Oh, maravillosas historias he escuchado sobre la raza humana y algunos son jodidamente talentosos. El mismísimo Niccolò Paganini₂ nos deleita con Capriccio No. 24 cuando todos nos congregamos en orgías y le prometemos lealtad al Rey del Infierno. O a veces escuchamos a Elvis Presley lamentándose mientras canta Unchained Melody; con personalidades como esas, ¿quién no quisiera ir al Plano Terrenal?

Pero, de nuevo, en nuestras cabezas se veía como una idea genial. Algo tan onírico a lo que todos aspiran, por eso escribimos pergaminos que ilustraran a los mortales y pudieran invocarnos, pero, oh, sus pequeñas cabezas mundanas no fueron capaces de traducir los míos y cuando mi alma pisó el Plano Terrenal, frente a mis ojos tuve a mi hermano Remiel ¡y ese maldito arcángel siempre tiene intenciones dudosas!

No obstante, eso no me importó mucho, y prácticamente para ese momento ya me había deshecho de la idea de ir al Plano Terrenal y, como ya he mencionado en repetidas ocasiones, pensaba que ir sería como beber un barril lleno de absenta, es decir, que sería un viaje alucinante, caótico, hermoso y jodidamente paradisíaco. ¡Pura mierda!

Sacar el cuerpo físico del Infierno es un dolor jodido. ¿Así de jodido se sentirá Judas siendo devorado en un bucle infinito por Leviatán? Agh, ¡no importa ya! Yo estaba jodido sin saber —todavía— por qué, y por un solo instante pensé que había sido un sueño horrible, pero al abrir los ojos, el dolor regresó.

Carajo, qué jodido era sentir los latidos de mi corazón, mis pulmones contrayéndose por oxígeno, mi dermis como si fuera una manta metálica tan pesada cubriendo mis huesos y mi sentido del tacto aumentado al puto mil por ciento; el aire tocando mi piel se sentía como un enjambre de condenados insectos caminando por todo mi cuerpo, y mis oídos querían reventarse ante el incesante ruido de la ciudad.

Una vez que abrí los ojos por completo, reparé en que mi cuerpo estaba tendido en el suelo frío de lo que me pareció mármol negro. A mis costados, un enorme ventanal me ofrecía una vista esplendorosa donde se apreciaba el hermoso azul del cielo y, debajo de él, una infinidad de estructuras largas. Más tarde habría de saber que esas estructuras se llaman «edificios» y que, de hecho, yo me encontraba en uno de ellos.

No obstante, el tiempo que pude apreciar aquella escena tan fenomenal, duró segundos, pues al dar la primera bocanada de aire, sentí que gas ácido era lo que había entrado por mis fosas nasales. ¡El jodido oxígeno es letal! Fue mi primer pensamiento y comencé a ahogarme, retorcerme en el suelo mientras me llevaba una mano al cuello por puro instinto.

«¿Acaso el Diablo me había traído a un nuevo Infierno? ¿El Plano Terrenal es así de malo?» Fueron los cuestionamientos que me hice mientras luchaba por respirar. Por otra parte, mi hermano me miraba desde arriba con ojos aburridos. El fastidio en su cara luchaba contra la molestia y no supe si lo que realmente me asustaba era morir, o él.

¡Oh, Mefistófeles, si he de morir que no sea a manos de este infeliz!

—Mierda, mierda — blasfemé entre toses cuando por fin logré acostumbrarme un poco al ambiente.

Luzbel me miraba con hastío.

— ¿Ya terminaste? — Inquirió, con los brazos cruzados.

— ¿Por qué lo dices como si acabará de hacer un drama? ¡Me estaba muriendo!

—No te estabas muriendo — atacó.

Mi pecho gestó un grado de indignación que me llevó a levantarme bruscamente con intenciones de golpearlo, pero mi cuerpo se sentía pesado y se había vuelto lento, así que para a Luzbel nada le costó asestarme una patada en el pecho para hacerme caer nuevamente.

Hidromiel.  ✔Where stories live. Discover now