A Pesar De Las Espinas ©

By anafa14

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A pesar de las espinas, el deseo sucumbe ante la tentadora rosa, demasiado atrayente y seductora, hasta que s... More

Pura Maldad de las Flores.
Capítulo 1 Dorados versus Verdes
Capitulo 2 Intimo
Capitulo 3 Conociéndonos
Capitulo 4 Entre Gustos
Capítulo 5 Dame una Oportunidad
Capitulo 6 Novios
Capitulo 7 Sé Mía
Capitulo 8 ¿Qué Me Has Hecho?
Capitulo 9 Escollos
Capitulo 10 Príncipe de las Arenas
Capitulo 11 Al Desnudo
Capitulo 12 Cinismo.
Capitulo 13 Armisticio
Capitulo 14 Confianza
Capítulo 15 Dominada
Capítulo 16 Traición Entre Sabanas
Capitulo 17 Desilusión.
Capitulo 18 Arenas Movedizas
Capítulo 19 Decisiones, Decisiones.
Capítulo 20 Pacto
Capitulo 21 La Alfombra Mágica
Capitulo 22 Londres en Pareja
Capítulo 23 Confía
Capítulo 24 Reacción en Cadena.
Capitulo 25 Secretos del Alma
Capítulo 26 Percepción
Capítulo 27 Pillados
Capitulo 28 La Pandilla
Capitulo 29 Decadencia.
Capítulo 30 Juego Perverso
Capítulo 31 Impacto
Capítulo 32 Villa Biachelli
Capítulo 33 Intrigante Mirada
Capítulo 34 Propósitos Cósmicos
Capítulo 35 Ne me quitte pas (No me dejes)
Entre Espinas
Capítulo 36 Un Paso A La Vez
Capítulo 37 Malo y Bueno.
Capítulo 38 No Queda Nada
Capítulo 39 Un Día Muy Largo
Capítulo 40 Desenmascarado
Capítulo 41 No Llores.
Capítulo 42 Expiación
Capítulo 43 Cuesta Creerlo.
Capítulo 44 Cerrando Ciclos
Capítulo 45 Defendiendo Posiciones
Capítulo 46 De Vuelta Al Hogar
Capítulo 47 Poco A Poco
Capítulo 48 Inseguridades
Capítulo 49 Al Puro Estilo Rock
Capítulo 50 Dramas Fiesteros
Capítulo 51 Cambio de Rumbo
Capítulo 52 Tres corazones
Capítulo 53 Tu Ser en mi Ser.
Capítulo 54 Giros
Capítulo 55 Evadiendo
Capítulo 56 Revelación
Capítulo 57 Temple de Acero
Capítulo 58 Laberinto
Capítulo 59 Catálisis
Capítulo 60 Última línea de defensa
Capítulo 61 Amor sin barreras
Capítulo 62 Apoyo Sin Fisuras
Capítulo 63 Identidad Desvelada
Capítulo 64 Un Hermoso Regalo.
Capítulo 65 Inmenso Amor
Capítulo 66 Lazos De Familia
Capítulo 67 El Tiempo Se Agota.
Capítulo 68 La Vida En Orden.
Capítulo 69 Amar Es Luchar.
Capítulo 70 Nuestro Hogar
Capitulo 71 Al Final Del Día
Pese a las Espinas
Capítulo 72 Un Día Más
Capitulo 73 Tú Lo Pediste.
Capitulo 74 Una Larga Jornada.
Capitulo 75 Inesperado
Capitulo 76 Aquí y Ahora
Capitulo 77 El Arte De La Disuasión.
Capítulo 78 Malas Intenciones
Capítulo 79 Telaraña
Capítulo 80 Némesis
Capítulo 81 ¿Confianza?
Capítulo 82 Ruinas
Capitulo 83 A Riesgo.
Capítulo 84 Preludio.
Capitulo 85 Sombras
Capitulo 86 Señales
Capítulo 87 Otro Más.
Capítulo 88 Careo.
Capitulo 89 En La Misma Medida.
Capítulo 90 En Pedazos El Corazón
Capítulo 91 Escombros Alrededor
Capitulo 92 Impacto
Capitulo 93 Daño Colateral.
Capitulo 95 Salto De Fe
Capitulo 96 Dentro De La Piel.
Capítulo 97 Complot
Capítulo 98 Cuentas Pendientes
Capítulo 99 Se Desvanecen Las Estrellas
Capítulo 100 Eterna Tristeza
Capítulo 101 Héroe A La sombra
Capítulo 102 La Cruda Verdad
Capítulo 103 Mar De Contradicciones
Capítulo 104 En Pie De Lucha
Capítulo 105 Fragmentos
Capítulo 106 Todo o Nada
Capítulo 107 Tan Sólo Un Poco Más
Capítulo 108 Fallo Del Destino
Capítulo 109 Largo Camino A Casa
Capítulo 110 Giros Del Destino
Capitulo 111 Lucha de Poderes
Capítulo 112 Cruzando Puentes
Capítulo 113 Vínculo Eterno.
Capítulo 114 Signos
Capítulo 115 Desbordados
Capítulo 116 Sin Miedo A Nada
Capítulo 117 Antes Que El Diablo Se Entere
Capítulo 118 Rumbos Encontrados
Sin Espinas
Epílogo

Capitulo 94 Eclipse De Luna

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By anafa14

¡Nunca antes había hecho algo como eso!— Exclamo eufórica ya fuera del bar, sintiendo cómo la adrenalina por lo prohibido altera todo mi ser, a tal grado, que se disipan los efectos que provocó el alcohol. Mi pecho sube y baja en un intento de recuperar el aire que se ha escapado de mis pulmones. Vaya que fui arrojada. Y la cara del Casanova, eso sí que no tiene desperdicio. Sonrío al recordar. El sujeto reaccionó simulando estar herido en su amor propio, con la mano en el pecho exagerado dramatismo, mientras Alessandra y yo nos besábamos.

— ¿Y cuál es tu veredicto?— Pregunta mi cómplice, evidentemente orgullosa de su desempeño. Y tiene que estarlo. Le deben conceder el Máster a la que mejor besa. Esta mujer si que sabe besar.

— Es uno de los mejores besos de mi vida.— Admito ruborizada de la cabeza a los pies. Mis mejillas arden y se me eriza la piel.

— Entonces es tu noche de suerte. ¿Quieres seguir experimentando?— Me sonríe y sus ojos brillan divertidos. Oh, Dios. Explayo los ojos con su propuesta.

— Aprecio la oferta. . . pero no estoy lo suficientemente ebria. . . lo siento.— Digo en trompicones, sin ocultar ante ella mi conmoción. 

— Me has dado en mi ego, tía. Me gusta que mis amantes estén en completo domino de sus sentidos, para que después no vengan con la excusa del alcohol.

— Oh. . . lo siento, el eclipse de luna no ha ejercido la suficiente influencia sobre mí.— Le sonrío educadamente. Espero que esté más conforme con la nueva excusa.

— ¿Eclipse de luna?— Pregunta mientras se pone su sobretodo azul a la medida. La noche se siente fría, algo curioso entrando en verano. Hago lo mismo, ponerme mi chaqueta.

— Si, hoy hay un eclipse de luna, lo que explica mi comportamiento.— Ella niega.

— No creo que me besaras por un movimiento interplanetario, más bien creo que lo deseabas. Deseabas probar mis labios.— Asegura, presumiendo de su poder de seducción. Artículo sin pronunciar una palabra. ¿Qué demonios se supone debo decir ante eso?— Vamos, tengo algo que hacer.— Me deja con la palabra en la boca cuando arranca a caminar hacia su Volvo, aparcado al lado del Levante, donde Mateo y Jhon me esperan. La sigo. Mejor así, tampoco sabía qué decirle.

— ¿Qué cosa tienes que hacer?— Averiguo curiosa por la determinación en su andar.

— Voy a buscar a Kika. No pienso estar un día más triste, menos si tengo el remedio en las manos.— Anuncia y sonrío feliz por su decisión.

— ¿Vas a cambiar tu vida?— Nos detenemos a un lado del carro de alquiler.

— Si ese es el precio que tengo que pagar para estar con la mujer que amo, no veo cuál sea el problema. Ella ha estado junto a mí todos estos años, incluso dejando a un lado su profesión, así que es justo que haga el esfuerzo por ella. ¿Y quién sabe? Buscar el equilibrio entre su vida y la mía, sin que ninguna tenga que sacrificar más que la otra.

— Sé que juntas lo conseguirán.— La observo sacar las llaves de su cartera y desactivar los seguros.

— Bueno, no te adelantes, primero tengo que convencerla de que me perdone y mira que es cabeza dura.— Lanza su bolso Chanel al asiento del copiloto y se para erguida entre la portezuela abierta y el vehículo, moviendo el dispositivo de encendido entre los dedos. Es evidente que se ha puesto nerviosa.

— Si te perdonará.— Digo convencida. Yo sí creo en las influencias positivas del eclipse de luna, además ellas son perfectas la una para la otra.

— ¿Cómo tú perdonarás a Gianluca?— Dejo de sonreír. Eso es trampa.

— En nuestro caso es diferente.— Suelto a la defensiva.

— No, Ela, es perdonar, así de simple.— No contesto y ella no agrega más.— Me voy. Luego vendré si es que ustedes persisten con la idea de las remodelaciones. En todo caso me llamaran, supongo.

— Por supuesto, quiero saber cómo va lo tuyo.— Vuelvo a sonreír.

— Cruza los dedos entonces. 

— Lo haré.

 — ¿Un beso de despedida?— Sugiere con malicia.

 — Pero sin lengua.— Le advierto. No imagino besarme con Alessandra frente a Jhon y Mateo.

— Así no vale,— frunce el ceño por un segundo simulando enfado y luego sonríe.— Adiós, Ela, — nos abrazamos como amigas,— busca también ser feliz y recuerda, hay que hacer sacrificios.— Rememora el consejo que hace años me dio y que hoy cobra más fuerza que nunca.

Nos separamos con ojos anegados de lágrimas. Ella se mete rápidamente en su vehículo, incomoda por exteriorizar sus sentimientos. Me quedo viendo cómo el Volvo se aleja por las empedradas calles del Sastri, mientras le deseo toda la suma de felicidad a mi amiga, ella se lo merece. Suelto un suspiro y me dirijo a mi carro con muchas ganas de ir junto a mis pequeños.

En el oscuro y confortable interior del Levante, me concentro en revisar los mensajes en mi móvil, así matar el tiempo hasta llegar a mi hogar. Hay uno en especial que llama mi atención, es de Carla, la niñera, que escribe sobre el mal humor de Lucia, inconforme con mi ausencia. La pequeña ha llorado más de la cuenta y sé ha portado mal a propósito. Oh, mi Lucy, le está afectando lo que ocurre entre su padre y yo.

 — Ya llegamos, señora.— Me alerta Jhon en la parte delantera del vehículo. Por estar concentrada en lo que leía no me percate que ya habíamos llegado a la Villa y que tengo compañía. Nico y Gianluca salen del Jaguar.

— Pájaro de mar por tierra, borrasca segura.— Pienso en voz alta. Los de seguridad me miran como si estuviera loca. Sonrío y salgo del vehículo a enfrentar este nuevo problema.— Pensé que lo próximo en saber de ti, iba a ser a través de tu abogado.— Digo frente a mi esposo. Anda solo de camisa y pantalón, se ha desprendido de la chaqueta y corbata y parece realmente agotado.

— Supe que saliste a tomar unos tragos con Alesandra y quise cerciorarme de que llegarás bien.— Habla en voz baja, pero clara. Éste definitivamente sufre de bipolaridad. Ayer casi me saca a patadas de su carro, sin importar el dejarme en medio de la nada y a mi suerte, y hoy se aparece en la puerta de nuestra casa asumiendo un papel de caballero andante. ¿Qué alguien me explique?

 — Yo también.— Añade Nico, y Gianluca lo aniquila con la mirada por entrometido.

— ¿Y ustedes qué son, mis oficiales de libertad condicional?— Pregunto sonriendo de modo burlón.

— ¿Por qué todo lo tienes que convertir en un puto problema?— Da un paso hacia mí respondiendo a sentimientos inmediatos. Vaya, creo que hoy batió el récord en perder la paciencia. Con apenas un par de segundo juntos y ya quiere ahorcarme.

— Recuerda lo que hablamos.— Le susurra Nico y el italiano afirma regañadientes. Cruzo los brazos sobre mi pecho sonriendo, viendo cómo mi furibundo esposo intenta guardar la compostura. Esto no se ve todos los días. En realidad encuentro la situación muy divertida, debe ser que todavía hay vestigios de alcohol en mi sistema sanguíneo. 

— ¿Puedes simplemente saludar como Dios manda y no ironizando todo?—  Pide con educación. Nico afirma, aprobando el comportamiento de su amigo.  

— Hola, Gianluca. Hola, Nico.— Saludo con dulzura, parpadeando con aires de inocentes colegiala y mostrando la sonrisa más falsa de mi repertorio.— ¿Te parece bien así?— Busco su opinión, mientras Gianluca frunce el ceño.

— Mejor.— Masculla haciendo un extraordinario esfuerzo para no salir con una de las suyas. Aclara la garganta y después agrega.— Mi presencia también obedece a que como comprenderás tenemos que hablar, tratar de resolver nuestros problemas.— Suelta como si le costara ser quien dé el primer paso. Qué orgulloso.— No quiero seguir así, enojado, extrañando a los niños y a ti. ¿Qué dices?— Esto si es sorprendente. O sea que debo asumir que ya desistió de la idea de divorciarse de mí.  

— Supongo. . .— Comienzo a decir, pero me interrumpo con el sonar de mi móvil. Abro mi bolso para sacarlo.— Espera tantito, me están llamando.— Le digo revolviendo dentro de la cartera.

 — ¿Es en serio? ¿En medio de una conversación trascendental y tú no puedes dejar de contestar el maldito móvil?— Eleva su queja dejando caer los brazos a su costado, enojado otra vez. Por el rabillo del ojo veo como Nico lo empuja por el brazo, reprendiéndolo.

— Soy mamá de niños pequeños, no puedo simplemente dejar de contestar el celular cuando estoy fuera de casa.— Digo consiguiendo por fin el dichoso equipo.

— Estamos en casa,— abre los brazos con exageración y mira a su alrededor. Lo ignoro, porque el que me esté llamando Carla me interesa más que preocuparme de no lastimar los sentimientos de un exasperante megalómano. Ahora comienza a sonar el suyo guardado en el bolsillo de su pantalón. Gianluca me mira sacando su móvil y el mismo pensamiento cruza nuestras miradas.

— Es Carla,— le digo.

— A mí me llama Nicolette,— me informa él y con un susto en el corazón activo la llamada en sincronía con Gianluca.

— Carla, ya estamos aquí, ¿qué sucede?— Le pregunto corriendo en dirección a la mansión, siguiendo a Gianluca y Nico, que también entiende la gravedad que resulta de que ambas niñeras nos llamen. 

— Cálmate, Nicollete, para poderte entender.— Le escucho decir a Gianluca.

— ¡Los niños no aparecen!— Exclama mi interlocutora al otro lado de la linea. Me detengo antes de entrar, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

— ¡No es posible!— Ruge Gianluca que asimismo ha recibido la nefasta noticia.

La peor de las pesadilla se ha cumplido, que nuestros hijos sean víctima de un secuestro. Nico abre las puertas y entramos a la villa, cruzamos el recibidor sin detenernos y al pie de la escalera nos paramos, las niñeras están a punto de bajar por ella. Todos finalizamos las llamadas.

— ¡¿Dónde están mis hijos?!— Vuelve a rugir poderosamente Gianluca, subiendo de dos en dos los escalones hasta llegar donde lo esperan las chicas inmóviles, asustadas por el grito. Yo me quedo al pie de la escalera, sin fuerzas para subir.

— Señor, no sabemos.— Contesta Carla, manifestando un poco de valor. Nicolette solo presiona su celular contra el pecho, llorando temerosa.

— ¡No puedes contestarme que no sabes! ¿Dónde se supone se encuentran los de seguridad?— Pregunta enardecido mirando hacia todas partes, supongo que buscando a Angelo y compañía. Mis neuronas trabajan más rápido de lo que puedo manejar esto, así que estoy a punto de entrar en pánico.

— Luca, deja que hablen.— Interviene Nico, que ha llegado a su lado. Yo sigo paralizada del miedo, viendo como una espectadora que siente morir si sus hijos no aparecen. 

— Señor, ¿qué sucede?— Aparece Angelo. Él llega por el salón anexo que conduce al área de servicio, seguido de Marcos, Mateo y Jhon, además Nina y Massiel, que de seguro escucharon el escándalo.

 — ¿Quieres que te explique? Que los niños no aparecen.— Prosigue pegando alaridos como un león enjaulado, mirando a Angelo. El jefe de seguridad parece incrédulo. Nina comienza a llorar cubriéndose media cara con ambas manos, Masiel rodea sus hombros prestándole consuelo, sin embargo, ella manifiesta igual preocupación que la cocinera.

— Imposible, además de ustedes nadie ha entrado ni salido de la propiedad.— Asegura éste, en completo control de si mismo.

— ¡¿Entonces cómo coño se explica que no estén?!— Insiste en mantener su actitud beligerante.

— ¡Cállate!— Ahora soy yo la que grito, sin soportar su actitud beligerante un segundo más. Todos me miran y ven como mis lágrimas corren por mi rostro.— Con gritos no encontraremos a los niños y necesito . . .  yo . . .— Mis palabras fallan, así como mis pierna. No llego a caer al piso por la asistencia de Angelo, que gracias a sus rápidos reflejos me sostiene. Gianluca y Nico bajan corriendo y en un segundo los tengo encima.— Gianluca, necesito a mis hijos, consigue a mis hijos.— Es el ruego de una madre que se ahoga en sus propias lágrimas.  

— Si, amore, yo los voy a conseguir.— Asegura con infinita ternura, acariciando con preocupación mi rostro. 

Extiendo mis manos requiriendo el refugio de su cuerpo; así que me rodea con sus brazos y yo desahogo un poco el nudo en mi garganta, sólo lo suficiente para poder continuar. Todos reunidos al pie de la escalera y más calmados, escuchamos a las niñeras recrear paso a paso los eventos previos a la desaparición de los niños. Es la única manera en dilucidar el misterio. La primera en hablar es Carla:

— Estaban listo para dormir, con sus pijamas puestas, pero GianPaul comenzó a toser un poco y por prevención decidí buscar el humificador en la cocina, así que eso hice, pero los dejé con Nicolette.— Le tira el paquete a su compañera. Oh, no, GianPaul está enfermo. Ahora todos miramos a la francesa, ella con los ojos azules como dos platos y roja a punto de colapsar, arranca a hablar con la presión que ha caído sobre ella.

— Lucia. . . pasó la mayor parte de la tarde de mal humor. . . porque usted no llegaba.— La chica me señala con un dedo tembloroso.

Me aborda la culpa. En vez de estar rumiando mis heridas en el alcohol y coqueteando con gigolos pubertos, debí estar con mis hijos y de seguro no estaríamos en medio de semejante calamidad.

— Ella me pidió que les leyera su cuento favorito, solo que el libro se hallaba en la habitación de la señora, como estas últimas noches han dormido con ella.— Me vende la muy chismosa, con un tonito de mosquita muerta que me hace querer matarla.

— Continúa, no te detengas,— intervengo con rapidez. Pero puedo sentirlo, ese gesto de desaprobación de Gianluca hacia mí. El italiano me ha explicado hasta el cansancio lo impropio que es que los niños duerman en nuestra cama.

— Ella insistió tanto, amenazando en no dormirse, que me vi obligada en ir a buscarlo. Me parece inapropiado entrar en esa habitación en su ausencia.— Se justifica como si alguien se lo estuviera exigiendo, haciéndonos perder el valioso tiempo.

— Seguimos sin entender, Nicolette.— Esta vez señala Gianluca entre dientes, controlándose.

— A eso voy. Fui a la habitación de la señora y al regresar con el cuento ya los niños habían desaparecido— Arranca a llorar otra vez.

— Los niños aún se encuentran en la propiedad.— Angelo concluye con determinación y todos ignoramos a la rubia llorosa.

— ¿Los tendrán escondidos para sacarlos después?— Le pregunto sintiendo un escalofrío, con todas los horrorosas ideas que cruzan por mi mente, que alguien lastime a mis hijos.

— No lo creo, señora, más bien pienso basándome en la información suministrada, que es probable que ellos se hayan escondidos.— ¿Qué? Lo miro con ira. Cómo se atreve a sugerir que mis hijos. . .  Me detengo y recapacito, ellos son capaz de eso y más. 

— ¿Los han buscado por toda la casa?— Gianluca les pregunta a las niñeras, esta vez en mejor tono.  

— Solo por el piso de arriba.— Al escuchar a Carla, Nico corre a buscarlos en el área social. Angelo empieza a hablar por su radio transmisor de pulsera girando instrucciones a los agentes que resguardan el exterior.

— ¿Por qué no le avisaron a Angelo en cuanto notaron su ausencia?— Continúa interrogando Gianluca.

— Pensábamos que era un juego y cuando no los encontramos, decidimos avisarle primero a ustedes entre tanto íbamos a buscar a Angelo para informarle la novedad, y en eso llegaron.— Explica Carla, que de las dos chicas es la que guarda la compostura. A la pequeña francesa le ha caído un hipo y por eso ha dejado de llorar.

— Eso significa que acaban de desaparecer.— Señala Angelo. Gianluca y yo nos abrazamos. Lo que apunta el hombre es una luz de esperanza que nos anima un poco.

Nico regresa muy rápido de su expedición con cara de circunstancia, como nuca lo había visto. Ambas señales no me gustan.

— Nada.— Dice circunspecto. Lo sabía.

— ¿Buscaste en mi taller?— Le pregunto pensando que a Lucia le encanta jugar ahí y suelen utilizarlo como escondite.— Si, en cada rincón y nada. La entrada al sótano está cerrada.— El alma se cae a mis pies. Tenia la esperanza que Nico los consiguiera, no que las posibilidades se agotaran.

— El sótano se mantiene cerrado por precaución,— añade Angelo y luego dirige sus ojos a mí.— Señora, llamelos usted. Al escuchar su voz, es factible que ellos salgan de su escondite, pero no los atemorice, por el contrario, procure animarlos a salir. 

— Sé qué hacer.— Le imprimo seguridad a mi voz y Angelo afirma.

— Perfecto, entonces recorramos toda la mansión nuevamente y luego el exterior.

— Maldición, la noche está muy fría.— Menciona Gianluca con un quebranto de voz, que añade otra preocupación a la ya de por si complicada situación. No había considerados el factor ambiental, así que ruego que los niños no se les haya ocurrido esconderse afuera. 

— Cálmense, señor, los encontraremos antes que algo malo les suceda.— Promete Angelo y si hay alguien que cumple su palabra es él. Yo soy muestra de su capacidad, si estoy viva es gracia a su diligencia.

Todos nos sumamos a la búsqueda de los niños. Nina y Massiel son comisionadas a revisar la zona de servicio y alrededores. Gianluca, Angelo y yo, que los llamo, nos concentramos en el segundo piso, ayudados por las niñeras. Ni siquiera intentamos subir al piso de arriba, la rejilla de seguridad que da acceso a la escalera está cerrada. Sería imposible que ellos se encontrarse ahí. Con la angustia que va en aumento bajamos para probar suerte en el jardín. Me preocupa sobre todo que ya han pasado los suficientes minutos y si están afuera, perfectamente pueden pescar una neumonía o sufrir de hipotermia. GianPaul estaba tosiendo.

En el jardín, dónde está su pequeño parquecito, los llamo una y otra vez y nada sucede. Ahora nos dirigimos al área de la piscina. Gianluca no me suelta en ningún momentos. Los dos abrazados dando mutuo consuelo. En el camino nos encontramos a Nico que viene precisamente de esa área de la Villa. Él niega con facciones sobrias. Y ya no puedo contener las lágrimas, pensado que algo malo les ha sucedido a mis niños. Si se adentraron al bosque lo más seguro es que se perdieron. Son muy chiquitos, fácilmente erraron el camino de vuelta a casa y no saben cómo regresar.

— ¡Lucia, Luca, GianPaul, mami está aquí con el cuento de las hadas, Papino también está conmigo!— Suelto el grito más fuerte que mi alma de madre consigue expulsar.

— ¡Sí, Bambinos, aquí. . . estoy!— Gianluca hace lo mismo, aunque al final se le quiebra la voz.

 — ¡Mami, papi!— Y lo más ansiado sucede, cuando resuena la voz de Lucia. Ella con algo de dificultad aparta las ramas de su escondite improvisado y sale, unos frondosos arbustos de acacias que rodean la fuente. Son tan pequeños que únicamente ellos podrían esconderse dentro de la fortaleza que forma el seto. El milagro se multiplica porque GianPaul y Luca también salen del mismo sitio siguiendo a su hermana. Por suerte los tres traen cubiertos los pies con sus babuchas. Si mi marido no me estuviera sosteniendo, habría terminado arrodillada en el suelo, aliviada al ver a mis hijos aparecer y lo mejor, aparentemente sanos y salvos. Todos los presentes aplauden igualmente aliviados. Gianluca y Nico corren hacia ellos para acortar distancias, y yo como puedo, impulsada por el deseo más que por las fuerzas, también los sigo. El primer en alcanzar a los pequeños es su padre, que carga a Lucia, luego a Luca y por falta de brazos Nico se encarga de GianPaul. Los dos hombres se abrazan con los niños juntos. Así los consigo a los cinco, unidos en una fuerte abrazo.

— Dénmelos, por favor.— Ruego a un lado de ellos, casi sin alientos. Estos terribles minutos de su ausencia minaron mis energías.

Amore, no puedes con ellos.— Afirma Gianluca observando mi falta de fortaleza. Lloro como loca, pero necesito tocarlos, saber que se encuentran bien. Me los entregan, pero ayudándome, pues ellos los mantiene cargados, simplemente yo los arropo en mi pecho sintiendo su cuerpecito y besando sus cabezas una y otra vez. No me canso de prodigar mi amor en forma de besos. Oh, qué alivio, mis bebés han vuelto a mí. Los miro y los tres débilmente me sonríe, lo más preocupante, sus labios morados y ligeramente temblorosos.  

— Gianluca, están muy fríos.—  Expreso alarmada.

— Si, también los note.— Confirma con voz grave.

— Es primordial entrar de inmediato a la mansión y brindarles calor.— Angelo con su habitual eficiencia se hace cargo de la situación y sin perder un segundo más, toma a Lucia entre sus brazos, de manera que Gianluca y Nico se encarga de los otros niños y ganando tiempo que fue el propósito primordial, todos entramos corriendo a la casa. Subimos a la habitación infantil y depositan a los niños en su enorme cama. Ahí el jefe de seguridad sigue esparciendo sus sabios consejos.

— Cierren las puertas, no puede haber corriente de aire y debemos despojarles de estas ropas húmedas. Carla, ocúpate de llamar al pediatra que reside en el pueblo. Dile que en menos de cinco minutos un carro pasará por él y describe con precisión lo que ha ocurrido con los niños.

Cumplimos su ordenes a precisión. Carla sale de la habitación para llamar al pediatra, entre tanto Nico se encarga de correr las cortinas; ya se ocupó de la puerta que da al pasillo y la del baño. Nicolette que ya ha reaccionado, nos echa la mano a Gianluca y a mí a desnudar a los niños. Pasamos a vestirles con ropa seca que el mismo Angelo ha seleccionado de los cajones de su cómoda. Es la que usaron el invierno pasado. Ya con muda abrigada y seca, Gianluca y yo los tomamos entre nuestros brazos y como hicieran apenas unos instante nos abrazamos los cinco, no solo para trasmitirles calor, también un necesario recordatorio de que somos una familia que se ama y se necesita.

— Esperemos afuera, así ellos puedan estar solos.— Sugiere Angelo y lo próximo a escuchar es la puerta al cerrarse. 

— ¿Por que hicieron eso, niños?— El primero en hablar es Gianluca. Yo no he podido, el llanto y la angustia han cerrado mi garganta.

— Queríamos. . . que papino viniera.— Explica un tembloroso Luca. Su sencilla explicación hace que mi llanto pare y sintiendo un poco de rabia, motivada por su imprudencia actúo. Deshago el abrazo y los tres con sus redonda cara desde la cama me miran, sabiendo que están en problemas.

— Con solo llamar a su padre, él habría venido, no había necesidad de que nos dieran este susto.— Sin poderlo evitar, un dejo de regaño se cuela en mi tono de voz. 

— Es que no queríamos que se volviera a ir.— Añade Lucia y esto si me desarma. Es perturbador, mis hijos se expusieron al peligro con el propósito de conseguir lo que mi orgullo no ha permitido, que su padre regrese a casa.

Me levanto y dándole la espalda a mi familia cubro mi cara. El descubrimiento me llena de vergüenza y remordimiento. Es lógico, son niños y no entienden los problemas que atraviesan sus padres. Para ellos lo único que importa es que papá y mamá estén junto; es lo que le proporciona seguridad y yo más que nadie, como hija de un matrimonio que se disolvió a causa de un divorcio, debería recordar el dolor que ocasiona el que tus padres se separen. Pero no, yo en vez de comportarme como adulto responsable, que enfrenta lo sucedido buscando una solución viable, actué con inmadurez y me enfrasque en mis celos y en orgullo.

— Calma, ya están bien, es lo que importa.— Gianluca dice en un tono comprensivo y suave. Lo siguiente que siento es su cálida mano en mi hombro.  Mi italiano piensa que aún lloro afectada por lo ocurrido.

— ¿No entiendes? Todo esto fue mi culpa. Por culpa de mis celos y mi renuencia en resolver nuestros problemas, empuje a mis hijos a cometer una imprudencia que pudo costarle la vida.— Le explico ahogada en llanto, con mi rostro oculto detrás de mis manos.

— No.— Me toma por los hombros y me gira.— Tú no tienes culpa de nada.— Agarra mis manos para descubrir mi rostro, pero se lo pongo difícil. El bochorno no permite que pueda darle la cara.— Vamos, Raffaella, estás preocupando a los niños.— Palabras mágicas que me recuerdan que no puedo seguir perjudicando la psiquis de mis hijos. 

Descubro mi rostro y a pesar que aún lloro sonrío limpiando mi cara para ir junto a ellos, que efectivamente parecen asustados. Me siento en la cama y Gianluca a mi lado.

Mamma, no llores.— Murmura GainPaul acongojado.

— Mami llora de felicidad, porque ustedes están bien y todo se va resolver. Jamás tiene que volver a cometer semejante travesura que fue muy peligrosa.— Les hablo en mejor tono. Ellos explaya sus inmensos ojos asustados, cuando escuchan de mi boca la palabra peligro.

— ¿Nos van a castigar?— Pregunta Luca mirándonos a ambos.

— Mañana hablaremos del asunto.— Responde su padre buscando mi apoyo con la mirada. Yo afirmo. Tampoco quiero ahondar en ese detalle, pero de que merecen un castigo, es indiscutible. 

— Ella invento todo, mamma.— Luca señala a Lucia, la autora intelectualmente.

— Sapo, pero tú le dijiste a Paul que tosiera.— Le recuerda Lucía.

— Ellos me obligaron, mamma.— Salta GianPaul, tirándole el paquete a sus hermanos. Vaya compañeros de fechorías que resultaron mis hijos, con un mínimo de presión sueltan la lengua. 

— Basta los tres, dije que mañana asignaremos castigos iguales para todos.— Advierte Gianluca con cara seria, deteniendo la echadera de dedos.  

Se abre la puerta y entra Nina con una bandeja repletas de tarros de una bebida caliente. Bendita sea. Los niños saltan de alegría, ya olvidando por completo la reprimenda que les espera mañana, solo concentrados en la taza que les hace entrega la sonsacadora cocinera. Descubro que es de chocolate, su bebida favorita. La mujer me mira con desafío. Me reta a decirle algo, pues sabe de sobras que el chocolate a esta hora está prohibido. Sonrío y paso mi brazo al rededor de sus hombros, dándole un merecido beso en la mejilla por el amor que le profesa a mis niños, sin importarle el problema que le ocasione. Hablando de alcahuetes, aprovechando la entrada de Nina, Nico también se cuela a la habitación y se sienta mirando con devoción a sus piccolo diavolo, como beben sin pausa sus chocolate caliente. Aunque el pediatra no los ha revisado y estuvieron expuestos a mucho frío, puedo asegurar, solo con la intuición de una madre que conoce a sus hijos, que la exposición a la intemperie no trajo mayores consecuencias, solo fue un susto y un amargo rato, a Dios gracias.  

......

Entro en mi habitación seguida de Gianluca. Suelto el aire y me dejo caer en la cama. De inmediato me quito la chaqueta y los zapatos. . . ¡Uf. . .! Qué cansada que estoy. Siento que un tren me pasó por encima. Hoy ha sido un día largo y complicado, por encima del promedio de los que últimamente he pasado.  

— Bueno, ya los chicos están dormidos, el doctor los encontró en excelente estado físico, así que lo mejor es que me marche y vuelva mañana.— Sugiere Gianluca con cautela, de pie delante de mí.

Oh, no.

— Me gustaría hablar.— Lo atajo rápidamente, agarrando su mano. De repente me entran los nervios y me sonrojo.— Bueno, si tú quieres, al menos que no quiera. . . Como dijiste. . . que nos extrañabas. . .— Mis palabras se diluyen al final. No debí decir esto último. ¿Pero qué me pasa? ¿Por qué me comporto como colegiala insegura?

— Es que pareces agotada y tienes por qué. De modo que pienso que lo mejor es posponer la conversación para cuando los dos estemos en igual de condiciones. No será fácil.— Baja la cabeza para mirar nuestras manos agarradas. Qué adorable, Gianluca tímido. Me gusta más así, cuando se muestra vulnerables, que lleno de altivez y soberbia, porque cuando lo posee esa arrogancia excesiva, se aleja de mí y tiende a herirme, como ayer.

— El posponer lo inevitable es precisamente lo que originó el que nuestros hijos hoy quisieran llamar nuestra atención.— Insuflo mis pulmones para darme valor.— Y he de admitir que es mi culpa, porque tú insistía en hablar y yo terca no te lo permití. 

— No es del todo cierto, es normal que necesitaras un tiempo para procesar lo que sucedió. . . Más bien mi traición.— Rectifica batiendo la cabeza de un lado para el otro.— Nadie se podría imaginar que los niños se les ocurriera hacer algo como lo que hicieron.— Concede indulgente.

— Yo soy su madre y debería conocerlos, anticipar. . .— Todas las emociones en conflictos de antes salen a la superficie y acabo llorando. Gianluca me suelta para coger mi barbilla, entre su dedo índice y su pulgar, para que lo mire.

— Basta, chiquita, no te tortures más.— Ruega con una mirada rojiza y llena de preocupación. Me hace bien el que me hable y trate con mucha dulzura, haciéndome sentir especial, como antes.— No fue tu culpa. Mira, si a esas vamos, el único culpable fui yo, el que originó todo este desastre. Eramos una familia feliz, con nuestros más y menos, pero verdaderamente feliz y la cague, traicione tu confianza, la de ustedes que son lo más importante para mí. 

— Yo te extraño, te extraño mucho, pero. . .— Oh, no quiero retomar ese escabroso tema, hablar de esa mujer. No quiero retroceder, pero no sé qué más hacer. Cómo explicar lo dolida que me siento. 

— Di lo que sientes, sino, ¿cómo vamos a avanzar? Salir de este maldito atolladero en el que mi estupidez nos ha hundido.— Lee mis pensamientos. El que me dé luz verde para hablar, me presta la confianza suficiente para continuar. Es como dicen: «A veces es conveniente retroceder para avanzar»

— Si hay algo que siempre he admirado en ti, es tu honestidad; era una carta segura, y pensar que ya no sea así, me desarma.— Me detengo con lágrimas a punto de caer y reprimo un sollozo.— No sé cómo volver a confiar en ti, porque esta el hecho que te acostase con otra mujer y eso tortura mi cabeza con la idea que sigues conmigo por costumbre o por nuestros hijos. Yo no quiero eso, no me conformo con tan poco, yo quiero todo, que me ames, que me desees. . . 

— Es a ti a la única que amo. Sólo existes tú, Raffaella, siempre existirás sólo tú.— Responde con rapidez y vehemencia, mirándome directamente a los ojos.

— Entonces, ¿cómo explica que te fueras a la cama con Valentina? A ella le distes lo que se supone solo era mio, tus besos, tus caricias. . .

— Basta, no hagas eso.— Se aleja, dándome la espalda, rehusándose a seguir escuchando, como si mis verdades le lastimaran. Observo como sus hombros suben y bajan, librando una batalla en su interior, entre los remordimientos y la vergüenza.

— Debes escucharlo, porque eso está dentro de mi cabeza, lo que gira y gira en mi interior torturándome.— Se da la vuelta y tiene los ojos muy abiertos, llenos de dolor.— Tú lo eres todo para mí y ahora siento. . .  que no tengo nada.— Se regresa sobre sus pasos, se arrodilla ante mí y con las manos sobre mis muslos me mira. Aprovecho para cubrir sus manos con las mías.   

— Ya veo en su justa medida cuanto te he herido y solo puedo pedirte humildemente que me perdones.— Dice con suavidad, susurrando.— Fui un estúpido y un insensato, pero yo te amo, Raffaella. Y no tienes las migajas, tienes el paquete completo, con mis errores y deficiencia, pero convencido absolutamente de mi amor por ti, aunque hoy mi palabra no tenga credibilidad. 

— ¿Cómo se hace. . . Cómo se hace para pasar la pagina y volver a comenzar después de una infidelidad?— No es un reproche, es una sincera pregunta que emerge de mi alma. Presiona los labios antes de contestar y ese gesto destaca los hoyuelos en sus mejillas, pero el encantador rasgo no se le forma por estar riendo o estar feliz, es por estar pensando, buscando la respuesta a mi pregunta.

— No lo sé muy bien. En mi caso cuando pienso que te besaste con Damian. . . 

— ¡Ay, amigo, entiendo que no te haya gustado enterarte, pero ese beso no es punto de comparación con lo que tú hiciste!— Lo interrumpo sin importarme que nos colguemos en una nueva discusión. Y por increíble que parezca, mi adorado tormento permanece tranquilo.

— Es probable, pero míralo desde mi punto de vista. Resulta que me enteró que mi chica se ha besado con el hombre que más detesto. ¿Cómo se supone que me lo tome? ¿Bien?—  Guarda silencio y yo niego. Tiene razón.— No, ¿verdad? Sin embargo, a pesar de mi orgullo herido vuelvo. ¿Por qué? Porque te amo, Raffaella y mi amor por ti hace que supere las viejas creencias bajo las cuales he sido criado. Sabes a lo que me refiero.— Oh, sí. Su padre le inculcó no confiar en las mujeres, por lo que hizo su abuela, Edrina.— Ahora es tu turno de decidir si tu amor por mí es lo suficientemente grande para intentar superar mi falta. Te ofrezco incluso consultar con un profesional de la psicología, esos que llaman terapeutas de pareja. Contraviniendo otro de mis resquemores.— Propone con la mano en el pecho, con humildad.

Dudo. Es muy bueno para ser cierto.

— Me suena a chantaje emocional.

— Oh, cariño, te aseguro que no voy a jugar limpio. Haré lo que sea para tenerte otra vez conmigo.— Corro los ojos, ignorando su descarada insinuación. No me hará caer. No me hará caer. Me repito como un ritual de hipnosis.

— ¿Cómo lo haríamos? El volver.— Regreso a terrenos más seguros.

— Podría regresar mañana.— ¿Tan pronto?— No dormiría aquí, lo haría en otra habitación, hasta que tú decidas que quieras dormir otra vez conmigo.— Agrega rápidamente, atajando mis resquemor. Frunzo el ceño.

— ¿Eso es todo?

— No, por supuesto. Todas las noches estaré aquí a la misma hora y si tengo que llegar tarde la primera en saberlo seras tú. Conocerás todos mis movimientos, con quien hablo, con quien almuerzo. . .

— ¿Qué te hace pensar que yo quiero eso?— Lo detengo horrorizada.— No, no, me rehúso a convertirme en una esposa acosadora.— Niego constantemente, para enfatizar lo que quiero decir. Aunque es impresionante hasta dónde es capaz de llagar con tal de recobrar mi confianza, me niego a representar el papel de maniática controladora.

— Entonces establece tú las condiciones.— Pasa la pelota a mi cancha. Me tomo unos segundos antes de contestar. Lo cierto es que no me gusta el rol de juez, el que impone una sanción. Sólo quiero que volvamos a ser los mismos, un equipo que se apoya, aunque no siempre esté de acuerdo. Cada uno con su propio estilo que conseguimos acoplar.

— Todas las que dijiste menos la última.— Digo al cabo de un rato.

— ¿Nada más?— Pregunta con un brillo especial en la mirada, como si fuese un niño que en el fondo guarda un secreto que teme sea descubierto. Mmm. . . Pero ¿qué? Esa sería la pregunta. A Menos que sea. . .

— Hay una cosa más.— Digo tentando el terreno, bajo una fuerte suposición. Él abre un poco más los ojos, es mínimo, pero logro detectar esa sutil diferencia.

— Pues dila.— intenta parecer relajado. Pero a mí no me engaña, Gianluca esconde algo.

— No puedes jamás tener contacto con Valentina. De ningún tipo, ni siquiera por medio de una paloma mensajera.— Me mira ceñudo, pero en realidad no parece descontento ni descubierto, más bien pareciera que le da igual.

— Pero sabes que ella tiene unas cuentas pendientes conmigo.— Dice para mi asombro.

— En ese caso denúnciala y deja que las autoridades sean las que se carguen del asunto, así de paso desiste de dártela del Mossad.— Encoge los hombros.

— Por mí está bien. Haré lo que sea necesario para que me perdones.—  Asegura avergonzado. Parece vulnerable como un niño y entiendo que esto le esté constado mucho. Se ve dolido y angustiado. Unas incipientes ojeras, que no vi antes, se notan al rededor de sus ojos rompiendo con su atractivo natural al mostrarlo exhausto. Puedo jurar que ha perdido peso y su imagen no es tan prolija como es habitual en él. En el pasado hemos enfrentado situaciones similares y estaría bien recordar que Gianluca se le hace difícil lidiar con los problemas sentimentales, de allí que le afecte incluso a nivel físico.

— Yo te perdono.— Suelto dejándome llevar por un impulso. Él explaya los ojos.

— ¿En serio?— Parece perplejo. Yo estoy perpleja por lo que acabo de decir. Pero siendo objetiva, si queremos llegar a superar lo ocurrido, pasar la página, ambos tenemos que poner de nuestra parte y ceder en ciertos aspectos. Y lo importante es que yo quiero. Amo a mi esposo, el que ha dado muestras continúas de arrepentimiento y querer enmendar su error, así que elijo perdonarle y seguir con él.

— Si, iremos poco a poco.— Respondo con más seguridad, consciente de mi decisión. Siento que hago lo correcto y por ello estoy feliz.

— A tu ritmo.— Añade con cautela. Está bien que sea cauto ahora mismo.—¿Puedo abrazarte?— Pide de pronto, con un fuego repentino que resurge en su mirada.

— Claro.

No pierde tiempo, más bien como si tuviera miedo de que cambie de opinión, me hace levantar de la cama y me braza con fuerza, cubriendo mi espalda con las dos manos, aspirando el olor de mi pelo. En un abrazo liberador, que deja escapar todo el dolor de los días pasados, de almas que se aman de un modo reverencial. Yo también lo abrazo con fuerza por su cintura, apoyando mi rostro en su pecho. Oh, cuánto lo extrañé. Extrañé su calor, su aroma, sentirme querida como él me hace sentir cuando me presiona a su cuerpo como si necesitara fundirse con el mio y huele mi pelo. Ese era unos de mis grandes miedos, el perder ese lazo invisible que nos atan y lo hace mío de la misma forma que yo soy suya, en amor, en lo bueno, en lo malo, en nuestros problemas, en el sexo. Oh si, sobre todo en el sexo. Así como mis pensamientos cambias de rumbos, puedo asegurar que Gianluca se encuentra en la misma sintonía que yo, porque la naturaleza del abrazo cambia, incluso se aventura a ir más allá. Sus manos bajan hasta mi culo y me aprietan los glúteos.

— Oye, que no se permite manosear.— Levanto la cabeza para mirarlo y lo consigo sonriendo levemente; sus labios se curvan en una sonrisa sensual y llena de promesas lascivas. Promesas en las que muero por caer.

— Que yo sepa entre las condiciones que impusiste no se acordó el que mantuviera mis manos alejadas de ti.— Dice con una feliz expresión de satisfacción y sus ojos brillan de diversión; ya no queda rastro de su vulnerabilidad. Ahora trata de subirme el vestido. Abro la boca ante tal descaro. A eso se debía su sonrisa de niño travieso. Le doy un manotazo en el brazo.

— Biachelli, eso es jugar sucio.— Le reprocho fingiendo desaprobación.

— Ya te dije que no me importa jugar sucio, con tal de recuperarte.— Ahora los ojos de Gianluca lanzan llamaradas calientes, llenos de malas intenciones. Lo conozco, sé lo que esa mirada significa, y me conozco, sé que siempre caigo a merced de sus habilidades seductoras. Mi fuerza de voluntad es nula cuando Gianluca se propone llevarme a la cama.— ¿Entonces dónde lo hacemos, en la cama, en la ducha o en el sofá? O podemos recorrer los tres lugares empezando por el baño y terminando en nuestra cama.— Propone y ardo de
deseo, imaginándonos en esas funciones. ¿Acaso seria tan malo?

Pero una parte de mí, pequeña y oculta, me advierte que no seria sensato saltar al sexo, no sin antes decirnos todo. Cuando menos entender por qué me fue infiel. Ese punto en específico me sigue atormentando. Oh, pero si no lo deseara como lo deseo, de seguro mi sentido común libre de la malsana influencia de la libido, ejercería control absoluto sobre mis decisiones, alejando la tentación de darle riendas suelta a la pasión que nos abraza. El deseo y la duda crean un conflicto interno, en un duelo en el que lo carnal tiene las de ganar.

— ¿No decides? Pues tendré que hacerlo yo.— Resuelve él, con voz cargada de testosterona.

Se apodere de mis labios resuelto en beber mis dudas. Mete la lengua en mi boca y yo me rindo a su ardiente beso. Me cuelgo de su cuello y en puntillas me decido en hacer a un lado mis temores, únicamente concentrada en cómo su lengua despierta de modo voraz y vibrante mi feminidad; cómo sus manos calienta mi interior con caricias que rozan toda mi espalda. Estoy completamente entregada a la voluntad de este hombre, sus ávidas manos da una clara idea de lo qué piensa hacer conmigo.

Oh, espero no arrepentirme.  

Próximo Capítulo: Salto de Fe.

¿Habrá reconciliación?
Con este par nunca se sabe.

Hasta el próximo capítulo y si les gustó presionen la ⭐

😘


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