Between [XiCheng] [Mo Dao Zu...

By EKurae

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Es de conocimiento común que, tras los trágicos eventos del templo GuanYin, Lan XiChen, líder de Gusu Lan, de... More

Capítulo 1: Mis sueños nunca han sido tan realistas
Capítulo 2: ¿Dónde se desayuna por aquí?
Capítulo 3: Es un poco pronto para beber, ¿no crees?
Capítulo 4: Así que esto es un teléfono
Capítulo 5: Eso ha dolido más de lo que debería
Capítulo 6: Ya me mando yo al sofá
Capítulo 7: ¿Cómo que veintitrés de marzo?
Capítulo 8: No, no ha sido un lapsus freudiano
Capítulo 9: Lo poco que tenemos en común
Capítulo 10: Si suena a locura y parece un disparate...
Capítulo 11: El arte de salir de situaciones incómodas
Capítulo 12: Toda esta calma me huele a tormenta
Capítulo 13: Otra vez no
Capítulo 14: Me miras como si supiera algo del siglo XXI
Capítulo 15: ¿Para que sirve una cinta de correr si sigo en el mismo sitio?
Capítulo 16: Debería cuidar por dónde piso
Capítulo 17: Vamos a ver, tengo un móvil y no sé utilizarlo
Capítulo 18: Solo creo que eres hermoso
Capítulo 19: Podemos encontrarnos a medio camino
Capítulo 20: Y si no estoy loco, ¿qué está pasando aquí?
Capítulo 21: Así que sabes que sé lo que no quiero que sepas
Capítulo 22: Nos adentramos en terreno desconocido
Capítulo 23: Prefiero decir hasta luego
Capítulo 24: Interludio y pausa para la publicidad en La Sonrisa del Emperador
Capítulo 25: Interludio y pausa para la publicidad en el Muelle del Loto
Capítulo 26: Dicen que la segunda parte siempre es la más interesante
Capítulo 27: Si bebes, ni vueles en espada ni conduzcas
Capítulo 28: Este mundo es más complejo de lo que pensaba
Capítulo 29: El don de la oportunidad no es lo nuestro
Capítulo 30: Hay formas mejores de decir las cosas, ¿y qué?
Capítulo 31: Vamos por partes, por favor
Capítulo 32: Mientras nadie muera antes del postre, todo irá bien
Capítulo 33: ¿No me vais a ofrecer una copa?
Capítulo 34: Mejor lo hablamos mañana
Capítulo 35: Al final lo de ir al psiquiatra no suena tan mal
Capítulo 36: Empecemos atendiendo a razones
Capítulo 37: Separemos lo real de lo... ¿real?
Capítulo 38: ¿Podríamos acercarnos solo tres milímetros más?
Capítulo 39: Nos han echado un mal de ojo
Capítulo 40: O de cómo torcer en la dirección equivocada
Capítulo 41: Ni las películas me entrenaron para esto
Capítulo 42: Experimentemos un poco de todo
Capítulo 43: ¡Aguanta!
Capítulo 44: No esperes que no me enfade
Capítulo 45: Todavía no está todo dicho
Capítulo 46: La próxima vez, ¡llama antes de entrar!
Capítulo 47: En toda buena mudanza faltan cajas
Capítulo 48: No sé yo si esto es legal
Capítulo 49: No, sin duda esto no puede ser legal
Capítulo 50: ¿Me dejarás preguntar?
Capítulo 52: ¿Que tu gata qué?
Capítulo 53: ¿Veterinario? ¿Debería tener miedo?
Capítulo 54: ¿No deberían haberte dado puntos por esto?
Capítulo 55: A todo se le puede dar una oportunidad
Capítulo 56: Yo también te quiero
Capítulo 57: Lo que no pase en la radio...
Capítulo 58: Los hay inoportunos y luego está Wei WuXian
Capítulo 59: Porque quedarnos como estamos no es una opción
Capítulo 60: Entre hermano y hermano
Capítulo 61: Esto no tiene tan mala pinta
Capítulo 62: La familia política me asusta más que la muerte
Capítulo 63: Por favor, por favor, que a nadie le dé un ataque al corazón
Capítulo 64: No te lo dejes en el tintero
Capítulo 65: ¿Seguro que este cuento se ha acabado?
Epílogo 1: El despertar del siglo XXI
Epílogo 2: El despertar del Muelle del Loto

Capítulo 51: Ahí vamos una y otra y otra vez

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By EKurae

Al principio, antes incluso de recordar como se llamaba, Lan XiChen creyó que todo estaba absolutamente bien. Mejor que bien incluso, de maravilla. Había, después de todo lo ocurrido en los últimos días, una cierta euforia en despertarse acompañado. El cuerpo a su lado ya no le era ajeno, no lo sería nunca más (o, al menos, eso esperaba), y le encantaba tenerlo cerca, abrazarlo y besarlo a su antojo sin recibir más que un gruñido avergonzado o una caricia de vuelta. Dos o tres besos habían bastado para que se volviera por completo adicto a él. El enredo de brazos y piernas en el que se encontraban entrelazados no le resultó más que una consecuencia lógica de la noche anterior, secuela de su extenuante charla y de otro par de sesiones de cultivo dual a las que les resultó inevitable no rendirse. No, por lo menos, cuando querían probar cada recodo del cuerpo ajeno, palpar y sentir sobre sus pieles cada recoveco como si tuvieran prisa por conocerse. Jiang WanYin no había querido hablar mucho de sus sentimientos —le resultaba difícil sincerarse y ya bastante había hecho contándole esa vieja historia— así que tras calmarse e ignorar la mancha humedecida en el hombro del primer jade optó por ser pícaro y desviar toda conversación hacia el sexo, la táctica favorita de su álter ego. Aprendía rápido, y así el honorable e intachable ZeWu-Jun se descubrió incapaz de resistirse a sus encantos. Por fin entendía por qué Lan Huan y Jiang Cheng parecían tener una frecuencia de intercambios sexuales como poco escandalosa o por qué su hermano y su cuñado (más su cuñado que su hermano, a decir verdad) se sonreían cuando alguien mentaba la frase "todos los días". Ahora que había descubierto el placer y las maravillas del cultivo dual, tenía la ligera sospecha de que acabaría por engancharse como un drogadicto a su toxina favorita.

Podría ser peor, ¿no?

Feliz, embriagado por esa sensación de amor correspondido, entreabrió los ojos y vio hebras negras de cabello sedoso, todas desparramadas a su alrededor. Enmarcaban un rostro de infinita hermosura todavía sumido en el amparo del sueño. Sonrió, le besó la frente y volvió a cerrar los ojos. Todo estaba bien, todo era perfecto. Hacía tanto tiempo que no dormía así, sin pesadillas ni miedos ni culpas fantasmales. Lo abrazó un poco más y, envuelto y cobijado en su pecho, Jiang WanYin ronroneó conforme.

Justo entonces una lengua áspera y pequeñita le lamió la nariz, y supo que todo estaba absolutamente mal y que ese no era Jiang WanYin.

Lan XiChen volvió a abrir los ojos, esta vez de golpe y asustado. Delante de sus narices se encontró la cabecita triangular de un gato negro, una gata, que le miraba con esos grandes ojazos entre el verde y el amarillo abiertos de par en par. Se posicionaba solo un poco por encima de la cabeza de Jiang Wan... Jiang Cheng. Ahora, más despierto gracias al susto que se acababa de llevar, se daba cuenta de las inevitables diferencias. Cabello corto, media melena a la altura de los hombros, algo más liso que el de su compañero de cultivo por no acostumbrar a trenzárselo. Las marcas dejadas por las patillas de las gafas, visibles con gran claridad sobre el elegante puente de la nariz, porque mintió la última vez que proclamó que "mañana se pasaría por la óptica". Tatuajes negros bajo su clavícula y en su hombro, cayendo hacia su omóplato en una corriente de tinta. Y un evidente reguero de marcas rojas que nacía en la base de su cuello y se perdía en dirección a un pecho que nunca jamás había sido flagelado.

Con el ceño fruncido en claro desacuerdo, el primer jade volvió a mirar a la gata. Recibió un maullido casi como una afirmación anticipada a la pregunta hastiada que le susurró al aire.

-¿Zidian?

No tenía muy claro que los gatos fuesen capaces de asentir, pero ella parecía estarlo haciendo al mover la cola a un lado y al otro con esa gracia suya.

Menos en shock de lo que debería, sin pararse a pensar en soltar a Jiang Cheng (al fin y al cabo, así se le hacía mucho más sencillo diferenciarlo de su pareja de cultivo. Y otra cosa no, pero distintos eran) o en deshacer el abrazo que los enredaba rememoró una conversación que había acontecido poco antes de dormirse juntos. Fue cuando cayeron rendidos sobre el colchón de la alcoba, mirándose satisfechos y acalorados. Se habían besado con toda la tranquilidad del mundo, como si no existiera ni importara nada más. Un poco como había soñado en besarle desde que se dio cuenta, allá por la guerra, de lo enamorado que estaba de él y de sus impetuosos relámpagos púrpuras. Como si sus responsabilidades y su estatus se hubiesen evaporado en el aire. Lan XiChen había sido tan feliz en ese momento que solo deseaba prolongarlo en la eternidad, extender el roce entre sus bocas hasta olvidarse de a quién le pertenecía cada una.

Quedarse con él para siempre, eso era lo que más ansiaba, lo que llevaba tantísimo tiempo soñando. Ahora que lo tenía, le costaba creer que fuese real. Mientras lo pensaba y le sonreía como si ante él se hallase el ser más preciado del mundo, Jiang WanYin habló.

-Creo que os intercambiaréis pronto.

-¿Eh?

El primer jade había estado demasiado perdido en su sonrisa y en su observación enamorada como para procesar aquellas palabras a la primera.

-Lan Huan y tú. -Declaró con tranquilidad, aunque en su tono había un ligerísimo deje de molestia, porque lo que más le apetecía era pasar tiempo al lado de su amante, no lidiar con su versión millennial e histérica-. No estoy seguro de cuando, pero creo que os intercambiaréis pronto.

-¿Por qué lo sabes?

-No sé nada, idiota. -Rio el líder Jiang, pellizcándole la nariz en un gesto tan picajoso como lleno de ternura, dejes que había aprendido al criar a Jin Ling y que ahora se atrevía a recuperar-. Antes, cuando... cuando estábamos juntos, lo sentí. Su energía espiritual está anclada a la tuya, y era fuerte.

-Así que eso puede significar que está cerca.

-O, por lo menos, eso creo. Tú mismo dijiste que la corriente se iba haciendo más intensa a medida que pasaban los días, y luego os intercambiasteis.

-¿Y estás seguro de que esa corriente de energía espiritual es suya?

No es que quisiera llevarle la contraria a su amante, nada más lejos de la realidad, pero le gustaría asegurarse.

-No me cabe la menor duda. Es distinta a la tuya, y es la que usa cuando está aquí.

Y, algo después de eso, sus labios y sus cuerpos habían vuelto a encontrarse en otra ronda de sexo enamorado e intoxicado por la necesidad de exploración que conlleva el ser primerizo. Ventajas (o desventajas, para los preceptos pasados de moda de su época casi seguro que eran desventajas) de llevar tantos años viviendo sin haber hecho más que masturbarse con la conciencia culpable, porque su muro de reglas también lo prohibía.

Claro, luego pasa lo que pasa, que todo el Muelle del Loto se entera por las malas de que, por fin, su líder tiene pareja. No la que esperaban, porque la mayoría apostaba por alguna señorita de alta cuna e infinita paciencia, pero la tiene. (Y, en realidad, los discípulos sorprendidos tampoco iban tan errados en sus predicciones. Al fin y al cabo, la alta cuna y la casi infinita paciencia —la que solo perdería si de llevarle la contraria en sus tendencias autodestructivas se trataba— las tenía.)

Viendo que Jiang WanYin no había errado ni una décima en sus predicciones, Lan XiChen suspiró. No podía hacer más que resignarse y pasar el día allí, junto a una gata y un presentador de radio. Podría ser peor, de todas formas. Podría ser Lan Huan, que a él sí que le esperaba una auténtica tormenta con rayos, truenos y granizo. Así que, tras darse cuenta de su situación, trató de alejarse como malamente pudo, todavía confundido por los límites de lo que podría ser infidelidad y lo que no. Sus torpes movimientos despertaron a Jiang Cheng, que gruñó algo entre dientes y luego abrió los ojos casi a regañadientes. Los dos estaban desnudos, pero el primer jade se dio cuenta tarde, al sentarse y caer en que no llevaba ni pantalones. Quiso bufar, pero se mordió la lengua a tiempo. Al menos ellos habían tenido la decencia de ponerse un par de túnicas antes de dormir. Aunque de milagro y solo por la amenaza del presentimiento de su querido WanYin.

Adormilado, el presentador de radio le contempló durante un par de segundos. Luego le frunció el ceño. Se giró, miró a Zidian y la gata maulló. Frunció más el ceño y devolvió la mirada hacia la versión cultivadora de su novio. Se apoyaba sobre sus antebrazos, pero acabó por dejarse caer con el rostro apoyado sobre la almohada como si todavía no quisiese o no pudiese ser persona.

-Hola, Lan XiChen. -Saludó. Su voz sonaba pastosa por el sueño y las pocas ganas que tenía de hablar nada más despertarse.

-¿Cómo has...?

-A-Huan no me miraría con esa cara de susto. Ni se levantaría al despertarse.

-¿No?

-No. Si fueses A-Huan, ya estarías comiéndome la boca y metiéndome la mano entre las piernas.

Bueno, esa explicación era más que válida. La cosa es que le pilló por sorpresa, tanto lo burdo de sus palabras como el pensar que —si estuviese ante su Jiang WanYin— habría sido perfectamente capaz de hacer justo eso sin pararse demasiado a pensarlo, y lo único que podría haberle detenido sería una negativa por parte de su amante. De hecho le parecía una maravillosa manera de darle los buenos días. Pero, como no se esperaba ni sus propios pensamientos lascivos, se sonrojó desde las orejas hasta el cuello. Todavía tumbado en la cama y sin intenciones inmediatas de levantarse, el locutor dejó escapar una risotada seca al ver cómo se coloreaba.

-Es mucho más fácil avergonzarte a ti que a A-Huan, qué maravilla.

Sí, y su Jiang WanYin también era mucho más fácil de avergonzar que él. Los diferentes convencionalismos sociales entre épocas son difíciles de manejar, ¿vale?

-Será cosa de mi mundo, supongo...

-Seguro. -Perezoso, porque era domingo y, además de pasarse horas buscando piso no tenía nada importante que hacer, Jiang Cheng se dio la vuelta en la cama hasta quedar bocarriba-. ¿Qué tal el otro yo, por cierto? ¿Sigue vivo?

-Oh, sí, por suerte sí. Se ha recuperado bien, gracias por el interés.

-Qué rapidez. ¿No estuvo como... a punto de morirse?

-Entre cultivadores es lo normal. Y WanYin es muy fuerte. -Lan XiChen no pudo evitar que un suave rubor enamoradizo cubriera sus mejillas sustituyendo al del bochorno al hablar de su pareja. Cuando quiso darse cuenta, el locutor le contemplaba inquisitivo, con las cejas alzadas en una expresión controvertida. El primer jade se apresuró a carraspear y a intentar tratar de recuperar la máscara de suave cordialidad. Un poco difícil, sobre todo teniendo en cuenta que seguían desnudos-. Además, al final fue menos grave de lo que parecía, por suerte.

-Pues me alegro. Lan Huan estaba al borde de la crisis de ansiedad cuando volvió.

Normal. Él mismo se había sentido preso de un ataque de pánico al verle así.

-¿Está bien?

-¿A-Huan? Sí, tranquilo. Se sentía culpable, pero lo superará. Supongo que si se ven, ya se le terminará de pasar del todo.

Y ahí nuestro querido ZeWu-Jun se dio cuenta de algo y volvió a ponerse colorado. Él ya prácticamente acostumbraba a despertarse al lado de aquel Jiang Cheng con más o menos ropa. Aunque le afectaba, cada vez lo llevaba mejor que la anterior. Lan Huan...  lo suyo sería otro cantar porque, hasta la fecha, nunca se había despertado tan cerca del arisco líder de secta, ya no digamos en unas condiciones tan... íntimas.

-Creo que se va a llevar una sorpresa.

-¿Y eso? Oh. -Con un solo vistazo, el entendimiento floreció en los ojos del locutor, que de pronto parecía divertido-. Os habéis dado prisa. Como se ve que el efecto del puente colgante funciona.

-¿El qué?

-Una teoría sobre el enamoramiento. -Explicó vago con un gesto de la mano-. Da igual.

-Me dijiste que fuese de frente con él.

-Y te ha salido bien por lo que veo.

-Mejor incluso que bien. -De nuevo rememorando, los pocos instantes que habían compartido juntos hasta el momento, que a pesar de no ser muchos días ya se amontonaban como una pila de caramelos en las manos de un niño goloso. Desde los besos a medianoche en QianQian hasta las conversaciones al atardecer en el Muelle del Loto, juraba atesorar todos esos instantes y los que les siguieran-. Gracias, Jiang Cheng.

-¿Por absolutamente nada o por el desayuno que pensaba ofrecerte? -Se mofó el presentador, tan esquivo como su versión cultivadora cuando de aceptar sentimientos de gratitud iba la cosa. Viendo sus similitudes, Lan XiChen le sonrió con cariño.

Jiang Cheng pareció tentado a bufarle, pero al final se contuvo. Con un gran bostezo se levantó de la cama y se puso en pie. El edredón caído desveló un cuerpo tan bien formado como el de cierto cultivador, aunque ahora se daba cuenta de que era solo un poco menos musculoso y tenía esos bonitos muslos solo un poco más llenos, más redondeados. El primer jade se sintió enrojecer al verlo. Incluso dejó escapar una exclamación ahogada antes de poder contenerse y cerrar la boca. Sin embargo, mientras buscaba unos calzoncillos limpios en el cajón de la mesilla de noche el presentador ni siquiera pareció darse cuenta de los estragos que podría causar con su naturalidad.

Serían algo distintos en lo que a la psique y la historia personal se refiere, pero no había forma de que la repentina visión de ese cuerpo casi idéntico al de su amante no le provocase una erección.

-¿Todo bien, Lan XiChen? -Cuestionó con la ropa interior en una mano.

-Em... te das cuenta de que no... n-no soy tu pareja... ¿verdad?

Jiang Cheng le frunció el ceño, girándose para mirarle. Como tenían la misma cara, la misma voz y casi la misma forma de ser, ni siquiera lo había pensado. Solo había actuado como lo haría de normal, pero es que ese no iba a ser un día normal, claro que no. Su vista inquisitiva cayó encima del bulto que ahora se marcaba con furiosa evidencia bajo las sábanas, justo entre las piernas del cultivador. Aunque tuvo que contener una carcajada ante esa tienda de campaña, también se le encendió la cara. Rápidamente volvió a girarse para ponerse unos calzoncillos y una camiseta de manga corta blanca que le arrancó a la silla del escritorio.

-Voy a hacer como que no he visto nada, ¿vale?

***

Cuando Lan Huan abrió los ojos, se encontró envuelto por el aroma de los lotos en flor y abrazado por los rayos de sol que lánguidos se desparramaban a través de los amplios ventanales del cuarto. Ni siquiera le preocupó demasiado el hecho de que la antigua China dándole la bienvenida por las mañanas comenzaba a hacerse costumbre. Solo pensó que —esta vez sí que sí— estaba soñando. Tenía que estarlo, aquello no podría ser real ni en el mundo de fantasía medieval en el que las espadas vuelan y brillan. ¿Por qué? Pues por lo que vio, que en su mente no tenía sentido después de cómo habían acabado las cosas la última vez. Y es que, a su lado en la cama, mirando en dirección al lago y con una mano perdida entre sus cabellos, acariciándolos, se encontró a Jiang WanYin.

Fue una de las imágenes más bonitas que había visto nunca.

Los dedos del cultivador se paseaban casi distraídos por los mechones de su adormilado amante sin mirarle. El sol recortaba su perfil, delimitando aquellos rasgos que tan bien se conocía y que tanto le cautivaban con suaves líneas ambarinas que desdibujaban un poco aquellos marcados ángulos. Estaba sentado sobre el colchón, con las rodillas dobladas y la espalda suave como un junco. Su brazo libre se apoyaba sobre sus piernas flexionadas, casi rodeándolas. Su largo cabello caía rebelde y suelto por la espalda, liberado de cualquier adorno o complicado peinado, encrespado en algunos puntos y ondulado en otros. Esos ojos añiles relucían con la mirada más calmada y gentil que había podido observar en el transcurso de sus intercambios. Parecía una flor de loto en sí mismo, lleno de vida incluso cuando también lo estaba de miedo. Su túnica caía medio medio abierta, dejando a la vista un hombro lleno de marcas rojizas y púrpuras. Al principio, confundió o quiso confundir aquellos moratones con líneas de tinta, y creyó que su sobrecargada imaginación había empezado a mezclar realidades para crear escenarios imposibles.

Una especie de ronroneo conforme abandonó su garganta. Divertido, Jiang WanYin le miró. Su rostro resplandecía al amanecer, con esa media sonrisa tan suya.  La expresión que exhibía se le hizo familiar, pero porque le recordaba a esas segundas-primeras veces tras volver juntos, habiendo aprendido y crecido, madurado. A la primera vez que recibió de él una sonrisa tan sincera, falta de nervios, ansiedad enfermiza o de preocupaciones de cualquier clase. Por ese deje tan particular, Lan Huan supo que aquello no era un sueño.

Pues sí que habían sabido aprovechar bien el tiempo, sí.

-¿Qué? ¿No se decía que en los Recesos de la Nube os despertabais a las cinco de la mañana? ¿Dónde ha ido a parar la famosa disciplina de Gusu Lan, XiChen?

Un saludo burlón. Bueno, eso podía ser cosa de cualquiera de cualquiera de las dos versiones de su novio, la real y la que no había pasado por terapia. Ahora, en los Recesos de la Nube no tenía ni idea, pero en casa de su tío sí es verdad que acostumbraba a tener que levantarse de madrugada. Nunca le gustó demasiado. Su placer culpable eran las mañanas de viernes durmiendo hasta las diez entre los brazos de su locutor de radio favorito. Además, la mayoría de ocasiones tenían final feliz.

-Digamos que he ido perdiendo la costumbre. -Le respondió medio adormecido mientras se incorporaba. La expresión del líder Jiang cambió desde esa complicidad tan bella a algo que parecía alarma. Veloz, apartó la mano con la que le acariciaba y reculó un poco sobre el colchón, como si de un enemigo venenoso se tratase-. Hola, Jiang... ¿era WanYin?

-¿Lan Huan?

-Sí.

-Oh, no. Por todos los dioses, otra vez no.

Honestamente, después de todo lo que hicieron entre aquellas sábanas, nada le apetecía menos a Jiang WanYin que haber acertado con sus predicciones. Con la cantidad de veces que se equivocaba en la vida... ¿y esa no podía ser una de ellas?

-Si te consuela, a mí tampoco me hace especial ilusión.

No, no era ningún consuelo. El líder de Yunmeng Jiang le dedicó una mirada fulminante mientras salía de la cama arreglándose las túnicas a toda prisa. Lan Huan se apresuró a imitarlo, encontrándose con que le dolía un poco la cadera. A juzgar por su estado, Jiang WanYin debía estar en las mismas. Pillines, se habían dado hasta más prisa que ellos en probar cosillas. También es verdad que seguro que llevaban muchos más años de tensión sexual no resuelta acumulada entre medias.

Eso mejor no decírselo al líder del Loto, por cierto, o se quedaría viudo antes incluso de casarse.

En un principio, ninguno de los dos dijo nada. Jiang WanYin se movía con soltura por la habitación en busca de las túnicas que habían quedado olvidadas por cualquier rincón. No parecía acusar las heridas del demonio, y se movía como si a su cuerpo no le hubiera pasado nada demasiado grave, aunque pareció resentirse un poco al mover el brazo herido de forma brusca. Los de la extremidad eran los únicos vendajes que conservaba. Eso le arrancó al escritor un suspiro de alivio, porque durante días había estado pensando en él y en el miedo que le habría dado matarlo sin querer. Viendo que parecía estar por completo fuera de peligro, Lan Huan se permitió sonreír.

-Me alegro de verte bien.

De vuelta a su gesto serio habitual —e intentando ignorar por todos los medios el rubor endemoniado que le cubría las mejillas— el líder Jiang le miró. Parecía estar recolectando prendas blancas, porque en un momento de lucidez acabaron acercando la ropa de XiChen de una habitación a otra. Para ahorrarse trabajo por la mañana, dijeron. Ante la atónita mirada del escritor (que recordaba bien su significado) tomó la cinta de la frente también. Ya estaba seca.

-No sería un líder de secta si se me pudiera matar tan fácilmente. Más que nada porque ya me habría muerto hace años. -Proclamó para, apenas un minuto después, tirarle la ropa a la cara. A duras penas pudo el escritor evitar que se le cayeran los anchos pantalones al suelo-. Toma, vístete. No pienso dejar que te pasees por aquí así como así.

-Tú tampoco es que estés en mejores condiciones.

¿Lan Huan era un suicida? Lan Huan era un suicida.

-Cierra la boca o lo lamentarás.

El escritor se limitó a dedicarle una sonrisa que, aunque no pretendía ser burlona, no podía evitar estar colmada de un cierto deje de ironía. Jiang WanYin le gruñó algo entre dientes y cada uno se enfocó en arreglarse. Aunque a Lan Huan le habría encantado alardear de ya tener una cierta práctica en vestirse con las túnicas de aquel mundo de locos, la verdad es que no. No la tenía. Nada más lejos de la realidad. Fue capaz de ajustarse las túnicas interiores y la segunda capa, pero en la tercera empezó a hacerse todo un lío de lazos, ataduras y mangas. La temperatura característica de Yunmeng, un ambiente mucho más primaveral que el de Gusu, no le ayudaba lo más mínimo. Después de esa tercera capa de ropa venía un abrigo... ¡¿cómo se suponía que sobreviviría a eso sin sufrir un golpe de calor?!

Inconsciente de sus propios actos, se le escapó un quejido mientras intentaba atarse la dichosa túnica de nubes, que no se quedaba quieta para esperar a que se ajustase el cinturón. Toda la tela estaba ya torcida y arrugada y (si se descuidaba con su descomunal fuerza de brazo) podría llegar a rasgarse con facilidad. El líder Jiang se percató de sus problemas y puso los ojos en blanco. Acababa de terminar de peinarse y, a diferencia de otros inútiles, ya estaba tan listo y digno como siempre. Todo le habría ido de maravilla de no ser por el estado de su cuello, visible aun a pesar del esfuerzo puesto en escoger las túnicas que mejor tapasen sus marcas, pero pretendía ignorarlo.

Si sus discípulos osaban decir algo al respecto, perderían las piernas en el acto. Zidian atacaba primero y preguntaba después, y esa cualidad la compartían por igual arma espiritual y gata.

-¿Qué demonios crees que estás haciendo? -Le regañó, acercándose a ese desastre de túnicas que ahora era Lan Huan. De un manotazo le quitó el cinturón con el que intentaba que todo se mantuviese junto y quieto y con dedos hábiles comenzó a deshacer los nudos mal hechos-. ¿Cómo se supone que te has vestido durante todos los otros intercambios?

-Eh... ¿mal?

-No, si ya lo veo. Qué inútil.

Aunque bien podían ser punzantes sus palabras, que sus actos en nada se parecían a estas. No amable del todo, pero sí con un cierto aire cálido y protector, Jiang WanYin se aseguró de atar cada lazo y dejarlo todo en su sitio. Los movimientos de sus manos eran tan precisos como fluidos, la ventaja de años de práctica como padre soltero. En un abrir y cerrar de ojos había alisado las pulcras prendas como acostumbraba a hacer con Jin Ling cuando era un bebé que, por motivos obvios, no podía vestirse solo. Divertido con aquellos recuerdos y con la situación en general —porque ver a alguien tan perfecto como Lan XiChen/Lan Huan siendo un patoso siempre era todo un soplo de aire fresco— una sonrisilla amenazó con arribar a su expresión.

-No me culpes, la ropa en mi mundo es considerablemente menos complicada. -Se quejó mientras el líder de secta ajustaba su cinturón en torno a su cuerpo.

-Lan XiChen y tú estáis de acuerdo en eso.

A su comentario le siguió una mano extendida en su dirección. Le tendía la cinta de la frente, pero Lan Huan todavía estaba sin peinar. No debería haber sido un problema, salvo por el hecho de que sí que lo era. Nunca jamás había intentado peinarse a las maneras de aquella realidad, y esa sin duda no pensaba ser la primera vez que alguna gente dice que hay para todo. No, señor. Como mucho, repetiría la táctica de atarse la cinta y listo, a vivir la vida.

-¿Necesitas que también te ayude con esto o serás capaz de ponértela tú solito?

-Sabré arreglármelas, gracias.

Su contestación vino de la mano de una sonrisa molesta, y fue recibida por una carcajada socarrona. Jiang WanYin negó para sí mismo con la cabeza antes de girar sobre sus talones para darse la vuelta en dirección a la puerta de su alcoba. El escritor no tardó en seguirle, con la cinta blanca atada alrededor de su frente de forma espontánea. En los Recesos de la Nube le mirarían fatal por llevarla así y por presentarse en público con esas pintas, pero aquello claramente no eran los Recesos de la Nube.

Menos mal, así podrían lucir los chupetones sin que a nadie le diese un infarto. Quizá. Quizá no, pero es que algunos les llegaban hasta la mandíbula.

Lan Huan iba detrás del líder Jiang sin saber a dónde se dirigían. Por no saber, acababa de darse cuenta de que ni siquiera sabía dónde estaban. Lo que sí tenía claro era que el lugar le resultaba hermoso. Hermosísimo incluso. Los pasillos exteriores de madera caoba daban a enormes lagos surcados por pasarelas y allá dónde mirase los lotos florecían, esplendorosos y bellos. Algunas paredes estaban cubiertas de tapices y otras de grabados en la propia madera, todos florales. Los discípulos y sirvientes que se cruzaban en su camino los saludaban con hondas reverencias, llenas al mismo tiempo de respeto y de miedo, aunque a este a aquel y al de más allá les brillaban los ojos con curiosidad. Las túnicas violetas que todos portaban, solo un poco más sencillas que las de su líder, le dieron al escritor la única pista que necesitaba.

Jiang WanYin condujo a su inesperado invitado al Salón de la Espada. La enorme estancia se expandió ante sus ojos, revelando el orgullo fiero y libre, sello por excelencia de Yunmeng Jiang. Identificó las banderas colgadas en los laterales como muy similares a las del Lotus Pier, el restaurante de Jiang YanLi, pero supo que allí tenían un significado mucho mayor. No eran solo un diseño hecho por su díscolo cuñado, no. Eran un lema, un mantra, un emblema que marcaba su modo de vivir. En un alto, a un par de escalones del suelo, se alzaba un trono en forma de flor de loto de nueve pétalos, el símbolo de su secta. Lan Huan no necesitaba que se lo confirmasen, estaba seguro de que el único digno de ser el dueño y señor de aquel lugar de honor no era otro que Jiang WanYin.

Cuando se giró altivo para mirarle, lo supo.

-Esta es... ¿tu secta?

-Así es. -Asintió-. Bienvenido, Lan Huan, al Muelle del Loto. Mi hogar.

Y, bueno, en algún momento dentro de no demasiado también el de Lan XiChen, ¿no?

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