Capítulo 9: Miedo

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El despacho de la madre superiora era bastante simple, las paredes eran blancas, el techo era exageradamente alto y en medio de la sala había un pequeño y simplon escritorio con una silla de madera, lo que se llevaba toda la atención en el pequeño cuarto, era la enorme cruz que había colgada en la pared con un Jesús sangrante y agonizante que parecía real.

—Alfred, ¿podrías recitar los diez mandamientos?— Decía la madre superiora de forma amenazante mientras caminaba  lentamente alrededor de la silla en la que se encontraba sentado el pequeño frente a aquella aterradora figura santa.

—Hum... creo que eran... amar a dios por sobre todas las cosas, no decir el nombre de dios en vano—. Recitaba Alfred pensativo mientras contaba con su mano. —Santificarás las fiestas, Honrarás a tu padre y a tu madre, No matar, No cometer actos impuros, no robar, no dar falsos testimonios y... emh... no cosnetir..

—Consentir— Corrigió la monja.

—¡Eso! No consentir pensamientos o deseos impuros, y no codiciar los bienes ajenos.

—Veo que los conoces— Dijo la monja casi escupiendo las palabras mientras posaba sus huesudas y pecosas manos de uñas largas sobre los hombros del niño, quien no pudo contener un escalofrío. —¿Entonces porque los desobedeces?

—¿Yo? No hice nada malo— Replicó Alfred sacudiendo sus hombros levemente para soltarse del agarre de la madre superiora.

—Pequeño mentiroso— Respondió esta cambiando el tono de voz mientras apretaba más sus manos sobre los hombros del niño  —¿Cuántos mandamientos más quieres romper?— Susurro en su oído

—De verdad señora, yo no hice nada, juro que no hice nada—. Respondió el pequeño al borde del llanto, aquella mujer siempre le había causado cierto miedo, y ahora no sentía otra cosa que terror al tenerla tan cerca, más aún cuando ni siquiera sabía que es lo que había hecho mal.

—¿Seguro? ¿Y qué hay de los dulces que le robaste a la hermana Serafina?

Al oír esa acusación los ojos de Alfred se abrieron como platos debido a la sorpresa, mas la monja solo lo tomo como una señal incriminatoria.

—¿No lo niegas?

—¿Eh? Yo no robe nada— Volvió a defenderse ofendido.

—¿De dónde los sacaste entonces? Todos los niños dicen que tu les diste dulces, y curiosamente desaparecieron los de la hermana Serafina— Volvió a decir la monja en modo acusatorio mientras se sentaba en su escritorio frente a Alfred. 

—Yo, mi amigo me los dio—. Susurro desviando la mirada, frente a el no solo sentía la mirada acusatoria de la monja, sino también la de Jesús, a pesar de que tenía la cabeza agachada, sentia que desde la cruz lo observaba y lo juzgaba con aquellos ojos llenos de dolor.

—¿Que amigo?

Con cada palabra de la monja, Alfred sentía su garganta secándose, temía intentar hablar y que las palabras no salieran.

—Arthur, ustedes no lo conocen, el es magico, asi que solo yo puedo verlo, el me dio los dulces, yo no se los robe a nadie.

—Pues bien, si así quieres que sea... reza diez padres nuestros y cuatro avemarías— Soltó la monja con enojo poniéndose de pie. Para dejar al niño en soledad.

—¡No estoy mintiendo!— Gritó Alfred poniéndose de pie de un salto con los ojos llorosos, la monja no le presto atención, solo camino hacia la puerta entreabierta.

—¿Tienes idea de cómo tus pecados lastiman al señor?— Tras decir eso la monja salio de la habitacion cerrando la puerta con llave, dejando al niño encerrado en aquel pequeño cuarto.

—¡No estoy mintiendo! ¡No estoy mintiendo! ¡Por favor!— Se oían los desesperados gritos y golpes que profería Alfred del otro la puerta. —¡Yo no hice nada malo! ¡Saquenme de aqui!— Su voz se entrecortaba por el llanto, se le oía sorber los mocos, aun asi seguia golpeando frenéticamente la puerta y suplicando. 

—No te escucho rezar— Respondió la monja impasible. —Cuando estés dispuesto a aceptar tus errores, iras a disculparte con la hermana Serafina. 

Y tras decir eso se fue por el largo pasillo, ignorando el desgarrador llanto, los alaridos suplicando, o los frenéticos golpes que sufria la puerta.

Del otro lado el pequeño gritaba, rogando por ayuda, Arthur dijo que iba a visitar a un viejo amigo que viene de Noruega, volvería a la noche. El resto de niños de seguro jugaba en el patio, no había forma de que lo escucharan. Se encontraba totalmente solo. 

A pesar de que sus manos estaban rojas de tanto golpear la puerta y su garganta dolia, no podia detenerse, no queria mirar atras, donde se encontraba aquel horrible Jesús crucificado. "¿Tienes idea de cómo tus pecados lastiman al señor?" Esas palabras resonaron en su mente una y otra vez, junto con la imagen de aquella escultura despegándose de la cruz, avanzando lenta y torpemente hacia él para castigarlo. No queria voltear, no queria verlo, no queria rezar. Llegó un punto en que su vista se volvió borrosa a causa de la cantidad de lagrimas que se acumulaba en sus ojos. Tenía miedo de voltear y que el agonizante Jesús no estuviera en su cruz. Tenía miedo de tener que pasar ahí la noche.

Estaba aterrado, pero aun así no iba a rendirse, Alfred limpio las lagrimas de sus ojos para luego dar una profunda inhalación, el aire dentro de ese cuarto se sentía pesado. ¿Qué es lo que un héroe haría? Con todo su cuerpo temblando, se dio la vuelta para mirar al Jesús crucificado, seguía ahí, clavado a su cruz, y no importaba cuanto se moviera el niño, incluso si se acercaba lo suficiente para tocarlo. No se movería de su sitio.

—Solo es una estatua— Susurro Alfred para sí mismo intentando calmarse.

 Se alejó lo suficiente de la puerta, para luego correr hacia esta y embestirla fuertemente con todo el peso de su cuerpo, la puerta tembló, pero no hizo más que eso, el niño en cambio se mordió el labio para reprimir un grito de dolor. Frotó su brazo dañado varias veces para luego retroceder aún más y correr hacia la puerta, para finalmente volver a embestirla con todas sus fuerzas. Nada más que ruido y un pequeño sacudón, siquiera había una pequeña grieta en la madera, pero nuevamente, su brazo había sufrido un gran daño. Aun asi, siguio repitiendo la acción, saldría de ahí aun si terminaba rompiéndose el brazo

Ya iban doce golpes, el brazo de Alfred se había hinchado, y en algunas zonas incluso tenía hematomas violetas, y ni hablar de las pequeñas astillas de madera que se había clavado, aun asi no se dio por vencido, respiro hondo y con un grito de furia corrió hasta la puerta con la intención de darle el golpe más fuerte hasta el momento, más cuando la toco esta se abrió de par en par, Alfred perdió el equilibro y cayó al suelo. Tardó unos pocos segundos en darse cuenta que había logrado salir, de pronto aquella estatua de Jesús en su cruz no le parecía tan aterradora, ni aquella puerta tan impenetrable, pero el aire que había en el pasillo definitivamente le parecía más fresco que el de la habitacion. Parado junto a la puerta, confundido y en silencio, se encontraba Arthur.

—¿Viste eso?— Preguntó el niño emocionado y con la respiración agitada. —¡La derribe yo solo!— Agrego orgulloso señalandose a si mismo. Arthur lo miró unos momentos y luego se llevó una mano a la boca para contener una pequeña risa.

—No sabia que eras tan fuerte— Dijo escondiendo rápidamente su varita mágica para que el niño no la viera, no queria arruinarle la ilusion. 














Fairytale (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora