—Un sacrificio equivale a un favor — respondí a secas —. Yo sólo necesito un favor.

—Pero — comenzó a decir — si el sacrificio es grande, el favor también lo será. Yo sé recompensar bastante bien.

—Lo que necesito es bastante simple, de hecho.

—Lo dudo mucho — se enderezó lentamente —. No cualquiera puede invocar a un demonio del Noveno Círculo, por lo que debes querer algo realmente valioso. Si fuera tan simple como dices, pudiste conformarte con invocar a uno de los primeros niveles.

—No puedo — dije —. Lo que quiero está en el Noveno Círculo.

Beliel me observó de arriba abajo mientras daba algunos pasos en mi dirección. Cuando sus ojos repararon en el círculo que rodeaba el pentagrama, sonrió con más ganas.

— ¿Por qué no quitas el círculo? — Cuestionó.

—Porque no soy idiota y no sacaré tu alma del Infierno.

Comenzó a reír.

—Vamos, Remi, te prometo que no me escaparé. Yo nunca sería capaz de hacer una cosa así.

Puse los ojos en blanco.

—El favor que quiero — cambié el tema — es hablar con Casandra.

—Hermano, hay una sorprendentemente estúpida cantidad de almas que responden a ese nombre.

—Me refiero a la profeta.

En la antiquísima mitología griega, Casandra fue la profetisa del Dios Apolo, a quien le prometió mantener relaciones sexuales con él a cambio de sus dones proféticos.

Según la mitología, Apolo se los concedió, pero Casandra no cumplió con su parte del trato y fue condenada a predicar profecías que eran ciertas pero que en vida ningún mortal creyó. Al morir, su alma terminó condenada al Noveno Círculo del Infierno por traición, y pese a que nadie en vida creyó en su palabra profética, las criaturas del Infierno lo hacían. Sabían que eran ciertas. Incluido Luzbel.

— ¿Para qué? — Beliel indagó.

—No es asunto tuyo y, ciertamente, no creo que tengas verdadero interés en saber.

El demonio chasqueó la lengua. Se pasó el dedo índice por el mentón para limpiarse la sangre derramada, luego lo observó y se lo llevó a la boca.

—Casandra ha estado muy ocupada — me miró —. Invócame otro día.

—No puedes irte hasta que no cumplas con lo que pedí.

—Qué persistencia — suspiró con teatralidad —. Para empezar, no debiste invocarme. Eres un ángel — apuntó —, estás traicionando a los otros con el simple hecho de estar aquí pidiéndome favores.

—Intenté hacerles entrar en razón, pero decidieron no escucharme. Así que, ¿cómo dicen los mortales? A tiempos desesperados, medidas desesperadas — vocalicé —. Casandra es mi medida desesperada.

Beliel resopló.

—Bien — se rindió —. La traeré para ti, hermanito. Sé amable con ella o el próximo cuenco de sangre que me beberé, será uno que tenga la tuya.

Las velas volvieron a apagarse durante un instante que apenas duró segundos; al volver a encenderse, con una llama casi cegadora, me di cuenta de que Beliel ya se había marchado y alguien más ocupaba su lugar; Casandra estaba sentada en el centro del pentagrama. Tenía el cabello largo y tan rojo como el fuego cayendo por su espalda; algunos mechones largos le cubrían la cara, la cual estaba invadida por cenizas, dándole un aspecto sucio que acaparaba toda la atención de sus finos y marcados rasgos griegos.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora