Legado de Pilares [ADN I] |Fi...

By AlysaKai

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🖤 Finalista en los Wattys 2021 bajo el nombre «El Legado de Sadra» que ahora es «Legado de Pilares» _______... More

Frase
Sinopsis más general
Mockups
Moodboard
PROMO
Prólogo
1_Burbuja Rota (Ainhara)
2_Secuestro y Abandono (Anahí)
3_Unidas por el Dolor (Anahí)
4_Partícipe (Amir)
5_Deporte o Suicidio (Ainhara)
6_Inesperado (Ankara)
7_Una sombra (Ankara)
8_Trampa conjunta (Anahí)
10_Castigo Domiciliario (Ainhara)
11_Partido (Ainhara)
12_Relax (Anahí)
13_Volver (Ainhara)
14_El tiempo junto a ti (Amir)
15_Enigmas (Ankara)
16_El casete (Anahí)
17_Un nuevo salto (Ainhara)
18_Khopalka (Amir)
19_Los Batlelock de Musa (Anahí)
20_En lo alto de una estrella (Anahí)
21_Sadra Miller (Anahí)
22_La noche de las cuatro víctimas (Ankara)
23_De Luto y Una Nota (Ainhara)
24_Mentiras develadas (Ainhara)
25_Fuera del Orfanato (Anahí)
26_Mi Realidad (Amir)
27_Código: SM (Ainhara)
28_Travesía (Ankara)
29_Bienvenidos al NUCLEO (Ainhara)
30_Historias del pasado (Astrid)
31_Alianza Oficial (Anahí)
32_Los primogénitos declaran su apoyo (Astrid)
33_Entrenando a los cinco (Astrid)
34_Una Noche Especial (Ainhara)
35_El Proyecto (Astrid)
36_Una Grieta en el Plan (Astrid)
Epílogo (Ainhara)
Edits

9_Nueva rutina (Amir)

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By AlysaKai

Soy amante de las rutinas. No obstante, limpiar una casa, cocinar para dos, reducirme al ocio mayor y a maratones de películas en la madrugada, comienza a joderme un poco. Luego de mis primeros días en Porto Villal, me sumé a un gimnasio para mantenerme sin ceder ante el cúmulo de meriendas que ingiero a diario.

— Es tú casa ¿recuerdas? –objeto de mala gana al abrir la puerta.

— No lo olvido, pero sí las llaves –él se disculpa alzando las manos mientras cruza la puerta–. Wow ¡pizza! Eres el mejor, y no es un mero cliché, sino la verdad ¿Cómo sabías que llegaría?

A plenitud convencido de tal suposición, Damián se embucha media rebanada en el sitio que, segundos atrás, disponía para zamparme la merienda correspondiente a este horario.

— Esto es mío –replico cuál niño que arrebata su juguete de manos ajenas–. Por sí no te has dado cuenta, es lo único que hago desde que llegue: comer. Parezco marrano de seba.

Cabe destacar que en las noches cuando él se aparece de repente con sus ligues, prefiero irme a dar vueltas en el auto. De manera que termino parqueándome frente a algún puesto de comida nocturno. Por el día está en la facultad, así que me dedico a cocinar, lavar y ordenar este apartamento. En suma: parezco más su chacha que el amigo extranjero de Hill, establecido aquí por capricho suyo.

— Entonces me alegra haberte recomendado ese gimnasio –no respondo– ¿Te pasa algo Amir? Disculpa que te lo diga tío, pero estás raro, ¿te sientes bien?

— No –alego con mi boca llena de pizza.

— ¿No?

— No –repito, pero con Damián, a veces, hay que ser muy explícito.

— ¿Por qué no? Tienes una salud envidiable y todo aquí es genial. ¿Qué te falta?

Mastico; él no habla. De su bolcillo toma el móvil y comienza a teclear algo mientras se acomoda a lo largo del sofá. Por ende, en mi mente me repito que Damián es increíble y no en un buen sentido, sino todo lo contrario.

— Ya está –dice; aleja el móvil de imprevisto–. Tienes razón –esto empieza a interesarme.

— Continúa, por favor.

Bebo del refresco que tengo sobre la mesa del centro.

— Siempre estoy en compañía de otros... u otras, pero no con vos. Sé que no he dedicado tiempo para conocer Musa contigo como te prometí –toma en cuenta.

— Sí, así es.

— El anfitrión soy yo y lo llevo fatal, así pues, esta noche seremos solo nosotros como, ¿noche de chicos? ¡Ay no qué horror! –se retracta agriando su expresión; a lo que sonrío– Tú me entiendes: solo tú y yo. Sin chicas. Por ello cancelé a Marya –su móvil en alto es la señal del resumen.

— Me parece bien, pero yo jamás te dije nada de eso.

— Venga, no te hagas el humilde que nos conocemos. ¡A un Balezcose se le presta atención! –declara– Además, lo pensaste ¿no? Seguro así: ¡Qué chingada de amigo tengo! Que mierda, Damián me trajo acá y yo tenía razón, este viaje sería una puta...

— Basta, basta, puede ser... aunque quitando las palabras que no son necesarias ¿sabes? Puedo expresarme de maravilla sin ellas.

— Claro. Eres genial Amir –precisa tomando seriedad– y no quiero perder al único amigo real que tengo en esta pu... vida mía.

— Entonces vale, aprovecharé tal oportunidad antes de que, de un ataque de alzhéimer, o amnesia temporal transitoria y termines cambiando los planes.

La broma es una mierda, pero resulta porque ambos sonreímos.

— Espera un momento. ¿Lo que hacías en el teléfono...? ¿Estabas cancelando a una chica?

Si bien sé la respuesta, no puedo evitar el asombro, pues dicho ataque de buen anfitrión resulta novedoso para mí, para nuestra amistad. Damián no es así.

— Era solo Marya –alega por quitar hierro al tema, o eso creo.

— Da igual, no tenías por qué. Seguro prefieres estar con tu novia y lo entiendo –mentiroso, me digo– En otra ocasión seguro podemos tener una noche de chicos.

— ¡Oye no repitas esa expresión!

— ¿Cuál? ¿Noche de Chicos? –cuestiono con inocencia bien fingida.

— ¡Sí! Es... raro... además te aclaro –una vez satisfecho con su posición, alza el índice y puntualiza–, Marya: no–es–mi–novia, sabes lo que pienso al respecto sobre ese título: lleva tiempo ganarlo, construir una base que impulse la duración la relación y conocer a plenitud a la otra persona, y sabes querido amigo que yo no me tomo tanto tiempo.

— Eso me queda muy claro. ¿Qué propones entonces?

Nos alistamos para ir al gimnasio. Por primera vez iríamos juntos; era mi rutina de hoy y la de Damián desde hace seis días. Ante nuestra llegada, nos dirigimos a las taquillas y de ahí, al área de las maquinarias. Damián me sirvió de instructor, gracias a lo cual, aprendí ciertas técnicas para mayor rendimiento.

Lo estábamos pasando genial, sin embargo, queríamos dar más interés al momento. Fue ahí que optamos por desafiar a nuestros cuerpos a soportar el doble en cada sesión ¿Qué nos motivaba? Bueno, el ganador ridiculizaría al otro y el perdedor lo soportaría. Aunque, de igual modo ambos nos llevaríamos el recuerdo en nuestros cuerpos adoloridos. La competencia estuvo reñida y admito que Damián aprovechó la técnica aparentar desventaja. Que macabro.

A pesar de la competencia, o quienes nos veían con caras largas, comenzábamos a pasarlo en grande, tanto; que más de una ocasión los instructores se acercaron pidiendo a Damián que regulara el volumen de sus carcajadas.

Nuestros próximos planes los conformamos en las duchas, donde Damián se aburrió ridiculizándome. No iríamos a un restaurante, así pues, cierta idea fue la primera descartada. Ir a un bar repleto de personas y mujeres rompería la regla de: solo chicos, solo nosotros. Al final, abordamos mi auto de Musa para dirigirnos a un Centro de juegos y recreación ¡Y vaya que nos recreamos! Pasamos toda la noche probando cada juego, desde billar, bolos, máquinas virtuales, carreras en 3D y múltiples formas de jugar basquetbol. En aquel sitio el tiempo corrió dejándonos olvidar nuestras concernientes prioridades; formando un deseo de noche infinita y mañana lejano que tomamos en serio. La hora no fue impedimento ni motivo de alarma cuando resolvimos detenernos en cierto malecón a tomar aire, hablar estupideces y volver a casa.

Esta noche quiero terminarla diferente. En mi habitación no pego ojo porque no hay comodidad en las paredes nuevas, la ventilación artificial y decoración minimalista. Por lo cual, ideo un plan que empieza conmigo subiendo las escalaras.

Llego al dormitorio de Damián, lo atravieso y avanzo con mi colchón hasta las compuertas del balcón. Entonces, lo coloco en el suelo y miro al cielo nocturno complacido.

— ¿Qué rayos haces, intentas dormir ahí fuera?

Se queja el de sueño liviano. Afirmo positivo y descanso en mí soledad sin obtener respuesta.

En un visto y no visto, mi amigo se posiciona junto a mí con notable tinglado: cargando mantas y almohada. Ahora soy el sorprendido; quien exige una explicación y para ello, le reformulo su pregunta.

— ¿Piensas dormir aquí afuera?

— Pienso hacerte compañía –afirma antes de recostarse.

Entonces, él también observa el cielo y sabe, porque me conoce, en qué pienso.

— ¿Te gusta mucho, ¿verdad? –asiento sin mirarlo viendo lo mismo que él–. Yo nunca presto atención a este panorama, pero al mirarlo, como ahora... la siento: a Anahí. Me haces recordarla, aunque no la conocí.

De momento no sé interpretar su suspiro fortuito.

— También la siento, su recuerdo; imagino las historias que nunca llegamos a vivir, fantaseo con los secretos guardados, las noches felices de insomnio que hubiéramos compartido en nuestro refugio, ese que no llegamos a disfrutar. Solo tengo el vago recuerdo de siempre y para no olvidarlo lo he convertido en un ritual. El simbolismo de que no la olvido, y que, en mi vida ella existe y siempre será real. El cielo que nos separa es el mismo que nos une.

— Es increíble como el recuerdo de una persona pude dar una conexión con ella más fuerte y vigente que la de alguien cercano en físico.

— ¿Lo... dices por ella? –el asiente viéndome de soslayo.

Entonces, lo comprendo: yo siento a mi hermana, pero no la tengo; él tiene a Astrid, pero no la siente.

***

Pese al sueño enajenado, nos llega el repiqueteo del timbre, recordándonos que en el horizonte se alza un nuevo día.

Damián y yo en primer instante optamos por evadir dicha realidad. Preferimos dormir a pierna suelta, antes que bajar. Por tanto, cuando me siento, capto su mirada suplicante.

Esos ojos verdes (no importa con quién), siempre consiguen sus objetivos y al final cedo. Soñoliento bajo masajeándome el rostro para contrarrestar ese efecto y me extraño al notar en falta mi pieza superior. ¿Cómo rayos acabamos tan desparramados en el balcón?

Genial, una ligue preocupada –me digo nada más abro la puerta.

— Buen día –saluda ella entre la timidez y la decepción.

Es obvio que no me esperaba a mí tras la puerta.

— Hola... eh... buscaré a Damián...

Aviso con los pulgares señalando hacia atrás.

— ¡Mart! –grita entonces su voz– Hola, pasa e ignora a esta persona.

Tras un empujón de Damián me vuelvo invisible pero no me voy.

— ¿Sucedió algo?

— Oh no, no pasa nada, es solo que terminamos temprano hoy... como no te vi en clases me preocupé por vos. Es media tarde.

— ¡Media tarde! –Damián busca un reloj.

Es media tarde, confirma.

— Temí que te encontraras mal... o algo, vos sabés como... soy. Disculpa, no creí que tendrías visita –agrega.

— ¿Visita? No lo hagas sentir tan formal, este solo es Amir.

Ella apretuja sus labios en señal de espera. La imito y siento que no me desagrada.

— Balezcose –formulo, en tanto me acerco y extiendo una mano–, Amir Balezcose.

— Ese mero –certifica Damián.

— Un gusto –responde al apretón–. Soy Mart. Martina, en realidad.

Me tomo por grosero al recordar las fachas que tengo frente a la chica de mirada pura que denota inocencia. Con todo, ella solo ve a Damián y yo no importo mucho.

— Ay, tan considerada preocupándote por mí –avanza para besarle la frente–. Siéntate, ven.

— Iré a cambiarme –anuncio yéndome, pero tras unos pasos, volteo– Bienvenida.

Martina da un giro.

— Gracias.

Subo las escaleras a trote rápido sintiéndome incómodo por el malentendido que se creó en mi cabeza. Y es que, la charla entre ellos me dejó ver que esta chica no es para Damián una novia de turno.

— ¿Quién era? –pregunto al bajar más tarde.

— Mart es de la universidad. Una persona genial y mi amiga. Solo amiga –recalca antes de seguir orientándome–. Podrás conocerla mejor porque está aquí en la cocina. Nos ayudará con el almuerzo.

Decidimos ayudarla buscando no ser descorteses, aunque luego de un rato llego a plantearme con seriedad mi retirada. El panorama que pintábamos los tres en la cocina se convirtió en un fiasco; Damián comenzó a hacer de las suyas y ello me llevó a otro de mis razonamientos: ¿Qué comía este tío antes de llagar yo aquí? Pedidos a domicilio, me respondo.

Desde mi punto de vista, la presencia de Damián en la cocina era innecesaria. Era un desorden con patas: si le pedíamos un ingrediente daba otro, si le ordenábamos batir, botaba todo fuera, no sabía manejar el horno, ni ningún otro electrodoméstico que no fuera su preciada tostadora, misma que se llevó de Eglossa a Hill y de Hill a Musa. Por lo tanto, deseaba propinarle unos coscorrones y decirle cuatro cosas; entre ellas, que él limpiaría hoy la cocina. No obstante, me limité de ello por causa de Martina. Según su porte, a ella esta situación le resultaba una maravilla; tanto que en todo el rato no le vi una mueca en el rostro, cero rasgos de inquietud, pero eso sí, muchas risas.

¿Acaso antes habrá cocinado para Damián? ¿Estaba acostumbrada a verlo en la cocina? –me decía al observarlos–. Solo eso explicaría tal calma ante las locuras de su disque compañero.

Nos reunimos en la mesa redonda casi abandonada del patio para un almuerzo tranquilo y en silencio (cosa que agradecí). Con el cual, percibí un lado oculto y desconocido de mi amigo. Sus atenciones con Martina provocaban envidia (llegué a preguntarme qué piensan sus ligues de esta relación, aunque como son «asuntos rápidos» tal vez ni alcanzan a saber el segundo apellido de Damián). Si bien Martina es linda, Damián ve algo más. Le sonríe como a nadie antes vi: con afecto genuino, sin segundas intenciones y con admiración.

— ¿Entonces esta es la primera vez que vienes a Musa? –para aminorar la tarea (lavar los platos), Martina rompe el hielo buscándome conversación.

— Lo es. ¿Damián te ha puesto al tanto?

— Un poco, sí.

— ¿Eres de aquí? ¿Os conocéis hace mucho? –pregunto fingiendo interés.

— Oh no, yo no soy de aquí. Nos conocimos este curso, es poco tiempo la verdad.

— Aun así, se les ve muy cercanos.

— Siempre he dicho que somos de esas personas que cuando se encuentran por primera vez, ambas saben que deben seguir juntos toda la vida. Hay relaciones que por mucho tiempo que sean cercanos, no consiguen eso jamás. Es... un click, ¿crees que existen las almas gemelas en los amigos? –reflexiona.

— Mmm pues... no lo sé ¿Damián sería mi alma gemela de amigo? –supongo.

Acto que nos hace reír juntos por primera vez.

— También es la mía.

— ¿No es algo extraño que él sea algo así en la vida de dos personas?

— ¿Por qué? ¿Crees que no lo merece... o?

— No es eso, sino que es raro. ¿Eso en que nos convertiría a todos? En ¿un triángulo amoroso?

Entonces reímos con más fuerza que antes.

— Buen punto, aunque podría ser peor: imagina que fuéramos un trío –cubre su rostro para reír.

— Creo que esta idea de las almas se nos ha ido de las manos.

— Totalmente.

Concuerda limpiándose algunas lagrimillas de sus ojos con el dorso de una mano.

— Bueno. ¿De dónde eres? –indago.

— Syohvell, Eglossa –el gesto de mis cejas delata mi asombro– Sí... viajo de vez en cuando porque mis padres aún viven ahí.

Trago para bajar el nudo que de repente hay mí. ¿Cuántos esfuerzos hará por mantener su carrera viviendo en una Península y estudiando en otra?

— Imagino que sean muchos los gastos ¿Cierto?

— ¡Uf y que lo digas! De igual modo, gracias a Dios siempre tengo provisiones, o sea, trabajos tengo y también mi padre me ayuda con los gastos... entonces casi siempre puedo ir por allá y verlos.

Empiezo a ver algo en ella, e imagino cómo siente Damián. Si es como yo en este momento, entonces no tendré necesidad de hacer ciertas preguntas más tarde.

— Impresionante.

Ella sonríe tímida, pues la palabra brotó de mí, sin darme cuenta, como deducción resumida de mis pensamientos.

— ¿Por qué medicina? Me parce que en Eglossa hay muy buenas oportunidades... o eso dicen, no sé.

Deseo continuar la conversación; saber de esta joven con una vida tan diferente a la mía. Ella reposa su plato en la espuma, se recuesta en la encimera y me encara. Atento la escucho, sin pensar que sus siguientes palabras me harían admirarla aún más.

— Es por mi madre, ella está viva, pero en estado crítico. El dinero para tratarla eh... su enfermedad es compleja. Lleva muchas atenciones. Desde siempre la he cuidado cuando papá trabajaba, de modo que un día concluí que, si estudiaba medicina tendría mejores herramientas, conocimientos más eficaces y, por consiguiente, mi mamá recibiría mejores cuidados y tratamientos.

El resto de la tarea transcurrió en silencio. ¿Qué podía hacer? Indagar más no era una opción. Pensaba en lo poco que sabía, mientras la veía de soslayo. Me asombraba su ¿fortaleza?

Poco después dijo adiós tan cordial como si nada; no porque hablar de su madre le fuera indiferente, sino por su actitud en sobrellavar los problemas de la vida. Cuando la puerta se cerró, asfixiante y solitaria quedó la casa. Vimos algunas películas y Damián limpió la cocina.

En la noche nos prepararnos y salimos de nuevo solo nosotros.

— ¿Sabes que es lo mejor de este lugar? Es el único en Porto Villal donde no piden las fichas individuales del ciudadano.

— ¿Podré beber entonces? –carcajeo a la par de Damián.

— Oh sí.

Afirma antes de pasar un brazo por mi nuca para adentrarnos en el Club Acuario.

Tomamos asiento cerca de la barra ordenando él la cena y bebidas. Entre tanto esperamos, me dedico a reparar el lugar (pensando que podría visitarlo de nuevo cuando mi compañero esté ocupado). El estilo casi por completo es oceánico y si observas bien, la forma arquitectónica asemeja a una pecera donde –supongo–, los clientes somos los peses. El diseño interior acoge en detalles hechos de mayas, cofres para asiento, de porta pantallas, o accesos a bebidas gratis. Peses fluorescentes son las luces más notables (sin contar las giratorias que no sé de dónde salen), además, tampoco faltan los murales con sirenas y fondos marinos. El efecto de las luces como reflejo del agua, llena el lugar pasado un rato cuando se vuelve más oscuro y noto que la barra es una larga (o varias) tablas de surf con firmas desconocidas. Lo cierto es que toda esta discordancia con mi vida me resulta fastuosa.

Recibimos el pedido por una camarera ataviada de forma muy divertida y acorde al lugar que en dos horas, se encuentra abarrotado de clientes borrachos. Algunos bailan, otros manosean a sus parejas en público y yo voy por mi tercera ronda de bebidas cuando preciso ir al baño. De modo que atravieso el local para llegar al fondo, al espacio que da a los baños. Deduzco que más allá exista otro lugar dentro del recinto.

La entrada asimila a la una cueva y observo mientras camino, cristales fluorescentes a mí alrededor. Son peceras incrustadas en la pared que aportan luz al corredor oscuro. Pienso además, que mirar los peces ha de sentar bien como entretenimiento para quienes hagan fila.

— ¿Está ocupado? –me intereso al percibir a una joven con pose de custodia frente a la puerta de los hombres.

— Claramente...

No me quedó claro a que parte de mi anatomía le respondió, pues tomó tiempo para estirar su respuesta y a la vez repararme completo.

— Esperaré entones, gracias –digo con sonrisa jovial, e ideas de hacer solo eso.

Presto atención a la pecera que tengo sobre mi hombro para evitar el contacto con la ansiedad que revela su cuerpo. Aunque de ingenuo en un inicio no sé distinguir de qué. Luego, tras el paso de unos minutos, siento su tacto en mi parte taracea consiguiendo que dé un giro hacia ella. Entonces ríe divertida.

Jamás sabré si la causa de tal diversión se debió a la hazaña de su atrevimiento fuera de lugar, o por mi expresión en ese momento.

— ¿Cómo te llamas?

— ¿Le falta mucho a tu novio? –cuestiono rígido, a lo que ella contesta con igual diversión.

— ¿Cómo sabes que es mi novio el que está ahí dentro?

— Lo deduzco –sondeo indiferente.

Hace contacto visual conmigo y considero de mala educación no hacer lo mismo. Ella me habla, no sin antes morder su labio inferior de forma tan sensual, consiguiendo que algo se tense en mí.

— ¿Te has planteado que puedes estar haciendo una mala deducción? –niego sin darle importancia, ella sonríe y da un paso en mi dirección– Ahí dentro podría estar mi primo, o mi hermano, o un amigo...

Sin previo aviso más allá de la ansiedad en su mirada, sus labios conectan con los míos. Mi primer beso debía ser con Astrid, pero justo ahora ella está a años luz de mis pensamientos. Puede que nunca me vislumbrase poseyendo unos labios de color violetas tan sensuales y hambrientos, capases de asfixiarme sin ni siquiera notarlo; en este instante, es todo lo que hago. La chica apisona mi cuerpo contra el cristal retomando su gesto inicial con mayor libertad, de la cual me hago participe cometiendo un segundo error y quizá un tercero. El primero creo que fue sonreírle.

Disfruto acercándola para darle carisias desordenadas y perderme en su boca.

Entonces, todo pasa muy rápido cuando dejo de sentirla (la arrastraron lejos de mí porque su primo, su hermano y un amigo, me ven de frente y con otras ganas. No hay tiempo fuera de mi reacción para que se abalancen, por lo cual, respondo con resistencia. Agradecido por mis horas de gimnasio, logro abandonar el pasadizo y camuflarme entre la gente, pero sintiéndolos tras de mí. Voy en busca de Damián que ha de permanecer donde lo dejé... o al menos, eso espero.

— ¡¿Pero qué mierda te han hecho?! –grita después de su atraganto.

Me ve perplejo; espera una explicación que no puedo darle.

— Te lo cuento luego. ¡Vámonos!

Alejo la bebida de su mano viendo de hito en hito hacia atrás. Él comprende que algo ocurre, de modo que, sin reclamos se levanta y me sigue. Corremos porque así se lo ordeno. Nos dirigimos al parqueo sin detenernos siquiera a pensar que tal vez no era la mejor opción. Los tres nos sorprenden ahí.

Los vemos manteniéndonos a una distancia prudencial. Ellos, borrachos hasta la medula, están listos para continuar su ataque.

— ¿Quiénes son esos? –averigua Damián sin señalar– ¡¿Pero ¡¡¿qué has hecho?! –no entiendo por qué sonríe si intenta regañarme.

— Besé a su hermana, que a la vez es su prima y su amiga. Tal vez, no lo sé.

Remojo mis labios al percibir su inminente cercanía y tomo en cuenta preguntarle:

— ¿Haz... tenido alguna pelea aquí en Porto Villal?

— ¡No! Debería ser yo quien te diera una experiencia así a ti. ¡No al revés! Vale, tú te encargas del hermano y yo del primo.

Acepto su plan con un movimiento de cabeza y nos preparamos para el impacto.

— ¿Y el amigo? Espera, ni siquiera sabemos quién es quién...

Y no lo supimos, nos enfrentamos al primero que nos plantó cara. La pelea justa habría estado, si el amigo hubiera decidido quedarse en casa, pero aun así nos defendimos. Golpee la mandíbula de mi oponente que reaccionó ante el dolor. Tiempo suficiente tuve para lanzarlo al suelo y posicionarme encima de él, mientras golpeaba su cara. Aun así, no se dio provenido; me pegó en la frente con su cabeza. Lo que ocasionó un leve mareo por mi parte. Comenzó a golpearme costillas sin piedad y más de una vez me revolcó en el piso hasta que –no se dé dónde– saqué fuerzas y esquivé un golpe de gracia.

Me puse en pie trastabillando, dispuesto a continuar la riña, y odiándome por sucumbir ante aquellos labios violetas.

Damián propina buenos ganchos a otro de ellos. Lo tiene fuera del juego. Ese imbécil ¿Cómo puede sonreír en un momento así?, pienso entre golpe y golpe.

Más tarde lo veo caer al suelo, sangrando. No obstante, al levantarse le escucho decir:

— ¡El amigo es mío!

Golpeados y adoloridos vamos hasta la playa más cercana. ¿Ganamos nosotros? No lo sé, lo que sí, es que la riña duró hasta el cansancio. Ya casi arribamos a la orilla cuando llevo una mano a mi lado izquierdo. Me duele como llamarada sin fin y solo encogiéndome logro amortiguar el sentir.

Veo a mi compañero succionar el puente de su nariz, a la vez que de su boca brotan finas líneas de sangra fresca sobre la encostrada. No hablamos por un rato; disfrutamos del oleaje una vez entramos al agua sin molestarnos en sacarnos los zapatos.

— ¿Crees que ya sea media noche? –investigo con quien permanece flotando cerca de mí.

— Es posible.

— ¿Te duele? –doy gesto para evocar sus labios.

Él no me ve, aunque entiende lo que digo y niega.

Luego invierte la pregunta, a la cual respondo sin augurio de vergüenza:

— Mucho.

Lo cierto es que nunca me ha importado mostrar mis debilidades frente a Damián. Sin embargo, en ocasiones como éstas, luego de hablar prefiero no haber dicho nada, pues él comienza a reírse. Lo hace con dificultad gracias del dolor que le causan sus golpes, pero no se detiene. Pierde un poco su equilibrio y lo recupera al santiamén.

— A mí igual –confiesa después–. ¡Amir ha sido nuestra primera pelea, y ganamos!

— ¿Cómo estás tan seguro... de que ganamos? Quiero decir.

— ¡Eso es obvio! –dice chamuscando el agua con sus manos– Sé que dirías que fue un empate, pero no. Si es la primera, debemos ganar. ¿Entiendes? Además, estábamos solos, de modo ¿qué...? –sugiere.

Aguarda mi respuesta, mientras opto por dar movimiento a mis cejas para que él me ilumine.

— Nadie podrá refutar nuestra versión –certifica–. De modo que sí, ganamos nuestra primera pelea.

— Idiota –río– ¿Siempre fuiste así, o te robaron más tarde el tornillo que te falta?

Espero reír al compás de él cuando noto que no lo hace. Extraño. Sin contestar sigue flotando por inercia. Antes entreví que algo en sus pensamientos lo ocupaba, no obstante, me daba atención. Justo ahora soy algún peso muerto que flota su lado y no quiero ese rol.

— ¿Dónde está tu mente?

— En mi infancia... con ella

— ¿Astrid? –como respuesta él niega contundente.

Damián y yo nos conocimos poco después de que mi hermana despareciera. Su familia llegó a Hill y ya existían lazos de amistad entre nuestros padres, siendo la razón de que anduviéramos juntos mucho tiempo, el cual sirvió para conocernos. Siempre he creído saber todo de mi amigo; que lo conocía, que sabía su historia, así como él la mía.

De repente (mientras observo el semblante de Damián) tal seguridad comienza a quebrarse dejando una brecha de curiosidad.

— Mi abuela –argumenta con susurrante voz–. No la conoces porque nunca te hablé de ella.

— Hazlo ahora, ¿quieres?

— Sí, lo necesito. Hoy fuera su cumpleaños.

El asombro por mi parte es evidente, aunque trato de disimularlo.

— Los Yoon no lo celebran, nadie la nombra, ella se convirtió en un fantasma... olvidada por todos.

Deshace su postura y prolonga la pausa con un melancólico suspiro.

— Y lo peor es que nunca entendí sus razones. ¿Sabes por qué quiero tanto a Mart?

— ¿Martina? Tu amiga de la facultad –cuestiono para asegurarme, no obstante, se me enreda un poco todo.

— Sí, ella. Mart me recuerda a mi abuela, ambas tienen esa fe en Jesús, en Dios que las une de manera única. Cuando Mart me habla sobre esto no puedo evitar recordar a la abuela porque siempre me contaba historias y daba consejos... éramos muy unidos ¿sabes? Cada noche oraba en mi cama como ella me enseñó y era un niño ejemplar, de buen comportamiento. Y creo que amaba a Dios, mi salvador.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué dejaste de...?

— ¿Creer? –me ayuda y asiento.

— Ella murió. Ellos la olvidaron y me obligaron a hacer lo mismo. Dejé, por ende, de orar. Supongo que eso y portarte bien, no te hace un hijo de Dios como mi abuela, que sí tenía una relación con él, como Mart. Sé que puede parecerte raro, pero es así... me he dado cuenta de que nunca lo conocí y no soy lo suficiente bueno para Él cómo ellas dos...

— Siento lo de tu abuela, me hubiese gustado conocerla tío y también haber sabido esto antes –agrego con pesar al darle una palmada en su hombro.

— Siempre supe que algún día te lo contaría ¿sabes?

— ¿Por qué no lo habías hecho entonces?

— Nunca estuve justo a tu lado, pensando en ella y lo bastante ebrio como para que se aflojara mi lengua.

— No creo que estés tan borracho... –observo.

— No, tal vez no. ¿Te digo algo?

— Adelante.

— Ella es mi Anahí –confiesa–. Puede que fuera mayor que tu hermana, pero aun así siento que la perdí de forma muy prematura. Me fui a dormir... y cuando me desperté ella se había ido. No estaba preparado...

— Te entiendo tío. Por eso ahora te entrego este cielo para que al verlo también puedas recordarla a ella.

Damián suspira y vemos al cielo mientras flotamos durante un largo rato. De tal forma nos hacemos compañía, en tanto mantenemos viva la memoria de los seres queridos que perdimos.

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