Legado de Pilares [ADN I] |Fi...

By AlysaKai

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🖤 Finalista en los Wattys 2021 bajo el nombre «El Legado de Sadra» que ahora es «Legado de Pilares» _______... More

Frase
Sinopsis más general
Mockups
Moodboard
PROMO
Prólogo
1_Burbuja Rota (Ainhara)
2_Secuestro y Abandono (Anahí)
3_Unidas por el Dolor (Anahí)
4_Partícipe (Amir)
5_Deporte o Suicidio (Ainhara)
6_Inesperado (Ankara)
7_Una sombra (Ankara)
8_Trampa conjunta (Anahí)
9_Nueva rutina (Amir)
10_Castigo Domiciliario (Ainhara)
12_Relax (Anahí)
13_Volver (Ainhara)
14_El tiempo junto a ti (Amir)
15_Enigmas (Ankara)
16_El casete (Anahí)
17_Un nuevo salto (Ainhara)
18_Khopalka (Amir)
19_Los Batlelock de Musa (Anahí)
20_En lo alto de una estrella (Anahí)
21_Sadra Miller (Anahí)
22_La noche de las cuatro víctimas (Ankara)
23_De Luto y Una Nota (Ainhara)
24_Mentiras develadas (Ainhara)
25_Fuera del Orfanato (Anahí)
26_Mi Realidad (Amir)
27_Código: SM (Ainhara)
28_Travesía (Ankara)
29_Bienvenidos al NUCLEO (Ainhara)
30_Historias del pasado (Astrid)
31_Alianza Oficial (Anahí)
32_Los primogénitos declaran su apoyo (Astrid)
33_Entrenando a los cinco (Astrid)
34_Una Noche Especial (Ainhara)
35_El Proyecto (Astrid)
36_Una Grieta en el Plan (Astrid)
Epílogo (Ainhara)
Edits

11_Partido (Ainhara)

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By AlysaKai

La primera vez que lo vi fue como olvidar una tarea importante para hacer góming sin medidas de seguridad, lanzarme a contemplar la tranquilidad infinita del mar. Ver caer las piezas de un rompecabezas, deseando unirlas; ansiar detener el tiempo.

Cual requisito inquebrantable el polvo se adhiere a mi figura sudorosa mientras corro. No odio el calor, pero sí los excesos. Con todo tampoco me puedo detener. Todas mis fuerzas se concentran en las piernas implacables corriendo tras de Ken. Quiero atraparlo, o pasar de largo ante él. Semejante actividad llegó a concretarse varios meses atrás cuando descubrimos este sitio colindante con los límites de Porto Villal y Khopalka. A estas alturas se ha convertido en un disfrute para él y eterna obsesión para mí. Así somos mi mejor amigo y yo: aventureros, cada día en busca de locas experiencias, inventando por aquí y por allá costumbres que nos llenen de adrenalina. ¿Atletas de los que toman las dietas, o la disciplina al pie de la letra?, para nada. Mucho menos de los que evalúan sus avances en materia deportiva guiándose por registros empapelados; Ken y yo logramos ver todo eso uno en el otro.

Somos un equipo donde sale sobrando un tercero.

Nuestra mutua compañía, ha sido de nosotros el secreto más evidente; lo que ha mantenido esta inexplicable hermandad surgida cuando me protegió de unos abusivos compañeros, pocos días después de ingresar al Orfanato de Señoritas de Musa.

— ¡Me aburro! –le oigo vociferar sin dificultad.

Con todo, no dejo que sus alardes tomen lugar en mi mente. Continuamos corriendo y ello representa que la carrera no ha terminado, mientras dure, tengo esperanza. Siempre que deseamos correr con libertad, sin interrupciones y a nuestro estilo, venimos aquí: al «Arroyo Estéril». El cual, es un terreno amplísimo donde no podría perderme, aunque quisiera, ni Ken encontraría un escondite para descansar. Desde cualquier punto puedo ver lo mismo, es equivalente al reflector de un espejo.

Examino con mayor detenimiento el suelo mientras la carrera dura. Es irregular –pienso. Si antaño aquí existió un arroyo (creo que debió ser algo más grande), la superficie tendría que simular algo parecido a la arena, pero lo que pisan mis pies y levanta polvo, es tierra árida. Superficie irregular de tierra árida –conceptualizo. De inmediato mando a volar las analogías, pues observo de soslayo los gestos provocativos que envía Ken. Apresuro la marcha fijándome en mis botas llenas de polvo, entretanto él aminora el paso... y se quita su camiseta, la señal del fin.

¿Es malo ser el número dos? Quiero decir, ¿Por qué la urgencia de ser el número uno, o querer conseguir de una ese objetivo que nos afana? Nada hay mejor que el día que sucede a otro, existe cierta magia en ello. Si lo pensamos, no importa ser el dos o el veinte, porque ¡cuántos no son los días que tendremos para vivir y lograr aquello que deseamos! Si nuestros objetivos fuesen logrados de una (como siempre queremos) la vida carecería de interés, pues, lo necesario para mantener el equilibrio vital del ser humano es la búsqueda perpetua de aquello todavía no logrado y el constante perfeccionamiento de quienes somos. De tener esto con tan solo chasquear los dedos ¿Cómo lograremos mantener el equilibrio?

Ken voltea complacido dando gala a su torso descubierto.

— Comenzaré a pensar que me amas en secreto...

— Oh sí te amo mucho.

— Y amas este torso escultural.

— Mira como babeo –replico siguiéndole el juego.

— ¿Por qué sonríes como una mentecata? ¿Es por el sol, o te hace feliz perder?

— Algún día voy a pasarte –contesto llena de convencimiento.

— Lo sé –trota para alcanzarme–. Para eso te estoy preparando.

— Podríamos formar una banda de ladrones... que al correr nadie nos alcanzaría.

— Qué ideas –chista–. Mi abuelo se levantaría de su silla para darme una patada y echarme de casa.

— Muy probable –observo con guasa.

Lo fuera, si el señor Harry, abuelo de Ken, no estuviera inválido.

Entonces, Ken cambia de tema al mostrar su camiseta por encima de mi cabeza. La observo y él también, pues ambos sabemos que ello es el símbolo con que me dice: he vuelto a ganar.

— Aún te falta un poco... –susurra y deja caer la prenda.

Doy atención a cómo se tumba en tierra, inhalando y exhalando aire de los pulmones. Él se refresca, pero yo no puedo hacerlo con la misma libertad.

— Hace mucho calor –digo al tomar asiento recostada a su espalda–. Quisiera sacarme la camiseta también... –es una queja que él no interpreta así.

Ken mantiene ambas manos entrelazadas a lo alto de sus rodillas y asegura:

— Por mí no hay problema, no miraré. Deja de sufrir, el camino de regreso es largo. Anda puedes quitarte la blusa –me anima.

Sonrío divertida al constatar su semblante tranquilo, como si durmiera. Lo cual figura el repentino cambio en las manecillas de sus pensamientos. No me vería, aunque abriera los ojos pues tiene su mente ocupada con algo más.

Comienzo a sacarme la blusa y el sudor no colaboraba en la tarea, pues se me dificulta, pero lo consigo. Así que, al fin descanso a mis anchas.

— ¿Mejor? –se interesa al cabo de un rato.

— Oh, sí –acepto–, mejor complacida: imposible.

Nuestra piel en contacto directo espalda-espalda, no es incómoda, así como tampoco llega a despertar sensaciones más allá del apego fraternal.

Soy consciente de que muchas personas de las que nos conocen opinan que terminaremos juntos, amigos en el colegio, e incluso Lara me lo han dejado entrever. Sin embargo, cuando pienso en Ken, hermano es el vocablo sustituto.

— ¿Tienes planes mañana?

— ¿Qué tienes en mente? –curioseo antes de responder ya que, ese tono deja al descubierto claras intenciones de programarme el día.

— Mañana es la final de la Liga Peninsular en Basquetbol y tengo entradas, me gustaría compartirlas. Anahí también puede venir, ¿y bien?

— ¿Juego de básquet –pronuncio en tono pensativo–, aros, pelotas, Coca-Cola, palomitas y mucho jaleo? ¡Dalo por hecho! –afirmo.

Chocamos los puños cómplices por encima de nuestro hombro.

— Ya lo de Anahí tomará tiempo, pero la convenceré. ¡No puede estar todo el tiempo pegada a esa tabla! ¿Cierto?

Protesto con rabia imprevista en busca de la aprobación que llega, dado que mi colega –igual que yo– prefiere la tierra firme y seca.

— Anahí es particular pero solo necesita que la pongan un tin bajo presión... y cede.

— Yo soy esa presión –alardeo y ambos sonreímos–. ¿Has invitado a alguien más?

No pretendo dar a esta pregunta la importancia externa que tiene en mi interior y para ello, la proyecto con desdén.

— No. ¿Por qué?

En la vida existen momentos tontos o importantes, donde ciertas emociones no pueden ser encubiertas. Por tanto, cuando esto ocurre, odio que las personas actúen como haciéndose los desentendidos.

— Pues ¡uf!, ya sabes... por Megumi ¿Qué pasa con ella, ¿eh? No hemos hablado sobre el tema. ¡Oh por favor dime que ya no gustas de ella! Sí, sí ¿Quieres?

Ahora mismo debo verme ridícula, como pequeña que ruega a su padre una piruleta. Sin embargo, no consigo disminuir la emoción que desentraña esta simple idea.

— Basta de hacer el tonto –pide en lo que es un susurro saturado.

— ¡Pero si ella es la tonta! –rezongo inocente.

— ¡Ara! –grita él, como si pronunciar mi nombre de tal manera lo hiciera sentir mejor.

Ken pone distancia entre nosotros, levantándose, dispuesto a marcharse. Da una ojeada a mi figura, casi por última vez manteniendo los músculos todos rígidos y su rostro enojado. Me siento pequeña, muy, muy pequeña, e idiota. Aún más porque esa expresión en su rostro denota que algo con él no está bien y no he sido capaz de notarlo en todo este tiempo.

Comienza a caminar, transcurre cierto tramo cuando entonces me levanto y lo sigo.

— Ken espera, oye lo siento.

¿Por qué siempre provocas que tus amigos salgan huyendo?, me cuestiono. No tienes tacto, de veras que no lo tienes.

Entre pensamientos y carrera consigo alcanzar a Ken.

— Disculpa, sabes... –planeo inventar un discurso cursi para ablandarlo y lograr su perdón.

Con todo, él me interrumpe:

— Déjalo no hace falta –me apega a su pecho para dejarme ahí–. No eres tú quien ha hecho algo malo.

— No entiendo –susurro rodeándolo por la cintura–. Ken, dime que pasa. Siempre nos lo hemos contado todo, por favor no des paso a una excepción.

— Es mi culpa porque fui quien se enamoró y en cierto arranque... le confesé mi amor. Ahora me ignora, le soy del todo indiferente.

Su voz suena neutra como si creyera lo que muy dentro de sí todavía no acepta.

— Le hice algo bello semanas atrás. Fue por los días en que me preguntaste porqué estaba tan raro y te hice plantón para el góming. ¿Te acuerdas? –muevo mi cabeza en positivo para que continúe– Vale, admito que no esperaba un de bombos y platillos, aunque tampoco imaginé que me trataría de esta manera. Aquella noche la disfrutamos y luego ¡nada! Como si nunca hubiera ocurrido mi declaración, o le borrasen la memoria.

Emite un suspiro fastidioso y al instante vuelve a la normalidad. Así es él.

— Entiendo cómo te sientes respecto a ella y Ankara, sabes que jamás he pedido una amistad cercana para con ellas, pero al menos acepta que me gusta y que la quiero. Prometo hacer lo mismo por ti en caso de que no me agrade tu chico.

— ¿Sabes qué te digo? –encaro– Justo lo mismo que a Anahí: el amor no está hecho para nosotras, no te preocupes. Sobre lo tuyo con Megumi, no me interpondré más. Desde hoy lo acepto.

— Basta ya con esa negatividad. El amor puede estar a la vuelta de la esquina.

En la madrugada la cama no se me amolda al cuerpo. Por ende, luego de emitir un gruñido apenas audible pero cargado de exasperación, voy hacia la ventana. Presiento que tal vez el hecho de tenerla abierta sea la razón de este desvelo.

Sin embargo, nada mejora y me decanto por bajar con cautela hacia el primer piso. No sin antes, ver a mi amiga destapada. Llevo la manta hasta su cuello mientras reparo en la tranquila que duerme, tan indiferente a cualquier situación que tenga lugar fuera de sí. De manera que en la retirada no la pierdo de vista ni un segundo, alegrándome porque esta noche consigue descansar.

Llego a la biblioteca; al único lugar que además de mantenerse abierto a estas horas, muestra otros colores más allá del morado y gris. Como la mayoría de las Salas, esta se alza majestuosa en altura. Las paredes de color ocre contrastan con el amarillo de sus lámparas, algunas incrustadas en ellas, otras centradas en las mesas hexagonales, o colgadas por secciones del techo en forma de armadura de tijera. He pasado noches aquí por razones de estudio y me complace el ambiente que emana. No obstante, considero raro encontrarme aquí por nada.

Vuelvo a realizar el gesto reiterado de rozar mis dedos en torno a la cicatriz. Inhalo de forma consiente para oír mi propia respiración, camino para distinguir el eco de los pasos y dejar de sentirme inquieta. Los estantes se alzan a mis costados con ínfulas de jerarcas, en tanto las yemas de mis dedos se pasean por los lomos de los libros. Reconozco mientras se adaptan mis ojos. Consigo ver estantes lejanos y también alcanzo a leer algunos títulos sobresalientes. Alguien dejó caer ciertos libros que recojo a mi paso. Por tanto, los junto en una pilita sobre la mesa más cercana y como no tengo más que hacer, me pongo a ordenar la biblioteca a las tres de la mañana.

Grandioso –pienso hasta que acabo por sentarme en la última silla regada. Para entonces la sala luce un poco mejor. Igual que yo. Alargo una mano y tomo al azar un libro de la sección infanto-juvenil. Mi intención no consiste en leerlo, sino en buscar un sonido diferente, de modo que, comienzo a hojearlo sobre mis rodillas ovilladas. Cuando pierdo el interés repongo el libro a su estante, al igual que ocurre con la silla.

Escucho un sollozo. Noto que hay una persona oculta acompañando mi noche (o tal vez yo acompaño la suya). Es ahí cuando una extraña sensación de incomodidad me atormenta. Llené este el lugar con mis insignificantes problemas sin saber que le pertenecía a esta niñita. Razón por la cual elijo volver a la cama para intentar dormir al menos por unas horas.

***

El olor en la habitación delata que Anahí ya está despierta. Huele a loción tonificante, de esas hechas a base de origen vegetal y que ella usa como parte de su rutina de cuidado facial.

— ¿Acaso tuviste guardia anoche? –bromea en tanto da los últimos retoques a su peinado.

— No exactamente.

Desciendo de la litera con solo un salto.

— ¿Y bien? –viéndome por el espejo, ansiosa igual que todos los días, investiga.

— Dormiste como un bebé. Lo digo en serio.

Mis últimas palabras suenan seguras y me alegra saber que esta mañana no tuve que mentirle. Pongo mi cuerpo en marcha mientras compruebo una vez más mi teoría: para Anahí no empieza el día cuando se despierta; lo hace al instante que aseguro haber pasado una noche libre de terrores nocturnos.

Salimos del orfanato rumbo al colegio y en la tarde nos dirigimos a casa de Ken para salir hacia el Porto Villal Estadio. No había pisado este sitio en dos años, por lo tanto, había olvidado lo grande que es. Sin embargo, recordaba su forma cuadrangular, de dos pisos separados por capiteles que constituyen las bases de ambos. En las esquinas unas anchas y extendidas escaleras son el único espacio que se percibe algo desocupado, mientras que el campo resulta de lo más adaptable para diferentes deportes.

Dado que es una construcción ubicada en una zona no muy poblacional, a toda la redonda se encuentran faros que aseguran la visibilidad en las tardes o noches. Aquí han tenido cabida las más importantes competiciones deportivas de toda Musa, por ello es considerado una reliquia patrimonial de la Península, a la vez que un orgullo para los que residimos aquí.

— Está bastante lleno –observa Anahí– ¿Seguro que llegamos temprano?

Ken asume su habitual sonrisa despreocupada logrando calmarla.

— Es normal Anahí –comenta cerca de su oído–. Antes de cada juego hay algarabía, las personas vienen antes para asegurarse de encontrar sus asientos en las gradas y que no se los roben, además grandes fanáticos de otras Penínsulas vienen a ver el partido en vivo. Bueno, los fanáticos con dinero para viajar.

La chica asiente con su vista puesta al suelo mientras subimos las escaleras de nuestra grada.

— ¿No dijiste tener entradas? –vocifero entrometiéndome en la charla.

— Eso dije –indica y retoma su marcha.

— ¿Dónde están los asientos pues?

El gesto de mis cejas demanda una explicación concisa, no obstante, Ken lo pasa por alto. Estoy disgustada, no por perderme el comienzo del juego –si empieza antes de sentarnos–, tampoco es el cansancio lo que me tiene de mala gana –prefiero caminar que estar sentada–. La expresión de Ken es la verdadera razón por la que me encuentro alerta y este silencio esquivo, me confirma lo extraño de la situación.

Seguimos nuestro camino hasta que al llegar lo entiendo todo. Deseo entonces que alguien me ponga un mazo prehistórico en la mano para golpear con él a Kenneth.

— Gracias por guardárnoslo –refiere a Megumi.

Ankara responde:

— De nada.

Cierro los ojos, esto no puede estar pasando.

— ¿Te encuentras bien? –curiosea la pelirroja a dos asientos de mi derecha.

Le importa un pepino mi estado; lo hace para molestar. Intento contar en vano. Este ejercicio nunca ha funcionado conmigo. Respuestas pasan por mi cabeza como la vida a una persona que va a morir. La miro decidida a responder con lo primero que salga, pero me limito por causa de Ken.

— Me encuentro perfecta –digo mientras apelo a mi autocontrol tras escuchar su risita de triunfo.

— Eh, ya están aquí, ¿todo bien? –saluda Megumi.

No hay fingimiento en sus palabras. Creo que en verdad no había reparado en nuestra presencia. Ken le ofrece un saludo de cabeza; yo doy una mueca (que debería haber salido como una sonrisa) y Anahí no responde.

¿Por qué se comportan agradables hoy?, me cuestiono al instante. Esto no me gusta.

— Llegamos hace un rato. Nos hubieras visto de no haber estado coqueteando con este memo, pero eso es lo tuyo..., sigue, sigue, que nosotros...

Un par de ojos marrones yuxtapuesto a un ligero apretón a mi izquierda, hacen que frene la disertación que daba con prisa y sin pausa.

— Hola ¿Qué tal? –saluda Anahí después de su apretón.

— Bien. Disculpa por no saludar antes, con Meg estaba viendo unos videos cómicos.

¿Quién es este? ¿Por qué Anahí se interesa siquiera en saludarlo? –intento averiguarlo, no obstante, hoy las miradas lo dicen todo y la de Anahí me dice que soy una idiota por no darme cuenta aún.

— Es bueno verte –agrega el joven sonriendo. De pronto medita algo– No sabía que te gustara el basquetbol.

— Oh no, soy tan solo una invitada.

Mi cabeza parece la silla giratoria donde se sienta la niña cuando va al trabajo de su padre.

— De igual forma me alegra verte antes ¿Mantienes lo de mañana?

— ¡Va a empezar! –graznan las mirmecófagos poniéndose de pie a la par de Ken y todo el estadio.

¡Ryan! –nota mi bombilla interior– ¡Oh qué lindo es!

Aprovecho el tiempo de la apertura para examinarlo con discreción: Atlético, surfista. Sin palabras. ¡¿Eso son hoyuelos?! –tiene una sonrisa absorbente, de la cual –estoy segura– mi amiga fue presa en conjunto con la ternura natural que emana del chico.

Volteo hacia ella valiéndome el alboroto y el despiste de muchos.

— ¡Está genial!

— ¡Chis! –me hace callar a regañadientes. Yo la abrazo.

— Estoy orgullosa –susurro en su oreja por lo que siento su risita de complicidad.

Cortamos la demostración de afecto y en lo adelante atendemos al juego de básquetbol, pese a no tener idea de a cuál equipo se presupone que apoyemos.

— Iré a buscar unos refrescos –me anuncia Ken al oído, cabeceo y se aleja.

— Míralo está muy divertido –oigo decir a Megumi– es corto, luego ya sigues con el juego.

— ¿Puede ser después, por qué el afán? –dice Ryan– Que sea rápido –indica ante la insistencia de Megumi.

Sostiene el móvil entre sus manos y da play.

Unos gritos jadeantes taladran mis oídos y me pongo de pie en un santiamén. Agarro sin dificultad el artefacto con la grabación de Anahí teniendo un terror nocturno y lo lanzo contra el pecho de la pelirroja, que sulfurada, se para también.

— ¡Me mentiste, nunca borraste el video! ¡Eres una perra hipócrita! –voceo al señalar su rostro.

El juego continúa en tanto a mí me hierve la sangre de la ira que necesito liberar. Preparada estoy para encajar –como hago– mis cinco dedos en el cachete de la susodicha. Después tomo su cuello. Sin embargo, una orden de Anahí frena el acto.

— ¡Basta Ainhara!

Encaro su mirada triste y reprobatoria.

— Anahí... –la voz se me quiebra.

— Sí creíste que me hacías un bien, no lo hiciste.

— Lo siento.

Como si no hubiese nada más que decir, o mi voz fuese un repelente, ella corre escaleras abajo. Entonces Ken llega.

— ¿Qué ha pasado? –tiene claro que nada bueno.

— Sois unas mierdas. ¡Esta la pagarán! –veo a Megumi–. Lo haréis –enfatizo a Ankara.

En acto atropellado Ken se pone al tanto de la situación y decide perseguirme cuando desciendo escaleras para atrapar a Anahí.

— No querrá verte ahora –su voz me llega clara pero aun así no quiero oírlo–. Detente, piénsalo.

— ¡Vete! Si no vas a ayudar vete –mis manos comienzan a doler por de tenerlas en puños con las uñas haciendo daño.

— ¡Vas a detenerte me escuchas! Harás daño a alguien ¡o a ti misma! ¡¿Puedes dejar los puños abiertos?! ¡Ara!

Al llevar a cabo esta acción que tanto él odia, siento una especie de sensación placentera-liberadora, como parte del espectro de sensaciones que causa mi padecimiento. Lo ocurrido con Anahí fue la activación emocional. Por ende, no me importa en estos momentos el dolor, ni ella o su paradero. Mucho menos aquellos que giran en dirección a nosotros desde sus asientos cercanos a la escalera.

No puedo resistirme al impulso de llevar a cabo esta acción y desde luego Ken no puede controlarme. Solo el tiempo. Esperar es lo único, esperar a que pase mi crisis de trastorno del control de impulsos.

— ¿Vas a frenarme? –doy un giro brusco. Poco más y nos damos de buces– ¡¿Cómo?!

Muy en el fondo desearía que tuviera el poder de hacerlo.

— Solo, cálmate ¿ok? –pide como si amansara algún animal indómito.

Alzo ambas manos para replicarle, pero Ken no pierde el tiempo ni la oportunidad de neutralizarme. Utiliza las suyas como esposas alrededor de mis muñecas y logra retenerme.

— ¡Déjame! –ordeno rabiosa hiperventilando por la nariz– ¡Suelta!

— No –dicta inexorable–. Ahora no ¿vale? Debes, ¡basta, deja de hacer eso!

En cuanto nota la sangre que proviene de mis manos, ablanda su agarre. A consecuencia, le propino un pisotón y me lanzo a correr. Él me persigue.

— ¡Ara! –le oigo gritar cuando caigo.

Mi pie resbaló en el borde de la escalera haciéndome caer en declive.

Una situación que pintaba desagradable se tornó en su antítesis. Pues aterricé encima él. No sé su nombre, pero estaba aquí para ver el juego y yo acabo de privarlo de festejar el Buzzer Beat que algún jugador anotó el instante. No caí en mi destino porque me sujetó: una mano alrededor de mis hombros apegándome a él, la otra en la zona de mis muslos.

Entre el tumulto bullicioso y eufórico, peleada con mi amigo y siendo la decepción de Anahí, me he tropezado con este par de ojos. Y sucumbí fuente a ese reflejo de una mar en calma que arrastró lejos toda mi furia.

— Lo siento –la disculpa es inaudible de modo que la lee en mis labios.

— Tranquila.

Mi pista de aterrizaje me ayuda a levantar, e intento recomponerme, sin embargo, me siento un pelín atontada. Ken aparece en el acto y habla por mí.

— Gracias... y disculpa.

Pienso que tal vez me deje en evidencia, pero igual volteo para dar un último vistazo.

Me sonríe.

¡Ay mierda, esta imagen será imborrable!

Las horas presurosas no dan lugar a que hable con mis amigos. Anahí está desaparecida –más bien escondida– y Ken no demandó nada más de mí. Tras recogerme se marchó y quedé muda ante la posibilidad de una disculpa.

— Pasa –ordena la Preceptora. Su voz llega como eco al otro lado de la puerta.

Entro al interior y tomo asiento acomodándome toda remilgada. Lara tras su escritorio revisa infinidad de papeles. Ensimismada en ello, no echa en falta sus espejuelos, ni toma en cuenta que los lleva sobre su cabeza.

— ¿Qué te ocurre? –indaga al notar mi postura.

Por lo general nunca llamo a su puerta, sino que entro y tomo asiento espatarrándome entre las dos butacas para descansar las piernas. Vacilo antes de responder. No obstante, me recuerdo quien es ella: la única persona que deja su importante trabajo para atender mis problemas y escucharme hasta el final.

— La he cagado.

Opto por ver los dedos inquietos sobre mi regazo a la espera de su intervención.

— ¡Vamos, suéltalo! Empieza por la parte que mejor te sea, además no debe ser tan malo –para cuando calla, ha dejado ya su escritorio y está a mi lado.

Cuento lo sucedido con Anahí tras saber de mis mentiras. Entonces enmudezco para oírla hablar a ella.

— Dime quién fue, como Preceptora sabes que debo tomar medidas.

— No lo hagas por fa. Voy a encargarme de esto, no sé cómo, pero voy a hacerlo, ¿me dejas?

Pese a conocer lo atolondrada que puedo volverme, Lara confía en que no cometeré una locura mayor. Ella siempre ha apostado por mí y tal convencimiento lo leo entre líneas en su mirada.

— Lo dejaré pasar, solo por esta vez ¿trato? –asiento repetidas veces– A la próxima que ocurra tendré que tomar medidas, eso lo sabes bien.

— Lo sé, lo sé. Gracias Lara, ¿sabes que eres muy especial para mí? Como

Doy un largo suspiro. Ahora mismo estoy alcanzando un grado de sentimentalismo donde mis lágrimas desean ser las estrellas del show. Y yo solo quiero retenerlas.

— Como una especie de madre.

Decirlo en voz alta hace que ambas nos emocionemos. Lara me sienta sobre ella. De repente soy una bebe siendo acunada por su madre adoptiva y sin deseos de llorar.

— También te quiero mi niña, te habría adoptado si fuese permitido.

Nos abrazamos y al separarnos, ella sigue escarbando en mi desanimo.

— ¿Qué más ha pasado?

— Ken –respondo tajante.

— ¿Ken? ¿En serio? –su reacción de sorpresa me pone sobre aviso, de modo que, me levanto cortando su curiosidad.

— ¡Pero que insinúas! –espeto ofendida– ¡No en ese sentido! Solo es mi a-mi-go –recobro el asiento inicial para contarle lo ocurrido en el estadio–. Tuve un arranque de impulso después de que Anahí se fuera, Ken intentó ayudarme. Quería detenerme, pero no me lo tomé bien. Me porté horrible.

Muestro mis palmas y ella ahoga una exclamación.

— Mi niña –las toma para acunaras y las besa–, debes dejarte ayudar. Ve con Jimena, hazle caso y asiste a sus consultas. Ainhara te quiero, pero no puedo negar esto, ¿no te das cuenta de que te hace mal? Y a los demás: Ken, Anahí, e incluso a mí.

— Lo sé claro que lo veo ¡pero luego! luego de que pasa es que puedo pensar con claridad. Lara no lo puedo controlar... es un impulso más fuerte que yo.

— Creo que no deberías resignarte a ese pensamiento, Ken te quiere tú lo has dicho: es tu amigo y sé que te perdonará, pero esto –me enseña mis manos como si nunca antes las hubiera visto dañadas–, no puedo dejarlo pasar.

Lo dice como Preceptora, entonces comprendo que los fin de semana tendré que ver a Jimena al menos una vez.

— Claro, intentaré verla; a Ken también le pedirle perdón.

— ¡Hazlo! Recuerda: Nunca pospongas los asuntos importantes.

Con un beso en la frente me despide y me sorprendo de mi ánimo al salir del lugar. Ahora he dejado de ser él bebe acunado para volver a ser yo: dispuesta a defender la reputación de Anahí, decidida a pedir perdón, casi lista para retomar las sesiones con Jimena y con la misión de encontrar la mayor debilidad de Ankara Salemah. Vuelvo a atrás, a la noche en que todas caímos dentro del juego de Ken haciendo góming en el faro.

En su turno, Ankara indicó: «Mi mayor miedo es no recordar nunca mi pasado antes de llegar al orfanato»

Interesante... –me digo al sonreír con suficiencia.

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