Capítulo 39

258 35 6
                                    

Cuando el dolor inmensamente profundo se funde con el odio, crea nuevas emociones que ni siquiera podemos llegar a definir o a darles un nombre concreto.

Pero son feroces, crueles y despiadadas.

Cuando esas dos emociones se funden, lo ideal sería alejarnos de todo aquel a quien pudiésemos dañar de una u otra manera. Porque van a salir heridos, ese es un hecho. Nosotros deberíamos evitarlo a toda costa.

Deberíamos.

Se supone que eso es lo moralmente correcto.

Sin embargo, ¿a quién carajo le importa lo que es o deja de ser correcto según la moral en momentos como ese? A nadie. Exactamente.

En esos momentos, cuando el dolor y el odio se funden y crean monstruosas emociones nuevas, no solo podemos perjudicar a los que están a nuestro entorno, sino que también nos perjudicamos a nosotros mismos, porque esas nuevas emociones se esparcen por todo nuestro cuerpo a través de nuestro torrente sanguíneo como si fuese ácido, y nos va consumiendo por dentro.

Es en ese instante en que tenemos que decidir quién será el perjudicado.

Ellos o nosotros.

Ellos o nosotros.

Nosotros o ellos...

Y generalmente, quienes acaban siendo perjudicados, suelen ser los demás.

Porque nosotros sabemos exactamente qué tanto daño podemos llegar a ocasionar, qué tanto puede dañar lo que se filtra por nuestras venas, y nadie es tan estúpido, tan masoquista o tan perfecto como para sacrificarse a ese punto por el bien de alguien más.

Ninguno de nosotros lo haríamos.

Y aunque quisiéramos realmente hacerlo, en esos momentos ni siquiera podemos pensar con claridad, porque esas emociones infectan nuestro cerebro como parásitos para que solo puedan dominar ellos nuestro cuerpo.

¿Y qué queda al final?

Un montón de gente herida.

Llanto.

Golpes.

Gritos.

Insultos.

Desdén.

Y en el peor de los casos:

Muerte.

—¿Por qué no fuiste tú? —susurré con rabia y un dolor demasiado profundo.

Sentía que la rabia y el dolor literalmente me iban abriendo el pecho con agresividad, exponiendo cada parte de mí, cada hueco, para sacar todo y poder expandirse desde allí.

Si fueran personas, juraba que podía verlas frente a mí, clavando de un zarpazo sus afiladas uñas, incrustándolas en mi carne hasta sentir en la punta de sus dedos mi tibia sangre fluyendo.

Y yo la sentiría también.

Sentiría a mi propia sangre fluyendo por entre los bordes de sus dedos.

Luego de que el dolor inicial por el shock pasara, tomarían una considerable cantidad de sangre y me abrirían allí mismo.

Sin anestesia.

Les complacería oír mis gritos desgarradores de dolor.

Querían oírme gritar. Estaban ahí para eso.

Sin embargo, yo me rehusaba.

Contenía mis gritos en mi interior.

No pretendía darles el gusto.

La hora más oscura [√]Where stories live. Discover now