𝒑𝒆𝒏𝒖𝒍𝒕𝒊𝒎𝒂𝒕𝒆 𝒄𝒉𝒂𝒑𝒕𝒆𝒓
Segis llevaba del brazo a Gustabo por todo el lugar admirando las vidrieras de ropa. Horacio estaba en llamada a unos metros más atrás de ellos. La realidad es que, desde que habían llegado al centro comercial, no había soltado el móvil.
—Hombre, voy a buscar a Horacio...—comentó Gustabo, pero fue retenido por el brazo del gallego.
—Está teniendo problemas con Volkov, ya sabes, lo de los niños...
—Oh, no tenía idea —se lamentó—. Vale, entonces, sigamos viendo.
—¿Hey que os parece tomar un café luego? —preguntó Horacio llegando a un lado de ellos sin despegar su vista del aparato.
—Pues sí, claro.
—Si os apetece, podríamos ir para el lado de Vinewood. Si llegamos, podríamos ver el atardecer desde el cartel.
—Ostia —respondió Gustabo sonriente—, apurémonos.
—Venga, vayamos a comprar algo guapo para ponernos hoy.
—¿Hoy? —preguntó el menor enarcando una ceja.
—Hoy es la reunión del CNP —respondió Segis—. Gustabo, hijo ¿qué te sucede hoy?
—No lo sé —rio apenado.
—Venga —la cara del chico de cresta cambio radicalmente y guardó su móvil—. Se perfectamente a donde ir.
Tomó de la mano a su mejor amigo y lo llevó escaleras arriba hasta llegar a Zara.
—Venga, pago todo yo. Mi sugar daddy Volkov me ha prestado su tarjeta —bromeó Horacio.
—No te preocupes, tengo dinero —le sonrió Gustabo.
—¡Que pago yo! —chilló colérico el chico haciendo sobresaltar al rubio—. Lo siento, el tema de los bebés me tiene alterado.
—¿Ya han buscado centros de adopción? —preguntó Segismundo entrando al local.
Horacio negó: —Estamos casi seguros de querer hacerlo por Gestación Subrogada, el problema es que también nos gusta la idea de adoptar, ¿saben?
Nota fuera de historia; La gestación subrogada permite a dos hombres tener un hijo; se necesita el óvulo de una donante para ser fecundado por los espermatozoides de uno de ellos. Una vez fecundado deberá ser transferido a una mujer que lleve a cabo el embarazo y de luz al bebé.
—De igual forma, es un gran paso para ustedes —Gustabo abrazó a su amigo—. Estoy muy feliz por ti.
—Gracias —el chico de cabello azulado dejó escapar unas lágrimas que secó al separarse con una sonrisa.
Comenzaron a revolver el lugar de arriba abajo buscando algo adecuado para la fiesta; según Ivanov, irían personas de fuera de la malla, sería más una reunión elegante que una fiesta. Aun así, Horacio no perdió su gusto y no tardó en elegir los conjuntos ideales para sus amigos.
—¡Guapo! —el chico de cresta aplaudió a el rubio quien salía del vestidor con una camisa blanquecina y unos pantalones de vestir ajustados oscuros, sin olvidar el detalle de los zapatos negros.
—Detesto las fiestas elegantes —bufó el ojiazul mirándose al espejo.
—Que va, si te queda de maravilla —opinó Segismundo quien salió de los probadores de la izquierda con una camisa roja y unos pantalones negros.
—Si tú lo dices —se encogió de hombros Gustabo—. A mí me gusta tu estilo, Segis. Vas guapísimo.
—Gracias —sonrió el azabache.
—Oigan —habló Horacio—. Volkov me acaba de avisar que la fiesta se adelantó y comienza en...—miró su reloj—. Una hora.
—No me jodas —se quejó Gustabo—. Quería un café, tío.
—¿Y quién dijo que no podemos ir? —preguntó Horacio confundido.
—Nuestra vestimenta —se señaló a si mismo con obviedad.
—Que va, no se va a arruinar por subir un camino. Como última opción; nos colocamos lo tenis.
Gustabo dudó, sabía que Conway se reiría si llegaba desaliñado a la reunión. A pesar de eso, no podía resistirse a las peticiones de Horacio.
—Va, pero vayamos con los tenis y guardamos los zapatos en el coche.
—Hecho —sonrió el de cresta. (...)
Llegaron al café al cual habían ido Gustabo y Conway la vez anterior, básicamente, repetirían los mismos movimientos. Pero esta vez, estaba con sus amigos y no se arrepentía en lo más mínimo, quería enseñarles las hermosas vistas desde la colina a ellos.
Bajaron y ordenaron cada quien lo suyo y Horacio parecía seguir empeñado en invitarlos con el gusto de derrochar plata de la tarjeta de Volkov como si fuera propia. Así era él, no había remedio.
Al tener cada uno lo suyo; subieron al vehículo de Gustabo, obsequio de, ya hace unos años, su pareja y condujeron hasta la entrada de la montaña.
El camino a la cima no había sido igual; Horacio se la pasaba alardeando de su cuerpo fitness mientras que Segismundo se sentía al borde del desmayo debido al cansancio. A Gustabo, sin embargo, no le había costado como la primera vez, solo que le faltaba la charla de Conway que lo hizo subir en menos de cinco minutos.
La puesta del sol comenzaba a hacerse presente tintando el cielo de un color anaranjado vibrante. La imagen era simplemente preciosa.
No tardaron más de unos pasos en subir, que Segismundo se sentó en el suelo.
—No puedo más —contestó agitado.
—Joder, Segis —rio Horacio—. Venga, Gustabo. Busca un lugar en el que te sientas cómodo y puedas observar todo el precioso paisaje en lo que yo levanto al flojo este.
El menor, sorprendido de las profundas palabras de su amigo, asintió y subió a la cima.
Gustabo se sintió desfallecer de amor al ver a Jack en la cima, de pie a él, con un hermoso ramo de flores y varias velas en la tierra alumbrando la zona.
Cayó en la cuenta de que la vestimenta no era por una simple reunión, ni si quiera existía aquella reunión. Francamente era para ir a juego con su pareja, quien vestía de traje; como siempre.
Se acercó con premura a él, pero cuando abrió su boca a punto de modular una palabra, Conway lo interrumpió.
—Mira...ya suficientemente capullo me siento haciendo esto, así que solo cierra la boca y escúchame.
Le entregó el ramo de flores con delicadeza, cosa que el menor aceptó rápidamente y lo miró.
—Jamás en mi vida me imaginé volviendo a hacer esto. Pero la realidad, es que nada de lo que yo tenía planeado para mi vida salió como esperaba, porque apareciste tú en ella.
Gustabo lo miró sonriente.
—Toda mi vida se dio vuelta al conocerte. No sabía en qué cojones me estaba metiendo, pero, aun así, hubo algo que me incentivó a no dejar de hacerlo. Comencé por pensar que era la típica relación jefe-agente ¿sabes? Pero eso se fue a la mierda cuando me sonreíste en mi despacho el primer día.
Los ojos del menor comenzaron a cristalizarse y su cuerpo comenzó a temblar con debilidad.
—Sentí que debía protegerte, no sé de qué o por qué, simplemente tuve ese presentimiento. Y gracias que lo hice, porque si no jamás hubiera encontrando la felicidad, ese sentimiento de emoción que creí haber perdido años atrás. Ese sentimiento que tu lograste devolverme.
El blondo secó sus mejillas con las mangas de la camisa sin dejar de sonreír
—La primera vez que nos besamos, en el hospital, joder Gustabo, ni si quiera sabía que podía besar aún.
Gustabo comenzó a reír ligeramente entre lágrimas y mirando a su novio con ternura.
—Me diste la oportunidad de ser feliz, y no solo eso, sino que a tu lado. Realmente creo que todavía no sabes lo que causas en mí; es un bienestar inefable. Es imposible de explicar, pero, en pocas palabras, me siento bien, me siento vivo, me siento enamorado y todo es gracias a ti.
Las palabras se grababan en la cabeza de Gustabo como si fuera un sello de cera; no era capaz de articular sonido alguno.
—Los besos al despertar, las duchas juntos, los momentos de cocina y cada maldito tacto que tenemos me hace dar cuenta de lo afortunado que soy de tenerte. Y...si me permites...
Jack se fue acercando levemente a él tomando sus manos.
—Me gustaría pasar el resto de mi vida haciéndote sentir de la misma manera.
Se arrodilló frente a él, mirándolo con lágrimas en los ojos y una leve sonrisa plasmada en sus labios.
—Estoy jodidamente enamorado de ti, Gustabo García.
Del bolsillo de su saco, sacó una perfecta cajita color turquesa que tenía firmado 'Tifanny & Co.' La abrió ante sus ojos dejando ver un anillo de compromiso en platino con tres diamantes en su centro.
—¿Me harías el honor de casarte conmigo?
Llevó una mano a su boca ahogando un sollozo y asintió emocionado.
—Joder si, por supuesto que sí.
Jack le colocó, algo tembloroso por los recientes nervios, el anillo en el dedo anular de la mano izquierda. De la emoción, se levantó del suelo y rodeó con sus brazos los hombros de su, ahora, prometido mientras cerraba los ojos con fuerza eliminando las pequeñas lagrimas que caían de sus oscuros ojos. Las rosas, muy al pesar de Gustabo, cayeron al suelo y este se aferró a la cintura del mayor.
Se separaron mirándose con una sonrisa llena de felicidad y se fundieron en un apasionado, amoroso y cálido beso. Expresando todo el amor que se tenían el uno al otro, que no era poco.
Juntaron sus frentes mirándose a los ojos y, como si de telepatía se tratase, susurraron en sus labios.
—Te amo.