Between [XiCheng] [Mo Dao Zu...

By EKurae

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Es de conocimiento común que, tras los trágicos eventos del templo GuanYin, Lan XiChen, líder de Gusu Lan, de... More

Capítulo 2: ¿Dónde se desayuna por aquí?
Capítulo 3: Es un poco pronto para beber, ¿no crees?
Capítulo 4: Así que esto es un teléfono
Capítulo 5: Eso ha dolido más de lo que debería
Capítulo 6: Ya me mando yo al sofá
Capítulo 7: ¿Cómo que veintitrés de marzo?
Capítulo 8: No, no ha sido un lapsus freudiano
Capítulo 9: Lo poco que tenemos en común
Capítulo 10: Si suena a locura y parece un disparate...
Capítulo 11: El arte de salir de situaciones incómodas
Capítulo 12: Toda esta calma me huele a tormenta
Capítulo 13: Otra vez no
Capítulo 14: Me miras como si supiera algo del siglo XXI
Capítulo 15: ¿Para que sirve una cinta de correr si sigo en el mismo sitio?
Capítulo 16: Debería cuidar por dónde piso
Capítulo 17: Vamos a ver, tengo un móvil y no sé utilizarlo
Capítulo 18: Solo creo que eres hermoso
Capítulo 19: Podemos encontrarnos a medio camino
Capítulo 20: Y si no estoy loco, ¿qué está pasando aquí?
Capítulo 21: Así que sabes que sé lo que no quiero que sepas
Capítulo 22: Nos adentramos en terreno desconocido
Capítulo 23: Prefiero decir hasta luego
Capítulo 24: Interludio y pausa para la publicidad en La Sonrisa del Emperador
Capítulo 25: Interludio y pausa para la publicidad en el Muelle del Loto
Capítulo 26: Dicen que la segunda parte siempre es la más interesante
Capítulo 27: Si bebes, ni vueles en espada ni conduzcas
Capítulo 28: Este mundo es más complejo de lo que pensaba
Capítulo 29: El don de la oportunidad no es lo nuestro
Capítulo 30: Hay formas mejores de decir las cosas, ¿y qué?
Capítulo 31: Vamos por partes, por favor
Capítulo 32: Mientras nadie muera antes del postre, todo irá bien
Capítulo 33: ¿No me vais a ofrecer una copa?
Capítulo 34: Mejor lo hablamos mañana
Capítulo 35: Al final lo de ir al psiquiatra no suena tan mal
Capítulo 36: Empecemos atendiendo a razones
Capítulo 37: Separemos lo real de lo... ¿real?
Capítulo 38: ¿Podríamos acercarnos solo tres milímetros más?
Capítulo 39: Nos han echado un mal de ojo
Capítulo 40: O de cómo torcer en la dirección equivocada
Capítulo 41: Ni las películas me entrenaron para esto
Capítulo 42: Experimentemos un poco de todo
Capítulo 43: ¡Aguanta!
Capítulo 44: No esperes que no me enfade
Capítulo 45: Todavía no está todo dicho
Capítulo 46: La próxima vez, ¡llama antes de entrar!
Capítulo 47: En toda buena mudanza faltan cajas
Capítulo 48: No sé yo si esto es legal
Capítulo 49: No, sin duda esto no puede ser legal
Capítulo 50: ¿Me dejarás preguntar?
Capítulo 51: Ahí vamos una y otra y otra vez
Capítulo 52: ¿Que tu gata qué?
Capítulo 53: ¿Veterinario? ¿Debería tener miedo?
Capítulo 54: ¿No deberían haberte dado puntos por esto?
Capítulo 55: A todo se le puede dar una oportunidad
Capítulo 56: Yo también te quiero
Capítulo 57: Lo que no pase en la radio...
Capítulo 58: Los hay inoportunos y luego está Wei WuXian
Capítulo 59: Porque quedarnos como estamos no es una opción
Capítulo 60: Entre hermano y hermano
Capítulo 61: Esto no tiene tan mala pinta
Capítulo 62: La familia política me asusta más que la muerte
Capítulo 63: Por favor, por favor, que a nadie le dé un ataque al corazón
Capítulo 64: No te lo dejes en el tintero
Capítulo 65: ¿Seguro que este cuento se ha acabado?
Epílogo 1: El despertar del siglo XXI
Epílogo 2: El despertar del Muelle del Loto

Capítulo 1: Mis sueños nunca han sido tan realistas

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By EKurae

Lan XiChen despertó a las cinco de la mañana exactas. Como un reloj, como siempre había hecho. Incluso durante ese par de años oscuros que pasó practicando el cultivo aislado tras el incidente del templo GuanYin y la caída de Jin GuangYao había mantenido las férreas costumbres. El horario y la meditación fueron después de todo aquello lo único que tenía para no perder la cabeza. Así le habían educado, para levantarse a la salida misma del sol y acostarse a las nueve de la noche exactas, y estaba seguro de que llevaría esa disciplina como eterna y única compañera durante toda su vida. Ni siquiera se planteaba que pudiera romperse por los designios o los hábitos de otra persona, porque estaba seguro de que jamás habría "otra persona". Bueno, quizá sí, porque su tío llevaba un par de conversaciones dejándole caer que iba siendo hora de darle un heredero a la secta, aunque él seguía pensando que Lan SiZhui sabría sustituirle perfectamente cuando llegase el momento. Además, ya dejando a un lado a terceros, ese horario de sueño suyo, perfecto e inmaculado, parecía ir grabado en sus más puros genes Lan, como la calma absoluta, la cabeza fría o la piel de jade que no admite espinillas. Sin embargo, aquella era la primera vez que se sentía tan fuera de lugar al despertar.

Algo estaba mal. Muy mal. Terriblemente mal.

Justo antes de abrir los ojos, al tomar contacto desde el mundo onírico a la realidad, ya se dio cuenta de que había ciertas cosas que no eran correctas. ¿Fue quizá por el olor? Le llamó la atención, sin duda. En su cuarto había un fuerte olor a almizcle y lotos que no reconocía, que en nada se parecía al suave sándalo con el que se había acostado en el Hanshi y que, de alguna manera, le resultaba sensual. Le evocaba imágenes excesivamente vívidas de una persona a la que no se atrevía desear. O, al menos, no en voz alta. Si se sincerase consigo mismo, tendría que admitir que en el fondo de su alma lo hacía con toda la fuerza del mundo y solo las restricciones de la cinta de su frente le mantenían cuerdo cuando se encontraban. Esas tradiciones eran lo único que le ayudaba a mantener la careta que siempre llevaba puesta, la indeleble fachada, y así ambos podrían seguir actuando como los dos perfectos líderes de secta que se suponía que eran.

Instantes más tarde vino la realización, lenta y aletargada a la par que repentina. Había una fuente de calor tumbada a su derecha que empleaba uno de sus brazos y parte de su hombro como almohada, y estaba muy seguro de que eso no existía cuando fue a acostarse. Ya había salido de reclusión, sí, pero no tenía pareja alguna y no pensaba tenerla en un futuro próximo. Todo eso podría cambiar de golpe y porrazo si Lan QiRen llegase para atizarle con una propuesta de matrimonio con la heredera de alguna secta decente, pero no quería ni pensar en esa posibilidad aterradora, muchas gracias. Al fin y al cabo, su cinta de la frente ya tenía dueño, aunque este no lo supiera. Todo eso al final daba igual. Por mucho que hubiese alguien en su corazón, era imposible que esa persona se acostase con él, porque el perfume de la habitación incitaba al sexo, breve recordatorio de lo que había sucedido la noche anterior. Alterado y sin entender la situación, abrió los ojos. Sus temores en cuanto a una compañía de dudosa índole se confirmaron. Pero eso no fue lo peor.

¿Dónde demonios estaba?

Amanecía en una habitación de paredes blancas y muebles negros. Eso no era el Hanshi, no le cabía la más mínima duda. Ni siquiera se le asemejaba. Vamos, pero ni por un instante. Las sábanas de la cama en la que descansaba eran violetas, sobre él caía una manta grisácea de un tejido que nunca antes había visto y al final de esta misma dormitaba un gato negro. Frente a la cama —extraña, cuadrada y muy mullida— había un armario que parecía hecho de alguna especie de cristal también oscuro. A un lado podría vislumbrar un escritorio lleno de papeles pintados de colores imposibles que no creía haber contemplado jamás. ¿Eso era amarillo? Pues sin duda era el amarillo más raro y feo que había tenido la desgracia de contemplar. Y se quejaban de las túnicas de los Jin... Unas extrañas telas de formas que se querían parecer a un cuerpo humano se encontraban desperdigadas por el suelo. A su derecha la habitación finalizaba en una ventana no muy grande que daba paso a un pequeño balcón y que le regalaba la vista de unas extrañísimas construcciones rectangulares que se elevaban hacia un cielo que no alcanzaba a vislumbrar. En ese mismo balcón había un par de macetas con plantas verdes, una exuberante y la otra un poco mustia. A lo lejos escuchó un rugido, como el de un monstruo nunca antes derrotado, y se sobresaltó. Fue el único. Ni al gato ni a su repentino compañero de cama pareció afectarles aquel sonido distorsionado.

Y sí, habéis leído bien. Como creyó, no estaba solo.

Alertado, se semi incorporó entre las sábanas púrpuras. Eso le sirvió para fijar la mirada en su acompañante, alguien a quién no esperaba encontrar a su lado en una cama bajo ninguna circunstancia. Jiang WanYin todavía dormía; una expresión pacífica que jamás le había visto esbozar gobernaba sus bonitos rasgos. A Lan XiChen se le paró el corazón al darse cuenta de que ambos estaban completamente desnudos. No solo eso, si no que además el brazo derecho del líder de secta Jiang le pasaba por el pecho en un abrazo cálido y confortable, como si fuesen amantes con la confianza suficiente como para confesarse sus mutuos sentimientos. Vista su situación habrían... ¿habrían cultivado juntos?

No, no, no, para empezar, ¿dónde estaba? ¿Por qué? ¿Qué eran todos esos artefactos rectangulares que no alcanzaba a reconocer? ¿Qué estaba ocurriendo? ¿A dónde habría ido a parar su cinta de la frente? ¿Cómo de lejos estaba eso de Gusu y cómo se las iba a ingeniar para volver?

Y... ¿de verdad habría cultivado con Jiang WanYin? Porque si había ocurrido y no lo recordaba, no se lo perdonaría nunca.

No habría bebido la noche anterior, ¿verdad? No, imposible. Estaba más que seguro de que se había acostado a las nueve, después de cenar y meditar, y sin Wei WuXian y su vino de contrabando a la vista.

Su sobresalto (y posterior semi incorporación) tuvo consecuencias, y esas consecuencias llegaron antes incluso de lo esperado. El hombre entre sus brazos emitió un quedo murmullo justo antes de entreabrir sus ojos de amatista. A Lan XiChen se le paró el corazón. Siempre había pensado que Jiang WanYin era uno de los hombres más hermosos sobre la faz de la Tierra y verle despertándose le confirmaba todos sus pensamientos al respecto. Sin embargo, aquel Jiang WanYin era distinto al líder de secta Jiang que conocía. Llevaba el cabello mucho más corto, aunque abundante y brillante. La media melena le llegaba hasta las cervicales y en su hombro y bajando hacia su espalda había unos dibujos extraños pintados con tinta negra. Se le hicieron llamativos precisamente por no reconocerlos, aunque esos pensamientos se deshicieron en el frenético trabajar de su mente justo al darse cuenta de que el otro hombre le miraba. Y, oh, cómo le miraba. Sonreía de una forma preciosa —todavía un poco adormilada, pero aun así satisfecha— como si fuese feliz a su lado.

Jamás había visto a Jiang WanYin sonreír así, pero si podía despertarse por las mañanas con ese rostro delante, quizá lo que quiera que hubiese pasado tampoco iba a ser tan malo. Y si creía que lo que había presenciado hasta el momento le había sorprendido, lo que hizo el líder Jiang le dejó sin respiración, sin habla y, durante tensos momentos, sin ritmo cardíaco.

Sin borrar esa bonita sonrisa de sus labios, Jiang WanYin reptó hacia arriba, una de sus manos posada sobre el pectoral derecho del desprevenido ZeWu-Jun. Solo por eso ya sintió las puntas de sus orejas arder de vergüenza. Más lo hicieron cuando notó la boca ajena posada sobre la suya propia, besándole con unos labios que sabían a amargos. A sexo. Por alguna razón, Lan XiChen comenzó a sospechar que esa boca había probado lugares de su cuerpo que no llegaría a imaginar ni en sus mejores sueños. La intensidad del beso le congeló de tal forma que durante algunos instantes apenas pudo responderle. Cuando lo hizo fue justo al final, moviendo los labios con torpeza al separarse. Curioso primer beso el suyo. El líder de secta Jiang le contempló extrañado por su falta de respuesta, pero se lo achacó al sueño.

-Buenas. -Le susurró con esa sonrisa cómplice que había esbozado al despertar, tan hermosa como embaucadora. Luego bostezó, formando un cuadro absolutamente adorable-. ¿Qué hora es?

-Eh... ¿las cinco de la mañana? -Se aventuró a contestar Lan XiChen, fiándose solo de su propio cuerpo y de sus biorritmos Lan. No sabía hasta qué punto eran estos confiables, de todas formas, no cuando su biología más básica le estaba traicionando al regalarle una dolorosa erección nada más despertarse.

-Mmm, es muy pronto. -Masculló Jiang WanYin solo para volver a tumbarse en su pecho. 

Sus dedos juguetones trazaban círculos en torno a su pectoral, muy, muy cerca de su pezón. Lentamente, ZeWu-Jun volvió a recostarse para que así la postura les resultase más cómoda a ambos. Una de sus manos estaba apoyada en la cálida espalda del líder Jiang, y le tentaba demasiado acariciársela de arriba a abajo. Dada la situación, parecía hasta indicado, pero no se atrevía. Quizá terminasen haciendo algo que acabaría por lamentar. El corazón le latía tan rápido que creía que le iba a explotar y, a juzgar por donde tenía apoyada la cabeza, estaba estaba segurísimo de que su compañero podría escucharlo. 

-Pensaba que ya habías superado la fase de levantarte a las cinco, Lan Huan.

Lan Huan.

¡Lan Huan! Ese Jiang WanYin —porque dudaba mucho que fuese el mismo Jiang WanYin que él conocía— le llamaba de una manera increíblemente familiar, por ese nombre que ya nadie usaba. Fantástico. Ya estaba bastante seguro de que eran amantes, visto lo visto. Bien, por lo pronto al menos la situación parecía bastante favorable.

-Es la costumbre. -Musitó. Jiang WanYin murmuró algo ininteligible en forma de respuesta justo antes de removerse y abrazarle de nuevo. Su corazón dio un bote salvaje. En una tentativa que amenazaba con costarle toda la calma y el autocontrol que poseía pronunció su nombre de nacimiento-. ¿Jiang Cheng?

-Solo un rato más. -Rogó el otro líder, que al parecer estaba quedándose dormido de nuevo-. Es demasiado pronto.

Y ¿cómo se le dice que no a eso? ¿Cómo puede uno siquiera no derretirse ante esa petición? El primer jade no pudo más que sonreír y ceder, tan encantado como alertado por su situación, pero capturado por quien parecía ser su compañero.

-Como desees. 

Al ritmo de los latidos de su corazón la respiración de Jiang WanYin no tardó en normalizarse de nuevo, constante y calmada. Lan XiChen se mantuvo tumbado mientras le acariciaba los cabellos con una mano, gesto que no parecía desagradarle en lo absoluto. Alzó la vista al techo. Era blanco y consistente, como todo el resto de las paredes de la sala en la que se encontraban. El material no se asemejaba en nada a la madera. Decidió que, por su aspecto sólido, debía ser alguna clase de mineral. Sí, eso sonaba lógico. Quizá aquellas largas y horrendas construcciones que divisaba en la lejanía estuviesen hechas de lo mismo. O de algún derivado, puede ser. Le parecía viable. Además, en ese techo había un retrato de proporciones rectangulares y extraños colores. Frunció el ceño al no reconocer los caracteres ni lo que estos rezaban. Si hubiese sabido leer inglés (idioma que desconocía por motivos más que obvios) habría reconocido un nombre: Frank Sinatra.

Más tarde, mucho más tarde, averiguaría que era el cantante favorito del Jiang WanYin de aquel mundo difuso. Pero, en ese momento, ni siquiera era consciente de que estaba en un mundo distinto al suyo propio. Solo sabía que el ambiente no era hostil.

No del todo, por lo menos.

***

Lan Huan despertó en una cama fría casi a las seis de la mañana. 

Abrió los ojos confuso, sin reconocer el ambiente que lo rodeaba. Olía a sándalo, y él estaba bastante seguro de que el perfume del cuarto de Jiang Cheng no era ni parecido. A sándalo olía la casa de su tío o el piso de su hermano, porque los dos compraban el mismo ambientador, no el de su novio. Además, si ya había amanecido, ¿por qué Zidian no estaba ahí, frotándose contra su brazo y reclamando desayuno y mimos? Esa gata regalona no dejaría pasar la oportunidad de ser consentida, que la conocía bien. En el fondo era como su dueño, pero es que los adoraba a ambos de forma incondicional. Sin embargo, allí no estaban ninguno de los dos, ni gata ni dueño. Estaba solo en una especie de recinto de aspecto tradicional, austero en muebles, entre sábanas heladas y solitarias. La luz matutina se filtraba por las ventanas, revelándole un entorno natural y pacífico de tonos fríos. Confuso, Lan Huan buscó su móvil, su ropa, un reloj, algo. Lo único que consiguió encontrar fue un dolor de cabeza leve y un zumbido ligero en los oídos. No había nada, no reconocía nada.

¿Qué era aquel sitio?

Vale, estaba soñando. Sí, tenía que ser eso. Aquello era un delirio llamativo que lo había teletransportado al sueño húmedo de cualquier ecologista, una bonita casa de campo en la que, estaba más que seguro, no había forma humana de pillar Wi-Fi. Y, por si fuera poco, llevaba el pelo larguísimo y se había ido a dormir con una túnica blanca. Bueno, no. Se había despertado con una túnica blanca mejor dicho, porque estaba seguro de que se había ido a dormir sin calzoncillos después de un par de polvos muy dignos de mención con Jiang Cheng. Benditos fuesen sus orales.

Dudoso pero manteniendo la calma que siempre le había caracterizado —y que debía de esgrimir habitualmente para lidiar con el mal genio y las burlas constantes de su novio— se levantó y se dirigió a lo que parecía el armario de la habitación. Ignoró por completo la cinta blanca con un bonito patrón de nubes que descansaba doblada con cuidado a su vera. Ni siquiera se fijó en ella. ¿Por qué tenía que fijarse en un lazo raro que ni sabía dónde iba? En vez de eso, se decidió a examinar la ropa. El armario estaba lleno de túnicas blancas, limpísimas e impolutas. Tenían impregnado el mismo aroma a sándalo que el resto del cuarto. Aquellas vestimentas —que casi parecían de luto tradicional— le dieron una pista de la temática de su sueño. 

¡Pues claro! La noche anterior Jiang Cheng y él estuvieron viendo una película de la edad media china, seguro que eso le había influenciado a soñar. Esbozó una sonrisilla divertida antes de tener que luchar para vestirse. Había tantos lazo, ataduras y vueltas de rosca que aquello en vez de un vestido parecía algún tipo de artefacto de tortura infernal.

Sí que era realista su sueño. Demasiado realista.

Vestirse le llevó casi media hora larga, y lo que en un principio le pareció divertido acabó por convertirse en un desafío frustrante. Echaba de menos sus vaqueros. Y sus mocasines, aunque debía admitir que aquellas botas no estaban tan mal. Eran más cómodas que las túnicas, desde luego. Una vez estuvo listo con el primer conjunto que encontró —su melena todavía cayendo suelta, pero al menos pulcra y bien peinada— optó por evaluar el recinto en el que había despertado. Parecía una vivienda unipersonal con lo justo y necesario para residir ahí, nada más y nada menos. Le gustaba, era agradable. Le recordaba al piso de estudiantes que compartió con su mejor amigo, Nie MingJue, y al que luego se unió su hermano menor, A-Zhan, algunos años atrás, cuando estaban en la universidad. Se respiraba orden, paz e incienso de sándalo, era imposible que no le resultase familiar. Sin embargo, no había cocina y él tenía hambre, así que acabó por aventurarse a salir tras determinar que, si no conociera a Jiang Cheng, podría vivir en aquel sitio sin ningún problema.

Nada más abrir la puerta le recibió el aire puro y frío de Gusu y la belleza de los Recesos de la Nube. No respirar la contaminación a la que acostumbraba casi le hizo toser. Impactado, sus ojos se abrieron unos milímetros más. El sitio era hermoso, hermosísimo. La vegetación y los elegantes edificios se entrelazaban con armonía en una China mucho más antigua que la que él conocía. Tan acostumbrado a las grandes ciudades como estaba, dudaba haber visto alguna vez toda esa vegetación junta, y eso que había sido un aficionado a los jardines botánicos de adolescente.

-Qué preciosidad... -Murmuró encantado.

Una sonrisa suave asomó a sus labios. Como buen escritor que era, tomaría con gusto toda esa inspiración que le estaban brindando sus sueños. Después de finalizar una saga exitosa de ciencia ficción política quizá debería plantearse el drástico giro que su mente le sugería hacia la fantasía medieval. Sería un juego interesante. Así que, con el cerebro activo incluso dentro de lo que creía que era un trance, se lanzó al paseo por los caminos empedrados, entre los manantiales y los árboles. Sus pasos le llevaron hasta recintos de mayor tamaño que aquel en el que había amanecido. El lugar le parecía una especie de complejo residencial. Pululando por allí y por allá se encontró con gente que portaba túnicas tan blancas como las suyas. ¡Oh! Así que llevaba un uniforme. Eso tenía sentido. Sin embargo, todos los hombres (porque por alguna razón en aquel lugar solo había hombres, hombres y más hombres) portaban una cinta blanca sobre la frente que terminaba de complementar ese aire funerario que se daban las largas vestiduras. 

¿Quizá su cabeza le estaba sugiriendo darle un toque de misterio a su próxima novela? ¿El reino de la reencarnación se extendía ante él?

Si eran fantasmas, al menos parecían agradables. Aunque sus caras al contemplarle se torcían en un gesto de terror que trataban de corregir con rapidez al cruzarse con él. Fue particularmente divertido el de dos chicos jóvenes, de unos dieciocho o diecisiete años, que lo escudriñaron con horror durante un par de segundos más de lo que probablemente fuese correcto antes de ofrecerle una honda reverencia.

-Buenos días, ZeWu-Jun. -Saludó uno de los chicos, el que llevaba la coleta más larga de los dos. ZeWu-Jun... ¿El señor de la tierra bendita? ¿Le estaban llamando a él? En que momento su mente le había dado ese título. Estaba segurísimo de que no era así de engreído-. ¿Se encuentra bien?

Lan Huan se limitó a sonreír, asintiendo con esa calidez característica suya antes de contestar. Esa expresión solía tranquilizar a la gente, sin embargo a esos jóvenes no se les vio muy convencidos. Aunque después de todo aquel era su sueño, ¿no? Si pensaba en algo que quería que ocurriese, ocurriría.

-Buenos días, niños. Por supuesto, va todo perfectamente. -Habló. 

Ante sus palabras, los dos trataron de no fruncir el ceño. Vale, algo no estaba yendo del todo bien. Empezaba a pensar que necesitaba un aliado en todo aquello. O Jiang Cheng o su hermano, cualquiera de los dos le serviría. Quizá y vista la situación, su hermano era más viable. No se imaginaba al culo inquieto de su novio caminando con esa digna calma por unos pasillos que gritaban feng shui y silencio. Ni vestido de blanco. Jiang Cheng se cortaría un brazo antes de vestirse de blanco. Solo lo hacía cuando le robaba camisetas o camisas, y cuando ocurría eso nunca tenían intenciones de aparecer en público en un futuro próximo. 

-¿Sabéis dónde se encuentra mi hermano?

-¿HanGuang-Jun? -Cuestionó esta vez el chiquillo de la coleta corta-. Rumbo al Pabellón de la Biblioteca si mal no recuerdo.

-Oh, comprendo. -Asintió. ¿Pabellón de la Biblioteca? ¿Dónde demonios estaba eso? Si además él lo que tenía era hambre. ¿Por dónde se iba al comedor?-. Muchas gracias, jovencitos. Que tengáis un buen día.

Con otro asentimiento, Lan Huan se alejó de los chicos. Los dos le ofrecieron una segunda reverencia asustada antes de continuar su camino. Quizá iban a alguna clase de cantina, en cuyo caso sin duda debería haberles seguido. Pero no, el listo de él tenía que preguntar por su hermano, que al parecer era el "señor de la luz", y que debía andar por alguna biblioteca que a saberse dónde estaba. El pronóstico no le parecía exactamente favorable.

Tan perdido como andaba, el pobre escritor se dedicó a vagar como un alma en pena por los Recesos de la Nube, saludando a quién se le cruzaba e intentando recopilar información sin pasar por un loco. Fue un poco bastante complicado. Además todos los residentes de aquel curioso lugar le trataban con un respeto excesivo, casi agobiante, como si fuese alguna especie de líder supremo o algo. No encontró el Pabellón de la Biblioteca famoso, ni a su hermano, ni a nadie conocido, y caminó durante al menos tres horas. Pasó por algo que parecía un campo de entrenamiento, donde pudo ver a un montón de chicos jóvenes  —incluidos los dos que se había encontrado por la mañana— entrenando con espadas que flotaban y practicando esgrima entre ellos. ¡Espadas que flotaban! Vale, sin duda se apuntaba lo de la fantasía para su próxima novela. Debería investigar el mundo del wuxia. Tendría que hablar con Nie HuaiSang, que sabía por sus mejores amigos que había sido un aficionado del tema durante sus años de estudiante de Artes Escénicas. A día de hoy probablemente siguiese consumiendo el género, aunque con menos frecuencia.

Y en esto que Lan Huan paseaba por Gusu sin tener ni la más remota idea de a dónde estaba yendo ni cuáles eran sus deberes como líder (si el pobre ni siquiera sabía que estaba en una secta) cuando se encontró de pronto frente a un muro de piedra gigantesco que tenía talladas unas cuatro mil reglas. Al leerlas por encima las reconoció como los dogmas con los que su tío los había criado a su hermano y a él. ¿Aquel lugar estaba relacionado con su familia? Daba la impresión, sí. Y justo mientras las leía, una voz que reconocería en cualquier parte le saludó a grito pelado.

-¡Anda! ¡XiChen-ge! ¿Vas a salir?

¿Wei Ying? ¿Qué demonios hacía soñando con el novio de su hermano?

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