Fairytale (usuk)

Від Epifania-chan

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"¿Sabes por qué no crees que en la magia? Es porque hubo un tiempo podías verla y sentirla cerca de ti. Pero... Більше

Nota
Capítulo 1: La invitación
Capítulo 2: Nuevos amigos
Capítulo 3: El reino de los seres mágicos
Capítulo 4: Soledad
Capítulo 5: Fuego
Capítulo 6: Fantasma
Capítulo 7: Invisible
Capítulo 8: Dulces
Capítulo 9: Miedo
Capítulo 10: Adiós
Capítulo 11: Salto en el tiempo
Capítulo 12: Ilusión
Capítulo 13: Realidad 1/2
Capítulo 14: Realidad 2/2
Capítulo 15: Un paso más cerca de la magia
Capítulo 16: Amigo imaginario 1/2
Capítulo 17: Amigo imaginario 2/2
Capítulo 18: Alas rotas
Capítulo 19: El psicólogo
Capítulo 20: Lastima
Capítulo 21: Convivencia
Capítulo 22: Sinceridad
Capítulo 23: Problemas
Capítulo 25: Una gran cruzada
Capítulo 26: Sonrisa
Capítulo 27: Reencuentro
Capítulo 28: Dos cosas sobre las despedidas
Capítulo 29: La librería
Capítulo 30: Una hermosa vista
Capítulo 31: Paz
Capítulo 32: Despedida
Capítulo 33: Cartas
Capítulo 34: Locura
Capítulo 35: Perdido en la oscuridad
Capítulo 36: La noche en la que las estrellas bajan a la tierra
Capítulo 37: ¿Quien eres?
.
Capítulo 38: Perdón
Capítulo 39: Ultima oportunidad
Capítulo 40: Encuentro
Capítulo 41: Al final del camino. Parte I
Capítulo 42: Al final de camino. Parte II
Capítulo 43: El juicio de Astreo
Capítulo 44: Un vistazo a la verdad
Capítulo 45: El deseo de una estrella fugaz
Capítulo 46: Un comienzo disfrazado de desenlace

Capítulo 24: Recuerdos

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Від Epifania-chan

 —¿¡Qué esta... ¿¡Que mierda hiciste!? —. Preguntó horrorizado el muchacho, entrando en la habitación súbitamente y dejando la puerta abierta de par en par, sin percatarse que su voz sonó mucho más aguda de lo normal.

Al verlo entrar, Arthur se puso de pie y dejó caer el cuchillo al suelo sin ningún cuidado, junto a los vestigios de aquel aparato que reposaban en el suelo, la sorpresa le impedía comprender la situación del todo.

—¿Cómo lograste salir? —. Inquirió el británico aún perplejo sin saber qué decir o hacer.

Alfred no respondió, se llevó las manos a la cabeza y se enredó los dedos en el cabello hasta casi arrancarselo.

—Que mierda hiciste... —. Volvió a decir casi en un murmullo, aunque no sonó como una pregunta.

—¿No estabas tú atrapado ahí adentro? —. Preguntó Arthur, dudoso y temeroso de, cómo había escuchado decir en la tele "haberla cagado" de alguna forma.

—Déjame solo —. Pidió Alfred amablemente, mas su voz sonó de todo menos amable.

—¿Hice algo ma...

—¿Quieres por favor dejarme en paz al menos un minuto? —. Gritó en un fuerte estallido que incluso se sorprendió a sí mismo, y provocó que el británico se sobresaltara. Alfred se miró las manos solo para descubrir que temblaban, así que apretó los puños para evitar aquel estremecimiento.

Arthur, sin hacer caso alguno, se arrodilló en el suelo y comenzó a juntar los trozos desperdigados del aparato.

—Ya... déjame solo por favor —. Volvió a pedir Alfred, esta vez en tono de súplica, parecía agotado, como si estuviese a punto de llorar. Arthur supo que con aquella frase no se refería a que deseaba que abandonase la habitación o que le dejase unos momentos. Alfred le estaba pidiendo que se marchase de su vida.

"Lo haría si pudiera, idiota"

Quiso decir, pero bien sabía que en ese momento sus palabras estaban de sobra, de hecho, toda su presencia estaba de sobra, se diría a sí mismo para luego reír amargamente.

Una vez recogió todo lo que había en el suelo, se puso de pie y abandonó la habitación con pasos lentos y silenciosos, dejando al muchacho en soledad.

***

Era inevitable que sucediese, había estado reprimiéndolo, apartándolo, ignorándolo, pero tarde o temprano aquellos recuerdos enterrados volverían a relucir. ¿Hubo un disparador directo, o solo fue la culminación de la vasta colección de hechos recientemente acontecidos? ¿Tuvo algo que ver el hecho de haber visto o creído ver a Bondevik aquella tarde?

No quería pensar, no quería recordarlo, su piel se había erizado y había comenzado a sudar frío. Volteó intentando encontrar a Arthur, pero este ya no se encontraba allí. ¿Había estado allí en algún momento? Se preguntó.

Sus manos aún temblorosas fueron hasta sus sienes, mas apenas rozó la piel fría y sudada las alejó con brusquedad indecible. Como si el solo toque le hubiese proporcionado una descarga eléctrica.

Lo recordaba perfectamente, aquellos electrodos reposando sobre sus cienes. Recordaba también la advertencia de Lukas. Recordaba como con lágrimas en los ojos había jurado y perjurado nunca más volver a hablar de su amigo imaginario, siquiera evocarlo en sus pensamientos, entre gritos e inconmensurable miedo y angustia, temiendo que en cualquier momento le fuese proporcionada una descarga eléctrica.

¿Quién iba a creer que Arthur había vuelto?

¿Quién creería la descabellada razón por la cual Alfred era el único capaz de verlo?

¿Quién creería que había sido el británico quien apuñaló varias veces el teléfono por alguna razón estúpida?

Todas aquellas preguntas tenían una misma respuesta: Nadie.

¿Qué iba a hacer? Más bien... ¿Qué podía hacer?

Las pastillas, recordó. Aún permanecían en la parte superior del estante en el botiquín del baño.

***

Los pedazos de lo que había sido un celular se encontraban ahora en la mesa, cuidadosamente colocados uno junto al otro, de modo que Arthur pudiese observarlos con detenimiento, incluso los pequeños fragmentos del vidrio de la pantalla habían sido delicadamente acomodados.

El británico observaba atentamente todos y cada uno, pensando cómo podría embonarlos con la falsa esperanza de que arreglar aquel artefacto era posible.

—Ya déjalo, no vas a poder—. Le sugirió Alfred tras pasar junto a él con una lata de Coca-Cola en la mano.

Se sorprendió un poco al verle adoptar su actitud normal, teniendo en cuenta que menos de veinte minutos antes parecía al borde de un ataque de nervios ¿Qué había sucedido?

—Si puedo —. Se limitó a decir de forma calmada.

—No lo creo.

—¡Te dije que podía y lo voy a hacer! —. Respondió el británico indignado ante la falta de confianza del muchacho. — Soy bueno para construir o arreglar cosas, yo reparé la gaita de mi hermano cuando el muy idiota se emborrachó y se la rompió en la espalda a mi otro hermano.

—Una gaita es una cosa, un celular inteligente de alta tecnología es otra cosa —. Dijo Alfred, pensando que en la época actual la familia del británico podría haber ido presa por violencia intrafamiliar y otros tantos cargos, para luego sentarse en el otro extremo de la mesa, quedando frente a Arthur, con la intención de poder observar bien su proceder, ya se imaginaba el épico fracaso que se acercaba.

-¡Ya verás, quedará mejor que antes! Solo necesitare savia de árbol para poder pegar las partes.

Al oír aquello Alfred por poco se atraganta con la Coca-Cola y tuvo que ponerse una mano en la boca para no escupirla a causa de la fuerte risa que le causó no solo el comentario, sino lo convencido que parecía Arthur de sus palabras.

—Si tú lo dices... —. Exclamó intentando contener la risa, seguido de una pequeña tos. Lamentablemente no tengo sabia, pero te puedo dar pegamento, se usa para pegar cosas.

—Gracias, seria de mucha ayuda.

Alfred se puso de pie y caminó hasta su habitación, donde tenía el pegamento. Se sorprendió, incluso a sí mismo, de lo rápido que todo había pasado sin necesidad de las pastillas, bastó con atravesar la sala y ver a Arthur tan concentrado en arreglar las cosas para que el miedo y los recuerdos volviesen a encerrarse en aquel baúl oculto en lo más profundo de su mente, además había ciertos detalles que le impedían creer que aquella persona fuese producto de su imaginación. La sombra por ejemplo, no se creía lo suficientemente atento como para imaginar que Arthur proyectase una sombra, tampoco entendía porque crearía a alguien con una personalidad tan... no quería insultarlo, pero tampoco encontraba alguna palabra que sirviera para halagarle. Y ciertamente, algunas de sus ocurrencias le resultaban divertidas y levemente adorables, aunque como había visto también podía llegar a ser estúpidamente peligroso.

Al adentrarse en la habitación, la pulcritud de la misma lo dejó asombrado. ¿Cómo podía verse un lugar tan diferente ordenando solo unos detalles? A veces se quejaba de que Arthur cambiase las cosas de lugar, pero ciertamente se veía mucho mejor así.

Recordó aquel estereotipo de mayordomo británico y que curiosamente si le quedaba, además de que el traje también se le vería bien.

Al volver a la cocina, encontró a Arthur sumido en la más profunda concentración mientras que movía las piezas de cristal en la mesa para ver dónde podrían embonar unas con otras.

—Aquí tienes —. Dejó el pegamento sobre la mesa junto a Arthur y volvió a sentarse frente a él.

—Gracias —. Volvió a decir el inglés sin despegar ni por un segundo la vista de los dos trozos de material que intentaba juntar.

-Hoy iré a visitar a un amigo mío, vamos a hacer una noche de películas de terror-. Comentó luego de unos minutos de apabullante silencio.

-Me parece muy bien-. Respondió el británico sin mostrar demasiado interés. –Espero te diviertas.

—Si bueno... me gustaría que tú vinieras también.

El fragmento de plástico que sostenía en su mano cayó secamente sobre la mesa, Arthur levantó la vista, clavando sus ojos del color de las esmeraldas sobre los de Alfred, como si intentara descifrar en qué pensaba el muchacho.

—¿Por qué?

Inquirió luego de unos momentos en los que Alfred no volvió a tomar la palabra.

—Solo pienso que ha de ser muy aburrido para ti estar todo el día encerrado, además... me da un poco de miedo dejarte solo después de... "el incidente".

—No quiero ir. — Declaró Arthur fríamente, creyendo que de esa forma aquella charla llegaría a su fin.

—No recuerdo habértelo preguntado —. Respondió Alfred.

***

Tras varios minutos de una acalorada y efusiva discusión similar a la que los niños suelen tener, conformadas únicamente por la frase "Que no" de Arthur y "Que si" de parte de Alfred, el británico ya se sentía cansado incluso de hablar.

—¡Si infinito —. Exclamó Alfred quedándose sin aire y con voz jadeante, sin darle tiempo a responder luego de repetir la palabra "Si" al menos unas treinta veces seguidas, con el fin de impedir que el otro hablase.

Arthur no sabía que era peor: el hecho de que un muchacho de diecinueve años se comporte como si tuviese nueve, o el hecho de que el siendo un ser longevo, aunque no era su intención siempre terminaba siguiéndole la corriente.

—No —. Dijo fría y secamente.

—¡Sí!

—¡No!

—¡Sí!

—Sí —. Exclamó el británico para ver si lograba confundir al muchacho.

—¡No!

—¡Gane! —. Y aquello fue dicho con tanto júbilo que incluso escuchó la voz de su conciencia preguntarle: "¿Y tú cuántos años se supone que tienes?".

—Mierda, ¡No es justo! —. Exclamó Alfred indignado.—Hiciste trampa.

—No es verdad.

—¡Si lo es!

—¡Claro que no!

—¡Que sí!

—¡Que no!

—¡Sí!

—¡No!

—¡Sí!

Aquello parecía no tener fin.

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