Legado de Pilares [ADN I] |Fi...

Da AlysaKai

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🖤 Finalista en los Wattys 2021 bajo el nombre «El Legado de Sadra» que ahora es «Legado de Pilares» _______... Altro

Frase
Sinopsis más general
Mockups
Moodboard
PROMO
Prólogo
1_Burbuja Rota (Ainhara)
2_Secuestro y Abandono (Anahí)
3_Unidas por el Dolor (Anahí)
4_Partícipe (Amir)
5_Deporte o Suicidio (Ainhara)
6_Inesperado (Ankara)
7_Una sombra (Ankara)
8_Trampa conjunta (Anahí)
9_Nueva rutina (Amir)
10_Castigo Domiciliario (Ainhara)
11_Partido (Ainhara)
12_Relax (Anahí)
13_Volver (Ainhara)
14_El tiempo junto a ti (Amir)
15_Enigmas (Ankara)
16_El casete (Anahí)
17_Un nuevo salto (Ainhara)
18_Khopalka (Amir)
19_Los Batlelock de Musa (Anahí)
20_En lo alto de una estrella (Anahí)
21_Sadra Miller (Anahí)
22_La noche de las cuatro víctimas (Ankara)
23_De Luto y Una Nota (Ainhara)
24_Mentiras develadas (Ainhara)
25_Fuera del Orfanato (Anahí)
27_Código: SM (Ainhara)
28_Travesía (Ankara)
29_Bienvenidos al NUCLEO (Ainhara)
30_Historias del pasado (Astrid)
31_Alianza Oficial (Anahí)
32_Los primogénitos declaran su apoyo (Astrid)
33_Entrenando a los cinco (Astrid)
34_Una Noche Especial (Ainhara)
35_El Proyecto (Astrid)
36_Una Grieta en el Plan (Astrid)
Epílogo (Ainhara)
Edits

26_Mi Realidad (Amir)

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Da AlysaKai

Coloco el reloj en mi muñeca de manera torpe a consecuencia de mi apuro. Levanto la vista al espejo y me arreglo el cabello mientras pienso en Ainhara.

Acaba de llamar para pedirme que nos veamos. Por tanto, me ha puesto a correr por toda la cada.

— ¡Mart! ¡Mart!

— Dime –responde adentrándose en el dormitorio.

— ¿Sabes dónde está mi móvil? Tuve que dejar de buscarlo para vestirme primero.

— Creo que está encima del refri –supone–, espera; yo te lo busco.

— ¡Gracias! –voceo cuando ya se ha ido.

Volviendo a Ainhara, desde nuestra despedida en el cementerio no nos hemos visto. Los compromisos con los Yoon o mis padres no dejaron espacio para buscarla.

Aunque ella tampoco me contactó, hasta hoy. Lo cual, me hace muy feliz.

— Aquí está.

— Gracias –repito.

Entonces, llevo el móvil a un bolsillo del pantalón.

— ¿Te ayudo con el cuello?

— Por favor, es un desastre.

— Vestirse a las prisas no es lo tuyo.

— Y qué lo digas –acepto.

— ¿Te imaginas a ti mismo como un médico intensivista?

— No –planteo rotundo.

— Eso creí.

Sonríe con el mérito que le da el tener razón.

— ¿Y tú qué? ¿Te llama la atención alguna especialidad?

— Dermatología o cirugía.

Wow, son dos polos opuestos. Creo... que a Damián también le gusta cirugía.

— Así es. Aunque todavía nos queda mucho tiempo para decidir que elegiremos al final.

— Es verdad –concuerdo– ¿A todas éstas y Damián dónde está?

— Tenía un extra en la facultad, salió temprano por ello.

— Vaya, no sabía. O si era así, no lo recuerdo. ¿Tú? –me intereso– ¿Estarás todo el día aquí?

— Esto ya está –se refiere al cuello que además ostenta corbata–. Sí, estaré. Es fin de semana y quiero aprovechar para hacer un poco de aseo.

— Ey, no tienes que hacerlo. Eres nuestra invitada.

— Tú también eres un invitado –señala–. Entonces le tocaría a Damián hacerlo. Dime, ¿crees que lo haga?

— Que capullo es. No, no lo haría; pagaría a una empleada –entonces lo dicho sin pensar se vuelve una idea–. ¡Oye podemos hacer eso!

— No hay necesidad, de verdad, si no me pesa. Así tengo la sensación de que hago algo más que robarles la comida y ocuparles un cuarto.

— No robas nada –aclaro–. Eres su amiga y mi compañera de maratones cuando Damián no está.

— Claro –toma en cuenta–. Por eso en las noches ya no estudio, sino que me dedico a ver películas antiguas con un desocupado.

— ¿Cómo que desocupado, Mart? Me hieres, chica, me hieres.

— Solo digo que estas de vacaciones.

Justifica haciéndome sonreír.

— Te daré la razón. ¿Y bien? ¿Cómo me veo?

Cuestiono mientras echo perfume en mi cuello.

— ¿No vas muy formal para la ocasión? –indica–. Es decir, solo vas a tomar helado con tu novia.

— Sí tal vez, pero es la costumbre... y mi closet. No tengo más ropa aparte de estos tipos.

— Da igual, te ves bien. Estas hecho a la medida para lucir esmóquines.

— Vaya gracias.

— Que te vaya bien.

— Así será; nos vemos al rato.

Al instante me despido dándole un beso en la mejilla para trotar hacia el auto. Por supuesto conduzco sin licencia. Lo cual equivale a un pergeño capricho de chico elitista. Pues debo de vez en cuando tirar del hilo de los privilegios que me otorgan los apellidos que llevo.

Hacer uso de mi ficha individual del ciudadano para asuntos como el de la licencia, es uno de ellos. En consecuencia, cuando un policía me llega a pedir los papeles, y lee mi nombre, prefiere no levantar multas a Amir Balezcose Urbide.

— ¿Qué has hecho de mí, chica? Soy todo un rebelde: acabo de superar el límite de velocidad permitido en carretera para llegar hasta a ti –digo a Ainhara cuando aparco.

— ¿Y eso?

— Te extrañaba –expongo– ¿Existe para ello una mejor razón?

Atraigo sus cachetes yendo en busca de su boca con mis labios prestos para poseerla. Es increíble: como me siento, como mi cuerpo se recarga con una energía positiva cuando estoy cerca de ella. Olvido el cansancio y me encuentro capaz de poder con todo.

— No... –emite retirándose– no quiero.

Sus hombros lucen inquietos. Mientras yo no entiendo; solo la observo bajar la mirada.

— No quieres ¿qué? Besarme –conjeturo– ¿Ainhara no quieres besarme?

Esperaba cualquier sorpresa de su parte menos esta.

De repente el cumulo de la energía que siento se transforma en un enorme nudo palpitante, cargado de tensión en el centro de mí pecho.

— Tenemos que hablar.

— Hablar –repito sintiendo la alarma en el tono de mi voz–. ¿Ainhara de qué quieres hablar?

Puedo suponerlo, pero no quiero.

— Quiero acabar –suelta de repente–, esto; aquí y ahora –zanja con sus manos.

Marca con su señalamiento una línea que nos divide. Entretanto solo observo, como si le diera forma y color en mi mente.

— Ainhara...

Jamás me había pasado; jamás alguien me ha dejado. Ni mucho menos le he parecido repulsivo tanto como lo debela ella en su mirada. O con los pequeños gestos de su rostro. Entonces, ¿qué decir?

Quizá lo mejor es hablar con la verdad.

— No entiendo esta decisión tuya.

— Es tan simple como que descubrí la verdad.

— ¿Cuál verdad?

— No lo sé, ¿cuál verdad, Amir? ¿Me ocultas tantas?

— Ainhara...

— Por favor te pido que dejes de pronunciar mi voz como si intentases calmarme, o hacerme cambiar de opinión –en realidad lo ordena.

— Vale, bien, solo, solo quiero saber qué ocurre.

— Sé que eres Amir Balezcose Urbide –afirma con tanta seguridad que no replico–. He descubierto que tienes una vida bastante ajena a todo lo que guarda relación conmigo. Y sé que estás comprometido con alguien más.

Mis palabras se atropellan sin llegar a salir. Termino tan solo exhalando.

— ¿Dime, ibas a bajar del trono elitista en el que naciste para llegar hasta mí? ¿O simplemente me usarías hasta que terminasen tus vacaciones? Dime –no hablo– ¡Dime! –grita en un tono que raya lo irritante de sus pupilas escandalizadas– ¡Dime!

— ¡Ainhara calla! –pido– Estamos en pleno parque.

— ¿Crees que me importa? –refuta.

— Entremos al auto; terminemos de hablar ahí.

Deseo menguar su ira. Sin embargo, una vez entramos al auto, ella me observa con la misma cara de hastío. De tal forma demanda mi respuesta.

— No quería que las cosas se dieran así, mi interés tampoco era usarte.

— ¿Y cuál era tu interés, Amir Balezcose?

— Solo esperaba que fuéramos felices lejos de mi realidad. Mi familia parece perfecta pero aun así no lo es; el mundo en el que se desenvuelve no lo es. Y no quería que fueras parte de esa presión.

— Oh, entonces tengo que agradecerte. Gracias, Amir Balezcose.

— Deja de pronunciar mi apellido te lo pido por favor.

— ¿Te molesta? –cuestiona con apariencia de inocencia.

En verdad está siendo irónica.

— Me molesta este tono insidioso con el que lo pronuncias. Me molesta que pienses que no te quiero cuando sí lo hago.

— ¿Qué puedo hacer? La verdad, es que no te creo. Me has ocultado tu identidad y por lo que puedo percibir, nunca pensabas revelármela. ¿Entonces? ¿Qué futuro nos esperaba?

— Yo no puedo darte un futuro, solo un bonito presente...

— Lo más triste es que ya lo sé –susurra.

— Quisiera saber cómo lo supiste.

Pido a causa de la ausencia de respuestas que ahora mismo tengo para darle.

— Por Damián. Su parecido con Bradley Yoon me llevó a investigar y descubrí que tu madre es Libia Urbide, mientras que tu padre, es Carlo Balezcose. Sabes, puedo ser una chica de clase básica pero no soy estúpida

— No creo que lo seas –interrumpo.

— Puedo entender que de dónde vienes no está permitido cambiar de planes. Por ello sé además que tu deber para con ese mundo está por encima de tus sentimientos. ¿O me equivoco?

Ella está en lo cierto. Por tanto, solo atino a disculparme:

— Lo siento, Ainhara.

— Yo lo siento más. De vedad que sí; lamento haberme ilusionado con alguien tan cobarde como tú, Amir Balezcose.

Deseo sostener su mano, aunque sostengo el volante con frustración e ira. Mientras mis labios se aprisionan entre sí, ella abandona el auto. E intento en el acto no llorar, ni golpear nada. Entonces comprendo que no hay peor impotencia en el mundo que desear cambiar algo que escapa de tu control. Prefieres que el desenlace no sea así pero no hay manera de que puedas detenerlo.

Ainhara ha decidido dejarme. Se ha convertido en esa primera persona al hacerlo. Y tiene el derecho a ello, aunque me duela, porque para empezar yo no tenía siquiera permiso para enamorarme de ella.

De manera que para mitigar el mal trago prendo el motor. Quiero alejarme de este parque, dejar de oler su fragancia en el ambiente. Conduzco hasta el mar con ansias. Ahí me bajo del auto dando un portazo que se torna casi nulo. Zafo la corbata que con tanto esmero colocó Mart en su sitio y me dirijo hasta la arena yendo en busca de paz. Me siento llevando las rodillas a mi pecho. Inhalo y exhalo. Sin planearlo, lloro. Aunque no pierdo la compostura y resulta ser un acto breve. Mucho más de lo que esperaba.

Es un instante liberador. Aun así, estoy en esos momentos en donde lo veo todo negro, donde a pesar de que sé las maravillas de la vida, las cosas buenas a disfrutar, de las cuales agradecer, o los privilegios que poseo; nada importa. Pues, si bien la razón conoce todo eso, nada me hace sentir mejor.

Intento vaciar la mente recostándome en la arena para cerrar los ojos. No funciona. Sin embargo, tampoco me dan ganas de levantarme y aquí permanezco. Al tiempo en que pienso que por primera vez ser quien soy me jugó en contra. También reconozco que mi egoísmo aplastó lo más bonito que Ainhara y yo vivimos. Con todo, espero que en su dolor sepa cuánto la amo, aunque no lo mencione.

Cuando mis ojos se vuelven a cerrar, sólo pienso en aquel improvisado viaje del autobús público donde arriesgué mi estándar para seguirla y aventurarme a quererla. Ahora nada de eso importa porque lo que en verdad tendría que arriesgar por ella, no lo pondré en peligro.

Esa seguridad me hace levantarme e ir hacia el auto. En donde me encuentro un mensaje de texto:

Mart: Tendremos visita para el almuerzo. Astrid está llegando.

Mi acto reflejo al leer es chistar por lo bajo. Creo que nunca me había jodido tanto oír su nombramiento. Astrid, Astrid ¡a veces me aburro de ella! Aunque no puedo hacerlo porque Astrid representa ese mundo del que no puedo deslindarme.

— Llegas temprano –nota Mart al recibirme.

— Estaré con el saco.

Me descargo a cabezazos contra el saco de boxeo que tengo en el dormitorio. Justo al frente la ventana. Hasta que aburre dar golpes sin sentido y me tumbo sobre la cama.

Es angustioso como solo han pasado unos pocos minutos y a mí me parecen horas.

— No quiero sonar pesada –aparece Mart en la puerta– pero no deberías recibir a la invitada con ese mal genio.

— ¿Quieres saber que ha pasado? –intento comprender viéndola de lado.

Permanezco tumbado en la cama.

— Tal vez te ayude hablarlo, si quieres, estoy dispuesta a escuchar.

— Ven –invito y le hago un espacio en la cama.

Ella se recuesta a mi lado para empezar a conocer lo ocurrido. E increíblemente consigo relajarme mucho en tanto voy hablando y mantengo la vista en el techo de la habitación.

— ... acepto que me equivoqué, que ella es la víctima, pero eso no quita que la quiera de verdad.

Concluyo para entonces ver a los ojos de Mart.

— Pienso que para todo existe un tiempo. Quizá este sea el tiempo de estar separados para probar qué tan fuertes son vuestros sentimientos. Aunque, también...

— Dilo.

Mart me ve. Al segundo observa la pared del techo.

— Pienso que, si continúas siéndole leal a tu mundo por encima del amor que puedas sentir por alguien, nunca ese amor que sientes llegará a ser completo. O tal vez, no es tan fuerte como para aferrarte a la idea de que sí lo es.

— ¿Me estás diciendo que no la amo? –resumo incrédulo.

— ¿La amas? –me prueba.

— ¡Sí!

— No –refuta–. Porque, ahora dices que amas a Ainhara, pero no estás dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias por preservar vuestro amor. Opino además que ella ha comprendido esto y por tal motivo se ha alejado.

— Puede ser. Pero

Mart me corta:

— Dale tiempo al tiempo. Será lo mejor. Ahora me voy porque tengo un almuerzo por terminar.

— Te ayudaré.

Me levanto para ir; ella contradice de nuevo:

— No. Mejor date una ducha y alístate para recibir a Astrid –puntea.

— Mart, gracias –cabeceo–. Estoy mucho mejor ahora.

— No ha sido nada –sonríe– ¿Sabes cuantas veces le he oído los desamores a Damián?

— Claro. Entiendo, aun así, déjame decirte que eres muy buena oyente.

— ¿Puedo darte un último consejo? Por supuesto, lo tomas o lo dejas.

— Dime.

— Inténtalo con Astrid. A pesar de que no la quieras, si ya tienes decidido que casarte con ella es lo que harás, al menos deberías ponerle un poco de empeño a vuestra relación.

— Lo tendré en cuenta, gracias.

Tomé la ducha y recibí a los hermanos Yoon. Uno más feliz que el otro. Porque según nos contó Damián no le fue nada bien el examen. También según Damián fue culpa de los profes, que lo liaron con el contenido a estudiar. Por ende, Mart se ofreció a hacer los resúmenes en conjunto con él para la próxima prueba.

Astrid le dijo zocotroco en la cara, lo cual atrajo de él una mala respuesta: su anular elevado y su lengua sacada hacia afuera. Así dejamos atrás el tema del apoteósico currículo estudiantil-universitario del joven Yoon Urquía.

Entretanto nos centramos en el almuerzo de arroz, huevos rellenos con atún y encurtidos. Más la compañía de un delicioso jugo tan frío que posee cubitos de hielo.

No obstante, para sorpresa nuestra, Astrid sin venir a cuento comienza a parlotear:

— ¿Martina, harás algo después de almuerzo?

— Eh, no.

— ¡Genial! –aplaude sin sonido– Entones iremos de compras.

Mart no ofrece respuesta, pues comparte con nosotros el pasmo ante la idea. Ellas no se conocen más allá de la formal presentación y ahora la consentida busca ir de compras con Mart.

Si es cierto que Astrid luego de que sus padres se retirasen de Musa, decidió no ir con ellos. Expuso que visitaría Porto Villal por un tiempo como turista. De modo que Damián tuvo que acceder a que se quedase con él. E incluso duermen juntos porque el apartamento no posee más de tres dormitorios.

Mi amigo no echará a Mart; ni me iré yo. Aunque ahora que lo pienso... debería irme. Sí. Con Ainhara todo ha terminado y Damián vive una vida muy agitada que no me permite disfrutar tanto como quisiera de su compañía, ni de la cuidad. Además, contemplo que el origen de la estancia de Astrid es para mantener un acercamiento conmigo. Y no sé si quiero eso.

Mart tiene mucha razón en su consejo, pero a veces no se nos apetece llevar a cabo los actos lógicos que debemos hacer. Porque simplemente no nos atrae la idea de realizarlos. Aplicando esto a mi situación, se resume en que nunca me ha atraído la idea de estar con Astrid.

— Si llevas un tiempo acá seguro conoces varias tiendas vintage –supone Astrid.

Da un sorbo a su jugo manteniendo en alto sus dos meñiques; Mart responde:

— En realidad, no...

— Mi amiga estudia más de lo que gasta dinero hermanita –señala Damián.

Aunque la chica pasa por alto lo dicho. En su lugar continúa hablándole a Mart.

— Siempre he oído que esta Península es la que más tiene de ello, ya sabes, ese espectro retro, vintage. En Eglossa no es así, somos más sofisticados...

— Sí; mucho más hipócritas y mimados.

— ¡Damián! –regaño por lo bajo.

Mi tono va solo dirigido a él, no obstante, se hace audible por muy disimulado que busque ser.

— Tenemos galletas y tostadas –dice Mart– ¿alguien quiere?

— ¡Yo! –me las pido.

Damián también.

— ¿Sabes qué pienso hermanita? Que para alguien tan sofisticada no te va mucho eso o lo vintage.

— Siempre he tenido curiosidad por la moda antigua pero más que nadie sabes, que jamás se me ha permitido vestir diferente a como lo hago.

Una carcajada por parte de Damián alebresta la tranquilidad de Mart que viene de la cocina con la canasta de galletas y tostadas. Entonces, comprendo que esto no termina aquí. Porque, para empezar, solo yo atino a coger una tostada para introducirla en mi boca.

— ¡Pobre niña! –sigue Damián– Ha sido una incomprendida para sus padres –con ademán negativo da fuerza a sus palabras–. ¡Si de toda la vida te han mimado igual que a una reina estúpida! No jodas Astrid.

Por parte de ella su postura de etiqueta flaquea, con todo, no intervengo. Es cosa de hermanos.

— Soy tu hermana no me hables así –pide en voz baja a punto de quebrarse.

— Te hablo como me salga ¿Vale? ¡Papá y mamá ya se han ido! Creo que es tiempo de que sepas varias cosillas ocultas en mi boca por causa suya.

— Damián, déjala –pide Mart con tono firme.

— No irás a ninguna tienda con esta materialista –dicta en pos de nuestra amiga.

— No entiendo por qué me odias.

— No te odio, hermanita; te detesto.

— ¡Damián cállate! –alzo por poco el tono de mi voz.

Explotan: ambos abandonan su lugar, levantándose al unísono. Damián queda impasible; Astrid sube con trote ligero al segundo piso. Va lista para estallar en llanto. Entonces veo a Mart ir hacia las escaleras para consolarla tal vez.

Al cavilar como pasó Damián la semana pasada, desde su punto de vista, es cierto que fue más dura para mi colega que para mí. Todo el rato Bradley y Reina daban la razón a la menor de sus hijos, no le negaban nada. Como siempre, la mejor atención era para la niña Astrid que, a la verdad, es debilucha nerviosa y superficial, pero, ante todo, mimada y querida, cosa que Damián no.

Ambos comparten los mismos privilegios, aunque no corren con la misma suerte de contar con el amor de sus padres. Ni idea de porqué. O quizá es que Damián le da mucha importancia a esa diferencia. De ahí que sea tan relevante. Mientras que desde mi perspectiva la chica tiene buenos sentimientos y sufre honestamente a consecuencia de estas palabras.

En cierta forma, no es la culpable de esta realidad. Al fin y al cabo, son hermanos, lo cual pesa más que sus diferencias de carácter, o trato de terceros.

— Creo que te has pasado un poco –aviso desde mi asiento.

— ¿Tú crees? ¿Sí, ¿eh? –chasquea la lengua, respira y agrega– no debí hablar todo eso en frente de Mart. Ni prohibirle

— Me refería a Astrid –recalco lo evidente al interrumpirlo.

— ... na, ¡qué va! Espero que se vaya, no soporto tenerla aquí. Mi libertad es Porto Villal, pero mientras ella esté aquí, no olvido la mierda que quiero dejar atrás. ¿Entiendes?

— Sí.

— De todas formas, hace años que no somos tan unidos. No entiendo para qué carajos vino –chista– Dormiré un poco en tu habitación.

— Oye...

Le llamo para que voltee.

— Es tu hermana.

Damián sin emitir más que un simple cabeceo se retira. Al instante voy a ver a Astrid a la habitación de él, aunque antes de entrar me topo con Mart que viene saliendo.

— Iré a fregar.

— De acuerdo.

— No ha querido hablar conmigo, lo cual es comprensible. Así que intenta consolarla ¿Vale?

— Vale.

Espero encontrármela llorando a moco tendido sobre la cama, sin embargo, Astrid está parada frente a la ventana. Su vista pareciera que está muy lejos, en vez de limitarse a los edificios de enfrente.

— Astrid –llamo con voz cauta.

— Estoy bien.

— ¿Honestamente? –me permito contradecirla–. Sé que no. Mira Astrid, eres una chica diez por ello te pido lo entiendas. Considera el trato que ha recibido toda su vida, él te quiere. Tal vez ahora no lo sientas así, pero te lo digo yo que lo conozco mejor que nadie.

— Yo también lo sé.

Admite para darme la cara mientras se aleja de la ventana.

— Tal vez no soy lo que él esperaba y eso le molesta casi tanto como el favoritismo de mis padres. Gracias por estar aquí. Siempre has estado y... me reconforta saber eso.

— Aquí estoy, sí –camino para abrazarla.

Ella también me rodea. Parece más calmada, aunque no creo que se alterase tanto como preví.

— Amir, te quiero –susurra.

Ahoga un sollozo, dando pie a mi lógica respuesta:

— Yo también te quiero Astrid.

Cuando el abrazo termina una nueva idea ronda mi cabeza. Es un instinto: contarle todo. Confesarle mi "infidelidad" con Ainhara para así poder recomenzar de verdad esta relación que solo existe de palabras.

— Astrid, necesito que hablemos.

— Habla, te escucho.

— Yo... hace poco estaba con alguien más. Sabes que nunca nos hemos demostrado un interés romántico, pero aun así nuestro casamiento es un hecho. Y quiero que lo intentemos, porque no te voy a fallar, ni a mis padres, ni a Hill.

Al segundo en que enmudezco, Astrid se aleja de mí.

— Sé que no me amas, siempre lo he tenido claro –confiesa–. Pero que me engañes... no lo puedo soportar. Tú y mi hermano siempre haciéndome daño con vuestras palabras o acciones –reprocha.

— Astrid...

— ¡Déjame ir!

— ¡Quiero que lo intentemos! ¿No me escuchas?

— ¡De momento no quiero intentarlo! Voy a salir, y quiero estar sola.

Ante su condición no la detengo. Bajo al primer piso yendo detrás de ella para encontrarme con que Damián y Mart oyeron la discusión. Por tanto, se suman a mí como espectadores del berrinche de Astrid.

La cual, da un portazo al salir. Mientras que yo tengo ganas de golpear mi saco de boxeo hasta que le abra huecos. Sin embargo, mantengo una pose serena junto a mis amigos.

— Le contaste de Ainhara –simplifica Mart en voz baja.

— Creí que era lo correcto, para recomenzar.

— Pues no lo ha sido –define Damián.

Voltea a verme para en el acto cachetearme con suavidad.

— Aprende esto, Amir: confesar una infidelidad nunca es una opción. Porque en vez de construir, vas a derrumbar lo poco que quede de una relación.

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