A Pesar De Las Espinas ©

By anafa14

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A pesar de las espinas, el deseo sucumbe ante la tentadora rosa, demasiado atrayente y seductora, hasta que s... More

Pura Maldad de las Flores.
Capítulo 1 Dorados versus Verdes
Capitulo 2 Intimo
Capitulo 3 Conociéndonos
Capitulo 4 Entre Gustos
Capítulo 5 Dame una Oportunidad
Capitulo 6 Novios
Capitulo 7 Sé Mía
Capitulo 8 ¿Qué Me Has Hecho?
Capitulo 9 Escollos
Capitulo 10 Príncipe de las Arenas
Capitulo 11 Al Desnudo
Capitulo 12 Cinismo.
Capitulo 13 Armisticio
Capitulo 14 Confianza
Capítulo 15 Dominada
Capítulo 16 Traición Entre Sabanas
Capitulo 17 Desilusión.
Capitulo 18 Arenas Movedizas
Capítulo 19 Decisiones, Decisiones.
Capítulo 20 Pacto
Capitulo 21 La Alfombra Mágica
Capitulo 22 Londres en Pareja
Capítulo 23 Confía
Capítulo 24 Reacción en Cadena.
Capitulo 25 Secretos del Alma
Capítulo 26 Percepción
Capítulo 27 Pillados
Capitulo 28 La Pandilla
Capitulo 29 Decadencia.
Capítulo 30 Juego Perverso
Capítulo 31 Impacto
Capítulo 32 Villa Biachelli
Capítulo 33 Intrigante Mirada
Capítulo 34 Propósitos Cósmicos
Capítulo 35 Ne me quitte pas (No me dejes)
Entre Espinas
Capítulo 36 Un Paso A La Vez
Capítulo 37 Malo y Bueno.
Capítulo 38 No Queda Nada
Capítulo 39 Un Día Muy Largo
Capítulo 40 Desenmascarado
Capítulo 41 No Llores.
Capítulo 42 Expiación
Capítulo 43 Cuesta Creerlo.
Capítulo 44 Cerrando Ciclos
Capítulo 45 Defendiendo Posiciones
Capítulo 46 De Vuelta Al Hogar
Capítulo 47 Poco A Poco
Capítulo 48 Inseguridades
Capítulo 49 Al Puro Estilo Rock
Capítulo 50 Dramas Fiesteros
Capítulo 51 Cambio de Rumbo
Capítulo 52 Tres corazones
Capítulo 53 Tu Ser en mi Ser.
Capítulo 54 Giros
Capítulo 55 Evadiendo
Capítulo 56 Revelación
Capítulo 57 Temple de Acero
Capítulo 58 Laberinto
Capítulo 59 Catálisis
Capítulo 60 Última línea de defensa
Capítulo 61 Amor sin barreras
Capítulo 62 Apoyo Sin Fisuras
Capítulo 63 Identidad Desvelada
Capítulo 64 Un Hermoso Regalo.
Capítulo 65 Inmenso Amor
Capítulo 66 Lazos De Familia
Capítulo 67 El Tiempo Se Agota.
Capítulo 68 La Vida En Orden.
Capítulo 69 Amar Es Luchar.
Capítulo 70 Nuestro Hogar
Capitulo 71 Al Final Del Día
Pese a las Espinas
Capítulo 72 Un Día Más
Capitulo 73 Tú Lo Pediste.
Capitulo 74 Una Larga Jornada.
Capitulo 75 Inesperado
Capitulo 76 Aquí y Ahora
Capitulo 77 El Arte De La Disuasión.
Capítulo 78 Malas Intenciones
Capítulo 79 Telaraña
Capítulo 80 Némesis
Capítulo 81 ¿Confianza?
Capítulo 82 Ruinas
Capitulo 83 A Riesgo.
Capítulo 84 Preludio.
Capitulo 85 Sombras
Capitulo 86 Señales
Capítulo 87 Otro Más.
Capítulo 88 Careo.
Capitulo 89 En La Misma Medida.
Capítulo 90 En Pedazos El Corazón
Capítulo 91 Escombros Alrededor
Capitulo 92 Impacto
Capitulo 93 Daño Colateral.
Capitulo 94 Eclipse De Luna
Capitulo 95 Salto De Fe
Capitulo 96 Dentro De La Piel.
Capítulo 97 Complot
Capítulo 98 Cuentas Pendientes
Capítulo 99 Se Desvanecen Las Estrellas
Capítulo 101 Héroe A La sombra
Capítulo 102 La Cruda Verdad
Capítulo 103 Mar De Contradicciones
Capítulo 104 En Pie De Lucha
Capítulo 105 Fragmentos
Capítulo 106 Todo o Nada
Capítulo 107 Tan Sólo Un Poco Más
Capítulo 108 Fallo Del Destino
Capítulo 109 Largo Camino A Casa
Capítulo 110 Giros Del Destino
Capitulo 111 Lucha de Poderes
Capítulo 112 Cruzando Puentes
Capítulo 113 Vínculo Eterno.
Capítulo 114 Signos
Capítulo 115 Desbordados
Capítulo 116 Sin Miedo A Nada
Capítulo 117 Antes Que El Diablo Se Entere
Capítulo 118 Rumbos Encontrados
Sin Espinas
Epílogo

Capítulo 100 Eterna Tristeza

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By anafa14

Me encuentro sola en este enorme vacío de mi sufrimiento, en la dimensión desconocida, donde ya nada queda, sólo sus recuerdos, sus risas, esa tibieza que compartí un día cualquiera entre sábanas blancas, alumbradas por tibios rayos de sol que se cuelan por la ventana, de mi completa felicidad.

Conforme pasan los días, el empuje que me sostenía por las esperanzadoras palabras de Miguel, que me levantó el ánimo al asegurarme que mí caso tenía altas posibilidades de resolverse satisfactoriamente, han desaparecido por completo. Estar confinada en una pequeña celda del anexo femenino, desintegra cualquier vestigio de esperanza que guardes. Me tienen en total aislamiento del resto de la población carcelaria, como medida de precaución por posibles conflictos, según, mi estatus de celebridad podría originar conflictos con las otras internas, por lo menos es lo que me informó el día de mí traslado la misma directora del penal, quien me recibió y luego de una agria bienvenida mientras no dejaba de mirarme de arriba abajo, me explicó brevemente las reglas que debo cumplir. Lista esa parte, un par de guardias mujeres me presentaron mi nueva morada, una minúscula celda de la que únicamente salgo por un par de horas al día para caminar a solas por una terraza enjaulada. La repercusión que mi caso ha tenido, sobre todo en la prensa amarilla, es notable. Soy noticia diaria, desde mis inicios en el pequeño pueblo donde nací y me crié, hasta llegar al emporio de modas que estoy construyendo, sin dejar afuera cómo me hice diseñadora. Es cómo la prensa ha desmenuzado mi vida, con titulares como «La caída de una Diva». ¿Cuándo me creí una Diva? Que yo recuerde nunca. Incluso tengo grupos que me defienden a ultranza y otros que prefieren darme por condenada, todos tienen en común que aseguran conocerme perfectamente, lo cual es curioso, considerando que no tengo la mínima idea de quiénes son. Siguiendo el consejo de mi abogado he mantenido absoluto silencio, pese a las múltiples ofertas de entrevistas que he recibido, inclusive algunos medios han insinuado el deseo de pagar, con tal de escuchar mi versión de los hechos. Pero como dice el letrado, el lugar de mi defensa es en el juzgado, y no en un medio donde se tergiversa con tal de vender más.

Me levanto de la única silla dispuesta en mi celda, para mirar por la diminuta ventana enrejada que poseo como privilegio. Desde ahí veo a lo lejos como las otras internas interactúan entre ellas. Aún prescindiendo de los altos muros, resguardos por guardias uniformados, se podría suponer que solo son mujeres comunes y corrientes que sentadas en una plaza conversan entre ellas. Pero mi interés no es evaluar la vista desde mi reclusión, es practicar un ejercicio que vengo haciendo con el propósito de no volverme loca, porque estar encerrada en una solitaria prisión genera mucho tiempo libre, en su mayoría ocioso y, para una persona como yo, que cada minuto de su vida estaba sujeto a una obligación, encontrarse al otro extremo de la balanza, sin nada que hacer, es supremamente perjudicial para la salud mental. ¿Y qué hago para paliar la pérdida de la razón? Pues una de las cosas a parte de rezar y leer, es imaginar que estoy con mis hijos jugando en nuestra querida Villa Biachelli, en el parquecito que su padre acompañado con Nico les hiciera cuando comenzaron a caminar. Los columpios queda cerca de la cancha de tenis, encima de un tupido césped, especial para amortiguar cualquier caída. En todas esas cosas pensaba Gianluca, protector y celoso padre. Así que ejercito mi pequeño y embrionaria libertad e imagino a mis niños meciéndose alegres en sus columpios, entre risas y algarabía propia. GianPaul es el que más alto vuela, mientras yo le recomiendo prudencia, Lucía trata de imitarlo, pero es más precavida y Luca me pide que no deje de empujar su columpio en medio de alguna de sus preguntas. «¿Qué tan lejos queda la luna, Mami? ¿Los dinosaurios comían personas?» Siempre tan curioso. Su hambre de saber no tiene límites. Ahora nos veo a los cuatro corriendo hacia su padre que nos espera sonriendo.

Comienzo a llorar, dejándome rodar por la pared hasta acabar en el piso, donde generalmente termino cuando es de mis hijos en quienes pienso. Me hago un ovillo, desconsolada, pegando las rodillas al pecho mientras las rodeo con los brazos. Lloro profundamente. Es un lamento llamando a Dios, es un grito de ayuda. Oh, es que los extraño en demasía, tanto, que resulta físicamente doloroso. Tengo un hueco en mi corazón y su vacío se lo traga todo. Preferiría estar muerta a vivir en este calvario de no tenerlos junto a mí, escuchar sus voces y sus risas.  ¿Qué pecado cometí o falta, que merezco tal castigo como el de perder a mis hijos? Me pregunto en posición fetal. Si todavía no he sucumbido a la liberación que proporciona la muerte, es por sentido de supervivencia, reforzada por mis continúas oración con Biblia en mano y como su palabra viva me advierte que de caer en esa trampa que me presta la parca, no tendré ni el consuelo de reunirme con ellos en el paraíso.

Unos minutos después, agotada de llorar, seco mis lágrimas y me siento apoyando la espalda en la pared, no puedo ofender a Dios, mi deber como madre y cristiana es mantenerme firme en mi fe y esperanzas. Solo si no fuera tan difícil.

— Tienes vista.— Me anuncia una de las guardias que usualmente me custodian, asomando su rostro por la ventanilla de la puerta. Consigo que mis extremidades temblorosa me obedezca y me levanto.

— ¿Quién?— Le pregunto acercándome a la puerta.

— Tu abogado, creo.— Seguro traerá noticias de mi caso. Me urge que señalen la fecha del juicio. Eso será el principio del fin, cuando esta pesadilla termine.

La puerta de seguridad de mi habitación se abre y salgo escoltada por la guardia a reunirme con el licenciado Leandro Aristigueta, mi abogado. Todavía trato de acostumbrarme a él y su peculiar forma de ser, la que descubrí no más conocerlo. . .

Me quedo sentada mientras espero que entre el abogado que recomendó Miguel, limpiando mis ojos después de la emotiva despedida que compartí con mi tía y Lina. El licenciado ha tenido la gentileza de acudir de inmediato al llamado que le hiciera su compañero de profesión, lo que me parece perfecto, porque necesitamos ganarle tiempo al tiempo, como dijera Miguel. La puerta se vuelve a abrir y por ella entrar un hombre de aspecto descuidado y mediana estatura, que por calvo y pasado de peso, luce mayor que mi amigo. Se suponen que son de la misma edad, si es que ambos se graduaron en igual promoción. El sujeto me tiende la mano y la estrecho haciendo la presión justa que no revele mi ansiedad.

— Vaya, ahora entiendo por qué los hombres se matan por usted.— Es su inusual saludo.

¿Es en serio?

— ¿Perdón?— No oculto mi desagrado. El hombre sonríe.

— No me haga caso, solo quiero romper el hielo. Me presento, soy Leandro Aristigueta y dicen que soy un arrogante y manipulador que se sale siempre con la suya, lo que me convierte en un ganador.— Suelta mi mano y de inmediato se sienta frente a mí, abriendo sobre la mesa una libreta que ha traído consigo. No muy segura de mi proceder decido confiar en el sentido común de  Miguel. Él es incapaz de ponerme en mano de un vulgar  charlatán.— Entonces, señora Biachelli, todavía no tiene abogado, creo entender.— Me dice planchando su horrorosa corbata verde. ¿A quién se le ocurre ponerse una corbata de ese color y encima combinarla con una camisa marrón? ¿Será que se viste a oscuras?

— Así mismo es.— Me concentro en mirar su cara para que su espantoso atuendo no me distraiga. Lo siento, así funciona el cerebro de una diseñadora de modas.

— Tenemos que dejar claro que de aceptar llevar su caso, usted no puede ocultarme nada. Mireme como su confesor, que bajo el sacramento de la confesión no puedo tampoco revelar nada que usted me diga.— Lo miro intrigada, apoyando la espalda en el respaldo de la silla.

— ¿Aceptar llevar mi caso? Pensé que al venir aquí se daba por sentado que usted se encargaría de defenderme.— Hago la observación.

— No es así de fácil, Rafaela. ¿La puedo tutear?— Me sobresalto. No estaba preparada para escuchar que me llamen por mi nombre completo, a menos que sea. . .

— Dígame Ela, por favor.— Pido con el corazón atorado en medio de mi garganta.

— La cosa es esta, Ela, no puedo aceptar ser su abogado sin sentir que nos entendemos, que confiamos mutuamente el uno en el otro. Después de Dios, yo soy la persona que más debe conocerle y eso se logra con reciprocidad. ¿Me explico?— Me remuevo incomoda en mi silla. Honestamente no quiero ningún grado de afinidad con nadie y menos con un desconocido.

— Perfectamente, pero tendrá que estar de acuerdo que ese tipo de relación no nace espontáneamente, a buenas y primeras. Para lograr tal grado de afinación se necesita tiempo.— Le salgo al paso sin dejarme embaucar. El hombre vuelve a sonreír.

— Es cierto, pero siempre se empieza teniendo química.—  Agrega alzando una ceja.

— ¿Y cómo propone usted que logremos esa «química»?— Le pregunto con cautela.

— Diciendo la verdad.— Me disgusta su tono acusatorio.

— ¡A la policía le dije la verdad, es lo único que he venido haciendo todo el  maldito tiempo!— Me derrumbo enterrando las manos dentro de mis cabellos y dejo caer mi rostro, cansada de decir lo mismo una y otra vez, en este ciclo sin fin que me tiene mareada.

— Entiendo que está pasando por algo difícil, pero apenas comienza y va a necesitar fuerzas.— Susurra con un mejor tono.

— Si solo pudiera tomar agua y descansar un poco.— Digo sin ánimo, con los ojos clavados al parquet de la mesa.

— ¿Desde cuándo no come o toma agua?— Me pregunta con suavidad.

— Dos días, no sé, el tiempo que tengo encerrada aquí.

— ¡Esto es inadmisible!— Escucho cuando arrastra su silla hacia atrás y entro en pánico.

— ¡Pero qué no me obliguen a ducharme!— Me aferro a uno de sus brazos evitando que se marche.

— ¿La obligaron a ducharse?— Aristigueta suena más que confuso, perplejo diría yo.

— Casi, fue justamente antes que viniera mi familia a verme.— El licenciado vuelve a tomar asiento con los ojos abiertos como platos.

— Aclaremos esto, Ela, ¿me está diciendo que un oficial de policía la quería llevar a ducharse?— Repite la pregunta.

— Exactamente. Me dijo que habían sido muy descortés conmigo al tenerme incomunicada, sin agua y comida, que él iba a resolver eso.— Le cuento ajustada a los hechos.

— ¿Le leyeron sus derechos, le dijeron por ejemplo que tiene el beneficio de llamar a una persona o buscar un abogado?— Pregunta cada vez más sorprendido. Todo esto debe parecerle tan de locos como a mí.

— Solo tomaron mi declaración y luego me echaron al bote.

— Pero qué desgraciados. Los voy a hundir. Antes dígame el nombre del policía que le tomó la declaración.— Parece verdaderamente furioso.

— Bermúdez, pero ahora que lo pienso no recuerdo que el otro hombre se haya identificado.— Le digo buscando en mi memoria.

— ¿Me habla del que ofreció llevarla al baño?

— Ese mismo. Al principio pensé que por fin alguien en este lugar iba a mostrar un rasgo de humanidad, pero su mirada lasciva me saco de mi error.

— Se escucha y no se creé.— Dice para si mismo, todavía perplejo.

— Como imaginara después de lo que viví no iba a arriesgarme a pasar por la misma experiencia y que otro hombre abusara de mí.— Aristigueta vuelve a mirarme y frunce el ceño.

— ¿Quién abuso de usted?

— ¿De qué habla? ¿Acaso no sabe por qué estoy?— Le pregunto de mal humor. Por Dios, ¿en manos de quién estoy?

— Por asesinato.— Responde de modo  expedita.

— Del hombre que me violó.— Agrego resentida.

— ¿Un médico lo certificó?— Exclama desesperado.

— ¿Es que no escucha? No me han dado agua, cuánto menos han traído un médico. El detective Bermúdez aseguró que no lucía como una mujer ultrajada.— Se levanta abruptamente de su silla que termina tirada en el piso.

— ¡¿Qué es lo que sucede aquí?!— Exclama mirando el techo. No sale de su asombro.

— Dígame usted, yo es primera vez que estoy en un lugar como éste.— Suelto con amargura absoluta.

— Señora Biachelli, quiero llevar su caso.— Me sorprende cuando se abalanza apoyando los brazos en la mesa para alcanzar mis manos. Me echo así atrás todo lo que consigo, así mantener la distancia con el abogado que aprisiona mis manos.

— ¿Ya siente química?— Pregunto impresionada por su inesperada petición e impetuoso comportamiento.

— Siento algo superior. Siento indignación frente a la injusticia que pretenden cometer contra usted y como firme defensor de los derechos humanos, en especial el de las mujeres, no puedo cerrar los ojos ante esta aberración. Voy a buscar todas las lagunas y haré tal turbulencias que esos estúpidos de la policía tendrán que buscar otro empleo y le juro que la voy a sacar de este maldito lugar.

— Gracias.— Es lo único que atino a decir después de su apasionada declaratoria.

— Pero antes es primordial someterla a un examen forense que certifique el abuso.— Eso se escucha mal.

— ¿Qué me van a hacer?— Pregunto casi sin aliento, blanca como la cera y con un susto en el corazón.

— Tiene que ser fuerte.

— No quiero que me toquen.— Mi voz se diluye hasta asemejarse al lamento de un animal malherido. Aristigueta me observa compadeciéndome.

— Ela, si no fuera necesario, juro que no te lo pediría, pero para sostener una acusación de violencia de género, tenemos que tener pruebas y únicamente se pueden obtener con la certificación de un médico.— Explica asumiendo el rol de abogado.

¡No quiero, no quiero! Suplico en mi mente.

— Esto es horrible.— Susurro sin fuerzas, agotada de esta suerte que me ha tocado. Y pensar que todavía me falta que enfrentar.

— Lo sé y lo siento mucho.— Musita presionando mis manos arropadas por las suyas.

Leandro Aristigueta, cumplió lo de la comida y el sacarme de ese maldito lugar, claro, para venir aquí, al reclusorio femenino, pero entiendo que es un paso a cubrir en este largo camino de espinas que me toca transitar.

Otra guardia de seguridad que espera en el pasillo abre la puerta de la austera sala destinada para visitas y ahí me espera en una de las mesas mi abogado, con otro desatinado atuendo que lo hace ver como un charlatán. Se levanta y ambos nos estrechamos la mano, como siempre.

— Ela, ¿cómo está?— Aunque pregunta, solo hay que ver la cara del sujeto para saber lo que piensa, que me consigue terrible.

— Ahí vamos, pero dígame, ¿qué noticias me trae? ¿Anunciaron la fecha del juicio?— Le pregunto con afán lo único que en realidad me interesa, mientras nos sentamos uno frente al otro.

— Lamento decirte que todavía no. Los juicios no se fijan tan rápido como uno quisiera. La fiscal asignada al caso tiene que estudiar las pruebas consignadas por la policía y determinar el tipo de delito que le imputara y ahí los años de prisión que le corresponde. . .

— Un momento, ¿me van a condenar?— Pregunto con un escalofrío en mi cuerpo.

— No se adelante. Solo le explico cómo procede la Fiscalía, que es el ente encargado de la investigación criminal y el proceso penal.

— No soy abogado, ni nada que se le parezca, así que hable en cristiano,— exijo mandando al diablo la educación.

— Está bien. Mire, la fiscal estudia las pruebas suministradas y en ese punto, según lo contundente de  éstas y la transparencia del proceso de recolección, determina el grado del crimen cometido, que específica el lapso de años comprendidos; ahí empiezan las negociaciones entre la Fiscalía y la defensa, que también tenemos atenuantes. Vealo como una pelea de pulso, que ganará el que tenga más resistencia y fuerza, y créame cuando le digo, que nosotros somos unos putos forzudos con todas las de ganar.— Me desespera su elocuencia plagada de fanfarronería. 

— Palabras, palabras y la verdad es que yo sigo aquí, encerrada, aislada. ¿Por qué no me han beneficiado con una fianza y puedo esperar el juicio en libertad?— Lo increpo amargamente.

— Recuerde que traté de conseguir el recurso de amparo que le otorga el beneficio de casa por cárcel, pero el juez de fianza, considera que en su caso hay riesgo de fuga.— Se queda callado preparándose para el chaparrón.

— Yo más que cualquiera deseo demostrar mi inocencia y el fugarme sería una declaración de culpabilidad.— Esgrimo como me gustaría hacerlo ante el Juez, con sinceridad.

— Lo siento, Ela, pero la honestidad en estos días está subestimada. El sistema en vez de basarse en la premisa de la buena fe del ciudadano, espera lo peor de él.— Lo miro atónita por un buen rato y luego me dejo caer en la desesperación.

— ¿En qué mundo vivimos?— Rastrillo mis cabellos hacia atrás, sin ver salida a mi predicamento.

— Nosotros tenemos mucho atenuantes a nuestro favor. La policía llevó la investigación de modo desastroso, como unos aficionados, ganaron las olimpiadas de las incompetencia,— Se ríe de su chiste, solo por supuesto. Carrarpea la garganta antes de continuar— Como iba diciendo, el examen que le hicieron al cadáver, dio positivo para alcaloide de cocaína en altos niveles y en su flujo sanguíneo, a pesar del tiempo transcurrido, consiguieron rastros de escopalamina, lo que se conoce vulgarmente como burundanga, la droga que le suministraron para someterla, y está también el examen que le practicaron y que certificó la agresión sexual.— Explica con ánimos, como si fuese un conteo de cosas maravillosas, no las atrocidades por las que atravesé.

— No me lo recuerde. Aún tiemblo al revivir la humillante experiencia que sufrí con el dichoso examen médico.— Mi respuesta es gélida, perforándolo con la mirada, todavía con las vividas imagen del desagradable momento.

— Disculpe, solo quiero hacerle entender que tiene mucho a su favor. Usted fue una víctima que logró defenderse de su atacante. Esa es la dirección que tomará mi defensa. Ela, usted es el sueño de cualquier abogado y al que pocos pueden aspirar a defender.

— Yo no soy una estadística, ni un maldito caso soñado, soy una persona de carne y hueso que sufre por estar encerrada lejos de sus hijos.— Termino exaltada, hasta la coronilla de su parodia de presentador de programa de concurso. Él baja la vista hacia la mesa.

— Creo no supe explicarme.— Admite cabizbajo.

Me arrepiento de mi reacción contra el pobre hombre que solo intenta levantar mi ánimo, sin que yo se la ponga fácil. Él no tiene la culpa de mi situación, ni de la burocracia del sistema judicial que se traga tu vida.

— Soy yo, no es usted. Sé que solo trata de ayudar y yo frustró sus planes. Es este aislamiento que me afecta más allá de lo que me atrevo a reconocer.— Tras mi admisión levanta la vista.

— Está mejor así. Entiendo que desearía tener con quien hablar, pero muchas de esas mujeres merecen estar encerrada, esa es la verdad por cruel que suene.

— Comprendo.— Musito sin conseguirle sentido a todo lo que me ocurre. Es como si me hubiese succionado un agujero negro y en su interior mis peores pesadillas se hicieron realidad. Lo desolador es que no encuentro la manera de escapar de esta espiral sin fin.

— En realidad la razón de mi visita obedece a otra cosa. Vine a traerle unos papeles que le enviaron de Italia.— Dice pausadamente mientras me acerca un sobre manila que resguarda debajo de sus manos. Mis esperanza resurge y por primera vez desde hace un mes, tiempo que llevo encerrada, me siento emocionada.

— ¿Algo sobre mis hijos?— Pregunto con vehemencia desenroscando la cinta que mantiene cerrado el sobre. Mi corazón se acelera a mil por horas. ¿Serán fotos de ellos o una carta de Gianluca? Es probable. Barajo las posibilidades al extraer del interior del sobre varias hojas de oficio transcritas. Es como un especie de documento, intuyo ya no tan emocionada. Leo las primeras líneas y en efecto es un documento de índole legal.— ¿Qué es esto?— Miro a Aristiguita buscando que me ayude a dilucidar lo que tengo entre las manos. Él no habla, se toma su tiempo, y su reserva despierta una temible sensación de que algo grave trata el escrito.— ¡Hable!— Le exijo con un ladrido. Traga grueso.

— Es una petición de divorcio. El señor Biachelli quiere disolver formalmente su matrimonio.

Es un balde de agua fría que me deja conmocionada y hunde más el cuchillo en la herida. Es la confirmación inequívoca que Gianluca me considera culpable, que creyó en las mentiras de Octavio por encima de mis muestras de amor. ¿En esto se resume nuestra historia, en un papel? Mis ojos se llenan de lágrimas. Por suerte estoy sentada, de estar de pie hubiera caído de rodillas a causa del dolor que me atraviesa y me parte en dos. Otro nuevo golpe que me da la vida. Todavía recuerdo lo feliz que estaba el día que me casé, con mi sencilla corona de flores y usando el vestido que Vincenza me ayudara a escoger. Me sentía encantada mirando al guapo hombre que no dejaba de sonreír, con quien estaba a punto de unir mi vida, y este documento destruye ese recuerdo. Lo hace añicos y lo desintegra. Oh, que perversa es la vida, a la que ya debería estar acostumbrada. Inspiro hondo para calmarme y limpio mi rostro recordando ser fuerte y no llorar, es mi modu operanti.

— ¿Dónde firmo?— Me robotizo y miro a Aristigueta. 

— Debe leer lo que está escrito y luego decidir si está de acuerdo. Como su abogado le recomiendo que no se apresure a firmar. Por lo que puede entender prácticamente él se queda con todo, excepto con su empresa de modas, de resto a todo debe renunciar, las acciones, bonos, carros, las propiedades, las obras de arte, las joyas, bajo la amenaza de ejecutar acciones legales si se le ocurre exigir la parte que le corresponde de los bienes mancomunados. Me asesoré con un colega italiano y en su código Civil contempla la separación de bienes, solo si, se acordó previamente al enlace nupcial, en un documento debidamente notariado. En caso contrario, todo aquello que se hayan adquirido o prosperado durante el lapso que duró la sociedad conyugal, deberán ser repartidos en partes iguales.

— ¿Sabe por qué me casé con Gianluca?— Hago la pregunta retórica. No es para que la responda, es para tener la oportunidad de decir mi verdad, por lo menos.

— Ela. . .

— Por amor. Es lo único que quería de ese hombre, su amor, y si ya no lo tengo, entonces no quiero nada.

— ¿Está segura?— Trata de confirmar, porque no está de acuerdo, consciente que una vez que firme no hay marcha atrás, lo que me lleva a preguntar:

— ¿Qué dice de mis hijos?

— La guardia custodia completa para él.— Una nueva estocada más. Entonces Gianluca me juzgó y me halló culpable de un crimen que no cometí y el precio a pagar según él, es perder a mis hijos.

— No sé cuánto tiempo va a durar esto. Dos meses, seis, ¿más?— Lo miro y le es imposible sostener mi mirada.

— Es probable que más de seis meses.— Dice contemplando sus manos entrelazadas sobre la mesa. Si lo veo fríamente, lo conveniente es que mis hijos se queden con su padre.

— Se da cuenta, Leandro, por dónde lo mires estoy jodida.— Solo hay lástima en los ojos del abogado.— Como yo lo veo, su padre es el único que puede encargarse de ellos. Dígame dónde firmar.— Confirmo mi decisión. En silencio Aristigueta saca su bolígrafo de la parte interna de la chaqueta y me lo entrega señalando el lugar exacto donde disolver mi matrimonio, justo al lado de la cursiva firma de Gianluca Biachelli, ahí mismo asiento mi nombre, Rafaela Moreno. Un documento nos unió y hoy otro nos separa para siempre.

Dejo el bolígrafo a un lado del documento y apoyo mí espalda en la silla, viendo los rasgos descompuesto del hombre sentado frente a mí. Ya no me queda nada. Todo me ha sido arrebatado.

—  ¿Sabe que es irónico? Que tuve una vida de ensueño, que la mayoría no puede alcanzar y en algunos momentos llegué a quejarme de ella. Me abrumaba el lujo a mi alrededor y hoy sólo tengo un par de libros, tres mudas de ropa y una pequeña habitación que me ahoga.— Sonrío, pero es una sonrisa amarga, que oculta un corazón que sufre.

— Sé que mis palabras le parecerán estériles con el peso que carga a cuesta, pero debe mantener la fe, no perder las esperanzas.— Aconseja con verdadera sinceridad.

— Trataré, trataré.— Digo sin mayor convencimiento.— ¿Eso es todo?— Seco una lágrima furtiva. Necesito irme, para lamer mis heridas a solas.

— Por los momentos. Mañana vendrá su tía y su amiga de vista.— Avisa en un fallido intento de levantar mi ánimo. ¿Algo podría?

— Sé lo agradezco.— Me levanto como señal que no quiero seguir adelante con la reunión.

Me retiro en silencio, despacio, como si cargará el peso del mundo a cuesta y mis hombros no son los suficientemente fuerte para eso, no soy como el titán de atlas. Es el dolor de mi alma, mi alma fracturada.
......

Como lo anunció el abogado, al otro día mi tía y Lina vienen a visitarme. Al verme entrar a la sala de visitantes, las mujeres se levantan. Lina se cubre la boca con una mano y una tormenta  de emociones se asoma a sus ojos. Mi tía sale detrás de la mesa para para acortar las distancias entre las dos. Es que pasar la mayor parte del tiempo llorando no contribuye en mi aspecto personal, es lo que me dejó el firmar los papeles de mi divorcio, solo llanto. Mi tía me abraza y me reconforta su cálida cercanía. Estoy tan agradecida de que estén aquí.

— ¡Hija de mi vida! ¿qué te hacen en este lugar?— Exclama con un lamento desgarrador. Me aparto y con mis palma sostengo su querido rostro. Mis dedos pulgares atrapan las lágrimas que cruzan sus mejillas, pero son tantas que no puedo con todas ellas.

— Nada, es que no tengo apetito, apenas y toco la comida. Ven, vamos a sentarnos.— La tomo del brazo para llevarla a la mesa. Parece que necesitara sentarse más que yo. Lina me recibe con un dulce beso en la mejilla.

— Imagino que la comida te debe parecer asquerosa. Tú que estás acostumbrada a comer tan bien.— Comenta la embarazada mientras las tres nos sentamos.

— Ese no es el problema, para ser sincera la comida no está mal, es sencilla y monótona, pero aceptable, lo que sucede es que nada me provoca.— Sonrío tenuemente, tratando de no preocuparles más de lo necesario.

— Es que necesitas mi sazón.— Afirma mi tía levantando una cesta de mimbre que estaba sobre una silla, y la deja encima de la mesa.— Casualmente traje un buen trozo de pastel de auyama, otra porción de pastel, pero de pollo, pastelitos rellenos y algo de frutas.— Saca cada uno de los recipientes que guardó en la cesta y las pone en la mesa. Se me revuelve el estómago con la cantidad de comida que me ha traído, pero no tengo corazón para decírselo.— Te traje los encurtidos que tanto te gustan, pero los decomisaron por estar en frascos de vidrio. Tienes que comer, hija, estás muy delgada.— Ahora es ella la que cubre mi mejilla con su mano, muy preocupada.

— Si, tía.— Miento.

— ¿Estás durmiendo bien? Tienes ojeras. ¿Podría traerte la próxima vez algo de maquillaje?— Ofrece Lina en su afán de prestar ayuda.

— Mi apariencia no está en mi lista de prioridades.— Contesto secamente.

— Es cierto, soy una tonta.— Dice y gira la cara a otro lado.

Sin previo aviso se echa a llorar. Mi madre. Asombrada veo como se deshace en llantos, mientras mi tía corre a consolarle. Me arrepiento por mi falta de tacto. La pobre solo intenta tenderme la mano a su modo y como está sensible con lo del embarazo, es como un globo hinchado de hormonas que ante cualquier cosa explota y agitarse de esa manera no le conviene, ni a ella ni a la bebé.

— No, no lo eres, tú eras la mejor de las amigas.— Me apuro en decir, intentando reparar mi metedura de pata.

— Es que no sé que hacer o decir para ayudarte.— Explica entre sollozos.

Oh, Lina.

— Me ayudas simplemente con venir.— Le digo con suavidad y hago un amago de sonrisa que por fortuna la calma. Ella asiente sacudiendo su nariz con un pequeño pañuelito de flores. Yo suspiro aliviada porque ha dejado de llorar.

— Pero para que veas que no vine con las manos vacías, te traje unas cuantas revistas y un par de libros. Son de diseño. En la librería me dijeron que son muy solicitados.— Agrega con voz ronca, haciendo entrega de la encomienda atada con una preciosa cinta de flores. Qué bello detalle. Muestro interés al revisar el material de lectura y luego de afirmar complacida lo dejo en la mesa, junto con los envases de plástico.

— Gracias a las dos por todo.— Las miro a ambas, cogiendo sus manos. En medio de mi desdicha tengo que reconocer que soy afortunada por tenerlas conmigo.

— Nada debes agradecer, lo hacemos por amor.— Asegura mi tía.

— Es bueno saber que queda alguien que me ama.— Se quiebra mi voz.— Gianluca se divorció de mí. Ya no me quiere, tía. ¿Por qué no me creyó? Sí lo único que he hecho es amarlo con todo mi corazón.— Me derrumbo encima de mi querida tía, sin fuerzas que me sostengan. Me estremezco mientras mis lágrimas brotan a raudales con el sello impreso de mi dolor.— Ya no puedo más, no consigo ánimos para vivir. Confieso que me gustaría morir, quizás muerta deje de sufrir tanto, es que sin ellos no deseo seguir viva, así de simple.— Doy rienda suelta a mis penas, rogando alivio de ellas.

— Rafaela de la Luz, mirame.— Hay fuego en la voz de mi tía, aunque ella también esté llorando. Levanta mi rostro con la dos manos, obligándome a mirarla. Apenas y lo consigo y entre mis lágrimas continúa.— Sé que sufres lo inimaginable. Que no ves salida, pero piensa, ¿vas a llorar por un hombre que ha demostrado no quererte? ¿Qué te abandonó a tu suerte sin siquiera darte la oportunidad de explicarte? Tú eres la madre de sus hijos, y con esa razón bastaría para que estuviera aquí, apoyándote, pero no, él prefirió largarse como un cobarde.— Expone duramente su opinión, manifestando la decepción que le ha causado el comportamiento de Gianluca, en un intento de hacerme entrar en razón.

— Además muchos te quieren.— Ahora Interviene Lina.— Erina se puso al frente de Corsseto. Llegó a Génova no más saber lo ocurrido y no hay un momento del día que no llame para saber de ti. Si hoy no está aquí, es porque yo misma le he pedido que cuide los negocios en Europa, que es lo que tú querrías.

— Erina.— Solo consigo decir el nombre de la platinada, el llanto me ahoga.

— Y no solo ella, también Alessandra, tiene vuelvo programado para mañana, dice que logrará verte, así tenga que hacer huelga de hambre fuera de la prisión.— Continúa explicando mi amiga. Oh, Ales. Ella siempre está ocupada, pero aún así viene a verme.— Asegura que tú eres su prioridad. Y falta que te mencioné a Adriano, que llora cada vez que habla conmigo. Ahora le ha dado por estudiar el código penal de este país, para ayudar a Aristigueta. Mira, se me olvidaba darte esto.— Abre su cartera.— No sé dónde tengo la cabeza, desde que estoy embarazada me he vuelto muy olvidadiza.— Murmura revisando su enorme bolso.— ¡Aquí está!— Me hace entrega de una tarjeta que al frente tiene escrito simplemente la palabra: Fuerza. Al abrirla descubro que hay muchas dedicatorias de los comerciantes del Casco Central.— Tú eres uno de ellos y no te faltará su apoyo. Afuera está Miguel, él vino con nosotras, pero no lo dejaron entrar. Quiere que sepas que ora por ti.— Termina mi amiga soltando el aliento.

— Ves, hija, por uno que no te quiere, tienes muchos que te queremos y apoyamos, sobre todo tus hijos te quieren, por ellos no debes ni puedes renunciar, rendirte.— Limpia mi rostro con ternura, como cuando era una niña y ella me consolaba tras una caída.— Deja de llorar o te vas a deshidratar. Recuerda, nada dura para siempre, ni siquiera el dolor. Todo en la vida está en seguir adelante.— Continúa aconsejando.

Apoyo mi frente en su hombro sintiéndome un poco mejor. Ella siempre consigue decir lo adecuado y que me ayuda. . .

No sé cuánto tiempo llevo viendo la pared blanca de mi celda (minutos, horas. . . no sé), todavía con las palabras de mi tía frescas en mi memoria, «Tienes que aferrarte a tus esperanzas. La esperanza es lo que nos permite soportar todo y seguir adelante, hija». Pero su poder ya no causan el mismo efecto en mí. No es que no esté de acuerdo con lo dicho por mi tía, pero no puedo sacudirme la tristeza por mi divorcio tan fácil. Sigo rumiando mis heridas, preguntándome: ¿por qué me ha pasado todo esto? ¿Qué he hecho para recibir tal castigo? y ¿por qué Gianluca le creyó a Octavio en vez de a mí? Los pensamientos son tiranos y ante ellos no puedo luchar, por lo menos no por ahora. Quizás algún día llegué a comprender que todo lo que Dios permitió en mi vida tuvo un propósito, así lo espero.

— Oye, tienes otra vista.— Dice la misma guardia que me anunciara la llegada de mi tía y Lina. La miro sorprendida. Se abre la puerta de seguridad y al salir la mujer emprende la marcha mientras yo la sigo.— Muchacha, tú si que eres popular.— El tono de burla es patente.

— ¿Sabes quién es?— Le pregunto caminando por el corredor hacia el salón de visitantes.

— Solo sé que es hombre, moreno y muy guapo. . . Ah, e italiano.

— ¡Gianluca!— Mi corazón se precipita a palpitar desbocado.

— No me dan esos detalles. Lo que sí te digo es que pagó buena pasta para conseguir el permiso para verte. Hoy has tenido. . .

La dejo de escuchar imaginando que solamente puede tratarse de Gianluca, quien ha recapacitado y ha venido para que hablemos. Mis ansias me gobiernan, quiero llegar rápido a la sala de visitantes para lanzarme en sus brazos y con ello conseguir sentir que las cosas van a mejorar. Únicamente tiene que permitirme explicar lo qué pasó y lo entenderá, a fin de cuenta, él me ama y yo lo amo. Gracias a los Santos llegamos al lugar y apenas puedo contener mis ansias, literalmente mi corazón está a punto de salirse del pecho. La guardia abre la puerta y mi sonrisa se agranda al entrar a la habitación.

¡Ahh!

Quedo congelada al descubrir que el hombre que me espera no es Gianluca.

Principessa, ya estoy aquí.— Es Damian, que ha venido por mí.

Sin resistir la decepción comienzo a llorar. Es demasiado duro el golpe para afrontarlo con serenidad, así que lloro copiosamente, tanto, que mi cuerpo se estremece sin cesar. Son muchos los sentimientos que me azotan, como una fuerte tempestad que amenaza con derribarme. Desilusión, en gran medida, por sentirme otra vez defraudada por Gianluca, rabia conmigo misma, por ser una estúpida que alberga esperanzas por un hombre que no la quiere, y por absurdo que parezca, dolor por el amor perdido.

— ¿No me quieres aquí?

Al escuchar la tristeza en su voz levanto los ojos llorosos y nuestras miradas se encuentran. En la de él hay una profunda aflicción. Al Diablo con todo, incluyendo a Gianluca. Corro hasta donde me espera Damian y me cuelgo de su cuello. Es él quien ha venido hasta aquí. Es él quien me abraza y consuela. Así que es él quien al final demuestra que me quiere. Solo eso debo pensar. Solo eso me debe importar.

Próximo Capítulo: Héroe a la sombra.

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Chao, hasta el próximo viernes.

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