Between [XiCheng] [Mo Dao Zu...

By EKurae

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Es de conocimiento común que, tras los trágicos eventos del templo GuanYin, Lan XiChen, líder de Gusu Lan, de... More

Capítulo 1: Mis sueños nunca han sido tan realistas
Capítulo 2: ¿Dónde se desayuna por aquí?
Capítulo 3: Es un poco pronto para beber, ¿no crees?
Capítulo 4: Así que esto es un teléfono
Capítulo 5: Eso ha dolido más de lo que debería
Capítulo 6: Ya me mando yo al sofá
Capítulo 7: ¿Cómo que veintitrés de marzo?
Capítulo 8: No, no ha sido un lapsus freudiano
Capítulo 9: Lo poco que tenemos en común
Capítulo 10: Si suena a locura y parece un disparate...
Capítulo 11: El arte de salir de situaciones incómodas
Capítulo 12: Toda esta calma me huele a tormenta
Capítulo 13: Otra vez no
Capítulo 14: Me miras como si supiera algo del siglo XXI
Capítulo 15: ¿Para que sirve una cinta de correr si sigo en el mismo sitio?
Capítulo 16: Debería cuidar por dónde piso
Capítulo 17: Vamos a ver, tengo un móvil y no sé utilizarlo
Capítulo 18: Solo creo que eres hermoso
Capítulo 19: Podemos encontrarnos a medio camino
Capítulo 20: Y si no estoy loco, ¿qué está pasando aquí?
Capítulo 21: Así que sabes que sé lo que no quiero que sepas
Capítulo 22: Nos adentramos en terreno desconocido
Capítulo 23: Prefiero decir hasta luego
Capítulo 24: Interludio y pausa para la publicidad en La Sonrisa del Emperador
Capítulo 25: Interludio y pausa para la publicidad en el Muelle del Loto
Capítulo 26: Dicen que la segunda parte siempre es la más interesante
Capítulo 27: Si bebes, ni vueles en espada ni conduzcas
Capítulo 28: Este mundo es más complejo de lo que pensaba
Capítulo 29: El don de la oportunidad no es lo nuestro
Capítulo 30: Hay formas mejores de decir las cosas, ¿y qué?
Capítulo 31: Vamos por partes, por favor
Capítulo 32: Mientras nadie muera antes del postre, todo irá bien
Capítulo 33: ¿No me vais a ofrecer una copa?
Capítulo 34: Mejor lo hablamos mañana
Capítulo 35: Al final lo de ir al psiquiatra no suena tan mal
Capítulo 36: Empecemos atendiendo a razones
Capítulo 37: Separemos lo real de lo... ¿real?
Capítulo 38: ¿Podríamos acercarnos solo tres milímetros más?
Capítulo 39: Nos han echado un mal de ojo
Capítulo 40: O de cómo torcer en la dirección equivocada
Capítulo 41: Ni las películas me entrenaron para esto
Capítulo 42: Experimentemos un poco de todo
Capítulo 43: ¡Aguanta!
Capítulo 44: No esperes que no me enfade
Capítulo 45: Todavía no está todo dicho
Capítulo 46: La próxima vez, ¡llama antes de entrar!
Capítulo 47: En toda buena mudanza faltan cajas
Capítulo 48: No sé yo si esto es legal
Capítulo 49: No, sin duda esto no puede ser legal
Capítulo 50: ¿Me dejarás preguntar?
Capítulo 51: Ahí vamos una y otra y otra vez
Capítulo 52: ¿Que tu gata qué?
Capítulo 53: ¿Veterinario? ¿Debería tener miedo?
Capítulo 54: ¿No deberían haberte dado puntos por esto?
Capítulo 55: A todo se le puede dar una oportunidad
Capítulo 56: Yo también te quiero
Capítulo 57: Lo que no pase en la radio...
Capítulo 58: Los hay inoportunos y luego está Wei WuXian
Capítulo 59: Porque quedarnos como estamos no es una opción
Capítulo 60: Entre hermano y hermano
Capítulo 61: Esto no tiene tan mala pinta
Capítulo 62: La familia política me asusta más que la muerte
Capítulo 63: Por favor, por favor, que a nadie le dé un ataque al corazón
Capítulo 64: No te lo dejes en el tintero
Capítulo 65: ¿Seguro que este cuento se ha acabado?
Epílogo 2: El despertar del Muelle del Loto

Epílogo 1: El despertar del siglo XXI

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By EKurae

En una cocina abierta que daba a un salón con tarima flotante, cierto presentador de cierto programa de radio un tanto transgresor se preparaba un café solo como hacía todas las mañanas. Aquella era, sin embargo, de las primeras que lo tomaba apoyado en esa nueva encimera de mármol veteado, contemplando como la dulce luz del sol se derramaba sin filtros a través de los enormes ventanales del salón. Le encantaban, la luminosidad del dúplex era uno de sus mayores atractivos. Llevaba una media sonrisa dibujada ante la vista del cachorrito de samoyedo que habían adoptado hacía poco, Liebing, mientras jugueteaba con el único de los hijos de Zidian que se habían quedado, Sandu. La gata, que se consideraba madre de ambos cachorros, los contemplaba altiva desde la barra de la cocina, a su lado, moviendo la cola de izquierda a derecha. Maullaba muy de vez en cuando, pero ninguna de las dos crías se lo tomaba como una llamada de atención. Quién sabe si lo era o no, pero no lo parecía. Tampoco se lo tomó como tal el dueño de las tres mascotas, que parecía estar más interesado en terminar su desayuno para poder marcharse al trabajo.

Justo cuando Jiang Cheng dejaba su taza de café en la pila de la cocina para fregarla más tarde, Lan Huan bajó por las escaleras rumbo al salón. Se besaron al saludarse, ambos felices de tener más tiempo por las mañanas para perderse el uno en el otro sin prisa. El pelo del escritor todavía estaba húmedo, plagado de las pequeñas gotitas cristalinas que se habían venido con él desde la ducha. Se tocaron con dulzura y se perdieron en esas manos que podían usar para sostenerse mutuamente pasara lo que pasara. Lan Huan le tentó para desayunar juntos y —aunque ya hubiese comido— el locutor no pudo evitar ceder y servirse la segunda taza de café de la mañana. La necesitaría para mantenerse despierto en el estudio de grabación, porque habían trasnochado. Las marcas de arañazos en su espalda y de mordiscos en sus muslos lo revelaban.

Total, siempre iba con dos cafés encima como mínimo. Aquel día tampoco sería una excepción. 

Hacía cosa de un mes y medio desde aquel último sueño. Un mes desde que se mudaron juntos, tres semanas desde el nacimiento de los cachorros de Zidian y poco más de una desde la adopción de Liebing. No eran lo que se dice una familia convencional, pero Jiang Cheng estaba más que feliz con ello. Y Lan Huan también. No había tenido más intercambios desde entonces, no habían vuelto a saber del otro mundo. Lo que conocían como vida normal podía seguir recibiendo ese nombre. 

Mejor así.

-Por cierto -comentó Lan Huan mientras saludaba a Zidian con una palmada cariñosa en la cabeza. Estaban hablando de todo un poco para llenar ese momento hasta que las tostadas salgan del microondas y se les pueda untar guacamole-, ¿te llegué a contar que Lan XiChen y Jiang WanYin iban a casarse?

Jiang Cheng escupió (casi) el contenido de su taza sobre Zidian. La gata le fulminó con la mirada antes de bajar de un salto y dirigirse a lamer a los dos cachorros, porque opinaba que ya era hora de su baño matutino. A la pequeña Sandu no le hacía mucha ilusión, pero a Liebing parecía que le encantaba ser mimado por su madre gata. También le encantaban los baños, pero los de burbujas, por eso se unía a Lan Huan y a Jiang Cheng en la bañera cuando dejaban la puerta abierta. Desde la barra de la cocina, el locutor le dedicó a su novio una mirada dudosa como poco.

-¿De verdad creen que es buena idea? -Masculló con una ceja alzada-. Quiero decir, ¿no acaban de empezar?

-Sí, bueno, pero ya se sabe. En la antigüedad eran más tradicionales.

-Ajá. Claro, más tradicionales pero ellos tienen matrimonio igualitario y nosotros no. Ya me jodería.

-¿Eso que huelo es vinagre?

-Eso que hueles, baobei, es indignación pura y dura. Y café. La indignación huele a café.

Mientras untaba esa pasta verde de aguacate que tanto le gustaba (y que Jiang Cheng jamás sería capaz de entender por qué, a él no le sabía a nada) sobre el pan tostado, Lan Huan dejó escapar una risa  suave. Liebing ladró, como si quisiera entender también las bromas de sus dueños. Se ganó el tener a Sandu poniéndole las patitas en el hocico para hacerle callar.

-¿Por qué indignación?

-Porque últimamente estoy activista, ¿vale? Creo que voy a empezar a hacer monólogos reivindicativos en mi sección del programa, y ni Wei Ying ni HuaiSang podrán pararme.

-Conociéndoles, no creo que quieran. -Habló el escritor-. ¿Con tu sentido del humor?

-Por supuesto que sí.

-Nunca sabré si eres maravilloso o me das miedo, A-Cheng.

-Las dos son válidas.

-También es verdad. 

-Es que, de verdad, ¿matrimonio? ¿Qué es lo siguiente? ¿Que me cuentes que su primera vez fue un éxito?

-Por lo que pude ver, me atrevería a decir que sí.

Con cara de asco, Jiang Cheng puso los ojos en blanco.

-Ugh. Eso sí que es pura ciencia ficción.

-La nuestra tampoco fue tan mal.

-Para empezar, la primera vez que follamos ni siquiera follamos como tal. Y en la primera de verdad me tiraste de la cama por accidente y me torcí el tobillo. Y no sabes lo jodido que fue explicarle a mi madre por qué cojeaba tanto. -Gruñó el locutor. Casi ocho años y todavía estaba resentido por eso-. Tuve que decirle que me había caído por las escaleras de la uni.

-Sigue sin superar a la vez que tuviste que salir en calzoncillos por la ventana porque mi tío casi nos pilla. -Se atrevió a puntualizar el escritor.

-Touché. 

Dándole un muerdo a su desayuno, Lan Huan enarcó una ceja un tanto divertido.

-Pero, dejando a un lado que sin duda no tienen un historial tan escabroso como el nuestro, y menos mal, ¿por qué parece que no te alegras por ellos?

El presentador de radio frunció el ceño al ver que su novio debía haber malentendido sus palabras.

-A ver, no es que no me alegre. -Comenzó, sentándose sobre la propia barra de la cocina en vez de en cualquiera de los taburetes. Tenía las rodillas un poco separadas, lo justo y necesario como para que su postura pareciese una invitación. Era una invitación, y Lan Huan estaba empezando a entenderlo, porque las pillaba al vuelo-. Es que me da la sensación de que van muy rápido, no sé.

-A nosotros nos ha ido bien.

-Después de casi dos años liados de forma no oficial, cuatro juntos y una ruptura larga entre medias. 

-Digamos que tenían prisa.

-Mucha.

-Son más mayores y más maduros de lo que nosotros éramos, A-Cheng. -Suspiró el escritor. Al final tuvo que dejar su tostada a medio comer a un lado para colarse entre las piernas de su novio y besar sus labios, porque no podía resistirse a tentaciones como esa-. Les irá bien, estoy seguro.

-¿Tú crees?

-Sí. A nosotros nos va bien, ¿no?

Con una media sonrisa de las suyas, Jiang Cheng contempló primero a su novio, luego a sus mascotas y luego al dúplex que los rodeaba y cuya hipoteca estarían siglos pagando. Qué romántico sonaba eso. Aunque... en realidad se podría decir que les iba incluso mejor que bien, por eso acabó cediendo al asentir con la cabeza.

-Puede que sí.

-¿Solo puede?

-Solo puede.

Lan Huan tuvo que reír, porque su novio era imposible. Sus labios se encontraron un par de veces al rodear el locutor su nuca con los brazos. El minutero del reloj de la cocina seguía corriendo fuera de su alcance pero, como ahora vivían a unos diez minutos a pie de la emisora, nada podía importarles menos que la hora.

Solo tras un par de roces acalorados decidieron que, como todo buen lunes por la mañana, les tocaba ser adultos responsables, y los adultos responsables no deben llegar tarde al trabajo por estar estrenando la cocina (porque, de momento, además de las dos habitaciones y el baño solo habían probado a hacerlo en las escaleras, y estuvieron a puntito de matarse; se ve que el equilibrio de uno empeora cerca del orgasmo). De un saltito, Jiang Cheng se bajó de la barra. Se llevó de regalo un cachete suave en una nalga al que respondió dándole a su novio un mordisco en la mejilla. Miró la pantalla de su móvil mientras el escritor se quejaba entre risitas entrecortadas. Todavía le quedaba casi una hora.

-¿Te vas ya al estudio?

-No, aún tengo algo de tiempo. -Contestó, recuperando la taza de café que había dejado olvidada y vaciando su contenido-. ¿Por?

-Es solo que... -durante un par de segundos, Lan Huan calló mientras le examinaba. Pasó una mano por su cabello como si tuviese algo en mente, evaluando la longitud de esos mechones que había dejado de cortarse y que estaba empezando a teñir de violeta en las puntas. Cuando llegó al trabajo así después de dejar el baño hecho un circo, Wei Ying le preguntó el por qué de esas pintas (que le sentaban de maravilla, por cierto). Se había limitado a contestar que le apetecía un cambio de look y es que era la más pura verdad-, se me acaba de ocurrir una idea. Espera aquí.

Jiang Cheng frunció el ceño, pero antes de que pudiera preguntar nada su novio ya había salido corriendo en dirección al baño del piso de arriba. Confuso, el presentador de radio se limitó a encogerse de hombros, pasar al salón y sentarse en el suelo, al lado de su gata. Porque el sofá, por cómodo que fuese, estaba sobrevalorado. Los dos cachorros tardaron entre menos y nada en subírsele encima, cada uno trepándole por una rodilla distinta. Eran adorables.

El escritor regresó apenas un par de minutos después, con una goma de pelo, unas cuantas horquillas y un peine. Sin mediar palabra se arrodilló detrás de él para dejar que siguiese jugando con sus mascotas mientras pasaba el peine por las finas hebras de cabello negro recién lavado. Crecían cada día y ya le llegaban por debajo de los hombros. No dejaría que se alargase mucho más, pero le gustaba la melena.

-¿Desde cuándo te ha dado por jugar a ser peluquero, A-Huan?

-Desde nunca, pero ya sabes cómo soy cuando tengo una idea.

-¿Es alguna clase nueva de fetiche acaso?

-No todo en nuestra vida gira en torno al sexo, A-Cheng.

-Debatible. -Masculló. Como contestación Lan Huan se atrevió a darle un pequeño tirón, y él dejó escapar un bufido que parecía una risa, y que en realidad camuflaba algo parecido a un murmullo complacido-. Muy debatible. 

Como sabía que su novio tenía razón en eso, el escritor no dijo nada en respuesta. No podría, no tenía argumentos con los que responder. Solo sonrió y siguió desenredando mechón a mechón las hebras de cabello que sostenía entre sus manos, hasta dejar una cascada corta y lustrosa. Una vez estuvo satisfecho, dejó que dos mechones cayesen por delante de su flequillo para enmarcarle el rostro y tomó de un lateral el cabello suficiente como para repartirlo en tres y formar una trenza fina. Jiang Cheng no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo a su espalda, así que se limitó a dejarse hacer mientras emitía cortos ronroneos que le atribuiría al estar acariciando a dos cachorros. Por supuesto, su novio y la habilidad con las manos de su novio no tenía nada que ver. ¡Nada de nada! 

No se lo creía ni él, en realidad. Ni Zidian, que lo miraba como si le estuviese llamando bobo, ni Sandu, que había heredado la mirada juiciosa de su madre. Liebing solo movía la colita contento. 

Una vez la primera trenza estuvo hecha, Lan Huan la sujetó sobre la parte posterior de su cabeza con un par de horquillas. Luego se dirigió al lateral derecho y repitió el proceso, trenzando con habilidad las hebras de cabello que solo en sus manos dejaban de ser rebeldes y ásperas. Le hizo ese recogido que era la marca personal del líder de secta Jiang, porque desde que lo vio no había podido evitar pensar en cómo le quedarían las trenzas a su A-Cheng. Se había pasado días pensando en hacérselas, pero no llegó a atreverse a intentarlo hasta que la curiosidad no resultó incontenible. No sabía muy bien por qué tanta parsimonia, pero ahora se alegraba de haber esperado hasta ese instante para dar un paso al frente. No se equivocaba, le quedaban de maravilla.

Con movimientos suaves y precisos, ató las dos trenzas juntas con la goma de pelo, dejando que el largo sobrante de los dos mechones le cayera por detrás y se confundiese con el resto del pelo sin recoger. Incapaz de sobreponerse a la tentación, le peinó por última vez el cabello con los dedos y depositó un beso en la parte de su nuca que siempre quedaba al descubierto al mover su cabeza.

-¿Ya está? 

-Ya está. Mírate a ver qué te parece.

Con una mano, el locutor se quitó de encima a la pequeña Sandu. Liebing saltó solo de vuelta al suelo, correteando siempre entre las gatas como una bolita de pelo branca entre dos monstruitos hechos de oscuridad. Luego sacó su móvil y puso la cámara interior. Al contemplar el semi recogido y lo mucho que parecía favorecerle, casi como si estuviera hecho para él, una sonrisa inevitable amenazó por extenderse por sus labios e invadir su rostro. Fue justo cuando Lan Huan decidió aparecerse por el radio de alcance de la cámara para dejar un sonoro beso en una de sus mejillas. Por casualidades de la vida, Jiang Cheng optó por apretar el botón rojo de la pantalla y dejar ese momento inmortalizado en forma de selfie. 

Y que todas sus mañanas fuesen como aquella, juntos en una foto a todo color que representase cada capítulo de su historia compartida.

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Recordad que os queda otro epílogo. ¡La lectura continúa!

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