Between [XiCheng] [Mo Dao Zu...

By EKurae

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Es de conocimiento común que, tras los trágicos eventos del templo GuanYin, Lan XiChen, líder de Gusu Lan, de... More

Capítulo 1: Mis sueños nunca han sido tan realistas
Capítulo 2: ¿Dónde se desayuna por aquí?
Capítulo 3: Es un poco pronto para beber, ¿no crees?
Capítulo 4: Así que esto es un teléfono
Capítulo 5: Eso ha dolido más de lo que debería
Capítulo 6: Ya me mando yo al sofá
Capítulo 7: ¿Cómo que veintitrés de marzo?
Capítulo 8: No, no ha sido un lapsus freudiano
Capítulo 9: Lo poco que tenemos en común
Capítulo 10: Si suena a locura y parece un disparate...
Capítulo 11: El arte de salir de situaciones incómodas
Capítulo 12: Toda esta calma me huele a tormenta
Capítulo 13: Otra vez no
Capítulo 14: Me miras como si supiera algo del siglo XXI
Capítulo 15: ¿Para que sirve una cinta de correr si sigo en el mismo sitio?
Capítulo 16: Debería cuidar por dónde piso
Capítulo 17: Vamos a ver, tengo un móvil y no sé utilizarlo
Capítulo 18: Solo creo que eres hermoso
Capítulo 19: Podemos encontrarnos a medio camino
Capítulo 20: Y si no estoy loco, ¿qué está pasando aquí?
Capítulo 21: Así que sabes que sé lo que no quiero que sepas
Capítulo 22: Nos adentramos en terreno desconocido
Capítulo 23: Prefiero decir hasta luego
Capítulo 24: Interludio y pausa para la publicidad en La Sonrisa del Emperador
Capítulo 25: Interludio y pausa para la publicidad en el Muelle del Loto
Capítulo 26: Dicen que la segunda parte siempre es la más interesante
Capítulo 27: Si bebes, ni vueles en espada ni conduzcas
Capítulo 28: Este mundo es más complejo de lo que pensaba
Capítulo 29: El don de la oportunidad no es lo nuestro
Capítulo 30: Hay formas mejores de decir las cosas, ¿y qué?
Capítulo 31: Vamos por partes, por favor
Capítulo 32: Mientras nadie muera antes del postre, todo irá bien
Capítulo 33: ¿No me vais a ofrecer una copa?
Capítulo 34: Mejor lo hablamos mañana
Capítulo 35: Al final lo de ir al psiquiatra no suena tan mal
Capítulo 36: Empecemos atendiendo a razones
Capítulo 37: Separemos lo real de lo... ¿real?
Capítulo 38: ¿Podríamos acercarnos solo tres milímetros más?
Capítulo 39: Nos han echado un mal de ojo
Capítulo 40: O de cómo torcer en la dirección equivocada
Capítulo 41: Ni las películas me entrenaron para esto
Capítulo 42: Experimentemos un poco de todo
Capítulo 43: ¡Aguanta!
Capítulo 44: No esperes que no me enfade
Capítulo 45: Todavía no está todo dicho
Capítulo 46: La próxima vez, ¡llama antes de entrar!
Capítulo 47: En toda buena mudanza faltan cajas
Capítulo 49: No, sin duda esto no puede ser legal
Capítulo 50: ¿Me dejarás preguntar?
Capítulo 51: Ahí vamos una y otra y otra vez
Capítulo 52: ¿Que tu gata qué?
Capítulo 53: ¿Veterinario? ¿Debería tener miedo?
Capítulo 54: ¿No deberían haberte dado puntos por esto?
Capítulo 55: A todo se le puede dar una oportunidad
Capítulo 56: Yo también te quiero
Capítulo 57: Lo que no pase en la radio...
Capítulo 58: Los hay inoportunos y luego está Wei WuXian
Capítulo 59: Porque quedarnos como estamos no es una opción
Capítulo 60: Entre hermano y hermano
Capítulo 61: Esto no tiene tan mala pinta
Capítulo 62: La familia política me asusta más que la muerte
Capítulo 63: Por favor, por favor, que a nadie le dé un ataque al corazón
Capítulo 64: No te lo dejes en el tintero
Capítulo 65: ¿Seguro que este cuento se ha acabado?
Epílogo 1: El despertar del siglo XXI
Epílogo 2: El despertar del Muelle del Loto

Capítulo 48: No sé yo si esto es legal

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By EKurae

-¿Entonces metemos todo esto en cajas o no?

-Sí.

-No.

Hablaron al unísono, dando cada uno una respuesta tan absoluta como distinta. Nie MingJue miró a la pareja con cara de querer estrangularlos a los dos al mismo tiempo. Lo habría hecho si no le faltasen manos por culpa de la caja llena de libros que llevaba en brazos. Lan Zhan también parecía estarse enfrentando a la misma disyuntiva, pero eso solo lo sabía su hermano, que le ofreció una sonrisa conciliadora —aunque tirante— a modo de disculpa. No se la compró, porque la verdad es que él prefería pasar su mañana de sábado con su novio y su hijo que con su cuñado y una mudanza que ya no se sabía si sí, si no o si tal vez, y que seguro que acababa implicando tener que verle la cara más días. Además, la disculpa silenciosa tampoco pudo ser todo lo comunicativa que a Lan Huan le hubiera gustado, porque tenía sus propios problemas. Y por sus propios problemas se refería a enfrentarse a la mirada airada de su novio, que estaba en desacuerdo con su negación.

-Sí, el plan sigue en pie. -Sentenció Jiang Cheng-. Empaquetamos tus cosas y las llevamos a mi casa, aunque sea provisional.

-Pero si vamos a buscar piso nuevo, no tiene sentido. Y además no caben, es el punto de todo esto. -Le contradijo el escritor, aun sabiendo que jugaba con fuego-. Podemos dejar mis cosas como están y moverlas ya cuando nos mudemos.

-Entonces tendremos que hacer el doble de mudanza, Lan Huan. Tus cosas y las mías.

-¿No va a ser lo mismo de todas formas?

-No, claro que no. Así ahorramos tiempo.

-Pero gastamos gasolina a lo tonto. Llevar mis cosas a tu casa y luego a la nueva me parece redundante. Y hasta que no encontremos algo tu apartamento va a parecer unos grandes almacenes en rebajas por liquidación.

-¿Y dejarlas por aquí tiradas a medio empaquetar no te parece poco comprometido? Porque a mí sí.

Aunque ocurría muy de vez en cuando —gracias sobre todo a que Lan Huan tenía la paciencia de un santo—, durante sus discusiones ardía Troya. Cuando la pareja comenzó a fulminarse el uno al otro con la mirada, Nie MingJue y Lan Zhan empezaron a temer por sus tristes vidas, porque ay de ellos como se pusiesen en medio. O aunque no lo hiciesen, en realidad. Tenían todas las papeletas para acabar contando como daños colaterales. Como poco, saldrían trasquilados. Ninguno de los dos había visto una pelea completa entre Lan Huan y Jiang Cheng, solo los efectos secundarios de alguna, pero la verdad es que no tenían ese deseo de morir. Al fin y al cabo, enfadados pero por separado los habían aguantado a los dos y daban miedo. El entrenador se atrevería a decir que su mejor amigo enfadado le aterrorizaba incluso más que Meng Yao cuando se enfadaba, y eso es mucho.

Tenía muy malas experiencias lidiando con un Meng Yao malhumorado. Así que, quién sabe si por suerte o por desgracia, decidió hacer de pacificador. El papel no le pegaba lo más mínimo, así que lo más probable era que acabasen los tres gritando y Lan Zhan mirándolos como si fuesen escoria humana.

-Haya paz. Haya paz, tortolitos. -En una milésima de segundo, las miradas disgustadas de los dos se fijaron en su persona como las miras telescópicas antes de un disparo. Nie MingJue tragó saliva. ¿En qué momento le pareció buena idea decirle que sí a su amigo escritor en vez de quedarse con su novio perdiendo el fin de semana en la cama?-. No deberíais enfadaros vosotros. Debería enfadarme yo, que me habéis hecho traer la furgoneta para nada.

Sí, por supuesto. El coche de Nie MingJue tenía que ser una furgoneta. Ese hombre no entendía de cosas pequeñas, por eso gastaba una XL de talla de condones.

-No, para nada no.

-Sí, para nada sí, Jiang Cheng. -Se atrevió a contestarle el entrenador en tono burlón. Si las miradas matasen... Ay, si las miradas matasen. Nie MingJue sería un cadáver descuartizado en trocitos muy chiquititos si las miradas matasen-. ¿Vamos a llevar todas las cosas de Lan Huan a tu casa para que críen polvo en lo que encontráis piso nuevo? Qué tontería, como mucho que se lleve el ordenador y listo.

-Gracias, A-Jue.

-¿Qué "gracias A-Jue" ni que ocho cuartos? Tampoco te creas que nos vamos a ir a comer y de fiesta así como así. -Esta vez la firmeza atronadora pero socarrona del mayor de la sala se dirigió al escritor, que elevó una ceja ante sus palabras. A su lado, Jiang Cheng se permitió un bufido irónico-. De aquí no salimos hasta que terminemos de empaquetar tus cosas, que no he salido a comprar más cajas para nada.

-¿Eh?

-Sí, sí, lo que has oído. No las vamos a mover porque eso es una estupidez, pero si las dejamos recogidas desde ya nos ahorramos un montón de tiempo y de gritos para cuando hagáis la verdadera mudanza.

Lan Huan contempló a su mejor amigo de hito en hito, como si de pronto no entendiera su lengua materna. Nie MingJue se planteó repetirlo, pero esta vez en inglés. No lo hizo porque le pareció que ya estaba tentando a la suerte en exceso y que si no le mataba el uno, a este ritmo lo haría el otro. Aunque tuviesen una discusión (estúpida) atravesada, meterse en exceso con su amigo escritor era atacar a Jiang Cheng, y Jiang Cheng —justo como su gata— reaccionaría con garras y dientes apuntados directamente a los ojos. No quería morir ahí, en un pisito de soltero de barrio burgués, muchas gracias. Tampoco quería morir joven, por mucho que Meng Yao se empeñase en llamarle viejo día sí y día también y en decirle en cada cumpleaños que estaba más cerca de los cincuenta que de haber nacido. Qué capullo.

Viendo que tampoco había manera de discutir más (y sin querer intentarlo) el locutor dejó escapar un suspiro que más bien parecía un bufido hastiado y se dio la vuelta en dirección al cuarto de su novio. Todavía quedaban muchas cosas de recoger y, a eso de las dos de la tarde, ya empezaba a haber hambre y cansancio. Cuanto antes siguiesen, antes acabarían.

Lan Huan también dio aquella resolución por buena, así que esta vez se fue a revisar lo que quedaba por resolver en el baño. En realidad no le importaba terminar de empaquetar hoy, pero creía estar molestando a su hermano y su mejor amigo, y eso le causaba un cierto malestar. Odiaba importunar a la gente, aunque sin querer había acabado medio molestándose con su novio en el proceso. La vida adulta no está bien pagada. No está pagada. Llegó a esa triste conclusión cuando se hizo con una mochila con cosas que sí o sí quería llevarse consigo y metió en ella el champú. El de Jiang Cheng olía a lotos y, aunque le encantaba, quería seguir asociando ese aroma con el de su pelo y no con el propio.

-A todo esto -como si no hubiera pasado nada grave (porque en realidad esa disputa había sido una tontería y la cerrarían con un polvo al volver a casa) el presentador de radio entró al baño a lavarse las manos. Las tenía llenas de tinta azul hasta casi el codo, porque un bolígrafo se le había explotado de pronto, mientras estaba recogiendo las cosas de su escritorio con un pelín de brusquedad más de la necesaria. Lan Huan le contempló con una ceja alzada, esperando una explicación que nunca llegó-, ¿qué piensas hacer con este piso? Es de tu familia, ¿no?

-Sí, de mi madre. Creo que lo hablaré con ella para ponerlo en alquiler otra vez. Está cerca del distrito universitario después de todo. Si lo dejamos a buen precio, seguro que le viene bien a alguien.

-Por favor, no te conviertas en la versión joven y guapa del pesado de mi casero. -Masculló mientras se frotaba con jabón para intentar sacar la tinta. La espuma blanca rápidamente se volvió azulada, de un gracioso color celeste-. Estoy hartísimo de ese hombre.

-Pero si es majo.

Jiang Cheng le fulminó con la mirada. ¿Acaso después de aceptar buscar un piso juntos Lan Huan había decidido llevarle la contraria en todo? ¿De pronto eran sus padres o qué?

No, por Dios, todo menos eso.

-Lo dices porque solo lo has visto una vez y me estaba desatascando el baño.

-Y me pareció muy amable.

-Porque no llevas dos años recibiendo las multas de los anteriores inquilinos y viendo que no hace una mierda. 

El tema de las multas de los anteriores inquilinos de su piso era todo un caso, sobre todo porque ya se había tenido que enfrentar más de una vez a los de hacienda y a los de tráfico, y ni siquiera tenía coche. Jiang Cheng llevaba años recibiendo cartas que no eran para él, pero en realidad eso era lo peor que le había ocurrido durante su tiempo de alquiler. Y al final, mejor vivir así que seguir compartiendo piso con Nie HuaiSang y con su hermano.

Ese año (meses, en realidad) que pasaron viviendo los tres juntos en lo que encontraba algún sitio en el que quedarse nada más volver del máster fue un maldito caos. En especial porque al principio Nie MingJue le odiaba un poco por... bueno, circunstancias.

-Ciertamente. -Ahí le tuvo que dar la razón. Ante esa pequeña cesión, el presentador pareció un poquito complacido.

En el baño tampoco había gran cosa que hacer, pero les daba algo de privacidad frente a Nie MingJue y a Lan Zhan. El escritor entornó la puerta con la punta del pie, antes de abrazar a su novio y besar su nuca, meloso y encantador. Jiang Cheng le gruñó, pero no intentó apartarle. Estaba más interesado en lavarse y sacar la puñetera tinta —prefería elegir los diseños de sus tatuajes, gracias— y no resultaba fácil.

-A este paso, tendré las manos azules durante media vida.

-Eso te pasa por asesinar a mis bolígrafos, baobei.

-¿Quién ha asesinado a quién? Tu boli se suicidó delante de mí.

-Eso dicen todos.

-¿Qué es esto? ¿Una investigación policial?

-Sí, y has resultado ser el primer sospechoso.

El locutor se permitió una sonrisa ladina. Algún día Nie MingJue les mataría, porque tenía la horrible tendencia a encontrárselos en mitad de cualquier acto interesante o subido de tono al que se arriesgaban en "público". O eso o se les uniría y tendrían que explicarle a Meng Yao por qué habían acabado montándose un trío. Si no se lo tomaba demasiado mal, quizá hasta un cuarteto.

No aprenderían nunca.

-¿Deberíamos despedirnos de este piso hoy o el día en el que movamos las cajas de uno a otro? -Susurró, como si temiese que Lan Zhan estuviese con una oreja detrás de la puerta. Lan Huan clavó los dientes en la curva de su cuello, un mordisquito tentativo.

-Podríamos -comenzó el escritor- despedirnos hoy de este y el día en el que nos mudemos, del tuyo.

-Me gusta como piensas.

-¿Ahora sí te gusta? Porque antes...

-No empieces.

-Solo bromeo, ya lo sabes.

Jiang Cheng puso los ojos en blanco, pero le permitió un segundo beso, ahora un poco más cerca de la yugular. El agua del grifo seguía corriendo, pero solo sería suficiente para camuflar los sonidos más débiles. Sintió el borde de mármol presionándose ligeramente contra su cadera, como una evocadora promesa de lo que podría ser y no fue. Dejó de ser justo cuando los dedos del escritor se paseaban por la cintura de sus pantalones, en busca de algún botón que desabrochar. Nie MingJue conocía bien a sus amigos, demasiado bien, y ya había tenido bastante por un día. Un golpetazo en la pared de al lado, la que comunicaba con el salón, les hizo separarse de un salto.

-¡Lan Huan, Jiang Cheng, tenéis dos minutos para salir del baño o entraré yo a ver qué está pasando ahí dentro!

El locutor le dedicó a su novio una mirada frustrada.

-Odio a tus amigos.

-También es amigo tuyo.

-Cállate.

***

Encontrarse vagando solo en el Muelle del Loto no era lo ideal, pero Lan XiChen sabía que las cosas tampoco podrían acabar de otra manera. Durante esos tres días en QianQian había vivido el dulce sueño de no tener gran cosa por la que preocuparse, sin responsabilidades que exigiesen su atención. Responsabilidades que no quería, que nunca quiso. Responsabilidades que, según había ido descubriendo intercambio a intercambio, le mataban más de lo que le llenaban. Quizá por eso pudo tomar tan a la ligera la decisión de marchar de vuelta a Yunmeng en vez de regresar al que se suponía que era su lugar, su hogar, por mucho que a veces ya no lo sintiera como tal. Su acción tendría consecuencias, sí, y debería enfrentarse a ellas en algún momento, pero primero tendría que hablarlas con WanYin. Había una gran diferencia entre quedarse un par de días por una visita corta que podrían tachar de diplomacia y lo que él realmente deseaba proponerle, lo que se estaba muriendo por decirle.

Ahora bien... ¿aceptaría?

A pesar de las sutiles confesiones intercambiadas entre ellos, el primer jade no tenía forma de saberlo, no al menos si no preguntaba de frente. Y debía. Debía hacerlo porque a la fuerza estaba aprendiendo que el mundo se mueve muy rápido, y poco importa lo mucho que uno desee quedarse quieto.

Antes de tener que desaparecer en cumplimiento del deber, Jiang WanYin había designado como su acompañante a uno de sus discípulos de más confianza. Su propósito era enseñarle las inmediaciones del Muelle del Loto después de conducirle a los que —solo en teoría— serían sus aposentos durante su estancia. Unos cuantos inciensos después de la hora de comer, Lan XiChen se encontraba paseando por los muelles, contemplando encantado los idílicos paisajes de Yunmeng Jiang y la belleza natural de los mismos. Lo único que le faltaba, pensaba, era a cierto alguien a su lado. Por suerte, ese cierto alguien no tardaría en requerir su presencia. Casi aparecido de la nada mientras le echaba de menos, uno de los discípulos de la secta se personó delante de él, haciendo una honda reverencia y transmitiéndole que su líder deseaba verlo en sus aposentos. En privado. Aunque su perfecto rostro de jade no transparentó ni por un instante la expectación que sentía, algo dentro de ZeWu-Jun dio un salto. Compuesto y contenido, asintió con una sonrisa y permitió que le marcasen el camino.

Su guía le dejó justo delante de una bonita puerta corrediza decorada con relieves de lotos. Era la entrada a las habitaciones privadas del líder de la secta. Lan XiChen se preguntó mientras traspasaba el conjunto de alcobas si, desde fuera, el Hanshi impondría tanto como le estaban intimidando esas puertas. En su emoción, ni siquiera atinó a sentirse estúpido. Se limitó a repetir los mismos actos que realizó por la mañana, llamar con tres educados golpes y esperar una respuesta.

-Adelante.

La voz de Jiang WanYin le dio paso, tan clara como hipnótica. Sin esperar lo que le recibiría dentro —una malvada venganza por ese accidentado viaje de vuelta— ZeWu-Jun abrió la última puerta, cruzó el umbral y la cerró a sus espaldas antes de mirar al frente. La mera visión le dejó congelado en el sitio.

Jiang WanYin, desnudo. De espaldas a él y frente a una humeante bañera de madera y una mesita con unos cuantos frascos de distintas fragancias. El vapor se entremezclaba en el aire, empañando las vistas a un lago privado. Ni un suspiro cubría su cuerpo, solo los negros mechones ondulados que le caían por la espalda. Largos, infinitos, descendían hasta más allá de la cintura. Giró la cabeza en su dirección y le dedicó una media sonrisa, atravesándolo con esos ojos que eran como dos amatistas ardiendo.

-¿No me vas a acompañar, ZeWu-Jun?

***

Si confesaba encontrarse confuso, habría una parte de verdad es sus palabras. Si proclamaba que, por primera vez desde hacía mucho tiempo, empezaba a sentir en su pecho la semilla germinante de la felicidad, otro porcentaje sería igualmente cierto. Sin embargo, ninguna de aquellas dos afirmaciones estaría por completo adecuada a la situación, porque desde que empezó a pensar en él —cosa de un mes atrás en esa posada de Caiyi, quizá incluso antes sin ser del todo consciente— tuvo la certeza innegable de que aquello podría ocurrir. Tampoco era por completo real la parte de la felicidad, porque su corazón acumulaba en un compartimento inamovible porciones iguales de miedo y frustración, a cada cual más incomprensible desde su rígido punto de vista.

Sí, ser de pronto el compañero de cultivo de ZeWu-Jun le daba miedo. ¿Qué dirían en su secta, sus discípulos? ¿Qué diría el mundo del cultivo? Los rechazarían como mínimo, caerían en desgracia. Lo había sabido desde que ese pequeño virus conocido como atracción, el que luego acaba dando lugar a cosas tan grandes como el amor, se instaló en su sistema nervioso y le atacó con unos síntomas que negaría haber sentido. Vale, a Jin Ling no le importaba y se alegraba por él. Y vale, todo el mundo ahora mismo formaba parte del club de fans de HanGuang-Jun y Wei WuXian, pero su situación solo podía catalogarse como distinta. Que sí, todo eso era muy bonito, pero seguían siendo líderes, figuras públicas. ¿Podía permitirse sacrificar así el resto de su ya maltrecha reputación, declarando a voz en grito que amaba a otro hombre? Su secta alimentaba tantas bocas... Sus dos sectas lo hacían. ¿Qué pasaría si, por su egoísta romance, sacrificaba el bienestar de los suyos?

Al final, Jiang WanYin siempre era así. Criticaba a Wei WuXian por creerse un héroe, pero acostumbraba a anteponer al resto a sí mismo con una facilidad insultante.

Mientras daba órdenes a sus discípulos para encargarse de arreglar los pequeños desastres que su ausencia había provocado, su cabeza se llenó de pensamientos complicados de esa índole. Pensó que caería en ellos, y de ahí a los lagos, pero algo le hizo frenar en seco. Fue Zidian, que chisporroteaba en su mano furiosa ante las repentinas dudas de su dueño. La energía espiritual que almacenaba le quemó la piel, dejando una franja roja oscura en torno a su índice. Dolía. Le detuvo. Una vocecilla, una que se parecía demasiado a la de Wei WuXian le susurró en la cabeza que sí, que Lan XiChen y él mismo eran dos de los nombres más influyentes en su sociedad pero... ¿y qué?

Si ellos dos juntos no se atrevían a cambiar el mundo, ¿acaso alguien podría?

Los discípulos de Yunmeng Jiang que estaban por allí obedeciendo sus instrucciones sintieron el miedo helado recorrer sus venas. De pronto su líder sonreía, aunque su sonrisa era complicada y no presagiaba nada bueno. En general, nada en aquel día de locos presagiaba nada bueno, porque el temido Sandu ShengShou había aterrizado en su secta de la mano de ZeWu-Jun. La mayoría de muchachos todavía estaban creyendo ver visiones. El resto transmitían la conmoción y los rumores ya originados en QianQian a lo largo y ancho del Muelle. Al fin y al cabo, los rumores no estaban prohibidos en sus tierras, siempre y cuando seas lo suficientemente inteligente como para no contarlos ante quién no debas.

Si bien había estado dándole vueltas a la ansiedad que empañaba sus pensamientos, esa voz le había recordado la frustración, la que también sentía y que nada tenía que ver con la política nacional. Durante aquellos días en la posada —tan deliciosos como desquiciantes— Lan XiChen apenas le había puesto la mano encima. Ni siquiera se había atrevido a besarle con la pasión que (lo sabía, lo veía en sus ojos) deseaba, todo por miedo a hacerle daño y por el pudor inculcado en su férrea educación. Llevase o no su cinta puesta, se había contenido incluso cuando ninguno de los dos quería hacerlo. Jiang WanYin se veía incapaz de aguantar más. Vale, el primer día sus heridas dolían, pero el segundo la molestia se había convertido en algo leve y al tercero ya se veía capaz de salir de caza y volar por ahí sin mayor inconveniente. También es verdad que el instinto de autopreservación no era una de sus grandes cualidades, no siempre. Lo había ido perdiendo con los años. Así que ahora creía estar bien, en perfecto estado, y no pensaba permitir que el primer jade opinase lo contrario. Además, le había hecho pasar una vergüenza terrible durante el viaje de vuelta, y no le perdonaría esa ofensa. No con tanta facilidad, por lo menos.

Así que ideó un plan. Y, ya de paso, aprovechó para asearse en paz. Llevaba días deseándolo sin Wei WuXian revoloteando en su oreja, no vaya a ser que se muriese en la bañera.

-¿No me vas a acompañar, ZeWu-Jun?

Jiang WanYin sabía que era hermoso, no necesitaba que nadie se lo dijera. Desdeñaría los halagos, pero los consideraba ciertos. No por nada ocupaba el quinto lugar entre jóvenes maestros cultivadores. Es imposible colarse en ese ranking sin un rostro agraciado, y no creía que su atractivo se quedase solo en su cara. En aquel momento, ante los incrédulos ojos pardos de su amante y la creciente tienda de campaña en sus túnicas, lo estaba demostrando con creces. Su cuerpo bien formado y cultivado se dibujaba como la silueta de una deidad en el paraíso, recortado entre vapor y flores de loto. Se había soltado el cabello y despojado de sus túnicas interiores en cuanto escuchó cómo llamaban a la puerta.

Su media sonrisa era una tentación en sí misma. Su mirada, un desafío.

-¿Wan... Yin?

La comisura de su labio se elevó solo un poquito más. Como si supiera exactamente lo que estaba haciendo —cuando, en realidad, estaba descubriendo que la improvisación se le daba bastante bien siempre y cuando estuviese excitado— caminó a pasos lentos en dirección a la bañera. Contoneándose, exhibiéndose para su amante sin la más mísera pizca de recato. Lan XiChen tragó saliva de una manera tan obvia que podría jurar que su compañero lo había escuchado. No lo hizo, pero se lo imaginó, y su sonrisilla se ensanchó, satisfecha. La mirada del temible líder Jiang brillaba con una chispa que nadie hubiera creído posible.

Primero un pie y luego otro, ocultando la irresistible tentación que era su persona. Así se sumergió Jiang WanYin en la bañera casi ardiendo que había ordenado preparar. Ante el contacto del agua con su piel, la familiar sensación de ese elemento que era casi como su segundo ser envolviéndole, dejó escapar un sonoro suspiro de satisfacción. Ni tres minutos llevaba el primer jade en la habitación y ya notaba cómo los pantalones bajo la túnica le apretaban justo en la comprometida zona de las ingles.

Sentado en la bañera, el líder de Yunmeng Jiang sacó los brazos y los pasó por los bordes, permitiendo que su cabeza cayera hacia atrás para mirarlo de refilón. Las gotas de agua se deslizaban al suelo, derramándose desde esos tonificados brazos. Acariciándolos justo como el propio Lan XiChen tanto ansiaba. El profundo corte en su brazo derecho se había convertido en una línea roja que ya no sangraba con tanta frecuencia y una costra que no precisaba vendaje, pero que todavía corría el riesgo de abrirse por la falta de atención recibida. Lo mismo ocurría con las tres heridas de su vientre, que ahora se mostraban como carne recién nacida, todavía cicatrizante.

-Lo repetiré solo una vez más. -Habló en un siseo tentador que sucedió a instantes de tortuosa quietud-. ¿No me vas a acompañar, ZeWu-Jun?

-¿Deseas que lo haga?

-No estarías aquí si yo no lo desease.

ZeWu-Jun se obligó a sí mismo a respirar hondo. Tenía que recordarse cómo se hacía, porque no estaba seguro. Primero inspiras, sí, y luego... luego avanzas hacia la dichosa bañera dejando caer el abrigo de tu secta al suelo, tan desesperado como el hombre que lleva semanas ayunando y ante él se presenta el más delicioso de los manjares servido en bandeja de plata. Con la mirada seria, mortalmente seria, tan solemne como si hirviera de rabia, cuando de lo que hervía en realidad era de deseo.

Mirándolo así, se daba un aire a Lan WangJi. Por suerte sus características únicas —los ojos hambrientos y letales más feroces que había visto nunca, por ejemplo— lograron que Jiang WanYin olvidase esa momentánea comparación que, estaba segurísimo, le habría impedido acostarse con él.

Muy para su desgracia, la desesperación de Lan XiChen seguía contenida en la cinta de la frente. Aunque nada deseaba más que arrancársela, no llegaba. El primer jade estaba pecando de prudente, y esa prudencia amenazaba con desquiciar al líder Jiang y tornar ese pequeño jueguecito en su contra. Todavía vestido casi por completo, Lan XiChen tomó asiento al lado de la bañera, por fin de frente, devorando solo con la mirada las mil promesas y tragedias que ese cuerpo encarnaba. Intentó que no, pero sus ojos se detuvieron un poco más de lo necesario en las viejas e imborrables cicatrices que marcaban su pecho como una vergüenza inolvidable. Aunque Jiang WanYin se dio cuenta, prefirió callar al respecto por el momento. No le apetecía perderse en el pasado, sino en el presente, así que atrajo su atención al cruzar las piernas. Provocador. Fue inevitable, pero al final la descarada excitación del líder Jiang atrajo su atención. Aumentó la suya propia de forma exponencial. Sus ingles se adormecieron al pensar en que, por fin, tenía ante él a quien tanto había deseado.

Por momentos se creyó soñando.

En un primer acercamiento, Lan XiChen acarició con una mano la superficie del agua sin apenas sumergir más que las puntas de los dedos. Jiang WanYin le examinó, esperando a que esos ojos terminasen de recorrerlo y volviesen a enfocarse en su rostro. Leyó en ellos un más que inevitable visto bueno que se manifestaba en el ansia casi incontenible de entrar al baño y besarle. Las comisuras de su boca se elevaron, sus ojos entrecerrados con el mismo anhelo.

En su paseo por el agua caliente, los dedos del primer jade llegaron por fin a su pecho. Se inclinó hacia delante para rozarlo, casi como si pidiera permiso. Su caricia iba dejando tras de sí un cosquilleo invisible quemándole con su delicadeza. Tan cuidadoso, tan dedicado, tan devoto.

En algún momento, como compensación por todo lo perdido, los Cielos decidieron otorgarle al hombre perfecto (que en realidad no era tal cosa, pero incluso lo que no soportaba de él estaba empezando a gustarle). Ningún idiota había rechazado jamás el favor de un milagro, y él no pensaba ser el primero.

-¿En Gusu Lan siempre lo hacéis todo tan despacio? -Cuestionó mordaz. Los dedos que habían llegado a su hombro se crisparon y el amago de una sonrisilla quiso apoderarse del rostro de jade que lo contemplaba desde arriba. Jiang WanYin tardó en darse cuenta de que podría haber caído en su propia trampa pero desechó el pensamiento, seguro de sí mismo-. El agua se enfriará.

Qué excusa más triste. Menos mal que Lan XiChen decidió obviarla en pos de no destrozar su dignidad.

-No sé si debería entrar. 

Las palabras del primer jade fueron como un murmullo. Su mano se deslizó por su antebrazo, delineando los definidos músculos. Su aliento pareció también ansioso por una caricia. A pesar de su duda, esas palabras escondían todo el apetito que es capaz de contener un hombre. Las cejas de Jiang WanYin se elevaron en dos elegantes e incrédulos arcos.

-¿Por qué? -Demandó-. Lo deseas.

-No sabes cuanto...

En su caricia de tres dígitos, llegó hasta su muñeca. La rozó y sin levantar la mano la devolvió hacia hacia su cuerpo, como si quisiera dibujarlo sin levantar el pincel del pergamino. Subió por su cuello, lánguida de repente. Recorrió con retorcida lentitud la afilada curva de sus pómulos, ansiando más de lo que se atrevería a confesar.

-¿Entonces? Mi invitación no podría ser más clara. -Aunque se forzaba a mantener la voz en calma, sin explotar como realmente querría, estaba tan tensa como la cuerda de un arco, listo para acertar el disparo en el centro mismo de la diana. Impaciente, muy impaciente-. No te atrevas a decirme que es porque no estamos casados o algo similar, porque entonces te partiré las piernas.

Una risilla suicida se atrevió a atragantarse en los labios de Lan XiChen.

-No es eso. Llegados a este punto, no le tengo demasiado cariño a esa regla en particular. -Admitió-. Sigues herido.

-Evalúa el estado de mis heridas por ti mismo.

Aunque lo dijo, Jiang WanYin no planeaba permitírselo. Él mismo sabía cómo estaban sus heridas, ya no representaban ningún peligro. No mortal, por lo menos. Las maravillas del cultivo, capaces de superar incluso a la medicina moderna y a la lógica actual. Y, como lo sabía, tomó cartas en el asunto y realizó la más directa de sus jugadas. Si aquello no funcionaba, nada lo haría. 

El índice y el corazón de Lan XiChen habían comenzado a trazar la curva de sus labios, deteniéndose en su marcado arco de cupido. Su contradictoria caricia incluyó un premio, o quizá un castigo. Veloz, el líder Jiang abrió la boca y capturó su índice entre los dientes, un mordisco suave cuyo único propósito era mantenerlo sujeto. Sus propios dedos tamborilearon sobre la estructura de madera de la bañera. Sorprendido, ZeWu-Jun buscó su mirada. Dos pares de ojos conectaron en una conversación sin palabras, en un desafío mutuo, en una batalla que ninguno de los dos se permitiría perder.

Un asombrado jadeo se escuchó rebotar entre las paredes de la alcoba. Lo provocó el audaz movimiento de la lengua de Jiang WanYin en torno a la falange que sostenía entre los dientes. Nunca dejaron de mirarse. Había algo terriblemente sobreestimulante en la forma que tenía de lamerle, sin abrir la boca, sin mostrar la lengua, pero marcando con precisión cada uno de sus movimientos. Húmedo y cálido, así sentía su tacto en la punta misma de su dedo. Se preguntó, inevitable, cómo actuaría esa misma lengua en el resto de su cuerpo. Esa excitación que llevaba ya un rato atenazando su bajo vientre se hizo más evidente cuando, en un colorido final, el cultivador de Yunmeng dejó escapar su dígito con un pequeño estallido que resultaría, como poco, obsceno.

Todavía con la vista fija en esos ojos garzos, Lan XiChen se relamió los labios. Jiang WanYin supo que había ganado, pero no quiso que la satisfacción se evidenciase en su rostro, no cuando ya se estaba haciendo más que obvia en su creciente erección.

-Deberías ser un crimen, WanYin. -Musitó el primer jade, incapaz de resistirse, incapaz de luchar-. Lo que haces de mí no es justo ni moral.

-Considéralo una venganza, XiChen.

Pero es que más que venganza aquello era un regalo. Al menos así lo sentía ZeWu-Jun, masoquista en uno de los pozos más oscuros de su alma y sádico en otro. Con la mirada enturbiada por el deseo, por fin se adelantó para aprisionar los pálidos labios que hasta hacía un minuto habían estado causando estragos en su cordura. Sus bocas se estamparon la una sobre la otra con fuerza, desabridas, como si quisieran golpearse. Una de las manos de Lan XiChen se aferraba al borde de la bañera y, en algún momento de aquel beso perverso, la madera se quebró bajo sus dedos. No acusó las astillas y no escuchó el crujido, porque ninguna de aquellas cosas le importaban lo más mínimo. Solo le interesaban los labios de Jiang WanYin, su amado Jiang WanYin, tan adictivos y peligrosos como el más dulce de los licores. Por primera vez se besaban desatando sus pasiones, volcándose el uno en el otro, mordiéndose los labios hasta dejarlos hinchados, irritados y hechos trizas. Justo así, justo como querían que quedasen sus cuerpos.

Las manos de Jiang WanYin en algún momento decidieron alzarse hasta las sienes de su amante, enredarse en la brea de sus cabellos y tironear a gusto entre los sedosos mechones. Tenían un objetivo tan manifiesto como crucial, y lo cumplieron. En cuanto encontraron ese nudo que era clave, lo deshicieron. Al notar como la cinta de su frente, blanca y pura, se deslizaba hasta caer, Lan XiChen cortó el beso y se separó. Sus ojos oscurecidos perforaron los del líder Jiang, igual de vidriosos.

Justo ahí, al compás de un latido seco, Jiang WanYin se vio invadido por una certeza irrefutable: había ido a tentar al hombre más peligroso del mundo del cultivo.

Sonrió.

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