Capítulo 19

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No podía escuchar con claridad. Estaba consciente, pero mis ojos no respondían a mi mandato de abrirlos.

Quería ver qué pasaba, necesitaba saberlo porque no podía oírlo.

Mis oídos zumbaban y sólo escuchaba unas voces muy bajas; parecían estar a muchos metros de donde yo me encontraba, donde sea que estuviese.

Poco a poco —más lento de lo que me convenía, seguramente—, mis ojos iban respondiendo y con cautela se fueron abriendo, pero aún así mi vista no era la mejor. De hecho, veía borroso y muy movido.

Me recordaba a cuando hay estática en las pantallas de la televisión.

Y las ondas se mueven y mueven.

Las imágenes se movían y movían.

Vi humo. Eso lo pude distinguir. Sin duda era una mala señal, pero mi cuerpo estaba demasiado aturdido como para reaccionar.

Tal vez se quemaba algo.

Miré por el parabrisas. Seguía siendo de noche.

Estaba oscuro antes, ¿verdad?

Las estrellas aún nos iluminaban.

Miré a un lado de mí. Estaba Ryan. Parecía estar inconsciente. Un poco de sangre brotaba de su frente.

Miré hacia el asiento del conductor. Mamá estaba mirando hacia afuera, parecía desconcertada.

¿Qué miraba?

Le seguí la vista.

Ah, estaba papá afuera del auto. Veía su boca modularse formando incontables palabras que para mi cerebro eran indescifrables, pero sí noté que le sacudía los hombros. Parecía intentar hacer que reaccionara. Estaba apurado. Y estaba... preocupado.

¿Por qué estaba preocupado?

Es cierto, los monstruos. Era de noche.

En cuanto lo recordé me incorporé de golpe de mi asiento y mi mundo se tambaleó aún más. Tal vez no debí moverme tan rápido.

Sostuve mi frente como si eso fuera a detener el mareo. Me sentí la cabeza húmeda. Me miré la mano. También había sangre.

Busqué al tanteo el pestillo de la puerta y al tenerlo sobre mi palma lo sostuve y abrí la puerta.

Volví mi mirada hacia Ryan y lo sacudí del brazo.

—Ryan..., despierta.

No me respondía.

—Ryan... —lo volví a sacudir.

Seguía sin responder.

Poco a poco mi cabeza se aclaraba. ¿Acaso era por el miedo?

Miedo de que Ryan no despertaba.

—¿Ryan? Ryan.

—¡Rox! Cariño, ¿estás bien? —me preguntó papá al escuchar mi voz.

—Ryan no despierta —respondí sacudiendo cada vez más rápido su brazo, casi de forma frenética—. ¡Ryan! ¡¡Ryan!!

—Espera, Rox. Tranquila —él fue hasta el otro lado del auto, hacia mí, para sacarme de allí con cautela.

—¿¡Está bien!? —pregunté desde afuera, angustiada.

Pude ver que papá le tomaba el pulso de la muñeca.

Luego en el cuello.

Y luego de eso, lo quedó mirando un momento. No podía ver su cara. ¿Qué clase de expresión estaba poniendo? ¿La que ponen los doctores cuando se dirigen hacia ti para decirte que hicieron todo lo posible o que no tenía posibilidad de sobrevivir y que lamentaban mucho tu pérdida? ¿O la que pones cuando luego de un buen susto, al final todo se resuelve y tú sientes como que te quitaron un bloque de concreto de los hombros?

—Papá, ¿está bien?

Él ladeó la cabeza hacia mí y luego volvió a ver a Ryan. Se mantuvo unos segundos así, en silencio. Me estaba temiendo lo peor. Mis lágrimas comenzaban a asomarse.

Después de un suspiro muy profundo, se incorporó fuera del auto y me observó. Con esa expresión. La de las malas noticias.

—Rox, él...

—¡¡No!! —grité tapándome parte del rostro con ambas manos—. ¡¡No, eso no es verdad!! —lo empujé a un lado con brusquedad sin importarme si estuviese herido y volví a meterme al auto. No podía ser verdad. No podía...—. ¡¡Ryan!! ¡¡Ryan, despierta!! ¡¡Vamos, abre los ojos!! —le pedía entre gritos y llanto mientras sacudía una y otra y otra vez sus brazos—. Por favor... —mi voz se quebró por el llanto—, vuelve a insultarme... Búrlate de mí, haz que tenga que limpiar tu cuarto... ¡¡¡Vamos!!! —Golpeé su pecho por impulso con fuerza y oculté mi rostro sobre este mientras sufría su pérdida.

Papá decía algo, pero no podía escucharlo, mi llanto era estruendoso. Me dolía la cabeza, el pecho y los ojos, pero el llanto no cesaba aunque mi dolor me golpeara.

Sentí unas manos sobre mi cuerpo, mis brazos, queriendo sacarme a la fuerza del auto, pero yo me aferraba al cuerpo de Ryan como si mi vida dependiera de ello.

No podía abandonarlo.

Era una broma. Era una de sus muchas bromas pesadas. Él iba a abrir los ojos, a reírse a carcajadas de mi patética cara y decirme lo estúpida que era por creerse esa broma. Y yo me enojaría con él. Y me reiría. Y lo abrazaría de nuevo, aliviada de que estuviese sano y salvo.

Lo haría. Y no podía hacerlo si me iba y lo abandonaba.

Esas manos que sentí anteriormente tomaron con fuerza las mías obligándome a soltar a Ryan y sacándome a la fuerza del auto. Luego, me envolvió en sus brazos con mucha fuerza soportando mis golpes y mis esfuerzos por soltarme de su agarre.

Seguía llorando incansablemente. Estaba mojando su camisa. Se sentía húmeda, y tibia. Era hipócrita que algo proveniente del dolor se pudiera sentir tan reconfortante.

Luego, una de esas manos que antes me apartó de Ryan me acarició con suavidad el cabello. Su corazón latía algo acelerado, pero no demasiado. Tal vez eran los nervios por el mismo choque.

—Tranquila, está bien. Estarás bien —dijo él con un tono calmado y tranquilizador, pero yo negaba con la cabeza aún en medio de mi llanto—. Estarás bien. Estarás bien —seguía repitiendo él.

Tal vez era alguna especie de conjuro, porque lentamente el llanto se iba apaciguando, hasta que algunos minutos después, cuando ya no tenía lágrima que dar, todo lo que quedó fue la angustia clavada en medio de mi pecho.

Él se separó un poco de mí y me hizo levantar la mirada hacia la suya sosteniendo mi mentón.

—Estarás bien, ¿sí? Pero ahora tenemos que irnos, no podemos quedarnos aquí. ¿De acuerdo? —me preguntó Luka, secando con su dedo el rastro de mis últimas lágrimas.

Yo giré mi cabeza hacia el interior del auto que estaba a mi espalda, hacia Ryan.

—Oye —me hizo reaccionar y volví a mirarlo—. ¿Sí? —yo asentí lentamente con la cabeza—. Bien, vamos.

—Está bien —dijo papá, quien, junto con mamá, iban caminando hacia el interior del bosque a la delantera.

Luka, Yarilth y yo los seguimos desde atrás. Luka iba en el medio, con una mano sosteniendo la mano de Yarilth, quien llevaba a Freddy a su lado, y con su otro brazo abrazándome sobre los hombros.

No sabíamos a dónde íbamos con claridad, aunque en el fondo creía con certeza de que estaríamos a salvo, ya que, a mitad de la noche, en medio del bosque, prácticamente no hay sombras. De hecho, estaba tan oscuro que teníamos prácticamente cero visibilidad.

Todos íbamos caminando muy juntos porque sino corríamos el riesgo de perdernos si nos distraíamos sólo un segundo. No podíamos darnos ese lujo.

Algún búho sonaba desde arriba de nosotros. El viento nos envolvía con calidez como si quisiera darnos algún tipo de esperanza.

Pero lo que no creíamos, era que, en medio del bosque, los búhos no serían nuestros únicos acompañantes.

La hora más oscura [√]Where stories live. Discover now