Capítulo 9

672 92 5
                                    

Qué tan acostumbrado estás a tu mundo, a que sucedan ciertas cosas o incluso tu forma de vivir se puede medir calculando qué tanto te cuesta acoplarte a un repentino y dramático cambio.

Esa noche fue sin duda la peor de todas las que he vivido, o por lo menos, que me acuerdo haber vivido.

Ninguno había podido dormir sin importar qué tan tarde era; el miedo no nos lo permitía.

Aunque el miedo no era nuestro único obstáculo si debo ser sincera.

Desde la ventana de la sala, donde todos estábamos reunidos, acostados en el sofá, en el suelo tapados con mantas o con bolsas de dormir, podíamos escuchar los gritos nocturnos de las personas al ser atacadas por esas cosas.

Esos gritos, por muy valiente que fueras, te quitaba el sueño en un parpadeo.

Le quitaba el sueño a cualquier persona, sin distinción de ningún tipo.

Eran gritos desgarradores, provenientes desde lo más profundo de nuestras gargantas, tan fuerte, que podías sentir cómo las cuerdas vocales ubicadas en esa misma garganta se quebraban.

Y entonces ya no podías hablar.

Y entonces ya no podías gritar.

Un grito. Eso era lo que se escuchaba por persona, nos dábamos cuenta de eso por las diferentes frecuencias vocales. Fueron tantas horas en extrema alerta que en cierta forma pudimos distinguir sonidos que en condiciones normales nos hubieran sonado idénticos.

Pero no era así.

A algunas personas se les desgarraba la garganta desde la cuerda vocal a la cual le corresponde nuestros sonidos más agudos.

A otras personas se les desgarraba la garganta desde la cuerda vocal a la cual le corresponde nuestros sonidos más graves.

A otros se les desgarraba la garganta justo en el medio, y desde ahí seguían a ambos lados como un juego de dominó.

Otros —y esos sí generaban espanto—, se les desgarraba la garganta en sincronía; todas las cuerdas a la vez, de un solo grito.

Y el sonido era extrañamente inconfundible. O eso nos parecía.

Algunos de esos gritos se oían desde calles de distancia, las cuales nos mantenían ligeramente atentos, sabiendo que podían acercarse a nosotros en cualquier momento.

Otros gritos, por el contrario, se oían muy cerca. Demasiado cerca.

Esos gritos nos hacían literalmente saltar de donde sea que estuviésemos acostados y escondernos o, por otra parte, acercarnos a la ventana y ver qué tan cerca estaban.

Algunas veces estaban literalmente en frente de casa, y esas... Mierda. Esas eran las peores de todas. En esos momentos nuestros corazones golpeaban frenéticamente nuestros pechos, tan rápido que apenas podías diferenciar un latido del otro. En esos momentos sabíamos que era todo o nada.

Si resultaba ser nada, estaríamos preparados para recibir a la muerte sin miedo, pero si resultaba ser todo, nos aferraríamos con todas nuestras fuerzas a la vida, sin importar qué.

Octubre 22; 7:57 am.

A medida que el amanecer se aproximaba, nos asustaba pensar que algún rayo de sol se infiltrara en solitario por nuestra ventana, proyectando puertas que esas cosas podrían usar para aniquilarnos, así que rápidamente cubrimos la ventana con esteras y una gruesa cortina que no dejaba pasar una gota de luz. En ese momento sí estábamos completamente a oscuras, por primera vez en todo el día.

Sin embargo, unos sonidos extraños llamaron mi atención, así que con paso sigiloso y cuidadoso me acerqué a la ventana.

—¡Rox, ven acá! ¡¿Qué crees que estás haciendo?! —me gritó papá por lo bajo, pero yo ignoré su llamado.

Con precaución moví sólo dos centímetros la cortina, lo suficiente para que mi ojo pudiera ver a través de la ventana, y lo que vi sacudió todo mi sistema nervioso.

—¡Oigan, vean esto! —les grité a todos haciéndoles señas con las manos para que se asomaran junto a mí.

Dudaron unos momentos en hacerlo, se miraban unos a otros intentando disernir las dudas y los miedos hasta que al final todos se levantaron y se encaminaron a la ventana para observar.

—¿Qué es eso? —preguntó Luka iluso.

—Parece como si estuvieran escapando... —comentó mamá.

En efecto, las criaturas se quejaban y se iban corriendo hacia las sombras que aún tenían, mientras que otros simplemente se disolvían en el aire como una masa gelatinada, luego agua y finalmente vapor.

—¿Pero escapando de qué? —papá siguió la pregunta.

Miré al horizonte y vi unos rayos de sol asomándose. —Del sol. De la luz —abrí confiadamente las ventanas de par en par y retiré las esteras para que todos vieran lo mismo que yo.

Mientras el sol se abría paso entre los cientos de incontables edificios, esas cosas parecían huir de tal forma como si su vida dependiera de ello.

Y tal vez así era...

—¿Ustedes ven lo mismo que yo? —papá preguntó.

—Se están yendo —afirmó Ryan feliz.

Sin embargo, mientras ellos sonreían, yo no podía hacer más que lamentarme.

Eran muchos muertos los que habían por donde mirase. La sangre abundaba por doquier y las moscas ya se habían instalado. Una vez que abriéramos la ventana o la puerta, el fétido hedor a muerte y putrefacción nos inundaría las fosas nasales hasta el vómito. Ya lo veía venir. Era lógico.

—Voy a hacer café para todos. Vengan —ofreció mamá, pero yo no podía dejar de ver todos aquellos cuerpos, y mientras ellos se dirigían a la cocina yo, con toda la fuerza de voluntad que tenía, fui hasta la puerta principal.

Frente a ella, respiré profundamente, tanto como me lo permitían mis pulmones, y abrí de una la puerta par así no tener la oportunidad de arrepentirme.

Era una masacre.

Me sentía como en esas películas apocalípticas de zombies, virus mortales y cosas así. Por un momento incluso me acerqué a la calle preguntándome si en toda la cuadra había quedado alguien vivo.

Miré de un lado de la calle.

Miré al otro.

No había movimiento por ninguna parte.

¿Habrían muerto todos los de la cuadra?

Sin duda el último problema que podríamos tener sería una disputa entre vecinos.

Sonreí ante ese pensamiento irónico y volví al interior de la casa, al comedor, donde todos estaban sentados alrededor de la mesa bebiendo café caliente y comienzo donas, galletas, incluso crousants.

—Ahí estás, Rox, ven —me invitó papá a sentarme, señalando el asiento vacío que esperaba acompañado de una taza de café todavía caliente y unas donas sobre un platillo.

Donas de chocolate con chispas de colores.

Sonreí ante esa imagen, pero igualmente me negué.

—Tal vez después, papá, quiero ver si dicen algo en la tele —me giré sobre mi eje y fui a la sala. Prendí el televisor y busqué un canal de noticias que hablara de lo que estábamos pasando.

Me estresaba que habían canales que hablaban de política, como quién sería electo para presidente, algo de la sala de diputados, una entrevista con...

¿Quién?

No importa.

Luego de múltiples intentos fallidos encontré lo que buscaba, y no era nada a lo que me esperaba.

La hora más oscura [√]Where stories live. Discover now