AIDEN.
El trayecto hacia el barrio en el que me crié estuvo lleno de incomodidad y de silencio, ninguno de los presentes dijo una sola palabra. Llegamos al destino en 10 minutos, y aparcamos el coche enfrente de mi casa.
—¿Qué hacemos aquí?—pregunta Carl con un tono nervioso e impaciente mientras se baja del coche y cerrando la puerta de un sonoro portazo.
—Estoy seguro de que sus hijos están en esa casa—digo señalando a una de las casas más viejas y menos cuidada de la calle.
—¿Ahí?—preguntó con cierto temor.
Observo el jardín de la casa de Scott, el cual es el más descuidado del barrio y puedo ver a los matones de Scott bebiendo cerveza y fumando lo que parecían ser porros.
—Entremos—dice Carl totalmente decidido a llevarse a sus hijos de vuelta a casa.
Yo le miro completamente extrañado. Él y su mujer eran los causantes de todo lo que estaba pasando. Por esa dichosa compra del terreno estábamos metidos en esta peliaguda situación.
Y lo peor es que yo estaba entre la espada y la pared. Por un lado las personas que me habían dado la vida y gente con la que me había criado, y por otro lado se encontraban las personas que me habían dado un trabajo para poder pagarme la universidad y la chica que me volvía loco y de la cual me había enamorado completamente.
—¿Está seguro? Conocemos a esta gente muy bien, no le va a gustar nada lo que va a ver—dice Lexi advirtiendo del peligro que corríamos si dábamos un paso en falso o les desafiábamos.
—Son mis hijos y haré lo que sea por ellos—sentencia y comienza a caminar hacia la casa.
Al pisar el césped mal cuidado, los matones de Scott nos miran como perros rabiosos, esperando el más mínimo movimiento en falso para atacarnos.
—¡Dónde están mis hijos!—exclama el padre de Andrea dispuesto ha hacer todo lo que fuera para tener a sus hijos entre sus brazos.
Agradezco que quiera intervenir, pero si lo hace así, esta gente se lo tomará como insulto u ofensa y terminará provocando una pelea innecesaria.
—Déjeme hablar a mi—me pongo delante de Carl impidiendo que aquellos matones de barrio se duden cuenta de que él era la persona por la que iban a perder sus casas—queremos ver a Scott, decidle que es de parte de Aiden.
Uno de los matones se levanta de mala manera y tras desafiarme durante unos segundos con la mirada y al ver que yo no rehuía de él, pasa a la casa mientras bebe un gran trago de cerveza.
Al rato sale Scott, acompañado de una de sus muchas amigas.
—Pero si es el hijo pródigo, ¿y a quién tenemos aquí?—dice manteniendo su brazo sobre los hombros de la chica.
—¡Dónde están mis hijos, mal nacido!-grita mientras se pone a mi lado delatándose él mismo.
—Ah, pero si estamos ante el mismísimo Carl Donovan, el famoso empresario que quiere robarnos lo que es nuestro por derecho.
—¡Vosotros secuestrasteis a mis hijos en contra de su voluntad!—exclama completamente enfadado.
—Vas a echar a muchas familias a la calle, esas familia tienen niños pequeños y ancianos que necesitan un hogar donde vivir—dice Scott con un tono serio y la verdad es que tenia razón con todo lo que decía.
—¡No tenéis derecho a secuestrar a mis hijos!—exclama el padre de mi novia lleno de ira.
—Veo que sigues con la misma cantinela. Está bien, te devolveremos a tus hijos—accede Scott raramente.
—Veo que ya por fin entrasteis en razón—dice Carl con un tono aliviado.
—Cuando anuléis la compra y rompáis el contrato frente a nuestros ojos para cerciorarnos de que este tema absurdo ya está zanjado—continúa diciendo Scott.
Sabía que esto no terminaría aquí. Era Scott Pérez, él nunca accedería a una cosa así, y sé de buena mano que esto no terminará hasta que no se salga con la suya.
—¡Estás delirando! No voy a anular ningún contrato por un par de pueblerinos—bufa Carl perdiendo la paciencia.
Carl se cruza de brazos mientras yo solo puedo apretar los puños con fuerza.
—Usted lo a querido, ahora lárguese—dice Scott mientras se ríe junto a sus matones.
—Scott, suéltalos, no van a dar su brazo a torcer, sabes como se comporta esta gente—digo entonces sabiendo que a Carl no le iba a gustar nada.
Noto la mirada enfurecida de Carl en mi nuca y puedo escuchar como sus dedos crujen sonoramente cuando aprieta su puño con firmeza lleno de rabia y de odio. Quería a sus hijos de vuelta, pero no lo iba a conseguir tal y como estaba llevando las cosas.
—No me hagas reír—dice tras rodar los ojos con una sonrisa ingenua—El chico que dejó su casa para liarse con una niñita mimada y rica no tiene de nada que hablar aquí.
—No vuelvas a hablar así de Andrea, ¿entendido?—digo mientras me acerco a él lleno de ira por ese comentario y cogerle de la pechera de la típica camiseta blanca de tirantes que suele llevar puesta.
—¿Enfadado? ¿Enfurecido? Pues así nos encontramos todos los que vivimos aquí. ¿A dónde irán tus padres, Aiden? ¿Se irán a vivir con tu noviecita y contigo? ¿Les comprareis una casa en una isla privada ahora que eres rico?
Esas preguntas absurdas me irritaban. Scott sabía perfectamente cuál era mi punto más débil en ese momento. Mis padres y Andrea.
—Scott, para, estas llevando esto demasiado lejos—le advierto sin soltarle la pechera en ningún momento.
—Hago lo que puedo para sobrevivir en este mundo de ricos en el que los pobres como nosotros no tienen cabida—afirma Scott zafándose de mi agarre de un manotazo.
—¡Devuélveme a mis hijos ahora!—exclama de nuevo Carl trastocando mi plan de ganarme a Scott.
—Devuélvenos nuestras casas—sentencia Scott desafiando a Carl con la mirada mientras se cruza de brazos.
Carl y Scott mantienen un duelo de miradas que parece no terminar nunca. Carl no daría su brazo a torcer ya que ese proyecto le haría ganar mucho dinero y Scott tampoco cambiaría de opinión, él llevaba toda la razón, Carl y Anna no podían arrasar con todo nuestro barrio esperando que no nos opongamos.
La tensión que se sentía en el aire se podía cortar fácilmente con unas tijeras hasta que el sonido de una moto nos distrajo a todos de esta guerra fría entre ambos bandos.
Ese ruido de motor y ese derrape que hizo al girar la la curva que conformaba la calle... Esperen. ¿¡Esa es mi moto!?
ANDREA.
Intento llevar la moto lo mejor que puedo y recordar cada una de las calles por donde Aiden me trajo la última vez que vinimos. Mi mente pudo recordar perfectamente las calles por las que tenía que girar o por las que tenía que atajar para llegar más rápido.
Tras unos pocos minutos, al fin puedo divisar el barrio de los padres de Aiden. Reconocería ese taller incluso a leguas de distancia. Entro en la calle tras girar la esquina haciendo un pequeño derrape sin siquiera saber como lo hice y logro ver lo que parece ser un enfrentamiento.
Aparco la moto a un lado de la calle y al girarme todos los presentes centran su atención en mi y me miran atónitos.
—¿Andrea?—pregunta mi padre mientras abre sus ojos como platos cuando ve como me quito el casco y lo dejo sobre la moto de Aiden y me acerco a ellos decidida.
—¿Estáis bien?—pregunto preocupada ignorando la mirada de enfado y desaprobación de mi padre.
—¿Qué haces con mi moto? ¡No tienes el carnet!—exclama Aiden mientras se abalanza sobre mi para colocarme a su espalda y protegerme de la vista de Scott, aunque ya era demasiado tarde.
—No os iba a dejar solos en esto—me encojo de hombros mientras me deshago de la posición en la que estaba para ponerme junto a mi padre y a mi novio, a la vista de todos.
—Pero bueno, si es la niña sexy del barrio pijo—dice Scott con una mirada algo pervertida mientras posa su brazo sobre los hombros de una chica la cual me mira de arriba a abajo con una muesca de asco.
—Scott, basta de juegos, que somos mayorcitos—digo con fastidio.
—Uy, pero si la chiquilla viene con ganas de pelea—dice Scott mientras que sus matones se limitan a reírse—me gustan las fieras como tú, bebé.
—Vuelve a llamarme así y sufrirás las consecuencias—le amenazo totalmente decidida mientras le regalo una mirada desafiante.
Scott se vuelve para observar a sus amigos con mirada de gallito y media sonrisa ladeada.
Pero si algo he aprendido desde que Aiden llegó a mi vida, es que tengo que esforzarme para lograr lo que quiero, y ahora lo que quiero es salvar a mis hermanos.
—¿Y qué vas a hacer, bebé?—dice desafiándome con una sonrisa más notoria mientras deja de posar su brazo sobre los hombros de aquella chica para acercarse a mi hasta quedarse a escasos centímetros de mi rostro.
—Tú lo has querido—sonrío complaciente mientras le doy un puñetazo en la mejilla, haciendo que esté se voltee instantáneamente perdiendo así la mirada pervertida que venía teniendo desde que llegué a aquel descuidado jardín.
Se queda parado dándome la espalda y roza la parte que le he golpeado con su mano. Vuelve a girarse para lanzarme una mirada de odio.
—Oh bonita, no debiste de haber hecho eso.
De repente Scott coloca las manos a su espalda y segundos después sostiene una pistola que apunta directamente hacia mi.