Capítulo 43

233 33 0
                                    

Recuerdo ese día muy vívidamente.

Creo que por más que el tiempo pase, no se me va a borrar de la memoria, y si llegase a tener la remota sensación de que ese recuerdo se me está escapando, lo enjaularía en el baúl en donde mantengo encerrados todos los recuerdos a los que me apego con mi vida.

Había pasado ya más o menos un mes desde aquella tragedia. Tal vez incluso un poco más.

Ciertamente aún dolía, pero con el paso del tiempo, el dolor, como un tumor benigno, se fue reduciendo paulatinamente, al punto que, aunque se hacía notar, ya no dolía.

Podía vivir con él.

Por fin podía vivir con él.

Ese día, siendo las tantas de la tarde, Annie había vuelto a tener contracciones, así que nos detuvimos en una estación de servicio abandonada. No había casi nada a nuestro alrededor más que ruta, más ruta, y algunas áreas de árboles.

Hacía algún tiempo ya que habíamos dejado Portland, aunque no estaba completamente segura de cuánto.

Durante todo ese tiempo fue considerablemente difícil mantenernos vivos, porque al no haber casi edificaciones, ocultarse se hacía algo casi imposible.

De hecho, algunas veces no teníamos oportunidad para ocultarnos y teníamos que hacerles frente, o correr tanto como pudiéramos.

A veces hacíamos las dos cosas, turnándolas.

Primero corríamos lo más que podíamos, hasta que ya no teníamos a dónde correr. Entonces les hacíamos frente intentando vencerlos.

Otras veces, por el contrario, intentábamos atacarlos, pero cuando veíamos que no podíamos vencerlos salíamos corriendo hasta que se murieran por su cuenta, hasta que encontráramos un lugar en donde escondernos o hasta que nos mataran, lo que llegase primero.

Aunque hasta ese entonces habíamos contado con suerte; ninguno de nosotros había sido asesinado o herido, lo cual había sido como una especie de bendición para nosotros, suponiendo que tal cosa como Dios y las bendiciones existiesen.

—Respira, Annie, respira —le decía mamá tomando sus manos y respirando con ella para que la imitara.

Se veía por la tensión en su rostro que las contracciones eran sumamente fuertes.

Al ver su vientre pude notar que parecía que fuera a estallar.

En algún momento, cuando menos lo esperáramos, su vientre literalmente explotaría y saldría volando su bebé.

¿Sería un niño o una niña?

Eso me daba cierta curiosidad.

Sin embargo, había algo que me preocupaba y que mamá parecía no tomar en cuenta.

Si mis cálculos no fallaban, si no tenía ya nueve meses, estaba demasiado cerca. Para entonces tendríamos que estar preparados, resguardados en una casa para que pudiese dar a luz tranquila.

Pero no se veía una casa a kilómetros, y eso me preocupaba.

—¿Crees que llegará? —le pregunté a Eva.

—¿Mmm? —no sabía de qué le hablaba exactamente.

—Annie. ¿Crees que dará a luz cuando encontremos una casa?

Ella me miró de reojo, bajó la vista un segundo y luego volvió a mirar a Annie.

—No —negó con la cabeza—. Por su estado, dará a luz en el correr de estos días, si no lo hace hoy o mañana.

La hora más oscura [√]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant