Between [XiCheng] [Mo Dao Zu...

By EKurae

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Es de conocimiento común que, tras los trágicos eventos del templo GuanYin, Lan XiChen, líder de Gusu Lan, de... More

Capítulo 1: Mis sueños nunca han sido tan realistas
Capítulo 2: ¿Dónde se desayuna por aquí?
Capítulo 3: Es un poco pronto para beber, ¿no crees?
Capítulo 4: Así que esto es un teléfono
Capítulo 5: Eso ha dolido más de lo que debería
Capítulo 6: Ya me mando yo al sofá
Capítulo 7: ¿Cómo que veintitrés de marzo?
Capítulo 8: No, no ha sido un lapsus freudiano
Capítulo 9: Lo poco que tenemos en común
Capítulo 10: Si suena a locura y parece un disparate...
Capítulo 11: El arte de salir de situaciones incómodas
Capítulo 12: Toda esta calma me huele a tormenta
Capítulo 13: Otra vez no
Capítulo 14: Me miras como si supiera algo del siglo XXI
Capítulo 15: ¿Para que sirve una cinta de correr si sigo en el mismo sitio?
Capítulo 16: Debería cuidar por dónde piso
Capítulo 17: Vamos a ver, tengo un móvil y no sé utilizarlo
Capítulo 18: Solo creo que eres hermoso
Capítulo 19: Podemos encontrarnos a medio camino
Capítulo 20: Y si no estoy loco, ¿qué está pasando aquí?
Capítulo 21: Así que sabes que sé lo que no quiero que sepas
Capítulo 22: Nos adentramos en terreno desconocido
Capítulo 23: Prefiero decir hasta luego
Capítulo 24: Interludio y pausa para la publicidad en La Sonrisa del Emperador
Capítulo 25: Interludio y pausa para la publicidad en el Muelle del Loto
Capítulo 26: Dicen que la segunda parte siempre es la más interesante
Capítulo 27: Si bebes, ni vueles en espada ni conduzcas
Capítulo 28: Este mundo es más complejo de lo que pensaba
Capítulo 29: El don de la oportunidad no es lo nuestro
Capítulo 30: Hay formas mejores de decir las cosas, ¿y qué?
Capítulo 31: Vamos por partes, por favor
Capítulo 32: Mientras nadie muera antes del postre, todo irá bien
Capítulo 33: ¿No me vais a ofrecer una copa?
Capítulo 34: Mejor lo hablamos mañana
Capítulo 35: Al final lo de ir al psiquiatra no suena tan mal
Capítulo 36: Empecemos atendiendo a razones
Capítulo 37: Separemos lo real de lo... ¿real?
Capítulo 38: ¿Podríamos acercarnos solo tres milímetros más?
Capítulo 39: Nos han echado un mal de ojo
Capítulo 40: O de cómo torcer en la dirección equivocada
Capítulo 41: Ni las películas me entrenaron para esto
Capítulo 42: Experimentemos un poco de todo
Capítulo 43: ¡Aguanta!
Capítulo 44: No esperes que no me enfade
Capítulo 45: Todavía no está todo dicho
Capítulo 46: La próxima vez, ¡llama antes de entrar!
Capítulo 47: En toda buena mudanza faltan cajas
Capítulo 48: No sé yo si esto es legal
Capítulo 49: No, sin duda esto no puede ser legal
Capítulo 50: ¿Me dejarás preguntar?
Capítulo 51: Ahí vamos una y otra y otra vez
Capítulo 52: ¿Que tu gata qué?
Capítulo 53: ¿Veterinario? ¿Debería tener miedo?
Capítulo 54: ¿No deberían haberte dado puntos por esto?
Capítulo 55: A todo se le puede dar una oportunidad
Capítulo 56: Yo también te quiero
Capítulo 57: Lo que no pase en la radio...
Capítulo 58: Los hay inoportunos y luego está Wei WuXian
Capítulo 59: Porque quedarnos como estamos no es una opción
Capítulo 60: Entre hermano y hermano
Capítulo 62: La familia política me asusta más que la muerte
Capítulo 63: Por favor, por favor, que a nadie le dé un ataque al corazón
Capítulo 64: No te lo dejes en el tintero
Capítulo 65: ¿Seguro que este cuento se ha acabado?
Epílogo 1: El despertar del siglo XXI
Epílogo 2: El despertar del Muelle del Loto

Capítulo 61: Esto no tiene tan mala pinta

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By EKurae

-Y, dígame, ¿el edificio admite mascotas?

-Faltaría más. Gatos, perros, canarios, cobayas... hasta niños. Lo que ustedes deseen. Su vecino del quinto piso incluso tiene una boa constrictor. Pero no se preocupen, jamás la deja suelta sin vigilancia por el edificio.

Jiang Cheng y Lan Huan intercambiaron una mirada un tanto dudosa. Lo de permitir animales estaba mejor que bien. Genial incluso. Era uno de sus requisitos mínimos, para empezar, porque no había forma de que Zidian se quedara fuera de su unidad familiar, y menos con la idea de adoptar también un cachorro. Ahora bien, lo del vecino con serpiente... les sobraba, les sobraba un poquito. A ese no irían a pedirle sal, solo por si acaso. Nadie quiere que la boa del de abajo se coma al gato. O al perro. O al novio.

Aquel era el último apartamento que pretendían ver en el día, y menos mal, porque el locutor empezaba a notar el agotamiento calándole en los huesos. Quizá por eso todo le parecía mejor y más bonito que en todo el resto de pisos por los que habían pasado, porque su falta de paciencia hacía que solo quisiese acabar de una bendita vez y tirarse en su propia cama abrazado a la gata. A su lado su novio era el que se encargaba de prestar más atención a los detalles de los dos, aunque a él tampoco le faltaban ganas de tomarse un descanso. Tirarse todo el día de apartamento en apartamento pateando el centro de la ciudad —porque ambos disfrutaban bastante del bullicio urbano— y sin poder pasar por casa desde que salieron agotaría a cualquiera, fuese marca Lan o no. Sin embargo el escritor no podía evitar tener fe en ese último piso. Bastante fe, de hecho. Ese lo habían escogido entre los dos; Jiang Cheng y él, después de cenar acurrucados juntos en el sofá, con una tablet en las rodillas y muy pocas ganas de buscar apartamentos en venta y muchas de comerse la boca y lo que no es la boca. Pero se apareció ante ellos y les llamó la atención, sobre todo por la relación entre tamaño y precio.

En sí misma, la vivienda era cara. Eso sí, al tener en cuenta lo grande de las dimensiones —un bonito ático de dos pisos bastante céntrico— parecía incluso estar de oferta. Al principio Jiang Cheng fue con reservas, porque le daba la impresión de que era demasiado bueno para ser verdad. O estaba encantada por un fantasma psicópata o alguien había cometido un crimen ahí, uno muy grotesco y muy violento. De momento, no parecía ninguna de las dos, pero tampoco le pareció nunca que su novio fuese a ponerse en contacto con otra dimensión y aquí estaban, interdimensionales. En cualquier caso, el piso tenía la cocina abierta al salón, justo como al locutor le gustaba, y este segundo estaba en tarima flotante un escalón por debajo del suelo estándar. Al piso de arriba se subía por una escalera que quería imitar a las de caracol, pero a pequeña escala. Tenía dos habitaciones, una en la que fácilmente podrían instalar una cama de matrimonio o un poco más grande incluso y otra en la que podrían montar un pequeño estudio para cuando necesitasen trabajar desde casa. Cada piso contaba con un baño, y uno de ellos tenía una bañera de un tamaño bastante decente. Cuando lo estaban examinando, a Jiang Cheng le tentó mucho agarrar a su novio del brazo y tirarlo dentro, pero solo por mero interés científico. Quería comprobar que los dos entraban bien, nada más. Una pena que con el agente inmobiliario delante le diese algo más de corte.

Otra de las ventajas era la luz. Tanto el salón como el que podría ser su dormitorio contaba con unos grandes ventanales que casi tenían todo el ancho de su pisucho de alquiler y daban a la calle. Por ellas entraban todos los haces de luz del día, bañando el apartamento en colores cálidos. Lan Huan examinó las ventanas con cuidado, comprobando su estado y que estuviesen bien selladas. Asintió satisfecho y comenzó a hablar con el agente sobre el tema calefacción y electricidad, mientras Jiang Cheng continuaba paseándose por el piso con una lista mental de cosas que le gustaban, cosas que no y cosas que no pero que podía cambiar. Y cambiaría, por supuesto. Al salir estaba bastante seguro de que no se acordaría de nada o de casi nada —porque tenía sueño y ya se había olvidado de lo que había pensado en el pasillo— por eso llevaba una serie de notas de voz en el móvil.

Los pasos de Lan Huan al subir por las escaleras resonaban en el ambiente, repiqueteando como las gotas de lluvia. Mientras examinaba el segundo dormitorio (ese que no iban a usar nunca, pero que les venía muy bien para no dar impresiones conflictivas a los vendedores de pisos de mentalidad presumiblemente conservadora) el presentador le sonrió. Ni siquiera necesitaba esforzarse mucho para poder vislumbrar esa misma escena en un futuro no muy lejano, en su vida diaria. Cualquiera de los dos volvería de hacer la compra desde el supermercado que les quedaba a la vuelta de la esquina o desde la farmacia que había en la misma calle. Subirían las escaleras casi corriendo, el mismo sonido golpeando a lo largo de dieciocho escalones. Luego el sonido pararía, justo como acababa de detenerse, y una puerta se abriría poco a poco. Como el piso era casi nuevo, las bisagras estaban muy bien engrasadas. Las puertas no hacían ruido al abrirse, pero la otra persona podría darse cuenta con facilidad de las malignas intenciones del intruso y co-dueño de su piso. En cuanto el escritor dio el primer paso dentro de la habitación, su novio giró sobre sus talones como si lo hubiera estado esperando.

-Odio las cortinas.

-Mientras ese sea el mayor de nuestros problemas, me doy por satisfecho, A-Cheng. -Rio el escritor, correspondiendo a su sonrisa con una propia. No se lanzó a besarle porque el agente inmobiliario seguía revoloteando por allí, y a ninguno de los dos les apetecía ser los protagonistas de alguna clase de escándalo que les valiese no poder comprarlo-. Podemos cambiarlas.

-No, podemos no. Tenemos que cambiarlas. -Le corrigió, enseñándole las cortinas de estampado setentero que más bien parecían dignas de una ducha en la que sin duda se cometieron terribles crímenes en el pasado. No tan emblemáticos como en Psicosis, pero casi-. ¿Has visto esta mierda? No pega nada con el resto del piso.

-Es verdad que desentonan bastante. -Acabó por admitir, examinando esos horteras redondeles naranjas y negros-. ¿Hay algo más que quieras cambiar?

-Unas cuantas cosas, la verdad, pero son todas del mobiliario y la decoración. ¿Y tú?

Lan Huan se encogió de hombros antes de responder.

-En general estoy bastante satisfecho. Tendremos que comprar un microondas, eso sí. La cocina no tiene.

-¿Y si nos traemos el de mi piso?

-¿Ese no era de tu casero?

-¿Ups?

Jiang Cheng se permitió una risilla maligna y el escritor negó para sí mismo con la cabeza, también alegre. Salieron de la habitación, paseándose por el pasillo del segundo piso. También estaba abierto, por encima de la cocina, y daba justo al salón y a los ventanales del salón.

-Pareces bastante contento con este piso, A-Cheng.

-Como poco, me interesa. De los que hemos visto hoy es el que más me gusta.

-A mí también, la verdad. Tiene espacio más que de sobra para tus cosas, las mías y las de Zidian.

-Y las del perro. No te olvides de las del perro.

-Cierto. -Lan Huan asintió, de acuerdo con su apunte-. ¿Cuándo quieres que empecemos a buscar un cachorro en adopción?

El locutor se apoyó en la barandilla, por un momento pensativo. Aunque su pareja creyó que estaba estimando tiempos, no era del todo cierto. Por una parte sí, pero por otra estaba tratando de visualizar ese futuro cercano que el universo parecía estarle prometiendo. Los dos juntos, con un perro y un gato. Viviendo en pareja como una parejita enamorada. O, bueno, ya no tan enamorada, porque se les habían pasado el intervalo hormonal de entre seis meses y dos años. Como una parejita que se quiere y se respeta sinceramente, eso estaba mejor. Cerró los ojos y se imaginó a sí mismo pasando del salón a la cocina como había hecho tantas veces, con una taza de café en la mano. Lan Huan le esperaba, leyendo desde el sofá con su portátil o su tablet. Le sonreía. No tenían prisa ninguna, ni ese ni ningún día, porque estarían juntos.

Por una vez, pensar en ese nivel de compromiso no le dio miedo. Quizá, pensó, por fin había llegado el momento. Su madre perfeccionista, su padre ausente y su familia desestructurada le hicieron sentir que nunca estaría listo para ello. Jamás se había alegrado tanto de poder decir que se equivocaba. Que se equivocaban.

-Creo que lo mejor sería adoptar una vez estemos instalados. Poco después, cuando ya tengamos todos los muebles puestos y eso. -Dijo-. Tampoco quiero estar mareando o estresando a un cachorrillo con la mudanza.

-Lo veo bien. ¿Confirmamos samoyedo?

-Por favor, sí.

Lan Huan asintió conforme. A paso tranquilo bajaron por las escaleras. El agente inmobiliario les esperaba en la cocina, tan sonriente como cualquier profesional que trabaje de cara al público. Al locutor le daban escalofríos al mirar a esa sonrisa, porque se le hacía la como la de su novio pero en falsa. O como la de Meng Yao pero en mal hecha. Desechó el sentimiento, porque lo que menos necesitaba era pensarlo de más y soltarle un comentario borde al tipo que les iba a vender la casa. Definitivamente sería una malísima idea.

-El ático es maravilloso. -Felicitó el escritor con una sonrisa amable. El agente se hinchó casi como si lo hubiese diseñado y construido con sus propias manos. Jiang Cheng estuvo a puntito de dejar escapar un bufido, pero se contuvo-. Nos gusta mucho. Solo una duda, ¿hay muchos compradores interesados?

-En este momento, solo ustedes y otra pareja. Pero aquí entre nosotros, los vi un tanto reticentes. No les gustaban las cortinas.

-Entiendo. -Esta vez fue el presentador el que habló, mientras él hacía todo lo posible por morderse la lengua con las condenadas cortinas y su novio por contener la risa-. En el caso hipotético de que queramos comprarla, ¿cuándo podríamos empezar los trámites?

-Mañana mismo si así lo desean.

-¿Y si quisiéramos pensarlo un poco? Es una decisión importante, tampoco podemos apresurarnos.

Valientes palabras teniendo en cuenta que ya habían hablado hasta de robarle el microondas a su casero. El agente asintió con fervor. Jiang Cheng alzó una ceja y Lan Huan estuvo muy tentado a imitarle, pero se contuvo.

-En ese caso, cuentan con el número de teléfono de la compañía. En cuanto quieran empezar los trámites de pago, no tienen más que llamarnos y nos volveremos a reunir para poner en orden toda la documentación necesaria.

-Fantástico. ¿Y para empezar la mudanza?

-Por políticas de la empresa, se podrá empezar en cuanto los documentos estén en orden y se realice el primer pago de la hipoteca.

La pareja asintió, porque era lo que se esperaban. Debatieron un par de detalles más antes de salir del apartamento y del edificio junto al agente, que los acompañó muy diligente hasta la puerta de la entrada. Antes de poder salir, quiso terminar la conversación con una frase que los descolocó por completo.

-Es maravilloso ver amistades como la suya hoy en día. Tienen que confiar mucho el uno en el otro para atreverse a algo así.

¿Amistades?

Lan Huan esbozó su mejor sonrisa de alumno modelo. A su lado, menos mal que Jiang Cheng estaba de espaldas, porque necesitaba morderse el puño para aguantar la risa.

-¿Qué le puedo decir? Somos prácticamente familia.

-S-Sí, por supuesto.

-Qué preciosidad. Espero oír noticias de ustedes pronto.

-Claro, nos mantendremos en contacto.

La puerta principal del edificio se cerró a sus espaldas, dejándolos en la que podría ser su nueva calle. Los dos se miraron por un instante, antes de soltar una sonora carcajada al unísono.

-Te das cuenta de que no hemos sido amigos nunca, ¿verdad?

-A ver, en la uni...

-Ahí teníamos un crush muy fuerte los dos, no me jodas. Y luego pasamos directamente a la fase de follar.

-Tú ganas, tú ganas. -Suspiró Lan Huan, en el fondo divertido. Luego cambió el tema, porque comenzaban a encaminarse hacia las calles principales-. Hemos terminado por hoy, ¿cierto?

-Por Dios, sí. Me pegaría un tiro si todavía nos quedase algún piso más por ver.

-¿Te apetece ir a cenar?

-¿Bromeas? Estoy reventado, A-Huan.

El escritor sonrió. Desde el comienzo de todo aquel embrollo de los intercambios, Jiang Cheng había empezado a llamarle "A-Huan" con más frecuencia.

Le encantaba.

-¿Pedimos a domicilio?

-Ahí ya estamos hablando el mismo idioma.

-¿Vegano y picante?

-Vegano y picante.

Lan Huan cogió su mano. Era un buen trato.

***

Jiang WanYin recordaba a la perfección la última vez que en el Muelle del Loto se cenó en familia con más de dos personas sentadas a la misma mesa. Era un recuerdo sumamente agrio, porque había discurrido entre un silencio tenso y conversaciones casi susurradas entre los tres hermanos, que no se atrevían a alzar la voz por miedo a llamar la atención de sus padres. Sumidos en la angustia habitual que era la norma, ni siquiera sospecharon que esa sería la última vez que cenasen los cinco juntos, la última vez que sus padres se sentarían a la mesa estando con vida. Los dos maestros del Muelle del Loto habían discutido —otra vez, ya ni siquiera sabían por qué— y por supuesto los que peor parados habían salido fueron los niños, los hijos que estaban siempre en medio. Esa cena sabía a decepción, a frustración y a impotencia. A la pregunta que siempre rondó por sus pensamientos durante su adolescencia. ¿Por qué no soy suficiente para vosotros? ¿Qué puedo hacer para serlo? ¿Qué puedo hacer para que me veáis? Sabía a la molestia punzante de las astillas de los palillos al clavarse en sus dedos. Sabía a su hermano forzando una sonrisa y a su hermana intentando animarlos con su sopa especial.

Sabía amarga, el sabor que siempre tuvo su vida familiar.

Después de aquella, nunca llegó a haber más de tres sentados a la mesa. Raro fue el día (antes de que Wei WuXian se retirase a los Túmulos Funerarios, claro) en el que los tres hermanos de Yunmeng Jiang pudieron coincidir a la hora de la cena. Esas escasas ocasiones siempre le dejaron un regusto agridulce al final del paladar, porque aunque sus hermanos intentaban reír como siempre no podía dejar de notar cómo se alejaban cada vez más y más. Con Wei WuXian en decadencia y Jiang YanLi avanzando hacia un futuro brillante de mano de la secta Jin, sentía cómo se quedaba atrás, atrapado en los recuerdos de los muertos. Cuando murieron, ese peso de ser el único que queda le hundió en el fango más profundo. Y después de aquello solo habían sido Jin Ling y él cuando el niño estaba en la secta, cosa que no ocurría a diario, siempre en cenas en las que apenas se hablaba. Jin Ling hablaba y él escuchaba, mejor dicho. Y si su sobrino estaba en la Torre Koi, cenaba en su estudio, a solas, mientras trabajaba. Acercarse a aquel comedor y cenar en solitario le daba náuseas.

En nada se parecían aquellos, por suerte, al ambiente que aquel salón de la residencia que Yunmeng Jiang albergaba ahora. En silencio plácido para respetar las costumbres de los Lan, dos parejas comían tranquilamente, intercambiando de vez en cuando miradas cómplices o burlonas. Aunque callaba (porque por lo menos Lan WangJi había logrado que cerrase el pico mientras comía) el cultivador demoníaco no paraba de hacer muecas y ponerle gestos a su shidi, a quien tenía sentado en frente. Jiang WanYin fruncía el ceño cada vez más, como si el espacio entre sus cejas marcase una especie de cuenta atrás para su estallido. Ese contador se reiniciaba cada vez que Lan XiChen, mucho más audaz de lo que debería haber sido delante de su hermano, colaba la mano por debajo de la mesa para entrelazar los dedos con los suyos. Entonces se mirarían e intentarían seguir comiendo hasta la próxima payasada mímica de Wei WuXian.

Como el silencio, por respeto a los dos jades la comida que se les había servido tenía un nivel de especias muy menor a la de los dos nativos de Yunmeng. Sus cuencos no contaban con color ninguno, contenían comida suave y vegetariana con solo un ligero toque de sabor cortesía de la salsa de soja. Eso sí, Jiang WanYin ya le había tirado a su compañero de cultivo el primer aviso. Si quería vivir en Yunmeng Jiang y convertirse en su esposo (y casi le había costado media hora pronunciar esa palabra) lo primero que debía aprender era a manejar su cultura culinaria. Por eso Lan XiChen había solicitado que se le echase un poquito —muy poquito, una cantidad cómica— de picante. No le estaba yendo mal, solo tenía las mejillas rojas y lágrimas en los ojos.

Eso iba a ser más complicado de lo que pensaban.

La verdad, ZeWu-Jun no se explicaba cómo lo hacían Wei WuXian y Jiang WanYin, y ahora hasta le daban miedo. Sus platos estaban los dos teñidos de un color carmesí aterrador, pero ellos comían con toda la tranquilidad del mundo, como si allí no pasase nada.

Poco a poco, el trajín de los platos y los palillos golpeando contra la cerámica se fue apagando conforme la comida se iba acabando. Quedaron al final frente a cuatro tazas de té —verde, porque no pensaba compartir su té de lirios con nadie más que con su pareja—. Aparentaban paz, pero tres de cuatro estaban esperando a ver cuándo se desataba la próxima tormenta.

El cuarto, por si las dudas, era Wei WuXian.

-¡Eso ha estado delicioso, Jiang Cheng! -Exclamó satisfecho el cultivador demoníaco, estirándose en su asiento y tumbándose en el suelo sin recato ninguno. Luego ya se levantaría. Y hablaban de los modales de Gusu Lan... Pobre Lan QiRen. Tenía que aguantar cada calvario-. La comida de Yunmeng sigue siendo excelente. Me da ganas de llorar.

-No, por favor. -Bufó el líder Jiang, claramente hastiado-. No puedo soportar más dramas por hoy.

-Habló, el dramático.

-Repite eso si te atreves.

-¿Quién empezó a llorar antes?

-¡No lloré!

-Ya, ya.

-¡Estás buscando la muerte!

-¡Ay! ¡Lan Zhan, protégeme!

-Mn.

Lan XiChen escondió una risita detrás de su manga, todo un derroche de elegancia. A su lado Jiang WanYin fue todo lo contrario al poner los ojos en blanco y simular una arcada.

Al final, los cuatro eran igual de incorregibles.

-De todas formas, solo tengo una queja...

-Y mucho valor si crees que puedes quejarte.

-No seas cascarrabias, shidi, te saldrán arrugas antes de tiempo. -Se mofó el cultivador demoníaco, sacándole la lengua-. Estaba suave, ¿no? Me ha parecido que picaba poco.

El primer jade contempló a su cuñado con los ojos como platos, preocupado y aterrorizado a partes iguales. Luego a su compañero de cultivo, que parecía menos contrariado de lo que debería. De hecho, parecía estar meditándolo. ¿Suave? ¡¿Suave?! ¡Pero si eso que se habían comido era rojo!

-Intentamos que el picante no sea excesivo, idiota. No todos somos unos exagerados como tú.

¡¿Qué no sea excesivo?! ¡WanYin! ¡¿A qué nivel está la gente de Yunmeng?!

El líder Jiang pareció darse cuenta de la inquietud de su pareja (incluso... ¿prometido? Su cabeza estaba empezando a considerarle como tal, a llamarle y a tratarle como tal, y le gustaba más de lo que se sentía dispuesto a admitir) al mirarle por el rabillo del ojo. Le ofreció una media sonrisa preciosa, a partes iguales burlona y tranquilizadora.

-Tranquilo, XiChen. No espero que manejes esta cantidad de picante... al principio.

¡¿Al principio?!

-Siento que podría ascender a la inmortalidad si pruebo eso. 

-Exagerado.

Aunque la expresión de Jiang WanYin venía a transparentar grandes cantidades de regocijo mal camuflado, la de Wei WuXian no tenía nada de divertido. No para Lan XiChen por lo menos, que detectó casi al instante ese brillo maligno en sus ojos. Lan WangJi también lo hizo, pero no pensaba detener a su marido. Su hermano se lo había buscado enamorándose de uno de Yunmeng, después de todo.

En el cuenco del líder de la secta quedaba todavía un poco de arroz teñido de rojo. No era demasiado, lo suficiente como para llenar una cuchara pequeña. El primer jade vio su muerte inminente pintada en los astros.

-XiChen-ge, XiChen-ge -le llamó el cultivador demoníaco, tan sonriente como aterrador. Al líder de Gusu Lan le bajó un escalofrío por la espalda muy distinto a los que solía sentir cuando WanYin lo acariciaba-, todo miembro de Yunmeng Jiang que se precie debe ser capaz de manejar esto como mínimo...

-Wei Ying.

-Así que, ¿por qué no lo pruebas? Para irte entrenando más que nada. No querrás dejar mal a tu futuro esposo, el gran Sandu ShengShou, ¿no?

-¡Wei WuXian, cierra la boca! -Le gritó su hermano, aunque seguro que lo que había avergonzado era la parte de futuro esposo-. No le hagas ni caso, XiChen. No tienes por qué probar nada que no quieras.

Sí, sí, es muy fácil y muy bonito decir eso después de haberle dejado caer al pobre primer jade un par de veces que de probar el picante al final no se iba a librar ni aunque bajase un dios marcial a ayudarle. Tanto las palabras de Wei WuXian como las de su prometido activaron un interruptor oculto en Lan XiChen, uno que rara vez hacía click. Era el de la competitividad, el de la necesidad enfermiza de salvaguardar su orgullo como mejor cultivador de su generación. Lan WangJi se dio cuenta al instante de lo que su esposo había provocado, pero solo suspiró.

Aquello no iba a acabar bien, no cuando el miedo en los ojos de su hermano había sido sustituido por el fuego de la determinación.

-Lo haré.

Jiang WanYin elevó una ceja en claro signo de duda, pero alargó la mano para pasarle su tazón. Wei WuXian, como no podía ser de otra forma, sintió la necesidad de volver a intervenir y retorcerlo todo un poquito más.

-¿Así solo? ¡Eso es muy aburrido! ¡Sigamos la tradición de Yunmeng! A-Cheng, dale de comer a tu prometido.

-¡¿Qué tradición de Yunmeng ni qué demonios?! ¡Eso te lo acabas de inventar!

-No realmente. ¿No te acuerdas cuando de críos nos dábamos de comer picante a ver quién aguantaba más? 

-¡Era un juego para echarnos más especias a traición!

-¡Era un rito de iniciación para la vida adulta! ¡XiChen-ge también debe pasar por ello!

-¡Que tonte...!

-Bueno, si WanYin me ayudara, estoy seguro de que me sería más fácil aguantar el picante.

Jiang WanYin ahora no sabía a quién tenía más ganas de asesinar, si a su hermano, a su prometido o a su cuñado por no estar diciendo nada el muy cabrón. Llegados a aquellos extremos, a Lan WangJi incluso le habría agradecido una buena puñalada en la tráquea con Bichen. Que luego igual estallaría una guerra, pero bueno. Cosas que pasan.

La presión de grupo es poderosa, muy poderosa, y más si te la hacen dos maestros como Lan XiChen y Wei WuXian. Con el rostro rojo de rabia (de rabia, eh, no nos confundamos) el líder de Yunmeng Jiang agarró su propio cuenco y una cuchara que había sobre su mesa, y que ya no sabía ni de quien era. El primer jade se giró para mirarle, más emocionado por el hecho de ser consentido y de recibir comida de manos de su amado que preocupado por lo que se iba a meter en la boca. Pobre iluso, seguro que de su prometido habría preferido llevarse otra cosa a la boca. Jiang WanYin se contuvo a la hora de acercarle la cuchara al rostro, a los labios, porque quería ponerle los ojos en blanco y explicarle a latigazos que se iba a morir si lo comía. Para su desgracia, el instinto de supervivencia de la mesa en general parecía haber pasado a segundo plano.

Con los ojos brillantes —quién sabe si de emoción o porque estaba a punto de llorar de la risa— el cultivador demoníaco se agarraba al brazo de su marido, quien prefería mirar el bonito paisaje nocturno que había tras la ventana en vez de ver cómo su hermano se humillaba. Wei WuXian no. Wei WuXian estaba disfrutando cada maldito momento, desde el movimiento de recoger el arroz hasta el instante en el que la cuchara se apoyó sobre el labio inferior de Lan XiChen. Mirando a su pareja a los ojos, ZeWu-Jun devoró el contenido de la cuchara. Lo que podría haber sido una sugestiva tentación (o una promesa para dentro de un rato, cuando mandasen a los niño... a sus hermanos a la cama) se convirtió en toda una tragicomedia en cuanto el picante explotó en sus papilas gustativas. En menos de un segundo todo su rostro estaba tan o más rojo que el arroz, con enormes manchurrones extendiéndose por su cuello. Dos grandes lágrimas cayeron por sus mejillas y de la poca tolerancia que tenía al picante hasta le entró hipo.

-¡XiChen! ¡Escúpelo!

El primer jade negó con la cabeza. Haciendo un esfuerzo titánico tragó el bocado de arroz mientras lloraba y prácticamente caía sobre el líder Jiang. Diligente como solo él era, Lan WangJi se puso en pie en dirección a la puerta.

-Haré que le traigan agua. -Habló al ver que su hermano bebía su té para encontrarse solo un poco más cerca del desmayo en vez de más calmado.

-No, agua no. Pide a mis sirvientes que nos traigan leche. El agua solo lo empeorará. ¡XiChen, aguanta!

-Que alguien... me... corte la lengua... por favor... -Suplicó el primer jade.

Frente a ellos, Wei WuXian rodaba por el suelo mientras se agarraba el estómago. Se estaba muriendo de la risa, pero su hermano quería matarlo de verdad.

-Las primeras veces siempre son dolorosas, ¿eh?

-¡Wei WuXian!

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