Capítulo 32

289 39 2
                                    

A la mañana siguiente, el que fue a despertarme había sido Luka. Supongo que los demás no se sentían muy confiados de acercarse demasiado a mí notando lo tensa que estaba tomando en cuenta el episodio que había ocurrido con papá unos días antes.

—Ya es hora —me dijo él.

Yo me estiré con pereza de la cama y me incorporé de ella.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer ahora?

—Lo mismo que íbamos a hacer con la camioneta solo que a pie —se burló.

—Ja, ja, ja, eres tan divertido —le respondí con sarcasmo, aunque con un cierto deje de broma.

—Lo sé, soy genial y maravilloso.

—Y engreído —le acoté.

—Pero aún así me quieres, ¿o no? —me movió las cejas.

Ese comentario me había avergonzado, pero su movimiento de cejas hizo que la vergüenza disminuyera y una carcajada saliera en su lugar.

—Casi, Romeo —le di unas palmaditas en el hombro, me levanté de la cama, tomé mi bolso y lo rodeé con intención de irme cuando un tirón me detuvo.

—¿"Casi"? ¿O sea que estoy cerca? —sonrió.

Mierda.

—Soñar es gratis, ¿no? En tiempos como este es todo lo que podemos hacer —me solté y me marché de la habitación.

Cuando llegué a la sala, todos estaban ya organizando los últimos detalles.

—¿Y Luka? —preguntó mamá al verme sola.

—No lo sé —fingí y me encogí de hombros mostrando indiferencia.

—Qué cruel que es de tu parte mentirle a tu madre —comentó Luka desde atrás de mí.

Yo me sorprendí, pero aún así no volteé para no ser tan obvia.

Miré a mamá y ella me estaba observando con una media sonrisa.

Mentalmente le gritaba que no me expusiera de esa forma.

—Ok, ¿ya tienen todo? ¿No se olvidan de nada? —preguntó Marx mirándonos a todos, y como ninguno respondió, asumió que teníamos todo—. Bien, entonces vamos. Tenemos una larga caminata.

Abrió la puerta primero y se quedó sobre el marco de la misma para asegurarse de que no hubiera ninguna de esas cosas a la vuelta, y una vez seguro de esto, avanzó y nos permitió la salida a todos.

La luz del sol nos abrazaba con fervor.

Sabía que estábamos pasando demasiado tiempo encerrados o por lo menos ocultos porque al salir tuve que entornar un poco mis ojos.

Mi vista no estaba acostumbrada a la luz, sino a la penumbrosa oscuridad.

Antes de tomar un rumbo fijo de destino, tuvimos que pasar por una tienda en la que vendieran un mapa, por lo menos para poder diferenciar nuestro destino, el punto exacto en el que nos encontrábamos y cómo podíamos acortar la distancia de una u otra manera.

Teníamos el tiempo contado.

Papá rompió el vidrio de una de las ventanas de la tienda y se puso a buscar allí el dichoso mapa.

En circunstancias naturales, tal acción hubiera sido merecedora de unos meses en la cárcel, pero como obviamente no estábamos bajo circunstancias naturales, simplemente no ocurrió nada.

Cuando finalmente salió de la tienda ya venía con el mapa en la mano.

—¡Aquí está! —anunció él alzándolo.

La hora más oscura [√]Where stories live. Discover now