Capítulo 40

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Finalmente llegué al almacén.

Me detuve frente a él y fijé mi atención en la ventana rota. El cristal en incontables pedazos dispersados en el suelo, tanto dentro como fuera del local.

Sentía que si bajaba la guardia por solo un segundo me iba a desplomar al suelo.

No entendía con exactitud por qué, si sabía lo que estaba al fondo de ese lugar.

Ah, claro...

Era precisamente porque sabía qué era lo que había al fondo.

Y tenía miedo de verlo, porque tenía miedo de cómo iba a reaccionar.

Caminé con lentitud hacia el interior del almacén. Esquivé los trozos de vidrio más grandes mientras que los pequeños no me importaba ni preocupaba pisarlos.

Mientras iba avanzando hacia el pasillo, recorrí con la mirada cada pequeño espacio al que alcanzaba mi vista.

Recordaba cada palabra de Marx, cada lugar por el que pasaron, así que centraba mi atención en ellos, obligándome a mí misma solo por unos segundos de olvidar hacia dónde me estaba dirigiendo para ver qué.

Eso es a lo que llaman... negación, ¿no?

Una vez que llegué a la puerta del depósito —que estaba cerrada—, me detuve para tomar el coraje necesario y, entonces, casi enseguida, pude sentir el llanto brotando desde alguna parte de mí.

Subía como la marea, con extrema rapidez.

Aún así, lo contuve todo, tragué mi angustia y abría la puerta.

Ni bien la puerta empezó a abrirse, salió de esa pequeña habitación el olor encerrado a muerte y pudrición, aunque no era tan fuerte como pensaba que era.

O tal vez, era yo misma convenciéndome de que el olor a putrefacción no estaba allí, colándose por mis fosas nasales.

O, tal vez, la angustia que retenía dentro de mí hacía que el olor no lograra entrar en mi sistema respiratorio.

Como sea, no importaba.

Me introduje en el depósito y caminé hacia el cuerpo de papá.

Su herida en el hombro se veía demasiado mal, e incluso habían llegado las moscas y algunas hormigas para deleitarse con su carne y su sangre.

Me senté en el suelo, me encargué de espantar a todos los insectos y luego sostuve a papá.

—Hola, papá... —mi voz apenas salía de un hilo. Aclaré mi garganta y tragué saliva—. Estoy aquí. Ya estoy aquí —lo levanté como pude, lo suficiente como para poder abrazarlo.

Sentía su cabello rozándome la punta de los dedos, y entonces los recuerdos me invadieron.

Y entonces, las lágrimas me invadieron.

—Tranquilo. Ya estoy aquí. Ya estoy contigo... —le susurré mientras lo mecía aún entre mis brazos—. Te eché mucho de menos —dije.

Luego, apoyé con mucho cuidado su cabeza sobre mi falda y apoyé mi espalda contra la pared.

—No te preocupes por mamá; ella está a salvo, en casa. Ella..., se sintió triste por lo que pasó, aunque en este caso la que acabó llorando fui yo y no ella —comenté riéndome mientras me secaba las lágrimas—. Parece que cambiamos papeles, ¿no te parece?

De pronto, por la puerta del depósito entró Luka. Él se introdujo en él.

En el marco de la puerta, sin embargo, podía notar una sombra. Una sombra femenina.

La hora más oscura [√]Where stories live. Discover now