Legado de Pilares [ADN I] |Fi...

By AlysaKai

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🖤 Finalista en los Wattys 2021 bajo el nombre «El Legado de Sadra» que ahora es «Legado de Pilares» _______... More

Frase
Sinopsis más general
Mockups
Moodboard
PROMO
Prólogo
1_Burbuja Rota (Ainhara)
2_Secuestro y Abandono (Anahí)
4_Partícipe (Amir)
5_Deporte o Suicidio (Ainhara)
6_Inesperado (Ankara)
7_Una sombra (Ankara)
8_Trampa conjunta (Anahí)
9_Nueva rutina (Amir)
10_Castigo Domiciliario (Ainhara)
11_Partido (Ainhara)
12_Relax (Anahí)
13_Volver (Ainhara)
14_El tiempo junto a ti (Amir)
15_Enigmas (Ankara)
16_El casete (Anahí)
17_Un nuevo salto (Ainhara)
18_Khopalka (Amir)
19_Los Batlelock de Musa (Anahí)
20_En lo alto de una estrella (Anahí)
21_Sadra Miller (Anahí)
22_La noche de las cuatro víctimas (Ankara)
23_De Luto y Una Nota (Ainhara)
24_Mentiras develadas (Ainhara)
25_Fuera del Orfanato (Anahí)
26_Mi Realidad (Amir)
27_Código: SM (Ainhara)
28_Travesía (Ankara)
29_Bienvenidos al NUCLEO (Ainhara)
30_Historias del pasado (Astrid)
31_Alianza Oficial (Anahí)
32_Los primogénitos declaran su apoyo (Astrid)
33_Entrenando a los cinco (Astrid)
34_Una Noche Especial (Ainhara)
35_El Proyecto (Astrid)
36_Una Grieta en el Plan (Astrid)
Epílogo (Ainhara)
Edits

3_Unidas por el Dolor (Anahí)

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By AlysaKai

La huella que perdura más allá de nuestra existencia posee el potencial de forjarse tanto en un espacio de tiempo corto, como en uno largo. Pues, la fuerza de ese legado no reside en el tiempo, sino en las acciones. De igual modo tiene molde preciso en el dolor, si tomamos en cuenta que lo peor de nuestra existencia es lo que nos ayuda a conformarla; a aprender y a crecer. Por tanto, es ley de vida y requisito para las grandes herencias, sufrir y pese a ello, continuar adelante como persiguiendo el ciclo.

Iluso es aquel que deseé o piense posible vivir una buena vida donde no existan los problemas... porque entonces no sería vida. Con todo, era una niña incapaz de rendirme ante esa realidad no tan agradable. Por lo cual, deseé escapar de la soledad; de los terrores que me asediaban y mi mayor anhelo era tener una vida corta pero no ocurrió así. Ya han pasado doce años en los que experimenté el mal en lo subjetivo, a consecuencia de mis traumas de infancia. Aprendí a sobrellevar mis fantasmas en la medida que comprendía que el mal no dura para siempre, permanece, pero su luz es tenue, mientras que lo bueno brilla con fluorescencia.

Por tanto, cuando desperté sobre una camilla, me alegró estar en el Orfanato de Señoritas de Musa. Pues ya no tenía más que perder.

— ¿Anahí? ¿Cómo te sientes?

Evalúe a la joven de cabellos obscuros y lentes en conjunto. Repetía mi nombre para atraer mi atención cuando empezaba a parpadear.

— Sí. Estoy bien.

Respondí pese a la confusión inicial de haberme despertado en un sitio que no conocía.

— No es un hospital. Estamos en la sala de primeros auxilios del Orfanato de Señoritas de Musa.

Ella advirtió lo que pensaba, o quizá es que había pasado por este protocolo muchas veces ya. Clocó su mano izquierda en mi antebrazo con la pretensión de que le mirase a los ojos.

— Mi nombre es Jimena. Puedes confiar en mí. Anahí...

— ¿Orfanato? –sabía lo que era, con todo, necesitaba asegurarme.

La joven, con voz aquietada comenzó a hablar.

— Anahí seguramente no lo recuerdas, pero...

— Lo recuerdo. Entiendo.

Ahogué un puchero. Sus ojos se ensancharon, no sé si compadeciendo mi dolor, o admirando mi supuesta seguridad. A propósito de ello, los labios me comenzaron a temblar. No quería llorar frente a una desconocida, pero conseguir no hacerlo era imposible.

Después de unos chequeos fui enviada al dormitorio. Señalaron cuál sería mi cama y delimitaron también mi parte del closet. Además, hicieron entrega de un horario dejándolo sobre la almohada. Por ende, lo primero que hice al estar sola fue revisarlo. Poco después me fijé en el reloj, eran las dos y veinte de la tarde, entonces comprendí por qué el Orfanato estaba tan silencioso: todas las niñas a esa hora residían en la escuela. De modo que preferí dormir.

Desperté a las cuatro y diez de la tarde. Salí de la cama, alisé las sábanas, para luego dirigirme a la puerta. Deseaba ver cómo sería este lugar lleno de niñas parloteando por todos lados. A razón de ello descansé la mano en el manubrio, pero no abrí; alguien empujó desde afuera.

Lo hizo de tal forma que me tambaleé.

La niña cerró la puerta dedicándome una mirada inquisitiva y con actitud airada habló.

— ¿Tú quién eres? –vio a su alrededor y de vuelta a mí– ¿Por qué estás en mi habitación, ¿cómo entraste? Solo yo tengo mis llaves –afirmó.

— Yo tengo la otra –repuse con timidez.

De repente me sentí una intrusa. En efecto este era dormitorio. La observé de forma rápida: se mantenía con el ceño fruncido y sus labios carnosos los tenía apretados. Ambas expresiones modulaban evidentes indicadores de rivalidad, pero lo cierto era que este dormitorio me pertenecía tanto como a ella

— Este también es mi dormitorio, me lo han asignado hoy. Fue la señorita Jimena ella me tarjo. Me enseñó todo lo que es mío en la habitación. Tú estabas en la escuela seguramente por eso no lo sabías –concluí orgullosa de mí por no flaquear.

Además, me di una palmadita mental en el hombro cuando noté que la niña relajaba su expresión.

— Ya... bueno está bien. En algún momento iba a tener una compañera, pero no pensé que sería tan pronto –explicó.

Subió la escalerita de la litera para preguntar mi nombre cuando estuvo sentada en su cama.

— Me llamo Anahí ¿Cuánto tiempo llevas aquí...? –no sabía cómo llamarla.

Ella fue quien terminó mi oración:

— Ainhara. Llegué hace una semana, voy a dormir.

Dicho eso aferró su almohada para darme la espalda. No obstante, agregó algo más por causa de lo cual sonreí.

— Despiértame a las cinco y veinte, te enseñaré cómo funciona la cola del baño y la cena.

Emití un «gracias» que no obtuvo respuesta pero que me alivió por dentro.

Cual guardia me senté en el alfeizar de la ventana, indicando una meditación corta respecto a cómo la impresión que Ainhara causó en mí, varió en tan breves instantes. Allí observé la lluvia repentina que brotó, disfruté del aire natural que soplaba y el olor a hierba mojada. Debo admitir que el paisaje no era llamativo ya que nuestra habitación daba al patio trasero del orfanato. Tal locación resultaba interesante solo si quería escabullirme de allí y en algunos años esa no fue una opción.

Cuando el reloj marcó la hora dicha por Ainhara fui a despertarla y ella cumplió con lo prometido. La fila de espera para usar el baño resultó una desesperante prueba de paciencia que me rebasó. Terminé haciéndome pis en pleno pasillo.

En la Sala de Cenas afectó poco el hecho de esperar ya que no tenía hambre, en cambio, aproveché para informarme sobre el orfanato gracias a Ainhara.

— ¿Te quedó claro el rollo blanco-gris-marrón y el lema Hormiguitas? –preguntó en lo que tomábamos lugar en una mesa.

Sip, resulta chistoso.

— ¡¿Chistoso?! Te aseguro que mañana cuando escuches ese chillido lo vas a odiar –dictó con dramatismo.

Reí por lo bajo en tanto ella pillaba un bocado de su bandeja. Ainhara alzó la vista y me invitó, con un gesto de mano, a hacer lo mismo.

— ¿Qué más debo saber? No quiero quedarme atrás y por lo que dices la puntualidad es muy importante aquí.

Probé la comida sin mucho ánimo, pero lista para oír su respuesta.

— Sí, lo es. Por eso piden que aprendamos el horario de memoria.

Su forma de hablar con la boca llena de alimento me resultó de mala educación. No dije nada, aunque Ainhara notó mi incomodidad.

Entonces, se apresuró a agregar:

— Lo siento, no lo haré más... al menos no en tú presencia. Lo que necesitas saber voy a resumírtelo: el orfanato tiene cinco pisos, del segundo al quinto están los dormitorios, cincuenta en cada uno a dos niñas por habitación. En el último piso hay también una Sala de Tecnología, aunque nosotras no disponemos de ello así que no debe interesarte por ahora. El primer piso cuenta con este lugar, conocido como la Sala de Cenas o de Alimentación, más la cocina, la biblioteca, la recepción. La sala de vigilancia es el apartado en forma de cabina que está afuera, ah y en este piso también está el Apartado de Salud...

— Ya estuve ahí, lo conozco –intervine.

— ¡Qué bien! ¿Ya puedo comer, o te interesa algo más?

— ¿Siempre eres así de mordaz e impaciente? Y sí, el baño... ¿es siempre así?

— Hay dos baños por piso al igual que escaleras, un elevador, más todo lo que te acabo de detallar. Debido a eso, en este sitio siempre hay filas de espera. Por eso debemos marcar a tiempo e ir juntas porque no permiten colar a nadie; si llegas último ahí te quedas. Ah... y sí, soy mordaz e impaciente igual que tú, pero yo lo demuestro más –sonrió para continuar con su cena.

No dirigió su atención hacia mí en todo el tiempo que estuvimos allí, pero sus palabras resonaron una y otra vez en mi cabeza:

«... siempre debemos marcar temprano e ir juntas...»

Nos fuimos a la cama temprano y en altas horas de la noche, mi sueño se tornó inquieto. La pesadilla por la que atravesaba tomaba flashazos de mis recuerdos para situarme de pie en la sala del festejo y enviarme de repente al suelo de la bodega. Allí la soledad me veía a la cara, pero algunos ecos se dejaban oír.

Así me atormentaban en la oscuridad.

— No me importa lo que hagan con ella... –decía mi mamá con voz gélida– ¡Eres una carga! Amir en mi único hijo.

— Amir es el niño de mis ojos –le seguía papá.

Con mis manos aprisionaba ambos oídos, sin embargo, no era suficiente para escapar. Después se unió, al coro de voces, la de Amir. Repetía que me odiaba y no me quería como su hermana.

Entonces abrí los ojos sin dejar de gritar.

— ¡¿Qué pasa?! ¿Por qué estás sudando? ¡Anahí, para de gritar! –pedía mi compañera asustada.

Hizo de todo para llamar mi atención: me zarandeó, golpeó mis mejillas y me tiró del cabello. No consiguió poner fin a mi ataque así, que corrió fuera de la habitación dejando la puerta abierta. Por mi parte quedé sola siendo atormentada por los recuerdos que vivían en algún lugar dentro de mí. Estaba presa y entretanto mi ataque y la ansiedad empeoraba la tardanza de Ainhara era mayor. Siendo así que otras niñas llegaron a mi dormitorio. La respiración acelerada causó el sube y baja de mi pecho como un resorte, como si tuviera hipo sin sonido.

El grupo que me veía con rostros curiosos a la vez que espantados, intentaron calmarme también con palabras. Luego una de entre las niñas me lanzó un cojín que sostenía entre sus manos. De modo que muchas la imitaron hasta que alguien llegó. Las burlas se cesaron para evaluar a la señora de uniforme que acompañaba a Ainhara. Su tarea era certificar mi condición para así informar a la señorita Jimena. Por tanto, de esa forma ocurrió y cuando Jimena llegó al orfanato, me trasladó a la sala de primeros auxilios.

Después de un tiempo observándome y meditando en lo ocurrido diagnosticó que sufría trastornos de sueño. En concreto, esa noche había tenido un terror nocturno. Jimena habló conmigo antes de regresarme al dormitorio, me avisó que viviría con esos terrores por largo rato. No obstante, ella iba a ayudarme a que fueran decayendo.

Entré a la habitación impresionándome por la imagen de Ainhara: sentada en el medio de su litera, cabizbaja, con las piernitas cruzadas como si estuviera meditando. Me vio y entonces curveé los labios formando una sonrisa tímida y agradecida a la vez.

— Pensé que estarías dormida. Es tarde –le hice notar.

Dicha observación no fue relevante para ella.

— Lo sé –señaló el reloj y continuó–, te esperaba. ¿Cómo te sientes?

— Ya estoy bien... –comencé a explicar, pero ella me interrumpió.

— ¿Quieres subir? Aquí arriba llega mejor la luz de la farola del patio.

Accedí, por lo cual, me reuní junto a ella en lo alto de la litera.

— ¿Qué te pasó antes? –comentó– Es porque estás triste en este lugar ¿verdad? A mí tampoco me gusta el orfanato, pero hay que asumirlo. Somos huérfanas.

— Yo no lo soy.

La chica me examinó con el ceño fruncido y dejando entrever la duda. Por ende, repetí con mayor ahínco:

— No soy huérfana, mis padres viven. Ellos me... abandonaron.

Solté sin más. Por primera vez mi dolor fue oído por alguien y esa persona fue Ainhara. No habló al instante. Permaneció callada. Solo una lágrima bajó por su mejilla, de modo que al verla sentí el impulso de borrarla. Justo ahí tuve en cuenta que yo también lloraba: porque Ainhara me limpió ambos cachetes.

Quedamos impasibles, mirándonos hasta que ella dio el primer paso en un tira y afloja de sentimientos.

— Mi padre está vivo.

— ¿Por qué no estás con él? –me interesé.

— Se fue. Él no me ama.

— Los míos simularon una redada para secuestrarme en el cumpleaños de mi hermano.

Aporté en un intento de darle confianza para abrirse.

— Dijo que no era su hija –sentí pena por ella.

— Te entiendo. Mis padres me entregaron a hombres malos y no sé cómo llegué aquí porque soy de Hill –expliqué.

— ¿En serio? Dicen que la Península de Hill es linda y tiene mucha tecnología.

— Sí es cierto.

Hubo silencio. Entonces, Ainhara alejó el cabello de sus hombros.

— Esta cicatriz me la hizo él.

Vi con detenimiento una marca en diagonal ubicada en el área de su cuello hasta debajo que las clavículas.

— ¿Por qué? ¿Cómo te lo hizo?

— Fue con un trozo de palto roto. Odio ese sonido, cuando rompen uno o más contra el suelo.

Se estremeció alejando la idea y volcó su vista en mí.

— Dímelo. Sé que falta algo –pedí.

Estaba decidida a escucharla hasta el final.

— Él mató a mamá.

Ahogué un grito. Ella cubrió el rostro con sus manos para que no la viera llorar. Ante lo cual, me incliné para abrazarla.

— Lo siento mucho. Llora ¡Hazlo! Yo lo haré.

Las lágrimas surgieron sin esfuerzo alguno de mi parte. A propósito de ello expulsamos la tristeza por causa de la soledad que nos atormentaba, mientras el abrazo se hacía más fuerte; tanto que dolía de alivio y liberación. Lloramos el abandono de nuestros padres que nos fallaron. Clausuramos ese futuro que se nos escapó. Empezamos a estar en tregua con ese lugar en donde la vida nos escupió. Pero, sobre todo, lloramos para desatarnos del pasado, pues teníamos la seguridad de que aquellas cuatro paredes iban a ser nuestro hogar, así como el orfanato sería nuestra nueva realidad.

Después nos acostamos sobre la cama.

— ¿Te sientes mejor? –averigüé.

— Sí. Fue bueno. Es bueno que estés aquí.

— Lo mismo digo.

Apreté nuestras manos entrelazadas y le sonreí; ella devolvió ambos gestos.

— ¿Sabes qué? –negó– No voy a hacer esto jamás porque, así como ellos van a olvidarme yo lo haré.

— Eso es lo mejor ¿no? Superar el pasado, aunque viva dentro de nosotros para no permitir que nos oprima.

— A partir de hoy pensaré en el futuro...

— No el futuro, más bien, en el presente ¿Qué dices?

— Tú mamá estaría orgullosa... igual que yo. ¿Amigas?

— Amigas.

En ese entonces ambas le dábamos la bienvenida a una nueva vida, en la cual, permaneceríamos tan juntas como lo estaban nuestras manos unidas. Pues, nos había presentado el dolor; ese sentimiento que hace necesario tener al lado una persona incondicional para balancearlo, superarlo y seguir adelante.

Ainhara es esa persona en mi vida y yo lo soy en la suya.

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