motel de mala muerte.

Por su parte, el maligno Armando Meléndez, ataviado con un disfraz sugerido por Ledezma, ya los esperaba tranquilamente recargado contra la pared a un costado de la entrada. Realmente, con su pesado abrigo, su sombrero y sus lentes obscuros, parecía un auténtico gánster de película, cuya fría y calculadora mirada se clavó en Rodrigo Martínez tan pronto éste había descendido del taxi. Armando entonces siguió fumando su cigarrillo con toda la paciencia del mundo, casi mofándose de aquel asqueroso cerdo que ingenuamente se dirigía hacia su propio matadero.

Cuando ambos hombres se acercaron al enigmático sujeto, que parecía una sombra más de la noche con su vestimenta completamente negra, el investigador le dijo a su acompañante:

–Mira, éste es mi camarada: Big Daddy.

–M-mucho gusto –saludó torpemente Martínez, extendiendo la mano.

Armando, tan frío como siempre, lo dejó groseramente con la mano extendida, y luego de barrerlo despectivamente con la mirada, enfocó su atención en Ledezma.

–Es de toda mi confianza –le aseguró el comandante, refiriéndose a Martínez, en su perfecta actuación como cómplice–. ¿Está lista "la pizza"?

El falso proxeneta dio una calada más al cigarrillo que tenía entre los dedos y afirmó con la cabeza, mientras con la otra mano pedía el pago.

–Oh, por supuesto... –repuso Ledezma, sacando un sobre muy choncho de entre sus ropas y poniéndolo sobre la mano de Big Daddy–. Lo convenido.

Armando contó el efectivo y luego entregó una llave a Ledezma. El comandante a su vez se la entregó a Martínez diciendo:

–Vas, compadre.

–¿Seguro? ¿Sólo así? –preguntó Martínez balbuceante.

–¿Qué? ¿Le dudas todavía que te estoy haciendo semejante regalote? ¡En chinga! Ahí está el número del cuarto.

Rodrigo Martínez dudaba y sudaba a causa de la gran excitación, mientras Ledezma fingía exasperarse y con semblante disgustado reclamaba:

–¡No chingues, compadre! Acá Big Daddy ya no me va a devolver mi lana y tú que te pones de gallina. Si nomás pensar en la chiquita no te la para, entonces ya me jodiste y mejor vámonos. Pero de todos modos tendrás que pagarme esa lana.

Entonces Rodrigo Martínez finalmente se decidió y se adentró al hotelucho a paso resuelto, dispuesto a entregarse una vez más a sus despreciables instintos.

Tan pronto se metió, Ledezma y Armando se apresuraron a entrar al cuarto contiguo, desde donde a través de la laptop del investigador podrían apreciar el evento que tendría lugar en el cuarto número diez, grabado por una cámara oculta que previamente habían instalado. Por supuesto, en dicho cuarto ya se encontraba Aletse, enfundada en su uniforme escolar, hecha ovillo en una esquina que fuese visible a la cámara y fingiendo llorar asustada en la penumbra.

Rodrigo Martínez entró y, al mirarla así, sus deseos se desbordaron creyendo enteramente que se trataba de una tierna niñita de nueve o diez años. Entonces, peor que fiera en celo, le arrancó la ropa sin hacer caso a sus chillidos y le hizo de todo.

Pecados de InfanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora