No supe cuando iba a detenerse, incluso comencé a hacerme a la idea de que me arrastraría por todos los Círculos del Infierno por un motivo todavía desconocido para mí, pero luego visualicé a lo lejos unas puertas enormes y pesadas, llenas de cadenas tan gruesas y malditas que ningún demonio ha podido tocar jamás.

Luzbel hizo un movimiento con la mano en dirección a la puerta. Al instante, las cadenas se arrastraron como serpientes y las puertas se abrieron, pero lo que había detrás solo era algo parecido a una neblina rojiza danzando con nubes negras.

— ¿Qué carajos haces? — Me preocupé —. ¿A dónde me llevas?

—Todo demonio quiere salir del Infierno alguna vez — gruñó —. Hoy es tu día de suerte.

Oh, en otras circunstancias, sus palabras me habrían alegrado y desatado un caos hermoso en mi interior, uno similar al que aparece en mi pecho cuando estoy cerca de Casandra, pero la voz y el aspecto de Luzbel no eran en lo absoluto amables y eso fue suficiente para hacerme saber que vendría algo horroroso.

Ahora bien, cuando me sacó del Infierno, el dolor fue todo menos hermoso.

Y eso que yo sé mucho sobre el arte de sentir dolor, pero ese no era nada bonito; era como si me quemara en vida, y todos mis sentidos, cada zona de mi cuerpo se concentrará únicamente en saborear cada gota de dolor y me sentí abruptamente cansado, al punto del desmayó y de la muerte.

Luzbel estaba siendo bastante inmisericorde conmigo, y no es como que mi hermano se caracterice por ser alguien... Piadoso.

¡Maldito sea aquel que se atreva a insultarlo! Él no lo toleraba y el castigo era muy cruel, por eso yo evitaba meterme en problemas innecesarios que desencadenaran su cólera y, desde hace siglos, me había dedicado a una única cosa: ser el guardián del Noveno Círculo y protector de Casandra.

Hasta el momento, todo iba de maravilla, y ya me había ganado un par de sonrisas de mi hermosa pelirroja griega, pero al parecer había fallado en algo que todavía no sabía qué era, y siguió siendo una incógnita cuando Luzbel y yo atravesamos esa neblina y el dolor agonizante de todo mi cuerpo me dejó moribundo.

Una vez que estuvimos del otro lado, grité tanto que es probablemente que mis súplicas resonaran por todos los rincones del Infierno pero, ¡joder! Qué experiencia tan más traumática, aunque a diferencia de mí, mi hermano no había emitido quejido alguno.

— ¡Hijo de perra! — Escupí, cuando sus manos soltaron mi cabello y mi cuerpo cayó sobre una superficie de tierra.

Mis ojos se habían mantenido cerrados por el mero instinto de miedo que me dominaba, y al abrirlos, el cielo que apareció ante mis fanales bermellón me hizo ver que presumía de un color diferente al que yo estaba acostumbrado; era azul, y estaba cubierto de nubes blancas con débiles rayos de luz que las atravesaban.

Las estructuras a mi alrededor no me eran ajenas, de hecho supe que ya las había visto con anterioridad y, cuando mi dolor se disipó un poco —luego de largos minutos que se me antojaron días enteros—, me atreví a preguntar:

— ¿Es Jerusalén? — Reí, alucinado y con el cuerpo anestesiado de maldito dolor —. ¡No me jodas que el Infierno está debajo de la puta Jerusalén!

Pero no obtuve ninguna respuesta. Luzbel se limitó a tomarme del cuello y llevarme lejos, sin darme la oportunidad de acostumbrarme a la luz del Sol.

En algún momento de nuestro viaje a quien-sabe-donde, me desmayé. Dejé de resistirme a la inconsciencia y me permití saborear del momento de alivio que eso me concedió.

¡Carajo! En el Infierno muchas cosas se cuentan sobre el Plano Terrenal. Los demonios como yo ansían ir a un lugar así para corromper a unos cuantos, y nos conformamos con ser invocados por aquellos que tienen el valor de venderle su alma al diablo.

Hidromiel.  ✔Where stories live. Discover now