Capítulo 5

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Myleen Collins

Nada más llegar a casa tuve que montarme en el coche y conducir hasta el hospital. En verdad, no me sorprende que Sean haya acabado así. Es el que está más enganchado en el tema de drogas. Por un lado, me siento mal, porque no estoy tan preocupada. Me sentiría peor si fuera Hank el que corre peligro. Sin embargo, al ser Sean, me da un poco igual. Y por eso me siento culpable.

Conduzco con precaución por la autopista, puesto que, es de noche y no suelo conducir a estas horas. Digamos que la oscuridad y yo no somos muy buenas amigas. Tengo trauma de conducir a estas después de que mi padre haya tenido ese accidente de tráfico que acabó con su vida. Más o menos por estas horas. Por eso evito conducir tan tarde, de noche. Tengo miedo de que un coche se desvíe de su carril y choque conmigo. O que alguien me dé por detrás —del coche— y pierda el control de él.

Ambas manos pegadas al volante. Vista fija en la carretera. La música en un tono de voz bajo para que no me distraiga. Necesito tener todos mis sentidos atentos a la carretera. Si suena el móvil, lo ignoraré. Ahora mi objetivo es llegar sana y salva al hospital donde tienen a Sean. Mis manos sudorosas se resbalan del volante. Las seco en mi pantalón y continúo conduciendo, acelerando un poco más para llegar cuanto antes.

En veinte minutos ya estoy en el hospital, buscando un maldito sitio libre para aparcar el coche. Pasan cinco minutos, hasta que encuentro un lugar vacío para estacionarlo. Al hacerlo, salgo del coche y camino hasta la entrada del hospital. Pregunto en recepción por Sean, cuyo apellido no me acuerda.

—Es un chico que acaba de entrar hace unos minutos, por una sobredosis —le explico a la recepcionista, que me mira por encima de sus gafas de alambre.

—¿Sean Rodríguez?

«Tú di que sí».

—¿Sí? —más que una afirmación, sonó a pregunta—. ¿Está bien?

—Le están haciendo un lavado de estómago —informa, masticando un chicle—. Espera en la sala de espera hasta que el doctor venga.

—¿Dónde está la sala de espera?

Ella suspira, perdiendo la paciencia.

—Por allí —señala un pasillo con su dedo índice—. ¿Alguna pregunta más o puedo hablar con el siguiente? —mira al que está detrás.

—Ya puedes hablar con el siguiente —ruedo los ojos por su actitud—. Qué señora tan desagradable —murmuro.

Avanzo por el pasillo que ella misma me señaló, buscando esa sala de espera. La encuentro con facilidad, en ella hay varias personas. Algunos niños jugando con sus móviles, aunque se nota que no están muy bien. Tienen fiebre, tos, estornudos. También veo a algunos ancianos, uno de ellos está con una mascarilla de oxígeno. Pero no presto atención a ninguno de ellos, sino a Hank, quien está sentado en una de esas sillas de madera. Se nota que está mal por lo que le pasó a su amigo. Me acerco a él, sentándome en el asiento que hay libre a su lado. No se percata de mi presencia hasta que toco su hombro. Se gira sobresaltado.

—My, viniste...

—Claro. ¿Cómo crees que iba a dejarte aquí solo? —le pregunto, observando sus ojos. Al menos no está drogado, parece estar sobrio. Sus pupilas están del tamaño que deberían estar. No tiene los ojos rojos, como la otra vez que lo vi.

—Tienes miedo a conducir de noche, por eso no pensé que vendrías.

Inconscientemente sonrío al ver que recuerda ese dato. A él no se lo comenté, pero a mi hermano sí. ¿Eso significa que ellos dos hablaban de mí? Aparto esos pensamientos de mi mente, no importa ahora.

La oscuridad de Damon [+21] ✓Место, где живут истории. Откройте их для себя