Recién Cazados © (Borrador de...

By R1Aguirre

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Sinopsis
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte 11
Parte 12
Parte 13
Parte 14
Parte 15
Parte 16
Parte 17
Parte 18
Parte 19
Parte 20
Parte 21
Parte 22
Parte 23
Parte 24
Parte 25
Parte 26
Parte 27
Parte 28
Parte 29
Parte 30
Parte 31
Parte 32
Parte 33
Parte 34
Parte 36
Parte 37
Parte 38
Parte 39
Parte 40
Flashback
Parte 41
Parte 42
Parte 43
Parte 44
Parte 45
Parte 46
Parte 47
Parte 48
Parte 49
Parte 50
Parte 51
Parte 52
Parte 53
Parte 54
Parte 55
Parte 56
Parte 57
Parte 58
Epílogo
Librerías
♥IMPORTANTE♥

Parte 35

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By R1Aguirre



No sé qué es lo que me da más miedo de estar con Natalie, el hecho de que esté disfrutando mi tiempo con ella o el temor de gozar tanto de su compañía hasta tal punto que no pueda volver atrás. Que sentarme frente a la chimenea contando cualquier estupidez que la haga reír mientras tomamos una copa de vino, se haya convertido en mi nuevo pasatiempo favorito. Que viajar en auto por algunas horas, mientras charlamos y escuchamos sus canciones preferidas, sea algo con lo que me sienta extrañamente cómodo.

Tal vez, solo sea la impresión de encontrarme a una mujer que se ría tanto con mis historias, alguien con quien puedo ser yo sin preocuparme por el mal olor de mis axilas luego de una pesada rutina de gimnasio. Me da temor acostumbrarme a eso y luego verla partir, quedarme con un hueco en el pecho comiendo helado y cantando canciones de los BeeGee's. Ahora me será imposible no comparar mis siguientes citas con ella, se me hará difícil, por sobre todo, no pensar que a Natalie no le importa lo material ni los restaurantes lujosos, porque ella no es así y ni si‑quiera sé que pueda regalarle a una mujer como ella. Comienzo a googlearlo.

"¿Qué regalarle a una mujer que no le impresiona lo caro y fino?"

Suelto un suspiro, largo y pesado, cuando más de cien mil coincidencias apuntan a una cena romántica, ruedo los ojos y miro la barra del buscador, comienzo a teclear algo nuevo siendo más específico:

"¿Qué regalarle a una mujer que no le impresiona lo caro y fino, que no sea romántico, por favor?"

—David —de pronto, la rasposa voz del viejo Steve me estremece y casi me caigo de la banqueta que estoy. Me espabilo de inmediato, aclaro mi garganta y llevo la vista en su dirección esbozando una forzada sonrisa mientras guardo mi teléfono celular—. ¿Te acuerdas de este viejo de vez en cuándo?

—No te pongas romántico, Steve —él suelta una leve carcajada y le extiendo un pedazo de pastel de manzana, que Natalie había hecho esta mañana —te traje algo.

—Se ve bien, pero mi problema de diabetes... ¡a la mierda! ¿quién quiere pies? Dame eso —el viejo Steve hace que una risa se me escape y toma el recipiente que trae el pastel y camina en dirección de la puerta que va hacia la cocina; solo dos minutos después está de regreso con dos cuchara en manos y me extiende una. Tira de una banqueta y se sienta frente a mí del otro lado de la barra.

—¿Dónde está tu chica? —le pregunto, el viejo esboza una sonrisa. Reposa su mano sobre la barra y me mira.

—Hoy tendremos nuestra cuarta cita.

—¿Qué? —no puedo evitar reír. El viejo Steve lleva un pedazo de pastel a la boca y asiente con su cabeza —¿Cuándo diablos pasaron las otras tres citas?

—Ni siquiera yo lo sé —Steve tiene una sonrisa de oreja a oreja, que me hace reír aún más por el hecho de imaginármelo a él en una cita—. Estoy nervioso, hasta me tomé un relajante muscular.

—Steve ¿Por qué tomas relajantes musculares si no tienes músculos? —él me mira con desaprobación, niega con su cabeza sin despegarme sus pequeños ojos furiosos de encima, finalmente esboza una sonrisa y continúa comiendo el pastel.

—Voy a casarme con esa mujer —suelto un suspiro y contengo la risa porque no quiero decir algo de lo que en estos momentos pasa por mi mente —y tú vas a ser el padrino de mi boda.

—Steve, ¿si recuerdas la edad que tienes?

—Por supuesto, tengo una vejiga que no me permite olvidarlo —definitivamente hablar con el viejo Steve es la mejor terapia para un mal día. Aún recuerdo que él fue quién se quedó conmigo luego de los funerales de mis padres, aún en el peor momento me hacía sacar una sonrisa.

Con la cuchara que me había extendido hace unos minutos, corto un pedazo del pastel y lo llevo a mi boca, a pesar de haber comido un buen pedazo antes de irme a trabajar, podría comerme otro porque debo admitir que Natalie es una excelente repostera.

—Oye, esto sabe bien —menciona Steve y asiento en respuesta, es justo lo que estaba pensando pero no voy a decirlo —te lo dije, la mujer que todo hombre desea tener.

No digo nada en ese momento, no tengo que decir, no puedo ni siquiera llevarle la contraria en esto porque sé que, muy a mi pesar, es verdad.

—Sabes... tengo los papeles de divorcio —hago una pausa, ni siquiera miro el rostro de Steve y ni siquiera quiero imaginarme su gesto—, no tengo idea de cómo decirle a Natalie, no sé cómo se lo pueda tomar o si...

—No lo hagas —dice interrumpiéndome, ruedo los ojos y suelto un suspiro.

—Hablo en serio Steve, necesito un consejo.

—Yo nunca he estado casado, así que nunca tuve que divorciarme jamás en mi vida. Soy la última persona que puede darte un consejo —bufo—, a ver —dice, dejando la cuchara a un lado del recipiente justo sobre la barra —¿Qué es lo que más te preocupa?

Me detengo a pensar en esa pregunta, lo que hace unas semanas deseaba más que cualquier cosa era que llegara ese día que tendría lo papeles de divorcio en mis manos, ahora quisiera hacerlos desaparecer. Intento convencerme que lo que siento ahora es sólo porque no quiero ser parte del grupo de personas que han abandonado a Natalie y es lo que le digo a Steve.

—No quiero formar parte del grupo de personas que la han abandonado, Steve. No quiero ser una estadística más en su vida, ella no se merece eso.

—Entonces no te divorcies —una risa desganada se escapa de mis labios y negando con mi cabeza vuelvo mi atención al pedazo de pastel frente a mis ojos —puedes arrepentirte.

—Steve, Natalie y yo no somos el uno para el otro.

—David —dice, casi como un suspiro —no existe el amor destinado, existe el amor humano, ese que se construye a diario, el que hay que luchar para sacarlo adelante.

No digo nada por unos segundos que para mí, se convirtieron una eternidad. Otra vez me encuentro sin qué decir ni qué hacer, pero lo intento disimular y tomando una pose más relajada digo lo siguiente:

—Tantas cursilerías me dan jaqueca, Steve.

Para mi suerte, su atención se quita de mi persona y se centra en la entrada del bar al momento que la campana anuncia la llegada de un cliente al establecimiento de Steve. Él se pone de pie para atender a quién sea que haya entrado y busco mi teléfono celular para citar a Natalie en algún lugar para decirle sobre el divorcio, porque tarde o temprano tengo que hacerlo.

—John, amigo ¿Qué te trae por acá? —escucho la voz rasposa del viejo Steve, no presto atención a lo que dice exactamente la voz masculina porque mi mente está centrada en todos los pensamientos que se me atraviesan y en lo que debo o no hacer ahora.

Juego con mi teléfono entre mis manos pero viendo hacia un punto en específico sobre la barra. Regreso mi vista al teléfono celular y antes de que pueda armarme de valor y escribirle un mensaje sobre el lugar donde vernos, un texto de su parte me interrumpe.

De: Constanza

"Lo he conseguido"

Sus palabras me hacen fruncir el ceño y de inmediato escribo mi respuesta con una pregunta sobre qué es lo que ha conseguido, miro la pantalla de mi teléfono por unos segundos que, hasta pude contar, de lo rápido que su réplica ya está en mi pantalla; mis ojos se mueven de manera ágil y precisa por cada palabra que contiene el mensaje.

De: Constanza

"El empleo, David. En el programa, el que hablamos el otro día"

Me toma un segundo cambiar de gesto y esbozar una sonrisa. Y en solo un instante estoy deslizando mis dedos sobre el aparato electrónico para enviar mi respuesta.

Para: Constanza

"Te lo dije"

No espero su texto de regreso, sólo chequeo mi reloj y me doy cuenta que esta es la hora que ella ya está en casa. Me pongo de pie y me despido de Steve con un gesto de mano, él esboza una sonrisa y hace lo mismo. Salgo del bar y en unos pocos minutos ya estoy en mi auto.

Me toma algún cuarto de hora o más llegar a casa, ni siquiera me importan las calles abarrotadas y las filas en los semáforos. Efectivamente, cuando llego ella está ahí, su auto es el primero en saltar a mi vista y luego la observo salir por la puerta principal, me sonríe y estaciono mi auto para ir en su dirección, pero no me espera, ella ya está ahí cuando bajo del coche, a unos cuantos metros, a paso rápido acorta nuestra distancia y sinceramente, su siguiente acto, sorpresivo y acogedor, me toma por sorpresa. Su pequeño cuerpo se estampa contra el mío y sus piernas, fuertes y firmes, se envuelven en mi cintura. Algo cálido me llena el pecho, algo indescriptible me llena de una emoción aterradora. La rodeo con mis brazos, dice tantas palabras que me hacen escapar una risa, camino con ella aún a horcajadas, me alegra verla feliz, tanto así que mi mente olvida por completo lo que tengo por decirle y deseo guardármelo, hasta que sea un momento más apropiado.

—Bueno, esto tenemos que celebrarlo —digo y se le escapa una risa. Su rostro queda muy cerca del mío, tanto así que nuestras narices se rozan, soy incapaz de moverme y ella se percata de nuestra cercanía pero no se inmuta, se queda ahí con nuestros rostros así de cerca, tan cerca que siento el aroma a fresas que desprende su labial. Me aterra que este nivel de cercanía me agrade tanto.

—Tengo que contarle a Alex —dice, y sus pies de inmediato tocan el suelo, dejándome confundido y con los pensamientos desbocados, aclaro mi garganta y finjo buscar algo entre los cojines de mi sofá, aunque no tengo idea qué carajo inventar que se me perdió por aquí.

—¿No le habías contado? —pregunto, intentando sonar indiferente, detiene el tecleo en su celular y me mira, aclarando su garganta vuelve la mirada a su teléfono.

—Cuando me lo confirmaron, fuiste la primera persona que pasó por mi cabeza —por un instante nuestras miradas se conectan, no sé como sentirme con esa declaración; no sé, siquiera, qué decir —¡Oh por Dios! No le cuentes eso a Alex, va a odiarte.

Eso me hace reír, ella también se ríe. Se aleja mientras continúa escribiendo en el aparato y solo minutos después trae un sobre en manos. Su celular lo deja dentro del bolsillo de su vaquero y me extiende algo que por un momento siento temor de lo que pueda ser, pero ella tiene una sonrisa amplia, así que no sé si sentir alivio o más terror.

Abro el sobre despacio, sin despegarle los ojos de encima porque esa sonrisa se me antoja macabra, miro el interior del pequeño paquete y me percato del porqué de su expresión.

Son dos tickets.

Bien pudieron ser reservaciones para un hotel en Los Hamptons, o unos días en alguna playa exótica en México, pero no, son dos putos tickets para lanzarse de un paracaídas.

—Mañana a las diez.

—No, ni de coña, Natalie Constanza. Ni de coña.


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