Capítulo 40: Encuentro

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No fue igual que cuando sus deseos eran efectuados por una estrella; no hubo humo, no hubo estruendo, ni siquiera se sintió mareado; simplemente abrió los ojos encontrándose en un páramo de árboles y piedra, el cual lentamente iba siendo abandonado por el sol a medida que el ocaso avanzaba. El cielo era naranja, casi rojo, como si estuviese en llamas. Las sombras de los árboles y las piedras se alargaban a contraluz, entremezclándose entre sí y creando negras y grotescas figuras.

Aquel viejo y conocido malestar, fue lo que le dio la bienvenida, haciéndole comprender que se encontraba en el mundo de los humanos. Las náuseas, el mareo, la dificultad para respirar; se tapó la boca para así evitar que la tos escapase de su garganta, pero tal era la violencia de sus espasmos que cayó de rodillas al suelo y se sostuvo de una gran roca frente a él, la cual con el implacable paso del tiempo había sido devorada por las enredaderas, alrededor de la cual alguien había plantado todo tipo de flores silvestres.

Levantó la vista con ojos llorosos y divisó letras grabadas en aquella piedra.

"En memoria de..."

No pudo leer el nombre, puesto que una enredadera lo cubría.

Comprendió en ese instante, que la magia del hada lo había transportado a un cementerio, y que las piedras que veía, eran lápidas. Un repentino terror le invadió, obligándolo a cubrir las palabras grabadas con su temblorosa mano.

Sus ojos no podrían humedecerse más de lo que ya lo estaban, pero al dolor físico de su pecho, se le sumó la sensación de que su corazón había sido estrujado y aplastado hasta romperse, recordó su deseo en voz alta, y posterior a este, las palabras de Lukas.

El solo hecho de pensar en aquella posibilidad le destrozaba por dentro, como aquellas personas que evitan acercarse demasiado al fuego por miedo a quemarse, no se atrevía siquiera a imaginar la idea de forma concisa; incluso luchaba contra su mente intentando evitar que esta uniese todos los cabos... simplemente se negaba a pensar que pudiese existir la posibilidad de que Alfred estuviese muerto.

No podía estar muerto, apenas y tenía diecinueve años, le quedaba toda una maldita vida por delante; de ninguna forma podía haber muerto, de seguro el deseo no había sido bien efectuado y por ende, no se transportó al lugar correcto. Bastaría entonces con desplazarse al lugar donde Alfred se encontrase, VIVO. Claro que tendría que tomar un sin fin de autobuses, pero lo valía, eso sí, apenas podía contener las ganas de vomitar en ese momento, le sería imposible hacerlo sobre esa máquina de tortura con ruedas.

—Disculpe —escuchó una sibilante y tenue voz a sus espaldas. — ¿Es usted un admirador? ¿Se siente bien?

Arthur volteó confundido, esforzándose por tragarse el vómito y serenar su respiración.

Parado frente a él, se encontraba un anciano con anteojos de cristales cuyo grosor era tanto que sus ojos parecían enormemente saltones, el viejito de postura encorvada llevaba una pala en la mano, y una maceta con una planta en la otra.

— ¿A-admirador? —Repitió en cuanto fue capaz de serenarse. —Un momento, ¿Cómo es usted capaz de verme?

—Con estas botellas sobre mi cara —Respondió ingenuamente el anciano señalando sus anteojos. Entonces devolvió su mirada a la tumba, arrugando el ceño con disgusto. —Esas estúpidas enredaderas —exclamó acomodándose los anteojos, para luego acercar su temblorosa y huesuda mano hasta la tumba y arrancar, no sin dificultad, las enredaderas que cubrían el nombre del difunto, dejando así el epitafio completo al descubierto.

"En memoria de Alfred F. Jones."

"Toda tu vida la dedicaste a las estrellas,
ahora finalmente te has convertido en una."

Fairytale (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora