— ¿Según quién? — Retó, pero la mirada dura que recibió de Castiel, lo hizo encogerse en su sitio —. Bueno, ya.

Beliel finalmente se puso de pie, todavía con Neo en brazos; en sus manos se sentía tan pequeño y frágil que se aseguró de sostenerlo bien para no dañarlo.

Una vez que ambos estuvieron dentro de la casa, el rostro del demonio reveló una expresión de sorpresa; no había reparado en el interior hasta ese momento, en el que por fin se tomó tiempo para observan a fondo cada detalle.

—Oh, por todos los círculos del Infierno — expresó con asombro, antes de soltar con su característico nivel de honestidad —: A comparación de la casa de Luzbel, tú realmente eres pobre.

Castiel frunció el ceño.

— ¿Viniste aquí para criticar la casa? — Espetó con enojo.

—Ah, no, debes disculparme. Creo que me he acostumbrado a la opulencia de Luci — agitó las manos en tanto su boca liberaba una risa nerviosa, seguro de que, de esa manera, Castiel suavizaría el entrecejo, pero no lo hizo, así que Beliel prefirió cerrar la boca y seguir observando.

No había absolutamente nada exuberante dentro de la casa, pero una de las cosas que llamaron su atención, fueron todas esas fotografías que colgaban de las paredes; en algunas, su hermano aparecía con Alexander. En otras había más personas, pero Beliel no entendía el propósito de tenerlas colgadas como si estuvieran en una exhibición.

— ¿Por qué tienes fotos en las paredes? — Curioseó.

—Um... — Castiel no sabía qué responder. Tampoco se lo había preguntado hasta ese momento porque había costumbres mundanas que muy apenas lograba comprender del todo —. A Alex le gustan. Dice que cuando ves una fotografía puedes recordar momentos que te hicieron feliz — sonrió, observando una de ellas en las que Alexander lo abrazaba con fuerza mientras repartía besos por su cara y el ángel reía —. Así se ve un hogar.

—Qué mierda, tu máquina de sexo es muy cursi — su rostro se contrajo en una exagerada expresión de asco —. No está contigo ahora, ¿verdad?

—Se llama Alexander — corrigió entre dientes —. Y no, no lo está.

—Típico — suspiró teatralmente, dejándose caer en el sofá más próximo con Neo en sus brazos —. Debe estar con su amante.

—Beliel... — de nuevo, intentar pelear con él era inútil, así que solo se limitó a decirle —: Jódete.

— ¡Por Mefistófeles! — Abrió la boca, formando una O —. Acabas de blasfemar. Seguro se acerca el fin del mundo. Gabriel debe estar ansioso por tocar su estúpida trompetita para dar inicio al jodido Apocalipsis.

Castiel blanqueó los ojos y se sentó en el sillón contrario, pasando por alto todas las cosas que salían de su boca.

— ¿Por qué estás aquí? — Preguntó, con el tono más amable del que fue capaz.

Beliel era, quizás, uno de los pocos demonios que para Castiel no representaba ninguna clase de peligro. Él no parecía interesado en crear caos de dimensiones bíblicas, o en ir por ahí corrompiendo mortales hasta convertirlos en despojos indeseables y corruptos. La mayoría de los demonios basaban su existencia solo en esas dos cosas: el caos y el pecado, pero Beliel era más simple. O quizás, simplemente se había aburrido de eso.

—Quería hablar con alguien — dijo, bajando la cabeza —. Siento que tengo muchas cosas encima, y no tengo a nadie a quién contárselas.

— ¿Y estás seguro de que quieres contármelas a mí?

Hidromiel.  ✔Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum