Capítulo 18

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Pasamos horas conduciendo aparentemente a la deriva.

Mamá nos dijo que íbamos a salir de la ciudad, pero aún así no estaba segura de que el camino que estábamos tomando era el indicado.

De cualquier modo, no fue sino hasta que nos quedamos sin gasolina, a las tantas de la madrugada, que tuvimos que detenernos para cargar combustible.

Ryan y yo tuvimos que caminar cerca de dos kilómetros porque el auto se había quedado a mitad del camino de una gasolinera de un pueblo pequeño.

Parecía uno de esos clásicos pueblos fantasma, en donde lo único que se escucha a diez kilómetros a la redonda es el fuerte viento golpeando las casas abandonadas.

O sino como esas películas del oeste, donde en un pueblo abandonado corría el viento arenoso por sus alrededores con un matojo rodante como el único habitante del pueblo.

Y que suene un grillo en medio del silencio.

Ese pueblo te hacía pensar en los pueblos fantasmas y en los pueblos abandonados del oeste. Nosotros éramos sus únicos habitantes.

Al menos eso parecía.

Cuando llegamos a la gasolinera nos percatamos de que no había nadie en el pequeño establecimiento.

Se formaban telarañas en los rincones del techo.

Pasé un dedo por sobre el mostrador. Había mucho polvo sobre él.

—¿Hace cuánto crees que nadie viene aquí? —me preguntó Ryan recorriendo el lugar.

—Más o menos una semana. Tal vez nueve días. Diez a lo sumo —afirmé con certeza.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque así estaba tu cuarto luego de más de una semana sin limpiarlo. Daba asco, así que tenía que limpiarlo siempre. A veces pensaba que me lo hacías a propósito.

—Te lo hacía a propósito —confesó con un tono burlón.

—Idiota.

—¿Crees que hayan muerto todos? —esta vez habló con seriedad.

—Eso creo. La ciudad donde vivíamos era por lo menos tres veces más grande que este pueblo y fue masacrada. Si hubiese algún sobreviviente sería como un milagro.

—Un milagro como esa niña —señaló con la mirada a Yarilth, yo le seguí la mirada—. Estuvo sola, en medio de la calle y aún así sobrevivió sin un solo rasguño.

—Exacto. Ya se nos acabaron los milagros. Agotamos el nuestro con ella.

—Pareces arrepentirte de haber ayudado a salvarla.

—No me arrepiento —contesté enseguida, como un reflejo.

—Y ¿por qué lo hiciste?

—Se lo debía a Luka.

—Y otra vez con eso. Tú no le debías ni le debes nada.

—¿No? Mamá mandó a su madre al hospital. Si su madre no hubiese estado en el hospital no hubiera muerto.

—Si ella no hubiera estado en el hospital hubiera muerto en su casa. ¿No dijiste que su padre estaba desmembrado? ¿Qué te hace siquiera pensar que ella se hubiera podido salvar?

—No lo sé. Me gustaría creer que sí hubiera podido hacerlo.

—Hmm... —me miró pensativo, luego resopló—. Yo pienso que lo usaste como excusa para acercarte más a Luka.

—¡Basta, eso no es cierto! —lo reprimí golpeándolo en el brazo.

—Yo te lo advertí. Empiezas dándole alojamiento, salvas a su hermana, le das alojamiento a ella y hasta a su perro, cocinan juntos... Yo pienso que es obvio que allí pasa algo.

—Tu cerebro se atrofió de todas las veces que te masturbaste. De acá veo el humo saliendo de tu cabeza cuando intentas pensar.

—Perra —se rió y yo me reí con él.

—Acá hay una botella. Podemos poner la nafta acá —le ofrecí la botella.

—Agarra más, necesitamos mucho combustible si queremos llegar a donde sea que mamá esté queriendo ir.

Me puse a buscar más botellas cerca de donde encontré la primera —¿Crees que se haya perdido, pero no lo dice para no avergonzarse a sí misma?

—Espero que no sea así, sino, serán horas gastadas en vano en las que pudimos ponernos a salvo. Estar en medio de la calle es como envolverse en carne y tirarse en medio del océano; es obvio que un depredador te va a olfatear y te devorará.

—¿Y si llegamos a morir? —pregunté de pronto una vez que encontré otras tres botellas. Ryan me miró con cautela y confusión—. Vamos, no te hagas el tonto, nosotros somos sólo cinco personas y media más un perro mediano, y esas cosas, por lo que sabemos, podrían ser cientos, miles. Y no son naturales, claro está. Nuestra posibilidad de supervivencia se basa en mil a uno. ¿Y si todos los esfuerzos que hacemos para mantenernos vivos terminan siendo en vano? —le entregué una de las botellas y yo agarré las otras dos para llenarlas.

Mientras se llenaban las botellas Ryan no decía una sola palabra, como si meditara aquello que le había confiado. Tal vez no se lo esperaba.

Cuando la tercera botella se llenó y sólo nos quedaba una, finalmente abrió la boca.

—El que podamos morir mañana no quiere decir que todo lo que hicimos y estamos haciendo sea en vano, porque cada una de las cosas que hicimos nos dio un día más de vida juntos. Así que, aunque acabemos muertos, no creo que nada de lo que pasamos sea en vano.

—A veces dices cosas muy maduras... —comenté, y él me sonrió.

—¿Cómo que "a veces"? ¡Pequeña cucaracha escuálida e ingrata! —exclamaba golpeándome suavemente en la cabeza, pero lo suficientemente fuerte para que doliera solo un poco.

Una vez que la última botella se llenó, Ryan tomó dos y yo tomé las otras dos para volver hacia donde había quedado el auto, donde los demás nos esperaban con impaciencia.

—¿Por qué tardaron tanto? —preguntó papá mientras nos acercábamos.

—Estaba vacío. No había nadie. Y no parecía haber estado alguien ahí hace mínimo una semana. Tuvimos que encontrar botellas y hacerlo por nuestra cuenta —le expliqué y cuando llegué hasta él le entregué mis dos botellas, las cual él tomó y se dispuso a vaciarlas en el tanque, una a una.

—Pues no parece haber nadie aquí. ¿Habrán escapado? —cuestionó mamá más que nada para sí misma.

—Cualquier persona mínimamente cuerda lo haría —le contestó Ryan y le dio sus botellas a papá.

—Seguro se fueron de vacaciones —nos interrumpió Yarilth, quien acariciaba sonrientemente a Freddy.

—Sí, eso es muy posible —le sonreí un poco incómoda.

No me gustaba mentirle a los niños, pero ante cualquier cosa quería preservar lo más posible su inocencia, incluso si eso significara mentirle en ciertas cosas. Era por su bien.

Una vez que las botellas se habían despedido de la última gota de nafta, todos nos subimos al auto para marcharnos lo más pronto posible de ese lugar. Estábamos demasiado expuestos.

El motor encendió y partimos rápidamente hacia nuestro supuesto destino, el cual aún ni siquiera estaba definido. Estábamos yendo hacia la nada, y eso nos ponía aún en más peligro.

Algunos kilómetros más adelante, el parabrisas y todo el cristal estaba cubierto por esas criaturas, quienes saltaban hacia nuestro auto aún en movimiento, quitándonos visibilidad.

Mamá intentó mantener el auto estable mientras papá tocaba la bocina una y otra vez para intentar espantarlos.

Luka ocultaba el rostro de Yarilth en su pecho. Estaba asustada y gritando.

En algún momento que no puedo definir, nuestro auto, en sólo un microsegundo, había quedado estampado con fuerza contra un árbol.

La hora más oscura [√]Where stories live. Discover now