Prólogo contextual

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A finales del siglo XXI, los principales líderes mundiales propusieron una nueva vía de expansión a los humanos, algo totalmente innovador que sin lugar a dudas renovaría cultural, social y económicamente la sociedad humana. Se trataba de algo que anteriormente muchos artistas (pintores, escritores, cantantes, escultores...) se animaron a idealizar y que en aquel momento, a punto de entrar de lleno en el siglo XXII, iba a hacerse realidad. La nueva gesta de nuestra especie era nada más y nada menos que la culminación de la longeva conquista espacial. Los científicos ya habían desarrollado los materiales que perfectamente podrían adaptar la vida humana, tal y como era conocida, a la inhospitalidad que nos mostraba y nos muestra el Universo.

En los años posteriores se llevaron a cabo varias expediciones espaciales a distintos puntos de nuestro planeta vecino, Marte, con objeto de preparar la fundación de las primeras colonias extraterrestres, todas cercanas entre ellas, ubicadas en una zona determinada de Marte. Este acto se coló entre nuestra sociedad como una buena noticia, un buen augurio que traería a nuestra especie prosperidad y un nuevo porvenir. Una década después del inicio del siglo XXII, del que ya se decía que traía con él una nueva era para la humanidad, se fundó la primera colonia fuera de Marte y la primera en no ubicarse en un planeta, sino en uno de los satélites de Júpiter, Ganímedes. Cabe decir que éste es el mayor satélite del Sistema Solar, mayor incluso que el planeta Mercurio. A partir de la fundación de la primera colonia en este satélite, comenzaron a fundarse otras de forma inmediata, incluso en otros satélites como Calisto o Titán, pertenecientes a Saturno y bastante más lejos de la Tierra.

Aunque todo esto estuviese sucediendo realmente y el hombre estuviese llegando a habitar lugares que solo habitó en sus egocéntricos sueños, poco habría de durar la alegría. No habían llegado aún los mediados del nuevo siglo, cuando una de las más importantes colonias en Titán quedó completamente destruida. Aún cuando las pruebas llevadas a cabo por los más destacables científicos revelaron que la vida humana más allá de la Tierra era posible y favorecedora para la especie, en realidad no lo fue. La prueba de ello era Titán, cuyas edificaciones habían quedado completamente destrozadas por fuerzas universales que los humanos eran incapaces de controlar ni resistir por aquel entonces. Reforzando esta teoría, las colonias establecidas en Titán y Calisto acabaron destruyéndose arbitrariamente hasta que ambos satélites quedaron abandonados. Los pocos supervivientes decidieron regresar a la Tierra, conscientes del riesgo que suponía vivir allí, aunque todos ellos murieron antes de alcanzar el Planeta Metrópolis, como se le conocía en las colonias. 

¿Cómo había podido suceder eso? Todos los líderes mundiales se formulaban aquella pregunta, pero eran incapaces de responderla. Ni siquiera aquellos científicos que habían asegurado tener todo bien estudiado podían ahora encontrar una respuesta a tanta incertidumbre. ¿Cómo podían haber quedado las colonias en aquel estado? ¿Qué fuerza universal podría haber destruido de aquella forma unas colonias construidas con materiales que resistirían a los mismísimos vientos solares? Deberían haber resistido cualquier perturbación, pero claro estaba que no lo habían hecho.

A mediados del siglo XXII, la mayoría de las colonias extraterrestres habían quedado abandonadas en toda su totalidad. Nadie quería arriesgarse a sufrir aquella terrible muerte y todos los humanos que vivieron en el espacio regresaron de este modo a su planeta. Sin embargo, tanta era la preocupación por la destrucción y el fracaso de las colonias que apenas se dieron cuenta de la realidad. Una realidad que no sólo les haría perder las colonias, sino su propio hogar: La Tierra. ¿Cuántas veces se esforzaron algunos en recordar el delicado equilibrio que rige nuestro mundo? Miles, e incluso me atrevería a decir que millones. Pero no es importante el número de veces que se advirtió del importante peligro que corría nuestro hogar, pues el número verdaderamente importante es las veces que nos lo tomamos en serio. Y ese número es 0. Pocas fueron las veces en que la gente se planteó cambiar su estilo de vida para dañar menos la Tierra, su hogar. Y ninguna de esas veces duraron lo bastante como para augurar una recuperación importante o digna de mención. Como consecuencia de esto, perdimos lo que durante tanto tiempo arriesgamos. La Tierra inició su lenta y agonizante muerte.

Primero fueron las erupciones volcánicas. Sin razón aparente se registró actividad volcánica en puntos tan distintos como Indonesia, Estados Unidos, Japón, Islandia... Volcanes de todo el mundo se tornaron repentinamente muy agresivos y volcanes que habían permanecido dormidos por siglos despertaron sin previo aviso. Mientras esto sucedía, comenzaron a registrarse graves tormentas provenientes del mar (huracanes) y maremotos o tsunamis que de forma completamente arbitraria comenzaron a asolar los cinco continentes poblados. Los científicos eran totalmente incapaces de detectar a tiempo las catástrofes naturales, pues tan pronto surgían como desaparecían. El mundo se había vuelto loco, completamente enfermo. Consciente de eso, la intelectualidad no tardó en llegar a la conclusión de que la Humanidad había entrado en una nueva edad. Dejamos atrás la Edad Contemporánea, conocida también como Primer Periodo Digital, para sumergirnos completamente en una nueva fase histórica nacida a mediados del siglo XXII, una era conocida como Era Calamitosa.

Así, el mundo comenzó a morir lentamente. No fue una muerte natural y esperada, sino un brutal asesinato que los humanos habían llevado a cabo contra su único hogar, su verdadera familia, su planeta. En la Edad Calamitosa parecía más que inminente el destino final de nuestra especie, pero nuevamente la ciencia nos dio una alternativa a la que aferrarnos. Era un remoto planeta ubicado en los confines de nuestra galaxia. Su nombre era Ragna-III y los científicos ya lo habían estudiado anteriormente, conociendo así que el planeta formaba parte del sistema Ragna, un sistema similar al nuestro con una estrella mediana en torno a la cual giraban cuatro planetas y un cinturón de asteroides. Lo que los científicos no habían descubierto hasta entonces era que aquel planeta tenía un 86% de posibilidades de ser compatible con la vida humana, ya que era muy similar a la Tierra en cuanto a dimensiones y atmósfera, pero creían que hacía falta investigarlo más.

Los líderes mundiales, tras conocer la noticia de que Ragna-III tenía muchísimas posibilidades de ser el nuevo hogar de la especie, decidieron crear un proyecto que asegurara un mañana para nuestra civilización. Cada minuto que pasaban en la marchita Tierra era un minuto menos de vida para lo humanos. Sin embargo, los científicos sabían los riesgos que existían al ir allí sin antes haber estudiado el planeta en profundidad. El Universo, a pesar de encontrarse a mediados del siglo XXII, seguía siendo un profundo pozo de secretos ocultos al ojo humano. La desesperación, las constantes muertes y saqueos, las abundantes catástrofes naturales y el profundo convencimiento de que la Tierra no duraría presionaban a los líderes mundiales. Tenían que abandonar el planeta cuanto antes. Conscientes de todo lo que ahora estaba en juego, los científicos diseñaron un proyecto que debería determinar si era mejor el mal conocido o lo bueno por conocer. Recibió el nombre de Kivoo. Era una trama oscura que pretendía asegurar los intereses de los líderes mundiales, pero dejaba desamparadas a miles de personas sumidas en la incertidumbre y el caos. 

Esta historia cuenta cómo una de esas personas descubrió la trama Kivoo y se dedicó a acabar con la corrupción que muchos querían imponer en un mundo devastado y moribundo, el mundo que Lana pretendía sanar y limpiar únicamente por sus dos hijos.

Esta historia cuenta cómo una de esas personas descubrió la trama Kivoo y se dedicó a acabar con la corrupción que muchos querían imponer en un mundo devastado y moribundo, el mundo que Lana pretendía sanar y limpiar únicamente por sus dos hijos

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