Capítulo 8

733 97 7
                                    

¿Sabes lo que se siente cuando estás tan cerca de algo, tanto que si estiras el brazo tus dedos pueden tocarlo?

¿No lo sabes?

Adrenalina. Eso es lo que sientes.

¿Sabes lo que se siente cuando estás tan cerca de algo, tanto que si estiras el brazo tus dedos pueden tocarlo, pero se te es arrebatado en el último segundo, apartándolo de tu alcance por siempre?

¿No lo sabes?

Adrenalina. Eso es lo que sientes.

Pero no sólo adrenalina.

También sientes impotencia.

Frustración.

Enojo.

Y...

Miedo.

Sientes miedo.

Temes que, al alejarse de ti, no puedas volver a recuperarlo. Y es que una vez que algo se nos escurre por nuestros dedos como fina arena, casi nunca lo vuelves a recuperar y se lo termina llevando el viento, junto con todas las emociones que aquello podría causarte. Porque no importaría. Lo perdiste. Es todo. Tienes que aceptarlo.

Sin embargo, hay personas que se rehúsan a aceptar que lo perdieron y se apresuran a tomarlo con uñas y dientes hasta que sea enteramente suyo.

Yo soy una de esas personas, y mi familia también lo es.

Cuando estábamos a aproximadamente metro y medio de la puerta de salida, unos gruñidos se escucharon desde nuestra espalda, a una distancia considerable.

Al oírlo nos dimos vuelta enseguida y, en efecto, una de esas criaturas estaba saliendo de la sombra que hacía un mueble tirado en conjunto con la luz del techo.

Empezamos a retroceder lenta y silenciosamente.

Luego, otro salió de un rincón oscuro.

Y nos vieron.

—¡Rápido, al auto! —gritó papá empujándonos a todos fuera del hospital, donde el auto estaba aparcado a casi nueve metros de distancia.

Todos corrimos lo más rápido que podíamos mientras papá tomaba la delantera y se apresuraba en encender el auto.

Ayudé a mamá a sentarse en el asiento del copiloto mientras Ryan y Luka se metían al auto, hasta que al final, mientras esas cosas salían de diferentes partes, pude entrar, salvando temporalmente mi vida.

No podía contarlos a todos. Algunos aparecían de la nada por un momento y desaparecían al otro. No entendía la frecuencia.

Pero entonces, al volver de mi ensimismo me di cuenta de que uno de ellos corría hacia el parabrisas del auto.

—¡¡Papá, cuidado!! —le golpeé el hombro por reflejo para que reaccionara y él atinó a prender las luces del auto.

Eso nos reveló algo.

Cuando las luces del auto deslumbraban nuestro entorno, más sombras se formaban, y cuantas más sombras se formaban, más criaturas salían de las recónditas oscuridades.

—¡Papá, rápido! —gritó Ryan y papá puso en marcha el auto y condujo muy rápidamente hacia casa.

No respetaba luces rojas, tampoco límites de velocidad, aunque en ese momento no nos preocupaba mucho eso, porque en medio de una persecución no habían tales cosas. Y aunque las hubiera, en base a las circunstancias que estábamos viviendo no creía que a ningún policía le hubiese mínimamente molestado el hecho de infringir múltiples reglas de tránsito en tan pocos minutos.

La hora más oscura [√]Where stories live. Discover now