Between [XiCheng] [Mo Dao Zu...

By EKurae

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Es de conocimiento común que, tras los trágicos eventos del templo GuanYin, Lan XiChen, líder de Gusu Lan, de... More

Capítulo 1: Mis sueños nunca han sido tan realistas
Capítulo 2: ¿Dónde se desayuna por aquí?
Capítulo 3: Es un poco pronto para beber, ¿no crees?
Capítulo 4: Así que esto es un teléfono
Capítulo 5: Eso ha dolido más de lo que debería
Capítulo 6: Ya me mando yo al sofá
Capítulo 7: ¿Cómo que veintitrés de marzo?
Capítulo 8: No, no ha sido un lapsus freudiano
Capítulo 9: Lo poco que tenemos en común
Capítulo 10: Si suena a locura y parece un disparate...
Capítulo 11: El arte de salir de situaciones incómodas
Capítulo 12: Toda esta calma me huele a tormenta
Capítulo 13: Otra vez no
Capítulo 14: Me miras como si supiera algo del siglo XXI
Capítulo 15: ¿Para que sirve una cinta de correr si sigo en el mismo sitio?
Capítulo 16: Debería cuidar por dónde piso
Capítulo 17: Vamos a ver, tengo un móvil y no sé utilizarlo
Capítulo 18: Solo creo que eres hermoso
Capítulo 19: Podemos encontrarnos a medio camino
Capítulo 20: Y si no estoy loco, ¿qué está pasando aquí?
Capítulo 21: Así que sabes que sé lo que no quiero que sepas
Capítulo 22: Nos adentramos en terreno desconocido
Capítulo 23: Prefiero decir hasta luego
Capítulo 24: Interludio y pausa para la publicidad en La Sonrisa del Emperador
Capítulo 25: Interludio y pausa para la publicidad en el Muelle del Loto
Capítulo 26: Dicen que la segunda parte siempre es la más interesante
Capítulo 27: Si bebes, ni vueles en espada ni conduzcas
Capítulo 28: Este mundo es más complejo de lo que pensaba
Capítulo 29: El don de la oportunidad no es lo nuestro
Capítulo 30: Hay formas mejores de decir las cosas, ¿y qué?
Capítulo 31: Vamos por partes, por favor
Capítulo 32: Mientras nadie muera antes del postre, todo irá bien
Capítulo 33: ¿No me vais a ofrecer una copa?
Capítulo 34: Mejor lo hablamos mañana
Capítulo 35: Al final lo de ir al psiquiatra no suena tan mal
Capítulo 36: Empecemos atendiendo a razones
Capítulo 37: Separemos lo real de lo... ¿real?
Capítulo 38: ¿Podríamos acercarnos solo tres milímetros más?
Capítulo 39: Nos han echado un mal de ojo
Capítulo 40: O de cómo torcer en la dirección equivocada
Capítulo 41: Ni las películas me entrenaron para esto
Capítulo 42: Experimentemos un poco de todo
Capítulo 43: ¡Aguanta!
Capítulo 44: No esperes que no me enfade
Capítulo 45: Todavía no está todo dicho
Capítulo 46: La próxima vez, ¡llama antes de entrar!
Capítulo 47: En toda buena mudanza faltan cajas
Capítulo 48: No sé yo si esto es legal
Capítulo 49: No, sin duda esto no puede ser legal
Capítulo 50: ¿Me dejarás preguntar?
Capítulo 51: Ahí vamos una y otra y otra vez
Capítulo 52: ¿Que tu gata qué?
Capítulo 53: ¿Veterinario? ¿Debería tener miedo?
Capítulo 54: ¿No deberían haberte dado puntos por esto?
Capítulo 55: A todo se le puede dar una oportunidad
Capítulo 56: Yo también te quiero
Capítulo 57: Lo que no pase en la radio...
Capítulo 58: Los hay inoportunos y luego está Wei WuXian
Capítulo 59: Porque quedarnos como estamos no es una opción
Capítulo 60: Entre hermano y hermano
Capítulo 61: Esto no tiene tan mala pinta
Capítulo 62: La familia política me asusta más que la muerte
Capítulo 63: Por favor, por favor, que a nadie le dé un ataque al corazón
Capítulo 64: No te lo dejes en el tintero
Epílogo 1: El despertar del siglo XXI
Epílogo 2: El despertar del Muelle del Loto

Capítulo 65: ¿Seguro que este cuento se ha acabado?

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By EKurae

Nada más volver a su piso, Jiang Cheng se tiró en plancha sobre su sofá y escondió la cara en uno de los almohadones de peluche que tenían por ahí, suaves y perfectos para ahogar gritos más o menos histéricos. Mientras cerraba la puerta, el escritor hizo como que no había oído nada. Zidian no tardó ni un segundo en encaramarse a su humano y hacerse una bola en el hueco que dejaba la curva de su espalda, uno de sus lugares favoritos para acurrucarse. Desde el marco de la puerta Lan Huan contempló a su novio con una sonrisa compasiva. Y con cierta envidia, porque a él también le apetecía chillar. En cuanto se hubo quitado los zapatos, avanzó para arrodillarse a su lado. El presentador de radio giró la cabeza en su dirección más por instinto que por cualquier otro motivo. Una mano cariñosa le retiró el flequillo de la cara, enfrentándose dos pares de ojos agotados.

La verdad, la experiencia les había dejado hechos polvo a nivel mental a ambos.

-¿Puedo tener ganas de llorar y de reírme al mismo tiempo?

-Puedes. Y si lo haces, te abrazaré hasta que te sientas mejor. -Concedió Lan Huan-. Aunque yo con lo que te veo es con ganas de echar una siesta.

-Una que dure hasta Navidad, por favor.

-Eso ya me parece excesivo. Dicen que las siestas solo deben durar unos quince minutos más o menos.

Jiang Cheng le bufó como queriendo decirle "me la trae sin cuidado". Por supuesto. Estaba tan agotado y tan confuso (porque el encuentro con su familia no había sido lo que se dice esclarecedor) que no le importaba nada lo más mínimo. El escritor lo sabía y lo entendía. Cariñoso, besó su frente mientras pasaba los dedos por su pelo en un masaje que amenazaba con dormirle.

-¿Qué te parece si nos lo tomamos con calma lo que queda de día, A-Cheng?

-¿Propones algo?

-Podrías echarte esa siesta y yo me encargo de despertarte en un rato. Y luego pedimos a ese restaurante hindú que te gusta algo para cenar y nos ponemos una película. ¿Cómo lo ves?

-Mn...

-¿Eso es un sí? -Inquirió Lan Huan con una ceja alzada y una sonrisilla. 

Era experto en interpretar las onomatopeyas de su hermano, pero las de su novio... Bueno, ahí estaba algo más verde. Como con todo, dependían del contexto. Y en ese momento su cerebro no quería hacer esfuerzos, estaba demasiado... nebuloso, como si una bruma nublase parte de sus capacidades.

-Puede. -Murmuró-. ¿Por qué no te vienes a echarte la siesta conmigo?

-No estoy tan cansado. -Jiang Cheng entreabrió los ojos, mirándolo de soslayo por entre las hileras de pestañas negras que el rímel se había encargado de alargar solo un poquito-. Además, con todo lo de la comida me ha entrado la inspiración. Estaba pensando en ponerme a escribir.

-Eres incluso más masoquista que yo... y eso es mucho decir. -Le gruñó el locutor, poniéndose de pie para desgracia y malestar de la pobre Zidian. La gata maulló para quejarse, pero se calló en cuanto su dueño la cogió en brazos, casi abrazándola contra su pecho. Aunque solía revolverse cuando la cogía en brazos, esta vez se quedó acurrucada, ronroneando-. ¿Qué hora es?

-Van a dar las cinco.

-Despiértame a las seis.

-Entendido.

Lan Huan también se incorporó, un poco siguiendo a su novio. Antes de que se fugase le abrazó por la cintura y buscó sus labios, con Zidian entre ambos. No era la primera vez que se besaban así ni mucho menos, aunque ella siempre parecía juzgarles cuando lo hacían. La gata miró hacia arriba, seguramente pensando que no entendía a los humanos. De haber podido, les habría puesto los ojos en blanco. A ellos no les importó lo más mínimo su opinión, porque esa solo venía a cuento cuando implicaba fastidiarles un polvo y no fue el caso. Por un par de segundos preciosos se perdieron el uno en el otro, en el sabor de un beso en el que quedaban regustos del café tras la comida y de todo lo que había supuesto para ambos.

Se separaron con tanta suavidad como se habían besado, como si se viesen en la necesidad de tener cuidado el uno con el otro. Un poco por culpa del cansancio, Jiang Cheng permaneció con los ojos cerrados. El escritor aprovechó para desatar sobre él una lluvia de tiernos besos que caían por todas partes, por su frente, sus párpados, sus mejillas, su nariz y por la comisura de sus labios, hasta que logró hacerle reír. Fue solo una risilla suave acompañada de una media sonrisa, pero para los sentidos de Lan Huan se tradujo en la mismísima gloria.

-Te quiero. -Le susurró, culminando su gesto con un último beso en la frente-. Lo sabes, ¿verdad?

-¿Cómo no lo voy a saber si me lo dices a diario? -Gruñó el locutor, más divertido que contrariado-. Yo también te quiero, bobo.

Lan Huan le sonrió con cariño antes de separarse, aprovechando para rascar a Zidian por debajo de las orejas a modo de despedida.

-Descansa, baobei.

-Sí, sí...

Entre bostezos, Jiang Cheng se perdió con la gata tras la puerta de su cuarto. Cuando la cerró, el escritor tomó la decisión de que lo mejor que podía hacer era prepararse un té y ponerse con su novela tal y como le había dicho a A-Cheng que haría. Aunque tenía una idea sobre cómo empezar, lo de estar inspirado no era del todo verdad. Más bien lo había contado como una excusa para obligarle a descansar un poco. Necesitaba poner en orden sus pensamientos a solas. Los dos lo hacían.

Mientras el agua se calentaba en el microondas, Lan Huan esperaba apoyado sobre la barra de la cocina. Bostezó sin pretenderlo. A decir verdad, él también se encontraba agotado. Cada vez más. Temía quedarse dormido en cuanto rozase el sofá, así que se puso una alarma para las seis y media (porque le daba igual que Jiang Cheng le hubiese pedido que lo despertase a las seis y lo que hubiese dicho sobre la duración ideal de las siestas; después de verle cabecear así, una hora solo le parecía poco tiempo) tomó sus auriculares y eligió algo de música para mantenerse despierto. Acto seguido, bostezó. Por su mente pasó fugaz la opción de que ese cansancio tuviese algo que ver con los intercambios, y desde luego no se atrevería a desdeñarla a la ligera.

¿Acaso iba a cambiar mañana una vez más?

Deseaba que no. Empezaba a estar un tanto harto de tanto viaje para acá y para allá pese a todo lo que había sacado de ellos. El otro mundo... el otro mundo era cruel, complicado y le daba algo de miedo. No entendía cómo su álter ego podía vivir allí, pero no tenía ganas de pasarse el resto de su miserable existencia saltando de un lado a otro como alguna clase de astronauta interdimensional. Ansiaba que eso parase de una vez, cuanto antes a ser posible. Lan XiChen y él tenían cada uno sus vidas —mejores o peores, pero eran las suyas— y ya iba siendo hora de que cada uno cogiese las riendas de la propia y avanzase siguiendo su propio camino. Al fin y al cabo, cada uno había elegido cómo quería vivir y al lado de quién querría hacerlo. Ahora todo era saber (descubrir más bien) a dónde podría llevarles aquella elección suya.

Mientras sacaba la taza del microondas y se dirigía al salón a pasos lentos y un tanto aletargados, Lan Huan solo pidió en su cabeza que su futuro estuviese ligado al de cierto locutor de radio durmiente. Con él a su lado, sabría sobreponerse.

O, al menos, eso esperaba.

***

Por curiosos paralelismos entre realidades y personalidades, nada más dar por finalizada su reunión con Lan QiRen, la parejita formada por los dos líderes de secta más mediáticos del momento (y ya tiene mérito en un mundo sin medios de comunicación) encontró su camino hasta el Hanshi, puede que por última vez, ambos confusos y hasta cierto punto agotados. No estaban muy seguros de qué les acababa de pasar ni por qué. Lo único que sabían era que acababan de dejar su boda semi planeada y con fechas fijadas para dentro de muy poco por exigencia del tío de Lan XiChen. Según él, con esos arreglos ya sentados, el Consejo de Ancianos de Gusu Lan no podría oponerse a su matrimonio. Jiang WanYin sospechaba que en realidad solo le había hecho ilusión ver a su sobrino feliz y que quería asegurarse como pudiera la opción de tener nietos, adoptivos o no. Sin embargo, por mucho que lo creyese, no pensaba quejarse bajo ningún concepto.

A ver, al final habían salido ganando, pero podían afirmar sin temor a equivocarse que esa había sido la victoria más inesperada de sus vidas. Más que alguna de la Campaña para Derribar al Sol, y eso que las batallas fueron tan encarnizadas como impredecibles.

Nada más cerrar la puerta del Hanshi a sus espaldas, todavía procesando los acontecimientos e incluso un tanto desorientados, ambos cultivadores avanzaron por la vivienda hasta que pudieron dejarse caer sobre la cama de la habitación. En algún momento Lan XiChen había pasado los brazos alrededor de la definida cintura de su prometido, casi como un grillete del que nadie querría liberarse. La espalda de Jiang WanYin dio contra el colchón, atrapada entre este y el cuerpo de su amante y ahora prometido oficial. Dejó escapar un suspiro que se llevó todo el aire que contenían sus pulmones, y que sonó al unísono en dos bocas muy distintas, separadas por no demasiada distancia. Los brazos del primer jade se apretaron solo un poco más en torno a su cintura cuando decidió desatar y reclamar la cinta de su frente, aunque en principio sin intenciones eróticas. A la suave luz de las ventanas, el líder Jiang contempló los patrones de nubes que casi parecían flotar entre sus dedos, tierno azul sobre blanco inmaculado. Pensó en si podría teñirlos de púrpura y con una sonrisa orgullosa se dio cuenta de que ya lo había hecho. Sobre él, con el rostro escondido en su pecho, Lan XiChen parecía a puntito de echarse a temblar. Tiritaba.

-¿Qué acaba de pasar, WanYin?

-Pues... que tu tío al final solo quiere lo mejor para ti.

-Nos ha aceptado...

-Nos ha aceptado. -Sentenció, antes de soltar una risotada incrédula-. ¡Joder! Hasta ha empezado ha prepararnos la boda.

Dejando la cinta de la frente a un lado sin aparente cuidado —pero sabiendo a la perfección donde depositaba tan preciado ítem— Jiang WanYin procedió a abrazar a su prometido como si le fuera la vida en ello. Notaba los tensos brazos del primer jade hasta amenazar con dejarle sin aire, pero todo lo que deseaba era que siguiese apretando ese abrazo. Le daba igual si le partía algún hueso en el proceso, solo necesitaba sentirle a su lado, asegurarse de que aquello no era un sueño. Percibió en su propio pecho el suave repiqueteo de las carcajadas de Lan XiChen y no pudo evitar echarse a reír con él, embriagados ambos por una dicha que nunca antes creyeron posible.

Si la vida puede considerarse un balance entre desgracias y milagros, a ellos por fin les estaba tocando vivir su mejor mitad.

Al cabo de no demasiado rato, los dos líderes se separaron unos centímetros, lo justo y necesario como para poder mirarse a los ojos y juntar sus frentes. Dos hermosas sonrisas, tan genuinas que parecían brillar, decoraban sus rostros enamorados cuando se decidieron a besarse, encantados.

-Me voy a arrepentir de esto -masculló Jiang WanYin, la punta de su nariz rozando la ajena-, pero al final voy a querer darle las gracias a Lan Huan y todo.

-De nada.

-A ti no, idiota. Al otro.

-Lo sé. -Divertido, Lan XiChen besó la comisura de su labio-. Yo también querría. Gracias a todo esto, a estos viajes, por fin he encontrado el valor para estar a tu lado. Y para luchar por la vida que quiero.

-Quién me lo iba a decir... -Suspiró el líder Jiang. Aunque quería parecer resignado, en realidad atesoraría cada momento, el brillo inconfundible en sus ojos lo desvelaba-. Manga cortada y encima compañero de cultivo de ZeWu-Jun. A mi madre sí que le hubiera dado una desviación de qi si supiera que el futuro me deparaba esto.

-Yo creo que se alegraría.

-No apuestes tu herencia por ello. -Se mofó-. Con que no te matase ni te maldijese, yo me habría dado por satisfecho.

-Ahora temo por el futuro de mi alma, gracias. -La risa de Jiang WanYin invadió sus oídos por culpa de esa broma, tan encantadora como esquiva. Le encantaba. Ojalá poder pasarse todo el resto de su vida oyéndole reír-. Yo estoy seguro de que mi madre te hubiera adorado.

-¿De verdad?

-De verdad. Me haces inmensamente feliz, WanYin.

Y Lan XiChen no bromeaba. Recordaba la sonrisa de su madre del otro mundo y lo mucho que parecía querer a sus yernos (a los dos, tanto a Wei Ying como a Jiang Cheng) en especial por lo felices que hacían a sus hijos y porque eran buenas personas. No le cabía duda alguna de que, si siguiera viva, sus sentimientos hacia los dos Orgullos de Yunmeng serían los mismos. Su madre los habría aceptado y felicitado con una enorme sonrisa, encantada por saber que sus dos pequeños retoños habían conocido el amor.

Sus labios volvieron a encontrarse en cuanto el primer jade estuvo a punto de bostezar. Como Lan Huan, se lo achacaba a la intensidad de los acontecimientos del día, aunque él no podía dejar de percibir la corriente de energía espiritual que de pronto los envolvía, amenazando con querer colarse en sus meridianos. Era débil, más débil que nunca. Parecía estar a un suspiro de disolverse entre ambas realidades, transportada de nuevo entre un mundo y otro a través de otro huésped, una persona distinta cuya alma se emplease como catalizador, papel que ya no le pertenecería de ahora en adelante. No podía dar una razón tangible ni argumentarlo con palabras, pero lo sabía. Era instintivo. Quizá por eso pudo corresponder al beso de Jiang WanYin sin preocupación alguna, más concentrado en catar cada regusto escondido en sus labios que en agobiarse por lo que fuese a ocurrir a la mañana siguiente, porque sería lo que tuviese que ser. Al separarse, su voz salió solo como un susurro.

-A-Cheng...

-¿Qué me has llamado?

-A-Cheng. -Repitió-. ¿No te gusta?

Tampoco era la primera vez que lo llamaba así. Había descubierto cierto placer culpable en usar ese mote cariñoso para mentarlo durante el sexo.

-Se me hace raro oírlo sin tenerte entre mis piernas. -Se burló en respuesta el cultivador de Yunmeng-. Pero podemos remediar eso, ¿no crees?

-¿Ahora?

Curioso que preguntase él cuando (aun a pesar del cansancio mental) ya le estaba metiendo una mano entre las túnicas y buscando con mucho ahínco cómo deshacer los lazos que las anudaban.

-¿Por qué no? Nunca hemos cultivado en el Hanshi y... no creo que tengamos muchas más oportunidades.

Y sí, Lan XiChen podría haberse negado a ello, pero la más simple y llana verdad es que no quería hacerlo.

***

A medianoche no debería haberse visto luz alguna, aunque ellos no sabían que era medianoche.

Lan Huan y Lan XiChen se encontraron en algún momento fuera de sus cuerpos, de sus mundos y de sus cosmos. Allá cada uno en su respectiva realidad, dormía abrazados a una versión de su amante, el locutor de radio por un lado y el temido líder de Yunmeng Jiang por otro. El uno en los Recesos de la Nube y el otro en un pisito de alquiler con una gata embarazada a los pies de ambos, preparada para morderles los tobillos a la mañana siguiente. Podrían haber esperado el encontrarse en el otro mundo al despertar, porque las señales estaban ahí y comenzaban a aprender a leerlas cada vez con más soltura, como quién se lo propone y se entrena en descifrar un alfabeto nuevo pero todavía lo interpreta con lentitud. No fue así. Cuando abrieron los ojos no se encontraron con una cama distinta a la propia ni con una faz de rasgos afilados dormida al lado. No encontraron nada, solo un lugar blanco y luz azulada, los colores de su familia y de la energía espiritual de la que ambos eran dueños.

Lan Huan al principio parpadeó confuso. No entendía nada, solo que todavía se sentía aletargado. Sus pies descalzos tocaban un suelo frío, pero que aun así era ingrávido. Si miraba hacia abajo, le daría la impresión de estar flotando en un vacío infinito y níveo. Su propia piel se le hacía transparente a la vista, como si la encarnación de su alma su hubiese configurado como un ente luminiscente. Vestía de blanco, pero el tejido brumoso parecía dispuesto a disolverse entre sus dedos si intentaba tocarlo. Frunció el ceño, buscando algo, lo que fuera, que pareciese tangible y que le pudiese dar alguna pista de donde estaba. Nada.

No había nada.

O no lo hubo en un primer momento, porque sus ojos se fijaron de pronto en una figura de la misma estatura y complexión que él mismo, pero que llevaba túnicas en vez de pantalones. Lan Huan y Lan XiChen se contemplaron anonadados, mirándose como si fuese la primera vez que se veían. Lo era, nunca antes habían tenido el placer de encontrarse cara a cara y darse los buenos días. Y ahora ahí estaban, frente a frente en un paraje onírico, un sueño desconocido y lleno de luz, los dos envueltos en ropajes blancos, los dos con los ojos teñidos de plateado.

-¿Lan... XiChen? -Probó tentativo el escritor. Su voz parecía rebotar y hacer eco en la nada absoluta, reverberando contra quién sabe qué.

-El mismo. -Le contestó el primer jade, esbozando una sonrisa conciliadora y saludándole a la manera antigua, con una inclinación en un ángulo de igual a igual que el escritor no supo muy bien cómo corresponder-. Es un placer, Lan Huan.

Qué raro era escuchar su propia voz provenir de otra persona, oírse desde fuera y verse hablar. Inquietante incluso. Le daba escalofríos, pero sospechaba que a Lan XiChen le pasaba lo mismo que a él así que —haciendo gala de esa empatía suya— imitó la expresión amable de su alter ego antes de contestarle. Solo le salió un poco menos natural porque, aunque cortés, la vida de un millennial siempre exigirá menos cuidado que la del líder de secta.

-Lo mismo digo. No esperé que pudiéramos llegar a conocernos.

-Tampoco yo, lo confieso.

-¿Sabes dónde estamos?

El cultivador negó con la cabeza. Lo ignoraba por completo. Su último recuerdo antes de quedarse dormido era notar esa corriente de energía espiritual vagar hasta su núcleo dorado e instalarse allí como un dragón moribundo que se refugia en su guarida para llorar su último aliento. Sin embargo, el no despertar directamente en el otro mundo le suscitaba algunas sospechas.

-Me atrevería a apostar que estamos en algún lugar entre nuestras respectivas dimensiones. -Habló, obteniendo un asentimiento de cabeza por parte del escritor-. Algo así como un limbo entre tu mundo y el mío, un punto intermedio.

-¿Por qué ni siquiera me sorprende? -Suspiró Lan Huan, resignado a las locuras que se habían instalado en aquella etapa de su vida... ¿Estaría en lo cierto su psiquiatra al asegurar que no necesitaba pastillas?-. ¿Crees que podremos volver?

-Confío en ello, por lo menos. -Concedió Lan XiChen, también un tanto cohibido por la extraña experiencia de hablar contigo mismo. Sentía que había tantas cosas que quería decirle a aquel hombre... Entre ellas, transmitirle el agradecimiento de WanYin y el suyo propio, porque sin echarle un vistazo a su vida quizá nunca hubiera sido capaz de coger las riendas de la propia-. Eventualmente, creo que regresaremos al lugar que nos corresponde. Esto me sabe a despedida.

-¿A despedida? ¿No crees que vayamos a volver a... intercambiarnos? -El primer jade negó con la cabeza-. ¿Por qué?

Sabiendo que en el otro mundo estaban a oscuras en cuanto a lo que espiritualidad se refiere, Lan XiChen le contó lo que habían ido descubriendo de forma casi pasiva. Al oír que la corriente que había mezclado sus vidas parecía alguna clase de fenómeno de la naturaleza, las cejas del escritor se enarcaron en dos arcos gemelos. Sopesaba cada palabra, asintiendo para demostrar su atención. Al final, prácticamente dejó escapar un suspiro de alivio.

-Espero que tengáis razón y esto sea el adiós. -Comentó-. No te lo tomes a mal, pero prefiero mi mundo.

-También yo el mío. -Admitió Lan XiChen con una sonrisilla que pecaba de divertida-. Cada uno tenemos ahí a las personas que amamos, después de todo.

-Confiesa, estás pensando en A-Cheng.

-Me declaro culpable. -Rio el primer jade.

-Cómo me conozco. -El escritor también acabó por sonreír, vencida la incredulidad digna del siglo XXI por lo incongruente de la situación-. Aunque debo admitir que he aprendido mucho gracias a vosotros. No te importará que os use como base para una novela, ¿verdad?

Porque a ver cómo le pedía los derechos de imagen a su yo de otro mundo. Sería toda una movida, y no solo burocrática.

-Para nada. De hecho, me sentiría muy honrado. -El primer jade hizo una pausa, casi pensativo. Como se conocía a sí mismo y la dificultad de encontrar las palabras correctas en según qué situaciones, Lan Huan esperó con tranquilidad a que se decidiese a hablar. Si se parecían tanto como daba la impresión, él también odiaba que le metiesen prisa. Además, no sabía ni qué hora era (ni si había horas por aquellos lares del continuo espacio-tiempo, como concepto) pero tampoco parecía que tuviesen prisa-. Tanto como tú has aprendido, yo he encontrado mi camino. Gracias.

Simple, corto y conciso. El escritor parpadeó un par de veces, más intrigado que confuso.

-No ha sido nada. -Acabó por decir-. Aunque quizá debería pedirte perdón por todos los líos en los que te he metido. No han sido pocos.

No, no lo habían sido, pero no lamentaba ninguno de ellos.

-Puede, pero esos "líos" me han ayudado a llegar a dónde estoy ahora. Con WanYin a mi lado. Nos casaremos pronto.

-Oh. Enhorabuena.

Aunque parecía seco, Lan XiChen se dio cuenta de que su homólogo no pretendía tal cosa. La sorpresa le había dejado casi de piedra, por eso el cultivador se limitó a sonreír, paciente y sincero.

Echaba de menos sonreír así. Pero ahora, gracias a WanYin, a Jiang Cheng y a Lan Huan, volvía a ser posible.

-¿Sabes? Nosotros nos iremos a vivir juntos pronto. -Comentó también como quién no quiere la cosa, mientras se pasaba una mano tras la nuca-. Vamos a comprar un piso y a adoptar un perro. A A-Cheng le encantan, quizá deberías regalarle uno.

-Lo tendré muy en cuenta, gracias. -Rio el primer jade-. Me alegro mucho por vosotros. Os merecéis ser felices.

-También vosotros.

Con distintos matices en la mirada hecha de plata fundida o quizá en la expresión benigna, ambos se sonrieron, agradeciendo la vida que parecía haberles sido concedida tanto al otro como a ellos mismos. A medio camino entre esa bruma de blancura ilimitada, se estrecharon la mano queriendo decirse:

Ha sido un placer.

Y luego vino la nada, la luz que los condujo de vuelta al amanecer. Cada uno en su propia cama, en su propio mundo, yaciendo justo donde deberían yacer. Abrieron los ojos al mismo instante, en el mismo segundo, encontrándose frente a ellos el mismo perfil enmarcado por cabellos negros de distinta longitud. Con o sin tatuajes, poco importaba, porque era él. Siempre había sido él. Sus ojos pardos brillaron contentos al discernir el suave aleteo de las pestañas de Jiang Cheng al despertarse; sus pechos se llenaron a la vez con la infinita satisfacción de saber que eran la primera imagen que se grabaría en esos ojos hechos de océanos y tormentas. Le sonrieron. Y le besaron. Hablaron al unísono, a millones de años luz de distancia, amparados por lo inalcanzable de las dimensiones paralelas.

-Hola, A-Cheng.

~~~

Parece el final (y lo es) pero recordad que soy muy aficionada a los epílogos. Tanto que la semana que viene os traigo actualización doble, un epílogo para cada mundo, con los que ponerle el verdadero punto final a esta historieta. Y puede que también con alguna sorpresilla extra que igual os llama la atención.

Ha sido un viaje largo a través de 65 capítulos... Y yo que pensé cuando empecé a escribir esto que como mucho daría para 30. Se ve que no atiné. ¡Muchas gracias por haber llegado hasta aquí! Espero que hayáis disfrutado vuestro viaje de lectura tanto como yo disfruté escribiendo este fanfic.

¡Nos leemos!

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