Legado de Pilares [ADN I] |Fi...

By AlysaKai

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🖤 Finalista en los Wattys 2021 bajo el nombre «El Legado de Sadra» que ahora es «Legado de Pilares» _______... More

Frase
Sinopsis más general
Mockups
Moodboard
PROMO
Prólogo
1_Burbuja Rota (Ainhara)
2_Secuestro y Abandono (Anahí)
3_Unidas por el Dolor (Anahí)
4_Partícipe (Amir)
5_Deporte o Suicidio (Ainhara)
6_Inesperado (Ankara)
7_Una sombra (Ankara)
8_Trampa conjunta (Anahí)
9_Nueva rutina (Amir)
10_Castigo Domiciliario (Ainhara)
11_Partido (Ainhara)
12_Relax (Anahí)
13_Volver (Ainhara)
14_El tiempo junto a ti (Amir)
15_Enigmas (Ankara)
17_Un nuevo salto (Ainhara)
18_Khopalka (Amir)
19_Los Batlelock de Musa (Anahí)
20_En lo alto de una estrella (Anahí)
21_Sadra Miller (Anahí)
22_La noche de las cuatro víctimas (Ankara)
23_De Luto y Una Nota (Ainhara)
24_Mentiras develadas (Ainhara)
25_Fuera del Orfanato (Anahí)
26_Mi Realidad (Amir)
27_Código: SM (Ainhara)
28_Travesía (Ankara)
29_Bienvenidos al NUCLEO (Ainhara)
30_Historias del pasado (Astrid)
31_Alianza Oficial (Anahí)
32_Los primogénitos declaran su apoyo (Astrid)
33_Entrenando a los cinco (Astrid)
34_Una Noche Especial (Ainhara)
35_El Proyecto (Astrid)
36_Una Grieta en el Plan (Astrid)
Epílogo (Ainhara)
Edits

16_El casete (Anahí)

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By AlysaKai

La Élite de Expertos exhibirá la primera declaración oficial, con el objetivo directo de responder a las provocaciones desentrañadas por los Amigos de la Noche y socavar cualquier crédito que los ciudadanos llegasen a dar a los nombrados divergentes.

Desde Hill va a transmitirse el programa en vivo, donde una mesa caoba en forma semicircular llena el espacio cuando se prenden las cámaras. Entran al set desde ambos estrenos los miembros de la Élite, ocupan sus sitios y en los asientos contiguos lo hacen sus respectivas familias. Detrás ondean las banderas correspondientes, mientras que el asiento principal lo ocupa el corresponsal de Eglossa, minuciosamente engalanado, así como el resto del elenco.

En el colegio toca que veamos la junta con índole obligatoria, razón por la cual los técnicos instalan televisores antiguos a toda prisa. Van por los salones armando revuelo, sin embargo, cuando se prende el televisor en mi salón mantengo la vista lejos del en vivo. Me reúso a mirar al frente; ni siquiera tengo ganas de oír sus voces. Con todo, resulta impropio taparme los oídos ya que dicho gesto acarrearía un regaño por parte del profesor. Por ende, trato de ocuparme en mis pensamientos y orar a Dios, pues han pasado ya dos semanas desde que me convertí. Sí, entregué mi vida a Jesús, creyéndole por fe y ahora me siento perdonada por mis transgresiones contra Él; salva por su sangre e íntegra por su amor. De modo que una nueva etapa en la vida comienza para mí.

A propósito de tales experiencias medito hasta que una voz familiar me llega desde el frente. Finalizan las preguntas por parte del corresponsal y Libia Urbide –experta de Hill– pide dar las últimas palabras. Entonces, mi corazón rebota en el pecho y una lágrima corre mejilla abajo. No pude huir de esta noticia como siempre lo he hecho de otras tantas. Basta que la vea para saber que todavía lucho con su rechazo. Por tanto, dicha interacción hace que rememore las veces en que fui la señalada por su dedo, cuando me gritaba por no ser perfecta como Amir.

Amir, pienso, él no está en la reunión. Me pregunto por qué.

— Habitantes de las Penínsulas: Hill, Eglossa y Musa, deseamos aclarar que parte de esta labor anti–divergente ha comenzado hoy. Los aquí presentes –hace ademán circular para señalar todo el set– somos fidedignos a nuestro legado postguerra y precisamente es eso lo que intentamos restaurar: la paz construida por nuestros anteriores. Muchos ya os habéis dado cuanta que el camino trae consigo obstáculos, pero... los antiguos gobernantes se hicieron grandes por enfrentarlos. Habitantes, buscamos su apoyo

Continúa el discurso con apunte directo a la cámara que la enfoca.

— porque sois vosotros quiénes deciden sí cooperan con la historia y detienen a estos divergentes, o si les creen y condenan a la guerra y por ende al fin de nuestro mundo.

Como un recuerdo congelado luce hermosa. Su cabello rubio luce un detallado recorte con fin en la nuca y las arrugas en su frente aluden el paso de los años. Dominante y fría parece tener todo bajo control, no obstante, vislumbro un vago timbre de desesperación en su voz.

Me atrevo a pensar que por segunda vez los planes de mi madre fallan por quedar incompletos. Los ADN tienen la verdad –una verdad a la par de terrible que secuestrar y mandar a asesinar a tu propia hija–, estos divergentes conocen el secreto más oscuro de la Élite de Expertos; ese que ellos creen haber enterrado con la desaparición de Sadra Miller.

— Bueno, jóvenes, eso ha sido todo –culmina la profe Roberta– Salgan con orden; no como manda de centauros.

Eso somos para ella: centauros. No obstante, el alboroto por la salida temprana pasa por alto su petición. Ella se queja, pero nadie la toma en cuenta, salvo yo creo.

— Tengo cosillas que hacer –anuncia Ainhara.

— ¿Cosillas?

— Se pinta rubio y de ojos azules...

— ¡Ay no! ¡Ese extranjero otra vez! –digo en tono quejica.

Entretanto Ken se nos acerca y sigo recogiendo mis libretas.

— Si me preguntas, creo que la estamos perdiendo, Anahí.

— Ay palfavar –media Ainhara– no estéis celosos, tengo suficiente amor para todos...

Asegura ella tomando entre sus dedos unos de los cachetes de Ken. Él le diputa sus palabras con una mirada, por tanto, de repente soy la mayor exportadora del reto en donde los dos luchas por no pestañar.

Ken pierde; Ainhara condiciona:

— ¡Me pagas mis próximos tacos, perdedor! Además, es broma, no se trata del extranjero: quiero hacer unas compras.

— Como sea, me voy.

Entre besos me despido para irme a la parada del autobús, donde me topo con Ankara. Entones cometo el error de socializar al verla con sus rasgos marcados por una mezcla ente dolor y enfado.

— Ankara ¿qué te ocurre? ¿Puedo...?

— Déjame; no me hables, no lo quiero y ni lo necesito.

Subo al bus para dedicarme a pensar el resto del viaje en alguna manera de apoyar el caso de los ADN.

Por consiguiente, en el horario nocturno aprovecho el despiste de mis vecinas y el sueño prematuro de Ainhara para hacer una pequeña excursión a la oficina de Sadra. Gracias a lo cual encuentro un casete que permanecía oculto en un estante detrás de unos libros. Y para como dicen, no tentar a la suerte, corro de regreso al dormitorio pasando por un vaso de agua por si me toca dar una excusa a mi ausencia.

No obstante, me tomo el agua y Ainhara sigue dormida.

***

Han transcurrido tres días desde que oculté el artefacto bajo mi colchón. Cada vez que llego del colegio me pregunto si no lo habrán descubierto, e inspecciono su escondite cuando mi compañera no está.

Algo que no puedo pasar por alto es que el tema me ha vuelto un tanto paranoica. Puede que no corra ningún tipo de riesgo al tener este casete conmigo, sin embargo, en ello pienso de manera reiterada. Por tanto, opino que cambiarlo de sitio es la opción más sensata. También porque en el orfanato hacen requisas sorpresivas y si dan con el casete temo que alguien lo reconozca. Porque siendo honesta, el objeto no me pertenece.

— Y algo me dice que eres importante casete #2.

Lo llamo de tal forma porque un parche blanco en forma horizontal lleva impresa esa identificación con letras mayúsculas y rojas.

Por consiguiente, tomo un segundo para contemplar dicho letrero, preguntándome cuál será su contenido y de repente me sobresalto. Alguien toca a la puerta. Entonces reacciono de forma inmediata ocultándolo en su sitio.

Aliso las sábanas, luego mi ropa y me adelanto para abrir la puerta.

— ¿Qué haces aquí? –digo al frenar en seco.

Los ojos no caben dentro de las cuencas –como tampoco lo hace una explicación afín para verlo tan aquietado en este sitio–. Con todo, termino de cerrar la puerta detrás de mí.

— ¿Cómo entraste? Hay guardias en las entradas –él me devuelve una mirada serena mientras me escucha con parsimonia–. ¿Lo sabes, ¿verdad? ¿Sabes también que está prohibido terminantemente que hallan hombres en los pasillos del orfanato? Antes ya te conté que puedes venir por el sendero de atrás, el que da a nuestra ventana.

— Lo recuerdo, pero no me estoy escondiendo, he venido a ver a mi madre.

— Pues deberías, ¡espera, ¿qué?! –mi entrecejo se frunce y la sorpresa aumenta.

Ryan al notar mi condición se apresura a aclarar las dudas: resulta que Jimena, mi psicóloga, es la madre de Ryan.

Guardo muchas preguntas porque el de momento quiere tratar otros temas.

— El grupo irá a una cascada y me han enviado a invitarte. ¿Te sumas?

— Sí; obvio.

Acepto gustosa y nos despedimos con la promesa de vernos más tarde. No me muevo, sino que mantengo la vista clavada en donde él estuvo.

Y sonrío mientras zarandeo mi cabeza al arrugar el puente de la nariz.

***

De camino a la cascada compramos entre todos unos pomos de refrescos, bollería, biscochos y sándwiches. La idea es repartirlos en una especie de picnic al cuando lleguemos al destino. Sin embargo, algunos se van por las ramas cuando su vista hace contacto con el arroyo empedrado que se alza ante nosotros.

Entre ellos el primero es Eric. Lo suyo va más allá de las exclamaciones y los señalamientos, pues con mucho equilibrio salta de roca en roca. Luego, sube uno de los tres muros que bordean la cascada como si fuera parte del spiderverse. Mientras tanto en compañía de otras chicas entro al arroyo para tomar asiento en una roca grande situada en la parte baja.

Acto seguido el resto van ubicándose, excepto Greg que continúa en tierra seca acompañado de varios hermanos.

— Supongo que, los que estéis tocando agua no probarán estas delicias.

Con gesto socarrón eleva sus manos para dejar ver a lo alto las compras de antes. Lo cual resulta ser una provocación directa a nuestras tripas. Por ende, saltamos como reportes y vamos hacia él.

Luego de orar por la merienda repartimos los alimentos pasándonoslo de mano en mano y terminamos dándonos un lote de todo lo que traíamos. Descansamos lo suficiente para hacer digestión.

Poco después formamos un círculo para tener el mensaje de la palabra.

— Leyendo en Santiago 3, versículo del 2 al 8 dice: 2 Todos fallamos mucho. Si alguien nunca falla en lo que dice, es una persona perfecta, capaz también de controlar todo su cuerpo. 3 Cuando ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, podemos controlar todo el animal. 4 Fíjense también en los barcos. A pesar de ser tan grandes y de ser impulsados por fuertes vientos, se gobiernan por un pequeño timón a voluntad del piloto. 5 Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! 6 También la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida. 7 El ser humano sabe domar y, en efecto, ha domado toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de bestias marinas; 8 pero nadie puede domar la lengua.

» Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal. Nuestro Señor Jesús en tiempos de su ministerio declaró esto: lo que contamina al hombre no es lo que entra en este, sino lo que sale... y esto es por nuestra lengua. Ahora, quiero ir al versículo 2, donde se generaliza la realidad de que todos ofendemos y fallamos, sea de palabra o de acción y el hecho de que todos pecamos está claramente visto, muchísimas veces, a través de toda la Biblia. El autor compara la lengua con un freno, que ciertamente necesitamos hermanos porque las murmuraciones, las criticas indebidas y la hipocresía, no ayudan; más bien nos hunden como personas, nos amargan y separan como hermanos, además atrasan nuestra relación individual con Dios. Es también la lengua como un timón que necesita capitán y dado que el versículo 7 y el versículo 8 nos muestra que ningún hombre de por sí ha logrado domar esta parte del cuerpo (con la cual se produce tanto el bien como el mal), es sabido que solo Jesús es el calificado para pilotear la nave. ¿Cómo así? Pues por su sacrificio de amor donde derramó su justicia al castigar el pecado y su gracia, por ser derramada la ira sobre sí mismo y otorgarnos el perdón para salvación.

— Chicos, frenaremos o domaremos nuestra lengua más todo lo demás, cuando vivamos mediante Jesús. Muchos ya lo hacemos; ahora disfrutémoslo. Permitámonos vivir la transformación interior que se reflejará en lo exterior; en las palabras que expresemos, la forma, el cómo y para qué las digamos. Recordemos también que nosotros actuamos, pero el resultado final de toda acción depende de la voluntad de Dios. Que todo sea para su Gloria. Amén.

Cuando termina el mensaje, Greg se queda en absoluto silencio, lo cual lleva a un rato de reflexión sobre el tema en cuestión. Terminamos orando y Greg propone hacer algo práctico que sirva para apegarnos, sanar cualquier llaga (en el sentido espiritual), o minimizar rencores.

Este es el momento de pedir perdón y dar bienvenida a la reconciliación.

Luego de un rato correteamos por el plató: yendo en dúos hacia la parte baja del arroyo. Sorprendida, acepto ir con Greg a localizar una piedra. Tomo asiento; él se arrodilla. Veo de soslayo a Ryan ir hacia Eric.

Acto seguido me concentro en Greg:

— ¿Me permites? –coloco el pie derecho sobre su muslo y Greg lo rosea con agua, como lavándolo.

Esto era señal de servicio, humildad y hermandad en los tiempos antiguos dentro de las culturas cristianas. El mismo Jesús hizo esto a sus discípulos y ahora nosotros también.

Cambio de pie y Greg repite el gesto. Mientras lo hace, comienza a hablar:

— Sé que estás sorprendida y te confieso que estoy apenado. El prototipo de líderes asume que han de ser fuertes y muchos no parecen aceptar que sí comenten errores, he pasado por eso. Aunque prosigo a la meta, a menudo me equivoco. Contigo lo hice. En mi interior te juzgué mal al principio... imagino que debes saber por dónde voy –tras un leve movimiento de cabeza él continúa– Jesús no quería arrogancia en sus líderes, sino humildad, por ello te pido disculpas en esta manera solemne y antigua, Anahí.

— Claro que te disculpo Greg. Permíteme decirte que estoy orgullosa de tenerte como hermano y como líder. Dios te está usando grandemente y sí algo he aprendido es que todos nosotros estamos lejos de la utópica y divina perfección que el mundo demanda de nosotros.

— Somos un hospital de enfermos; no un museo de santos y por eso seguimos a Cristo: para sanar y encontrar nuestra mejor versión.

— ¿De dónde sácate eso? Está bueno –Greg me sonríe y devuelvo el gesto.

— ¿Verdad que sí, ¿eh? Lo leí en algún lado.

Greg extiende sus manos para ayudarme a salir del arroyo sin heridas en los pies.

Minutos después de finalizada la dinámica el grupo apoya entre aplausos y silbidos una idea de Eric: pedirle al pastor tener aquí el tiempo de los bautismos de mañana.

En el camino de regreso, cada quién va desviándose en dirección a sus casas. Ryan se ofrece a acompañarme, sin embargo, mientras él pretende hacer charla yo le doy respuestas escuetas. Medito en si debo contarle o no. Aun así, la idea de hacerlo cómplice respecto a lo del casete me eriza la piel, todo gracias a mi paranoia. O tal vez sexto sentido.

Con todo, Ryan en ningún momento se retracta de acompañarme, ni se disculpa recordar que tiene asuntos pendientes; no. Él aguanta mi actitud retraída. Durante todo el camino hasta que alcanzamos los barrotes góticos de la entrada principal del orfanato.

¿No confió en él?, me planteo. ¡Sí que lo hago! Entonces, por qué no contárselo –tal debate en mi mente ha sido insaciable.

La respuesta es simple: quiero para él lo mejor y este royo no lo es.

— ¡Ey! Qué ya hemos llegado –su expresión y tono revelan no ser la primera vez que intenta decirme esto.

Se supone que debo entrar, de manera que avanzo, pero en otra dirección. Sin detenerme camino hasta uno de los laterales del edifico, como si intentara huir. En realidad, busco ocultarme.

Ryan me sigue, además interroga:

— ¿Por qué no entraste? Estás muy rara desde que salimos –abre y cierra su boca al menos dos veces. Percibo la preocupación dibujada en su rostro; ese rostro que tanto me gusta y al que no quiero poner en peligro– ¡Sé qué te pasa algo! ¿Entiendes? –enfatiza– y verás... no quiero presionarte, pero tampoco me gustan esos transes en los que te ocultas...

— No son transes solo

— ¿Quieres decírmelo? Porque yo desde luego quiero saber.

— Necesito tú ayuda... –voy soltando mi uña pulgar de entre los dientes– no estoy segura de sí deba, pero no tengo a nadie más. Tendrías que guardarme algo...

Prosigo incitada por el gesto de sus cejas.

— Es un casete antiguo y no lo tengo con caja.

— ¿Qué tiene? Quiero decir, es tuyo... es –saca una mano de los bolsillos para señalarme– algo personal o, ¿no? –gesticulo la respuesta con mi cabeza.

Ante ello Ryan luce desconcertado.

— No sé qué contenido tiene.

— Entonces no es tuyo y si no es tuyo

— Lo he robado –interrumpo.

No soportaría escuchar la deducción salir de su boca.

— ¿Por qué?

Que él pida una explicación hace que se disipen algunos de mis miedos. Además, confirmo que el grado de madurez que tiene nuestra amistad es muy alto. Por ende, sé que Ryan ya no dejará pasar esto así que le pongo al corriente de lo ocurrido: el descubrimiento de la oficina, que Megumi me dejara fuera de las tareas y mi excursión de donde salió el casete que ahora le correspondería guardar.

Omito mis sospechas sobre Libia y la Élite de Expertos.

Esta misma tarde Ryan se lleva consigo el casete. A propósito de lo cual le prometo que ambos escucharemos la cinta cuando encontremos un reproductor para su tipo.

Después de cenar seis cucharadas me recuesto sobre mi almohada. Cavilo en que: si tengo razón y Sadra murió por descubrir el secreto que amenazan con develar ahora los ADN, entonces ya somos cinco personas en peligro. Luego me digo que ya está; que no hay vuelta atrás, sino demasiada curiosidad para avanzar.

Y como tengo la certeza de que así será pido a Dios que nos cuide y nos apoye si así es su voluntad.

***

Voy a entrenar siendo aún de madrugada. A causa de los días que dejé pasar tras mi fracaso en las olas, me permito alargar el tiempo de la rutina. Cuando salgo, lo hago sin detenerme a organizar la bolsa, pues voy con sobresalto hacia el orfanato para no llegar tarde a la escuela. Tomo el atajo de la ventana en busca de ahorrar explicaciones. Cruzo un pie por el alfeizar y me detengo ante la imagen de mi amiga, frente al espejo, arreglándose.

— ¿Qué estás... haciendo?

— Me peino. Lo hago todos los días desde que te conozco.

Voltea su cabeza sobre un hombro para darme un vistazo con cara de pocos amigos. Al instante regresa la vista hacia el espejo y sigue echando mano a su peinado.

— ¿Por qué, acaso es tan raro?

— Un poco sí –entro por completo a la habitación– ¿Es por ese extranjero? ¿Lo verás hoy?

Bajo su escrutinio voy organizándome, tomando lo necesario para ir al baño.

— Ni que tú no me hubieras interrogado hace días –murmuro.

Ella no responde a la provocación amistosa y decido dejarlo estar. Salgo rumbo al baño para encontrarme con que no hay fila en la entrada. De modo que entro a una ducha. Abro la manija y espero que el agua caliente caiga sobre mi cuerpo. Desearía no tener la presión del tiempo encima para poder tomar un baño más prologado, pero es lo que hay.

Cierro la manija para enrollarme en la toalla. De repente el eco de un ruido se escucha dentro del baño. Si bien es lejano, lo oigo perfecto –y se escucha otra vez–, gracias al silencio que envuelve como niebla la habitación en donde me hayo sola.

Apego un brazo a mi pecho y con el otro abro las puertas de las duchas continuas. Decidida estoy a volver sobre mis pasos cuando el ruido amortiguado se escucha con mayor claridad. En consecuencia, corro hasta la ventana. Tal vez alguien de otro piso o de afuera esté provocándolo. Me asomo, pero no hay nadie. Escucho mi respiración una y otra vez; los pasos al alejarme de la ventana, con todo, no encuentro el origen de ese eco.

No obstante, bajo mis pies un tercer ruido me hace retroceder con un solo brinco. Doblo las rodillas de poco en poco y sirviéndome de la mano libre, recuesto mi cabeza al suelo. Es imposible, pienso, en esta zona de abajo no hay nada.

Entonces, recuerdo: la oficina de Sadra... ¡alguien ha entrado! ¡Hay alguien ahí dentro!

— ¡¿Qué haces!? –gruñe Ainara.

— ¡Ay mierda! –murmuro con sobresalto poniéndome en pie– Calla ¿Qué haces tú?

— Vi que no llegabas y me he preocupado.

Tiro de su antebrazo para llevarla a mi antigua posición.

— ¿No oyes?

— ¿Qué debería oír? –susurra con asomo de irritación.

No pasa nada. Abandonamos el baño sin medir palabra. Tampoco hablamos en la parada ni en el metro, sin embargo, por todo el camino su mirada aprensiva hace que me sonroje y mantenga la cabeza gacha.

Pero sé que había alguien allá abajo; lo que oí no fue producto de lo surrealista.

***

En el turno de Literatura mi vejiga me recuerda que en la mañana olvidé vaciarla. Producto de lo cual muerdo mis labios arrugando los ojos para modelar una mueca.

Hasta el momento, calculo haber cambiado unas seis veces mi posición en el pupitre. Aun así, nadie parece notar mi incomodidad y menos la profesora Deflia. Ella a pesar de tenerme sentada en los primeros puestos no repara en mí porque esta absorta en el tema de la clase que imparte.

— Profesora necesito ir al baño, es muy urgente –interrumpo su disertación.

Deflia se acoteja sus espejuelos de punta y me señala la salida.

Voy del váter al lavamanos en tanto la puerta se abre y lo escucho una segunda vez cuando estoy enjuagándome el rostro. Una de las chicas vuelve a salir mientras me seco. Levanto la vista al espejo y me llevo un susto, aunque solo por causa de la impresión.

— ¿Qué quieres Ankara? –doy la espalda a su reflejo.

— Adriana Vásquez pidió venir al baño un rato después de ti y he aprovechado –explica–. Esperé en una de las tazas hasta que se fuera para salir y estar solo tú y yo... ¡vigilaba tus pies, por eso supe que era ella quien se marchó y no tú! –responde con tono fastidioso ante mi expresión.

— Bien.

— Quiero que hablemos.

— No me interesa.

— ¡Solo escucha! –pide en tono irritado– ¡Uf! Con ustedes es imposible hacer tregua.

Quedo recostada sobre el mármol de los lavamanos; ella con sus brazos en jarras.

— ¿Eso quieres? –dudo.

— Mira solo me hace falta saber tu posición. Déjame terminar y luego preguntas, no interrumpas. Me parece que estamos solas en todo esto; Ainhara no está interesada y Megumi... eso es asunto mío.

— He oído que os habéis peleado. Ella se cambió de dormitorio ¿cierto?

— Ajá, sí y ha sido... ha sido lo mejor –no me convence del todo, pero aun así no interrumpo–. El caso es que los ADN subieron a la Red una declaración y la tengo aquí –levanta su teléfono y continúa– te lo enseñaré si decides investigar solo conmigo y sin mentiras, lo que le pasó a Sadra Miller y todo esto de los Amigos de la Noche.

— Vale. Enséñamelo. Te aseguro que quiero saberlo todo.

Ankara extrae de un bolsillo sus auriculares, me coloca uno y toma otro para ella. Entonces pone a correr el video, donde un hombre vestido de negro habla por todos. Lleva una capucha que imagino eligió así de grande para ayudar a ocultar su identidad, ya que netamente posee dos orificios; uno en la boca y otro en las fosas nasales.

— Penínsulas de Musa, Hill y Eglossa, mi nombre es Arturo y soy el líder de los Amigos de la Noche. Los ADN –concreta.

Su tono de voz, aunque es ronco no incita a la violencia como es de esperar.

— Creemos que se ha malinterpretado nuestra cruzada y por ende nuestro objetivo, que no es para nada siniestro. Es cierto: vamos de negro, en secreto, cubriendo nuestros rostros con pañuelos, actuamos en las noches, pero deben saber que esto no define nuestra identidad. Más bien nos da protección, nos mantiene con vida. Si se conociera abiertamente nuestra identidad... imagínense ustedes lo que pasaría. Quiero dejar claro que no buscamos la guerra. Nosotros queremos a las Familias Pilares originales y sabemos que hay sobrevivientes, es por esto por lo que nos oponemos a los nuevos cambios. Ustedes dirán: ¿a qué han sobrevivido? Bueno, esa respuesta la tiene la Élite de Expertos y Regentes. Nosotros no matamos: buscamos a aquellos que han sido víctimas y confiamos en que el legado de las Familias Pilares se mantenga puro. Deseamos que se nos unan todos los que estén a favor de lo dicho; a favor de conocer la verdad.

— ¿Hay sobrevivientes? –digo despojándome del audífono– Siempre han dicho que todos los miembros pilares están muertos.

Bueno, si soy una especie de sobreviviente, ¿por qué no puede haber alguno de las Familias Pilares? –me cuestiono de un santiamén.

Atiendo a Ankara que tiene algo por decir.

— Eso parece. Creo que tenemos que volver a allá abajo.

Y lo hacemos.

Para nuestra sorpresa y traba de la investigación, no parece haber nada nuevo ni remotamente interesante como para darle el beneficio de la duda. La oficina sigue regada, oscura, mohosa, con su habitual olor y polvo acumulado.

Ankara revuelca los papeles del escritorio; yo en cambio, estoy frente a uno de los estantes. Por acto reflejo veo que el cuadro de la crucifixión no está bien colocado. Hago un gesto apremiante a la chica que ahora sentada en la silla, revisa las gavetas del escritorio.

— ¿Qué? –susurra al detenerse junto a mí.

En respuesta señalo el cuadro; ella lo alumbra con su linterna.

— Esta mañana alguien más ha entrado aquí.

Siento su mirada recorrer el reducido espacio dentro de la habitación. Lo hace como si sus ojos verdes tuvieran algún detector de huellas.

— No sé si te has dado cuenta, pero el baño de nuestro piso queda justo encima –ambas miramos el techo como si pudiéramos ver a través de él–. Los ruidos eran fuertes, demasiado como para que fueran audibles allá arriba, estaba sola, pero...

— Sea quien fuera, tuvo que llevarse algo. Eso seguro.

Un pequeño voto de confianza son sus palabras al creerme y no decirme loca. Ankara se vuelve hacia el cuadro y la imito, aunque voy más lejos: lo descuelgo y dejo que repose contra el estante que tiempo atrás revisaba con suma parsimonia.

Se puede decir que nuestra visión ya comenzaba a adaptarse al ambiente lúgubre, pero tener a cuentas una linterna, hace mucho más fácil divisar la silueta de un hueco que antes tuvo forma definida y simétrica.

— Ankara, una vez vine aquí sola y...

— Yo también –me interrumpe imitando mí tono porque, al parecer, las dos sabemos que había detrás del cuadro.

— La caja fuerte... no pensé que podrían –digo en un hilo de voz, pero ella vuelve a interrumpirme.

— ¿Arrancarla? ¿Extraerla de su lugar y llevársela? Pues ala, mira tú, lo han hecho.

— ¿Sabes quién ha sido?

No sé por qué su sarcasmo me hizo pensar que sí.

— ¿Cómo quieres que lo sepa? Ahora actuamos juntas ¿recuerdas? Nada de mentiras.

— De acuerdo, aunque me cuesta acostumbrarme.

— Pues hazlo.

— Oye, la otra vez encontré un casete que hasta ahora no tengo como reproducirlo, pero me están ayudando con eso. Decía: casete número dos y ya que actuamos juntas, te aviso cuando lo vaya a escuchar.

— Eso es un voto de confianza, Barbie –puntea sonriendo.

Yo no sonrío, pero siento que esta vez la mirmecófago pelirroja no tiene interés en fastidiar, sino que en verdad busca hacer equipo. Quizá porque ella como yo ha entendido que la magnitud de este misterio es más fuerte que nuestro odio, y su alcance mayor que los rencores que nos puedan separar.

— ¿Quién te está ayudando? –pregunta antes de girar el plomo de su puerta– ¿Es de confianza? ¿Sabe de qué va esto?

— Es Ryan y sí; tiene una vaga idea.

Entro a mi habitación para no prolongar la conversación. Minutos más tarde, huyo del sueño mientras pienso en quién pudo haberse robado la caja fuerte de la oficina de Sadra. En resumen, no tengo ni idea así que tampoco señalo a ningún sospechoso.

Por demás me cuestiono de nuevo en si debo confiar en la pelirroja y al final no encuentro un claro motivo para no hacerlo. Entonces, vuelvo a plantearme si hice lo correcto pidiéndole ayuda a Ryan, o si solo conseguí inmiscuirlo en algo –hasta cierto punto peligroso– que no le pertenece en absoluto.

Poco después realizo mi oración para descansar tranquila luego de confiar todos estos asuntos a los pies de mi Dios.

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