A Pesar De Las Espinas ©

By anafa14

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A pesar de las espinas, el deseo sucumbe ante la tentadora rosa, demasiado atrayente y seductora, hasta que s... More

Pura Maldad de las Flores.
Capítulo 1 Dorados versus Verdes
Capitulo 2 Intimo
Capitulo 3 Conociéndonos
Capitulo 4 Entre Gustos
Capítulo 5 Dame una Oportunidad
Capitulo 6 Novios
Capitulo 7 Sé Mía
Capitulo 8 ¿Qué Me Has Hecho?
Capitulo 9 Escollos
Capitulo 10 Príncipe de las Arenas
Capitulo 11 Al Desnudo
Capitulo 12 Cinismo.
Capitulo 13 Armisticio
Capitulo 14 Confianza
Capítulo 15 Dominada
Capítulo 16 Traición Entre Sabanas
Capitulo 17 Desilusión.
Capitulo 18 Arenas Movedizas
Capítulo 19 Decisiones, Decisiones.
Capítulo 20 Pacto
Capitulo 21 La Alfombra Mágica
Capitulo 22 Londres en Pareja
Capítulo 23 Confía
Capítulo 24 Reacción en Cadena.
Capitulo 25 Secretos del Alma
Capítulo 26 Percepción
Capítulo 27 Pillados
Capitulo 28 La Pandilla
Capitulo 29 Decadencia.
Capítulo 30 Juego Perverso
Capítulo 31 Impacto
Capítulo 32 Villa Biachelli
Capítulo 33 Intrigante Mirada
Capítulo 34 Propósitos Cósmicos
Capítulo 35 Ne me quitte pas (No me dejes)
Entre Espinas
Capítulo 36 Un Paso A La Vez
Capítulo 37 Malo y Bueno.
Capítulo 38 No Queda Nada
Capítulo 39 Un Día Muy Largo
Capítulo 40 Desenmascarado
Capítulo 41 No Llores.
Capítulo 42 Expiación
Capítulo 43 Cuesta Creerlo.
Capítulo 44 Cerrando Ciclos
Capítulo 45 Defendiendo Posiciones
Capítulo 46 De Vuelta Al Hogar
Capítulo 48 Inseguridades
Capítulo 49 Al Puro Estilo Rock
Capítulo 50 Dramas Fiesteros
Capítulo 51 Cambio de Rumbo
Capítulo 52 Tres corazones
Capítulo 53 Tu Ser en mi Ser.
Capítulo 54 Giros
Capítulo 55 Evadiendo
Capítulo 56 Revelación
Capítulo 57 Temple de Acero
Capítulo 58 Laberinto
Capítulo 59 Catálisis
Capítulo 60 Última línea de defensa
Capítulo 61 Amor sin barreras
Capítulo 62 Apoyo Sin Fisuras
Capítulo 63 Identidad Desvelada
Capítulo 64 Un Hermoso Regalo.
Capítulo 65 Inmenso Amor
Capítulo 66 Lazos De Familia
Capítulo 67 El Tiempo Se Agota.
Capítulo 68 La Vida En Orden.
Capítulo 69 Amar Es Luchar.
Capítulo 70 Nuestro Hogar
Capitulo 71 Al Final Del Día
Pese a las Espinas
Capítulo 72 Un Día Más
Capitulo 73 Tú Lo Pediste.
Capitulo 74 Una Larga Jornada.
Capitulo 75 Inesperado
Capitulo 76 Aquí y Ahora
Capitulo 77 El Arte De La Disuasión.
Capítulo 78 Malas Intenciones
Capítulo 79 Telaraña
Capítulo 80 Némesis
Capítulo 81 ¿Confianza?
Capítulo 82 Ruinas
Capitulo 83 A Riesgo.
Capítulo 84 Preludio.
Capitulo 85 Sombras
Capitulo 86 Señales
Capítulo 87 Otro Más.
Capítulo 88 Careo.
Capitulo 89 En La Misma Medida.
Capítulo 90 En Pedazos El Corazón
Capítulo 91 Escombros Alrededor
Capitulo 92 Impacto
Capitulo 93 Daño Colateral.
Capitulo 94 Eclipse De Luna
Capitulo 95 Salto De Fe
Capitulo 96 Dentro De La Piel.
Capítulo 97 Complot
Capítulo 98 Cuentas Pendientes
Capítulo 99 Se Desvanecen Las Estrellas
Capítulo 100 Eterna Tristeza
Capítulo 101 Héroe A La sombra
Capítulo 102 La Cruda Verdad
Capítulo 103 Mar De Contradicciones
Capítulo 104 En Pie De Lucha
Capítulo 105 Fragmentos
Capítulo 106 Todo o Nada
Capítulo 107 Tan Sólo Un Poco Más
Capítulo 108 Fallo Del Destino
Capítulo 109 Largo Camino A Casa
Capítulo 110 Giros Del Destino
Capitulo 111 Lucha de Poderes
Capítulo 112 Cruzando Puentes
Capítulo 113 Vínculo Eterno.
Capítulo 114 Signos
Capítulo 115 Desbordados
Capítulo 116 Sin Miedo A Nada
Capítulo 117 Antes Que El Diablo Se Entere
Capítulo 118 Rumbos Encontrados
Sin Espinas
Epílogo

Capítulo 47 Poco A Poco

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By anafa14

Envuelta en una mullida toalla entro al amplio vestir de Gianluca. Sonrío al ver mis vestidos colgados en el lado izquierdo del vestidor, los mismos que me comprara entre Londres y París. Gianluca me ha cedido espacio para que pudiera organizar las cosas que traje conmigo, las que junto a Massiel me dedique a ordenar toda la bendita tarde. En esta oportunidad tampoco fue mucha la ropa que empaque, pero algo fue. El resto Lina aseguró que la embalaría junto con mis otras pertenencias y me las hará llegar a través del servicio de encomienda de Liguria Services.

Miro a mi alrededor y observo el lujo que me rodea. Es un ambiente donde el cuero y la madera son los protagonista del elegante espacio. No puedo creer el giro que dio mi vida. Hace un semana atrás estaba en mi pequeño y modesto apartamento, soltera, a medio vivir y ahora me hallo en Italia, conviviendo en pareja con el hombre que amo y ajustándome a mi nueva realidad. Siempre sucede así con Gianluca, su presencia todo lo cambia, como una revolución que modifica el orden de las cosas, así me ha sucedido, trayéndome a su enorme vestidor de estantería simétrica e iluminada. En el centro una unidad con gavetas, que resguarda su colección de yuntas, relojes y otros accesorios. Imagino que es uno de los muchos beneficio de tener tanto dinero, al que tendré que irme acostumbrando. Suspiro y me concentro en decidir qué usar. Busco entre los vestidos y tropiezo con el verde oliva. Lo estaba usando en la ocasión que Gianluca se presentó en el restaurante de la revista, acompañado con la anoréxica que confundí con su amante. Amplio mi sonrisa pues es el elegido.

Mientras ajusto el cinturón metalizado a mi cintura, pienso que no tengo la menor idea de lo planeado para la cena, en cualquiera de los caso el bonito vestido lucirá, si simplemente nos quedamos a comer aquí o si decimos salir a un restaurante. Explayo los ojos. ¡Carajos! Se me olvidó preguntar a Gianluca sobre ese punto, por ende no le confirmé a Constanza sobre nuestro planes y lo más seguro es que no hayan preparado nada.

¡Me lleva!

Es que con nuestro último altercado tampoco me provocó hablarle. Y vuelvo al tema que he tratado de evadir toda la tarde, la desagradable discusión. Definitivamente no soporto a la mujer. Lo más sano para todos es que ella renuncie y se largue de esta casa de una buena vez, pero la muy. . . está como amalgamada a la villa. Es uno más de sus sillones o cuadros, según parece, así que veo poco probable que renuncie.

— ¡Que fastidio de mujer!— Me quejo frustrada. Me monto de mal humor en los zapatos de tacón.

— ¡Querida, llegué a casa!— Escucho la alegre voz de mi italiano.

¡Por fin llegó! Instauro una sonrisa que rivaliza con la de mis simpatía y salgo del vestidor a recibir a mi galán de ébano.

— Hola, amor.— Lo observo cómo afloja el nudo de su corbata, ya sin chaqueta.

— Mira que linda estás,— dice recorriendo mi silueta de arriba a bajo, con una mirada encendida de deseo.

— ¿Te acuerdas de este vestido?— Agarro la falda para ampliarla y me meso de un lado otro.

— Por supuesto, te aprete contra mi cuerpo para sentir tus enormes tetas y luego tuve que ir al baño del restaurante y jalar mi polla mientras soñaba que te las comía. Fue uno contra cinco con el inevitable resultado— Me cuenta mientras además escenifica lo que hacía en el baño.

— ¡Oh por Dios, demasiada información!— Exclamo escandalizada con los dedos presionando mi sien y mirando al piso para no ver lo que hace. Escucho su vibrante risa retumbar en la habitación. Este hombre cree que está en el metro. Se acerca y me abraza.

— Hueles muy bien, tu blanca piel se siente suavecita.— Acariciar mis brazos desnudos con sus largos y habilidosos dedos, y me produce una deliciosa sensación entre escalofrío y cosquillas.

A continuación se inclina para aferrarme por las piernas, por debajo de mi trasero y de esta forma me alza y lleva hasta la cama donde ambos nos tumbamos, él sobre mí y nos comenzamos a besar. Qué bien que llegó. Pienso en medio del beso y ahora entiendo que lo extrañé, su calor, su olor.

— Si no tuviera tanta hambre te follaría de inmediato, pero necesito fuerzas para rendir.— Explica terminando el beso.

— Y no queremos que falles.— Guiña un ojo y se levanta dejándome sobre la cama y deseando más.

— Sería imperdonable, y dime ¿qué hay de cenar?— En cuanto escucho su pregunta me incorpora para quedar sentada. Gianluca espera al pie de la cama.

— Bueno. . .  lo que sucede es que. . . olvidé ese detalle.— Sin más remedio confieso con las mejillas encendidas, sintiendo que salí reprobada en mi primera prueba como ama de casa.

— ¿No lo hablaste con Constanza?— Tranquilo pregunta, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón.

— Hablar, si hablamos, pero. . . 

— Descuida, no hay problema. Voy a bajar para pedir que nos preparen algo rápido.— interrumpe sin darle mayor importancia al asunto.

¡Uf, qué alivio!

— Te prometo que no sucederá otra vez. Es que yo por lo general no ceno, llego de la tienda, me ducho y directo a dormir. Me ayuda a mantener la línea.

— No es una rutina sana, tu metabolismo necesita que ingieras comida para activarse, a la larga engordarás simplemente por tomar agua.— Claro, él lo dice porque coma lo que coma sigue siendo flaco.

— Siempre me ha funcionado,— encojo los hombros sin ver el problema.

— Porque eres joven, pero bueno, a mí me gusta comer bien, sono italiano.— Sonríe con brillantes ojos y yo le hago una mueca.

— ¿Sabes? Eres italiano según te convenga.— Reprocho recordando las veces que me ha dicho lo contrario.

— ¿De dónde sacas eso?— Arruga la frente.

— ¿Te recuerdas cuando te mencioné la famosa frase: Dolce far niente (El placer de no hacer nada)? Pues en esa oportunidad dijiste que no eras muy italiano.

— ¡Bah!— Desdeña con aires displicente,— de cualquier modo lo importante aquí es organizarnos. Me gusta que te mantengas en la línea, pero eso no implica que mates de hambre, con una alimentación balanceada y una buena rutina de ejercicios es suficiente. Sabes que tenemos un gimnasio y de ahí puedes alternar con la piscina, y te aseguro que no tendrás jamás problema de sobrepeso y lo mejor, sin sacrificar el comer, algo que sé te encanta.— Termina sus recomendaciones ligeramente inclinado sobre mí, batiendo las cejas, presumiendo como un experto en cuidado personal. No muy convencida lo miro.

— Gracias por las sugerencias, lo que sucede es que soy más de pilates, ya sabes, aeróbicos.

— Por supuesto, para tener la excusa de coquetear con un puto monitor como el capullo por el que te morías.— Gruñe recordando a Ricardo. Lo miro atónita, encuentro exagerado su reacción, sin dejar a un lado lo ofensivo de su insinuación.

— Qué absurdo eres.— Reprocho.

— ¿Absurdo? Fue frente a mis narices y si no te sacó a rastra de ese bar, habrías terminado en la cama con el bastardo.— Termina rugiendo, recordando el episodio y ofendida lo empujo para levantarme de la cama, en pie de lucha, a defenderme de la calumnia vertida sobre mí.

— Oye, que yo no me voy a la cama con cualquiera. Te recuerdo que precisamente en esa ocasión tú quisiste que tuviéramos sexo, en la parte trasera del vehículo y a pesar de estar borracha, drogada y loca por ti, no sucumbí a la tentación.— Le enumero una a uno los hechos que al parecer ha olvidado. Gianluca sonríe con amplitud, tomándome por sorpresa, sobre todo al asir mi cintura, acercándose a mi cuerpo.

— ¿Ya estabas loca por mí?— Como buen egocéntrico sólo enfoca su atención en sí mismo y lo peor es que refuerzo su comportamiento narcisista.

— Sabes que estoy loca por ti desde que afortunadamente tropezamos.— Vuelvo a utilizar como recurso el pasado y recibo como recompensa a mi incentivo su ferviente mirada. La atmósfera entre los dos cambia y se causa de una electrizante y expectante anhelo.  

Raffaella.— Dice mi nombre de ese modo único, que solo él consigue pronunciar y nuevamente me estrecha contra su cuerpo. Hunde su mano en mi pelo y tira de él para echarme la cabeza hacia atrás, su otra mano se desliza al final de mi espalda. Me besa. . . un beso largo, vehemente y apasionado, invadiendo mi boca con su lengua. Su respiración se acelera, su ardor, su erección. Ahora soy yo quien le engancha el pelo y lo amarro a mí, en un duelo de pasión. Lo deseo aquí, ahora, en nuestra cama. Se aparta y me mira con ojos repletos de cruda sensualidad y arrogancia. Me deja sin aliento y más con lo que a continuación dice.— Yo no quiero un «para siempre» de unos meses, yo quiero un «poco a poco» que nunca acabé. ¿Te acuerdas?— Acaricia mi rostro, haciendo mención de nuestros votos de amor. Sonrío.

— Si.— Concedo sin dejar de hundirme en su oscura mirada, de la que soy presa.

— Fíjate, aquí estamos, arreglando nuestro problemas.—  Dice socarrón y me suelta. 

Riendo lo observo salir de la habitación, luego regreso al vestidor para terminar de arreglarme. Mirándome la espejo medito sobre el hecho que el hombre es una vorágine de sentimientos dispares. En un segundo explota, para después volverse apasionado y ese mismo trayecto termina siendo tierno. Es tan confuso, no me deja margen para digerir cada sentimiento por separado. En un instante estoy en un sitio y en el siguiente me hallo en el extremo opuesto. Al parecer me encuentro recorriendo una montaña rusa emocional. 

Después de aplicar un ligero maquillaje y peinar mi melena, me dispongo a salir de la habitación para alcanzar a mi amado, pero en medio camino hace entrada a la habitación y avienta la puerta con brusquedad, cerrándola de golpe. Acompaña su violento ademán con un rostro de los mil demonios. Creo que estoy otras vez montada en uno de los cochecitos, lista para iniciar otro vertiginoso recorrido.

— ¡Raffaella, explícame que fue lo que sucedió!— Obviamente se refiere al altercado con lamescroto y seguro ella se lo contó a su manera, quedando como la víctima y por supuesto yo la villana. Aprieto los puños al comprender que la dejé tomar ventaja, debí caerle un paso adelante y ser yo quien le contará a Gianluca sobre el incidente, pero por negligente no lo hice, en consecuencia se ha generando un problema mayor.— ¡Estoy esperando!— Me mete presión impaciente, sacándome de mi aislamiento. Respiro y con tranquilidad me defiendo.

— No sé en qué contexto te lo dijo, pero te aseguro que Constanza malinterpretó mis palabras.

—  Por curiosidad, ¿crees que su confusión se derivó ante o después de mencionar lo de su vagina atrofiada?— Abro los ojos alarmada, al constatar que la sapa no se guardó nada.

— ¡Esa arpía como siempre manejando todo para quedar cual inocente corderito, mientras yo soy la mala de la película!— Exploto enojada con los puños a mi costado.

Por Dio, mujer, me prometiste que trataría de llevar la fiesta en paz. ¿Dónde quedó tu promesa?— Pregunta exasperado, enterrando las manos en su cabellera. Yo doy un paso hacia adelante a comenzar mi defensa.

— Fue exactamente lo que intente, Gianluca, te lo juro; conversé con Constanza exactamente como lo haría con Lina, pero ella es tan reprimida y snob, que no permite un acercamiento.

— Ella no es la loca de tu amiga, es una empleada bajo tu cargo. ¿Sabes lo delicado que es en este país el trato del personal? Por cualquier cosa te demandan por acoso.— ¡Opsss! Reculo, porque eso suena a problemas. Detestaría causarle un lío legal a menos de cuarenta y ocho horas de mi llegada.

— Yo no la acosé, hasta le ofrecí diseñar algo para que le luciera a su. . . hombre.— A medida que le explico sus ojos se agrandan y acaban echando chispas. Comienzo a comprender lo impropio de la conversación.

— ¡¿Dónde coño tienes la testa?! —Espeta enfurecido.

— Discúlpame, no sabía qué tenía que escoger mis palabras con pinzas.— A la defensiva lo encaro, sin doblegar mi orgullo.

— Por supuesto que puedes hablar abiertamente, pero eso no incluye llamarla reprimida sexual.— Recrimina abiertamente.

— Ella antes me llamó mujerzuela, te apuesto que la chismosa no te lo dijo.— Contraataco indignada, porque solo cuente el lado de la babosa.

— ¿A dónde quieres llegar con todo esto, Raffaella?— Pregunta agobiado, dejando caer los brazos a los costados.

— Sé que no me crees, pero te aseguro que mi intención era entablar una tregua con ella, pero me fue imposible.— Explico intentando en vano reprimir mi creciente rabia.

— ¿Y qué sugieres?— Me pregunta, pero es como una trampa, no importa que conteste saldré perjudicada.

— Obviamente alguien está de más aquí.— Soy sincera.

— No me salgas con el chantaje de querer irte,— advierte entre dientes, y a pesar que consigo insultante el que yo sea su primera opción, comienzo a reír. Deben ser los nervios. 

— Yo no me refería a ella, pero por lo visto tú si crees que soy yo la que está de más en esta casa.— Esta última parte la digo sin un ápice de gracia, por el contrario, con seriedad.

— No es cierto, cualquiera puede confundirse.— Habla atropelladamente, clara señal de vergüenza.

— ¿Estás seguro?

Gianluca entorna la mirada y con la expresión amarrada se acerca a mí. Luce amenazante, la verdad, pero no me inmuto, me mantengo en mi sitio. A mí no me asusta. Bueno, casi no.

— ¿Quieres constatar lo seguro que estoy, Raffaella?— No respondo al desafío que impone, me limito a sostenerle la mirada con gesto adusto.— ¿Te sentirás feliz si despido a Constanza?— Insiste y decidida respondo.

—Sí,— al escucharme observo cómo su gesto se descompone, creo que lo he decepcionado, pero él siempre apela a la honestidad, así que me adhiero a su código.

— Como desees.— Dice pausado, su voz suena profunda, incluso introspectiva y deja la frase suspendida entre los dos. Se ajusta los puños de su camisa y gira sobre su talones con la firme intención de cumplir con mis deseos, solo que en último momento lo evito. No tolero ver la decepción en su ojos.

— Espera, Gianluca,— pido y se detiene justo con la mano en el picaporte, mas no me mira, imagino que en espera de lo que diré.— No tienes que despedirla,— ahora si se gira y me sobrecoge su inexpresivo semblante, pero hago caso omiso a la punzada de dolor en mi pecho.

— ¿Estás segura? Porque no quiero luego reproches de tu parte.— Advierte con aspereza.

— Sí, seguiré tratando,— acepto sin emoción. Él suelta el aire y pasa las manos por su cabellera. Comienza a bajar la guardia y se acerca a mí para tomarme del brazo y con cariño me conduce hasta el borde de la cama, donde nos sentamos.

— Raffaella, tú eres la señora de esta casa, debes recordarlo.— Dice suavemente, sentado a mi lado, mientras yo miro mis manos tratando de controlar mi temperamento.

— Pero ella me odia, Gianluca, jamás me aceptará.— Digo en voz apagada y casi triste.

— Si es cierto lo que dices, al final, quien se terminará marchando de esta casa será ella, pues es la que tiene que adaptarse al nuevo cambio, no tú. ¿Me comprendes?— Alzo el rostro sin contener por un segundo más mi naturaleza, que me insta a reprocharle basada en hechos concretos. 

— Sí, pero odio como la defiendes, como estás de su lado siempre.— Niega con la cabeza.

— No seas infantil, solo quiero que en mi casa prevalezca la paz. ¿Es tan difícil de entender?— Pregunta afligido y eso si me mortifica. Pareciera que yo soy el catalizador que desencadena los conflictos en esta casa. La culpable de todo.

— Claro que lo entiendo. El problema es que me revienta el que le tengas tanta consideración, comprendo que la mujer es eficiente, ¿pero es la única en este país que puede desempeñar tal función?— Tras aferrarme firmemente a mi postura, Gianluca suelta el aire y luciendo agotado me mira.

— Te voy a explicar ciertas cosa que por supuesto ignoras, esperando que al fina logres entenderme.

— Si no queda de otra,— repongo en tono borde, y me gano una mirada asesina del italiano, pero pese a ello continúa.

— Cuando mi padre murió, yo apenas tenía veinticinco años y tengo que reconocer que las juergas y el alcohol era mi prioridad. De la noche a la mañana me convertí en el señor, no solo de Villa Biachelli, además de las compañías que me heredó mi padre.— Madre mía, está hablando de su papá. Nunca había hecho mención del hombre, apenas una que otra cosa para explicar su crianza, así que me valgo que ha dado pie para el tema e indago sobre este aspecto de su vida que en realidad me causa intriga. Agarra mango bajito, Ela.

— ¿De qué murió?

— Un accidente cerebro vascular,— responde sin problemas. Es simple y común la muerte del hombre que no conozco ni en fotos, cuando en vida era el padre de Gianluca, mi querido italiano.— Le provocó muerte cerebral y no quise que viviera a través de un respirador. Mi padre jamás habría aprobado vivir de esa humillante manera. Era un hombre orgulloso, fuerte, decidido, dinámico, así que lo desconecte y simplemente dejó de respirar.— Continua apacible, demostrando que ha superado el trauma.

— Lo siento.— Presiono su mano y luego pregunto.— ¿Cómo se llamaba?— Al escucharme presiona los labios para evitar que una sonrisa se produzca. Qué raro. ¿Qué tendrá de extraño el nombre de su padre?

— Gaincomo,— y sin evitarlo suelto una carcajada. Lo siento, no puedo resistir el reírme, es que ahora entiendo por qué él trataba de no reírse. Es el nombre que mi tía por odiosa confundía y resulta que así se llamaba su padre, lo que también me lleva a ver la lógica de por qué mi querido berrinchudo lleva por nombre Gianluca. Oh, a veces parece que sé tan poco de él, pero bueno, tenemos toda la vida para remediar ese inconveniente.— A lo que iba, Constanza tomó las rienda de todas casas. Era una preocupación menos para mí, podía concentrarme en aprender a llevar los negocios, confiando que ella se hacía cargo de la villa. Raffaella, es un trabajo descomunal manejar esta casa, junto con las otras propiedades, es por ello que por experiencia propia no me canso de aconsejarte que te apoyes en Constanza.— Explica con seriedad.

— Creo entenderlo,— musito. Con ver el tamaño de la propiedad y todo lo que hay dentro, desde las obras de arte, pasando por los diferentes jardines, el personal, hasta llegar a la inmensa piscina, uno puede hacerse la idea del trabajón que resulta encargarse de los pormenores, más lo que eso deriva.

— Es probable que tras tanto años a cargo de la decisiones, le han dado atribuciones que le es difícil desprenderse, dejándote dicho que era frecuente el que me acompañase a cenar,— me impresiona esto último que ha revelado.— Lo prefería a comer en soledad. Si te cuento esto es para que comprendas en su justa dimensión nuestra relación y el porqué de la actitud de Constanza.— Aferra mis manos y su postura se tensa.— Raffaella, sobre ti recae la responsabilidad de llevar la situación con inteligencia. Debes tener paciencia, e ir poco a poco tomado las decisiones, además eres una mujer profesional, a cargo de una empresa; lo que menos deseas es que los quehaceres de una casa te quiten tiempo para tu verdadera pasión, el diseño. Para qué perder el tiempo lidiando con anticuarios, fontaneros, jardineros. Es ahí cuando es fundamental tener a la mano la eficiencia de Constanza, te lo dice alguien que lo ha vivido.— Guardo silencio, analizando lo que ha dicho, pero no hay mucho que pensar, el hombre es la voz de la razón.

— A lo mejor me creas exagerada, pero también quiero esta villa, la siento como mía.— Deseo que entienda que también me importa esta casa, que no sólo es un sentimiento exclusivo de la babosa.

— Me complace saberlo y no lo encuentro para nada exagerado, de hecho puedo asegurar que desde tu partida, el ambiente se volvió triste, hacía falta tu risa, tu alegría.

— Qué tierna mentira, igual te lo agradezco.— Musito con la mirada baja, negada a creer lo que ha dicho pese a lo bonito de sus palabras.

— No miento, sabe que no lo haría.— Dice con ternura, levantando mi barbilla y pueda ver esos profundos ojos negros irradiando amor.— Hay otra cosa que quiero confesarte.

— Dime.— Digo tranquila.

— Pero primero promete no decepcionarte de mí.— Me asusto por su petición, sus ojos ahora reflejan preocupación.

— Lo prometo.— Espero con todas mi fuerzas poder cumplir mi palabra.

— Era un idiota, nos sabes cuánto, y esa única vez. . . que ella y yo. . . intimamos, creo que de cierta manera se sintió obligada.

Lo miro con ojos desorbitados, procesando lo escuchado. Para mí es imposible creer que este magnífico hombre tenga que obligar a alguien a tener sexo con él, pero freno de inmediato al recordar que precisamente lo hizo conmigo y lo peor fue estando borracho. Y pensar que Constanza, esa mujer gris, tuvo la misma suerte me acaba. ¿Será que es un patrón de conducta de Gianluca? ¿Bebe y obliga a las mujer a tener sexo? Me levanto de su lado, no pudiendo estar cerca de él.

— Por favor, Raffaella, no me juzgues con premura, intenta comprender,— pide preocupado, tomando mi reacción como un claro rechazo a su comportamiento y es que nada en mí justifica esa conducta.

— ¿Me dices que te valiste de tu posición como jefe para someterla?— Pregunto esperando que por un milagro me diga que me he equivocado.

— Básicamente.— Su respuesta acaba con mis esperanzas.

 — ¡Oh por Dios! ¿Cómo pudiste?— Reprocho muy decepcionada, dolida, asustada. No puedo decidir qué sentimiento impera sobre el otro.

— Recuerda que te dije que era un idiota.— Trata de justificarse con una débil excusa.

— ¿Idiota? Yo diría que eres un abusador, Gianluca,— explaya los ojos y juro que puedo leer el terror en ellos,— y dime, ¿a cuántas más has obligado? Porque que yo sepa ya van dos.

— ¿Cuáles dos?— Se levanta de un salto, impresionado por lo que he dicho.

— Se te olvida que me hiciste lo mismo, me obligaste.— Le recuerdo.

— No, eso fue distinto,— lo miro boquiabierta, por semejante descarado que no acepta sus errores,— es cierto que estaba borracho y en medio de mi etílico comportamiento recordé lo de tu sueño erótico, pero yo te amo,  simplemente no podía alejar mis manos de tu cuerpo, recuerda que soy adicto a ti.

— No me lo puedo creer. ¿En verdad crees que lo que sucedió entre los dos esa noche se justifica?— Sigo atónita.

— No desviemos el tema, a lo que me refiero es que fue distinto.— Insiste en lo mismo.

— No le veo la diferencia.— Contesto renuente en aceptar su conducta.

— Raffaella, Te juro que le pedí perdón de mil maneras a Constanza, cuando desperté y descubrí la idiotez que había cometido. Ella me recordó que solo accedió por mi insistencia, que estaba muy arrepentida y que renunciaba. Me sentí tan culpable que juré jamás volverla a tocar con la condición que se quedará, ella aceptó y yo he cumplido con mi parte.— Asegura muy afligido y un pequeño detalle en su confesión llama poderosamente mi atención. Comienzo a ver una luz al final del camino, pero me aconsejo prudencia antes de sacar conclusiones.

— ¿Recuerdas lo que le dijiste para obligarla?— Pestañea visiblemente agobiado y luego dice:

— Gracias a Dios no, pero ella me lo dijo.— No contesto, medito lo que ha dicho. Es extraño que Gianluca recuerde lo que sucedió conmigo, cuando estaba tan borracho que casi no podía mantenerse en pie, en cambio, no recuerda un evento donde solo hubo unas copas de vino. Creo ver lo que sucede aquí.

— ¿No ves cómo te tiene cogido de las pelotas?— Da un respingo anonadado.

— Joder, yo te abro mi corazón y tú sales con esto.

— Por el contrario, Gianluca, la mujer te engañó.— Parece perplejo y receloso a la vez.— ¿No lo ves? Ella al ver que no surgió una confesión de amor de tu parte después del momento íntimo, por el contrario, te arrepentiste, no tuvo otro remedio que hacerse la víctima, para que te sintiera culpable y que no vieras su amor por ti. ¿Acaso no ves el patrón? Ella se hace la víctima siempre.— Guardo silencio esperando que vea la lógica en mi teoría, pero por su gesto no me hago mayor ilusión.

— No le concedes una. Sé que te cae mal, por eso estás predispuesta y la crees capaz de todo.— Lo miro sintiendo mucha frustración a causa de su ceguera.

— ¡No, si no me cae mal, sólo me molesta que respire!— Digo con amargura.

Por Dio, mujer.— Suelta un bufido.

— Solo doy mi honesta opinión, pero si no me crees, allá tú.— Frunzo los labios y de brazos cruzado le doy la espalda. Ignorándolo.

— ¿Cómo quedamos con lo que te revele?— Lo escucho preguntar en tono culpable. Me doy la vuelta para decir:

— Si tu razón principal fue tocar una tecla sensible, que me incline a favor de Constanza y en consecuencia la vea con otros ojos, te informo, que. . .  fallaste rotundamente,— corre los ojos agotado,— es más, cada vez estoy más convencida que es un hipócrita. Pero tranquilo, yo pondré de mi parte para seguir intentando llevarme bien con la mujer, y espero que sea recíproco, pero si te advierto, Gianluca,— doy unos pasos que me acercan a él y lo miro tan desafiante como lo hiciera instantes atrás. Debo hacerle entender que no estoy de juegos,— una más. . . y es ella o yo.— Sin agregar otra cosa giro sobre mis talones para salir de la habitación, dejándolo parado viendo mi espalda. Odio usar la amenaza como arma arrojadiza, pero no me ha dejado alternativa.

Fuera de la habitación respiro buscando aire y recuperarme. El control de mis emociones es fundamentales para lograr superar la ansiedad y pensar racionalmente. Tengo que cuidar mis pasos por los momentos. El camino que transito abundan las minas y un paso en falso podría ser catastrófico y no será la estúpida de Constanza quien destruya mi relación, ni seré yo la que deba irse de esta casa, es ella, cómo me llamo Rafaela de la Luz.

Con hombros erguidos voy directo a la cocina. Espero recordar el camino, sería nefasto para mi actitud altiva tener que pedir indicaciones. Por suerte recuerdo el camino y al entrar me consigo con un sujeto, que sentado en la gran mesa de madera revisa su móvil. ¿Y éste de dónde salió? Al percatarse de mi presencia se levanta y puedo ver que viste una filipina blanca. Constanza interrumpe una conversación que sostenía con una de las mujeres que me fue presentada como la encargada del área social para mirarme.

— Constanza, el señor y yo vamos a comer aquí, olvidé mencionarte temprano nuestros planes, así que espero que no sea inconveniente y puedan preparar algo ligero.— Le informo con absoluta calma y haciendo de tripas corazones para no cargar contra ella por sapa. Que ni piense que las infamias que se inventa consiguen su objetivo de interferir en mi relación con Gianluca.

— Por supuesto, señora,— dice marcando distancia y me parece bien. No voy a volver a cometer el error de mostrarle simpatía.— De hecho me tomé la libertad de sugerirle al chef un menú, una ensalada caponata y carne de ternera.— Señala con su palma al desconocido. La miro seriamente sin revelar mi incertidumbre sobre la ensalada. Ojalá me guste, sino, tendré que aplicar la estrategia de tomar mucha agua para rodar la comida.

— ¿Dónde está Nina?— Pregunto por la alegre cocinera, al recordar que curiosamente no se encontraba entre el grupo de empleados que nos recibieron.

— De vacaciones, señora.— Contesta con sequedad.

— Entiendo,— sin agregar más me acerco al hombre que ahora comprendo es el chef y extiendo mi mano.

Grazie. . . e scusate. . . per il. . . ¿inconveniente?— Le digo esperando que mi pobre italiano sea suficiente. Es que no tengo idea de cómo se pronunciar la última palabra. Éste mira a Constanza, quizás buscando que le traduzca.

Disagio,— responde ésta y supongo que es la traducción.

E 'un piacere,— el hombre me sonríe y contesto igual.

En medio de un silencio incomodo salgo de la cocina, pero aplico el freno de mano, porque no tengo idea de dónde demonios vamos a comer, de seguro aquí no. Me regreso y vuelvo a dirigirme a la agria mujer.

— ¿Dónde será servida la comida?

— En el salón de diario.

Asiento y al fin salgo de la cocina, dejando atrás un pesado ambiente. Por supuesto tampoco sé dónde queda el bendito salón de diario, es que ni sabía que teníamos uno. Ya esa incógnita la despejará Gianluca.

Al entrar nuevamente en la habitación lo consigo saliendo del área del vestuario, con una toalla rodeando su estrecha cadera y recién duchado. Su torso desnudo es un poderoso imán que me atrae hacia él. Malditas hormonas que no distinguen cuando estoy enojada. No debería desearlo. Desvío la mirada para no seguir siendo presa de su magnetismo y le comunico los arreglos.

— Ya la cena está próxima a servirse, comeremos una ensalada. . . papo algo y ternera.— Escucho su franca risa.

— ¿Será caponata?— Pregunta el señor risitas y me digno a mirarle. Me recibe con una sonrisa que hace resplandecer sus facciones. Maldito italiano.

— Sí, creo que esa misma.— Mascullo.

— Te gustará. Es una ensalada típica italiana, muy fresca y sus sabores estallan en tu paladar.— Dice como buen conocedor de la cocina.

— Suena a que puedo perder los dientes.— Con un tono de burla resuelvo ser graciosa,— digo, por lo de estallar en mi boca.

— Para nada, es muy rica,— dice con dulzura y su mirada apacible.— ¿Sigues enojada?— Encojo los hombros mirando el techo.

— Un poco, pero ya se me pasará.— Respondo con voz monótona.

— ¿Crees que soy un abusador? Yo no podría y tú más que nadie sabes por qué.— Se refiere a lo que vivió de niño y apuro mi respuesta.

— En realidad no lo creo. Disculpa por llamarte así, soy una tonta.— Pido arrepentida. Da unos pasos hacia mí y posa las manos sobre mis hombros.

— No pasa nada. Sólo quiero que estemos bien, dime qué hacer y te juro que lo haré.— No puedo negarme cuando luce tan vulnerable, como si yo tuviera inapelablemente su felicidad entre mis manos y lo cierto es que no me gusta ejercer ese poder sobre él, aunque a veces él sí tiene ese poder. Es como un balancín, un sube y baja.

— No tienes que hacer nada,— Aseguro apacible, intentando transmitirle confianza.— Es tarea de ambos adaptarnos a nuestra nueva condición, estamos acoplándonos, y el proceso supongo no es fácil.— Alza mi barbilla para que lo mire. Él en toalla y desnudo, no es buena idea.

— Eres todo para mí, tenlo siempre presente,— con mis manos acaricio su pecho. Ya mi enojo quedó en el pasado.

— Tú también lo eres todo, no quiero defraudarte.— Confieso mirando sus hermosos ojos oscuros.

— No lo haces, eres exactamente lo que necesito, lo que deseo.— Busco su labios y los encuentro suave, húmedos. Abro la boca y rápidamente cuela su lengua dentro de ella. Es tan delicioso besarnos, sentir su suave piel, ese aroma masculino mezclado con el gel de baño, así que mi próximo movimiento es arrebatarle la toalla. No aguanto más, me urge hacerlo mío. Gianluca gime y da un paso atrás.

— No. . . espera,— yo evito que se aleje capturando su cadera, mientras me arrodillo con el firme propósito de terminar con el inconcluso asunto de ayer. Por supuesto su sexo está listo para al acción,— Raffaella. . . la comida.— Me recuerda entre jadeos, que revela junto con su endurecida hombría el grado de excitación que lo condena a mis labios.

— No ves que ya estoy comiendo.— Me lanzo a decir, degustando tan apetecible manjar que sabe a él.

— ¿Y a ti nadie te ha dicho que no se habla con la boca llena?— Lujurioso contesta, entregado al placer. 

Alzo la vista para verlo disfrutar. Labios separados sin parar de jadear. Continúa hablando, explicando lo mucho que le gustaría azotar mi trasero hasta dejarlo rojo, yo ejerzo presión al compás de sus ardientes palabras, en perfecta sincronía con la lujuria manifestada. Sigo profesando mi lascivo tratamiento, a lo largo de mi presa, sin reparo y sin detenerme, aplicando mayor succión en ciertas parte que sé por experiencia que lo harán estallar, así sabrá lo que en realidad significa esa palabra. Una ensalada nunca podrá satisfacerlo tanto como lo hace mi boca. Gianluca abre los ojos aún más cuando ejerzo mayor fuerza y comprendo que está próximo  a correrse.

— Raffaella. . . Raffaella,—  murmura mi nombre enceguecido, envuelto en sus propias sensaciones, que lo conducen al límite de la pasión y que pronto lo harán caer en espiral al vacío.

Sin dejar de prodigar mi tratamiento, busco la toalla, entretanto sustituyo mi boca con mi mano, continuando, sin detenerme hasta alcanzar el éxito, que mi hombre disfrute y termine desahogándose en ligeras convulsiones mezcladas con gemidos de placer. Disminuyo mis movimientos poco a poco, hasta cerciorarme que ya no tenga nada más que expulsar y ayudada por la toalla lo limpio. Ya liberado, retrocede hasta dejarse caer rendido sobre la cama con los brazos abiertos, procurando reponerse. Me levanto y con toalla en mano me acerco hacia donde yace desnudo mi pobre víctima. Su pecho sube y baja con un fuerte respirar.

—¿Algo más que necesites?— Pregunto jugando con el doble sentido. Por supuesto no contesta, solo sonríe.

— Me doy. . . por. . . bien servido.— Dice entrecortado, un rato después.

Ya recuperado se levanta y se dirige otra vez al vestuario, yo lo sigo para lavarme las manos. Decido esperarlo a que se vista, lo que no lleva mayor tiempo. Me deslumbra en un estilo cómodo, jeans azul, con un suéter de punto en tonalidad marrón y zapatos del mismo color. Es lo único que necesita para lucir guapo. Con su brazo sujetando mi cintura salimos de la habitación hacia el comedor de diario, que descubro es un salón contiguo a la cocina, decorado siguiendo el estilo de todo la casa. Ya la larga mesa de diez comensales se encuentra completamente servida, repleta de cristalería (varias copas para cada uno) y vajilla de porcelana para dos personas. Una mesa exquisitamente arreglada, que honestamente llega a intimidar por la opulencia que exuda el servicio. No estoy acostumbrada a tanta pompa para una simple cena, así que lo considero exagerado. 

Miro a Gianluca que se muestra relajado, mientras arrastra una silla para que yo la ocupe, obviamente sus comidas son servida de esta manera. Él toma lugar a mi lado, en la cabecera de la mesa. Una vez instalados, Constanza con la ayuda de una asistente que sostiene la bandeja espera a un lado para servir la ensalada. Vaya, todo un acto ceremonial. Gianluca con un sutil gesto le indica a la ama de llave que primero me sirva a mí. Observa la operación mientras acaricia su mentón con dos dedos. 

Es puesta la ensalada en mi plato y compruebo que se compone de muchos ingredientes, entre ellos berenjenas asadas, aceitunas negras, alcaparras, cebollas cocidas, además de tomates frescos, aderezada con una especie de vinagreta que por el aroma detectó la presencia de la naranja.

— Se ve muy rica,— digo mirando al italiano, a quien le sirven su porción.

— Es una ensalada siciliana, se sirve con un charddonay,— informa mientras otro ayudante sirve el vino blanco. Luengo toma el tenedor y lo imito.

— ¿Que hará estallar los sabores en mi paladar?— Repito lo que ha dicho alzando una ceja,— quizás tú y yo tenemos conceptos diferentes de lo que significa esa palabra.— Sigo con mi doble sentido y el suspicaz hombre sonríe.

— No sabes cuánto me arrepiento de haber dicho eso delante de ti, pero en otro orden de ideas, te cuento, ya Arman concreto la cita con la ginecóloga, es dentro de un mes.— Lo miro sin ocultar mi asombro. Él pincha algunos vegetales y procede a comer.

— ¿Tanto se tarda?— Pregunto y también pruebo la ensalada y tengo que admitir que está deliciosa.

— Se supone que es una de las mejores, así que toca esperar.— Comenta limpiando la comisura de su boca con la servilleta de lino.

— Imagino.

— Dentro de dos noches tengo planeado una cena con un importante inversionista, ira acompañado con su esposa.— Sigue con el reporte de actividades.

— Vaya, mi primer compromiso como tu pareja.— Digo emocionada batiendo mis hombros, ya pensando en que usar. Se me antoja el vestido rojo.

— Sí, coqueta, reserve en un excelente restaurante, te fascinará. La elección del lugar fue pensando en ti.— Aclara deteniendo su ingesta para mirarme sin ocultar lo que siente por mí.

— Gracias.— Digo ruborizada por sus muestras continuas de amor.

Acabado el primer plato, en medios de nuestra conversación y después de un suculento platillo de melón frío con salmón más antipasto de mar, llega el turno de la ternera, ésta es acompañada de vino tinto.

— Más carne, qué rico.— Lo miro insinuante. Gianluca reprime una risa y Constanza con su cara de amargada manda a servir la ternera.

— Eres tremenda.— Dice tratando de controlarse.

— No juzgue, solo disfruta, Biachelli.— No contesta, se limita a mirar al ama de llaves y le habla en italiano. ¿Qué le estará diciendo? Me revienta no entender. 

La mujer le entrega un sobre y luego desaparece, lo que festejo. Nosotros continuamos comiendo. Gianluca deja el bendito sobre encima de la mesa y con la punta de sus dedos me lo acerca. Lo miro intrigada. ¿Es para mí?

— Ábrelo,— ordena con una arrebatadora media sonrisa, ésa que dice, yo sé algo que tú no. Miro el sobre y lo tomo. Al abrirlo descubro en su interior una tarjeta de crédito.— Para tus gastos.— Dice simplemente.

— No me siento cómoda.— Admito con el plástico en la mano, esperando que no se lo tome a mal, digo, por la caja de sorpresa que es. Me sorprende que sonría.

— Miralo como una solución transitoria hasta que produzcas en euros. Necesitarás comprar tus cosas y esa tarjeta impedirá el que me pidas dinero. cosa que estoy seguro no te gusta.— Oh, cómo me conoce. Sabe qué odio pedir dinero. Es admirable como piensa en todo, además, resolverá el tema de la fiesta sorpresa. La verdad es que por ahora mi finanzas están en el núcleo de la tierra, por lo menos no tengo casch para realizar la pachanga que él se merece.

— Tienes toda la razón, mi caballero. Gracias,— Acepto devolviendo la tarjeta al sobre.

— Hay otra cosa ahí,— Dice apuntando con el mentón sin dejar de comer.

Es cierto, había una hoja doblada que procedo a extraer.

— Es para que lo decidamos entre los dos,— desdobló la hoja y es una fotografía de una cabaña de lujo, en medio de unas montañas nevadas. No entiendo,— es un chalet en Suiza, dentro de un complejo urbanístico. Desde hace un tiempo estaba pensando en comprarlo, pero antes quiero tu opinión. Se puede practicar todos los deportes de invierno, además hay un club cerca para los residentes, con restaurante, bar, gimnasio, en fin, tendríamos a nuestra disposición lo que queramos.— Esclarece con su explicación.

— Ni siquiera sé esquiar.— Murmuro arrebolada, a causa de lo que acontece.

— Aprenderás, a ti nada te detiene.— El que manifieste tanta confianza me motiva en aceptar.

— Me parece fabuloso.— Esboza una sonrisa.

— Esa es mi chica.

Seguimos en una amena charla, mientras yo le pregunto y él entusiasmado me refiere todo sobre el complejo de invierno. Y decidimos comprar el chalet, bueno él, que es el de dinero. Entra Constanza trayendo un pequeño, pero precioso pastel.

— Mira el postre que he traído para ti.— Me da otra hermosa sorpresa.

— Se ve delicioso.— Emocionada antes tan lindo gesto de Gianluca, presiono los manos sin despegar los ojos del pastel. Si así llueve que no escampe. Nada impedirá que sea dichosa junto al hombre que amo.

— Es una torta de macadamia, una especialidad que preparan en una pastelería en Génova.— Explica y me sirven una enorme porción, acompañada de vino rosado.

Ah, ya entiendo por qué tantas copas, creo que este es el tercer vino que han servido a lo largo de la cena. Pero lo realmente impresionante es el pastel, se distingue las diferentes capas de crema, luce realmente exquisito.

— Me encanta complacerte,— dice por el brillo que reflejan mis ojos.

— Y a mí que me complazcas. Me siento mimada y amada por ti.— Digo inclinándome a él. Gianluca busca mi mano, que besa sin despegar sus ojos de los míos, concentrados uno en el otro, sin importarnos que espantapene nos esté mirando, de hecho sirve de doble propósitos, para hacerle entender que con nuestra relación no puede, pese a sus intrigas y manipulación. Entre Gianluca y yo, existe amor verdadero y eso ninguna lamescroto podrá destruir.

— Eso es la idea, señorita. Sólo si prometes que harás ejercicio. Lo que me lleva a sugerir que me acompañes.

— ¡Ni lo permita Dios!— Exclamo volviendo a mi lugar. Él me mira buscando una explicación por mi arrebatada negación,— es que tú te levantas antes del alba, a mí me gusta dormir un poca más.— Le recuerdo.

— Que relación la tuya con el sueño.— Frunce el entrecejo, cortando un trozo de su porción de pastel.

— Mira, te prometo no ponerme rolliza.— El que engulla un gran trozo del postre mientras hago la promesa, no me hace parecer muy confiables, en mi defensa alego, que sería una descortesía de mi parte rechazar tan noble gesto del italiano, que además sabe a manjar de dioses. ¡Ay que rico está!

— Unos kilos más no me molestaría, sabes que me gusta la carne, pero no te pongas obesa. Además. . .— Lo interrumpo alzando la mano. Ya sé lo que dirá.

— Ay, ni me digas. Mejor déjame adivinar.— Sonríe. Me ve venir.— Eres muy italiano en ese aspecto. 

Su risa y mi risa unidas al suculento manjar completa la felicidad que nos rodea.

Afortunadamente así transcurren los días siguientes. Trato de tener el menor contacto con la amarga mujer, solo a través de correos que escueto nos respondemos sea el caso. Para conocer la casa me apoyo en Massiel, que alegre y servicial me informa de manera precisa el empleo de los diferentes salones. Cada día que transcurre aprendo más el manejo de la propiedad y voy conociendo sus rincones, los maravillosos jardines, y hasta descubro impactada que tiene una cancha de tenis y un pequeño vivero que el señor Angello, el jardinero, me muestra. Impera las hortalizas y algunas frutas, que sirve para consumo propio. Gianluca me lleva a visitar el campo de olivo de donde extraen el aceite. Hectáreas y hectáreas de olivares se pierden de mi vista, inundado de recolectores que hace el ordeño a mano, por ser temporada para la cosecha. La pulpa de la aceituna llegó a su máximo nivel de ácidos grasos, que le garantizarán al aceite el mayor aroma y sabor posible, sin olvidar ese amarillo verdoso, que demuestra la calidad del producto. Explicaciones que emanan de un experto Gianluca, que continúa refiriendo los otros interesantes procesos de fabricación, hasta que el aceite en sus dos versiones: virgen y extra virgen Biachelli, es embotellado para su comercialización. Se enorgullece que el apellido de su familia recorra parte del mundo dejándolo en alto, y yo me enorgullezco con él.

Llega la cena con el socio y su aburrida esposa, con la que no logro entablar conversación. La barrera del idioma lo impidió, para colmo la mujer no me quitaba la vista de encima, seguro buscando una explicación sobre qué hace Gianluca conmigo. No se me escapa su mirada inquisitiva y por su gesto salgo reprobada.

Scusa por la cena, sé que no fue de tu agrado, pero así suelen ser las cenas de negocios,— su disculpa disuelve con el silencio reinante. La noche de Génova nos envuelve en su espectral oscuridad, mientras Gianluca conduce su flamante lamborghini de regreso a la Villa. Como fondo musical suena la grave voz de un barítono que entona una hermosísima opera, «Nessun Dorma».

— No pasa nada, me conformo con la oportunidad de poder usar otra vez el lindo vestido.— Digo sentada plácidamente de copiloto, mirando lo poco que la noche me permite. Me guardo que me sentí en algunos momentos sola y perdida. Extrañé horrores a mis amigos, en especial a Lina, pero él no tiene la culpa que yo no entienda el italiano.

— Estás bellísima,— me mira y paso a recorrer con mis dedos la elaborada tela del vestido rojo, el mismo que use para la cena con Alessandra, con quien por cierto hablo seguido por los pendientes de la fiesta sorpresa. He logrado que Gianluca siga ignorando la organización, está completamente ajeno a todo. Hablando del italiano, luce soberbio, todo de negro, traje y camisa incluida. La ausencia de corbata en su atuendo le da un aire casual pero a la vez sexy.

— Creo que tú eres el único que piensa así. ¿Viste cómo me miraba la mujer de tu socio? ¿cómo se llama. . .?— Busco el extraño nombre en mi memoria.

— Agustina,— recuerda él.

— Esa misma

— ¿Qué dices, Raffaella? No seas acomplejada, que no es cierto,— espeta molesto, conduciendo sin dejar de ver la vía.

— Perdóname si no te creo.

— Tengo la pruebas de lo que aseguro,— Miro su perfil y él sonríe.

— ¿Qué pruebas?— Pregunto intrigada. Ni idea de a qué se refiere.

— En cuanto pusimos un pie en ese restaurante, todos los hombres voltearon a mirarte.

— Fue a ti,— interrumpo, aunque tengo que reconocer que algunos me miraban fijamente a la cara.

— No, fue por ti, mujer; además, Maurizio me pidió que fuéramos con ellos a un club swinger. Y créeme, que jamás extenderían la invitación, si tanto a él como a su mujer no le hubieras gustado.

— Mentira,— musito asombrada por la inesperada noticia.

— De hecho, fue su esposa quien sugirió que nos uniéramos.— Continúa contando con la vista fija al frente. Y me cuesta creer que la pareja con aires de conservadores estén en esas andanzas. Vaya vaya, ¿quién lo diría? Con esas caras de yo no fui y resulta que les gusta jugar el uno contra todos.

— Nunca podría.— Murmuro con la cara de la pareja en mente. Jamás me imaginé haciendo intercambio de pareja o de fluidos, para ser exactos.

— Lo supuse, por ello decliné su invitación.— Dice con total naturalidad y me sobreviene la duda.

— ¿A ti te gusta esa práctica?

— En algún momento llegué a dejarme tentar por la curiosidad y me adentré en la dinámica, pero hoy por hoy no soportaría ver que alguien que no sea yo te toque y uno de los objetivos de esos encuentros es compartir a tu pareja.— Responde con sinceridad, sin mayor problema. No puedo olvidar que es un hombre que ha vivido intensamente, incluso al límite de lo prohibió y nunca ha tenido reparo en admitirlo.

— Para mí sería impensable verte con otra mujer. No se me da bien el compartir.— Se ríe de mi confesión y luego añade.

— Lo entiendo, aunque. . . si hay algo que me apetece hacer.— Termina con una sonrisa pícara que me dedica por un segundo, para luego volver la vista a la calzada.

— ¿Qué? Dime.— Exijo con el alma en vilo.

Se hace un silencio que aumenta el suspenso. La curiosidad me insta a querer saber, pero por otro lado el miedo, que poco a poco va surgiendo en mi interior, me recomienda mesura. ¿Y si no me gusta lo que revela? ¿O si es algo tan extravagante que me decepciona? ¿Cómo le haré entonces? Los nervios se recrudecen cuando lo escucho hablar.

— El que te deseen y que no puedan tenerte, eso me pone mucho.— Su tono de voz se agrava.— Mientras Maurizio me proponía el encuentro, te devoraba con los ojos, y pensar que no podría cumplir su lujuria, ¡ufff! Me excita en demasía.— Su propia mirada arde de deseo.— ¿Te molesta?— De repente quiere saber, Pienso antes de responder.

— No estoy muy segura de cómo tomármelo.— Admito, apenas procesando la información.

— ¿Quieres intentar algo?— Pregunta justamente deteniendo el vehículo en la entrada de Villa Biachelli. Trago grueso antes de hablar.

— ¿Qué?

— Abre tu mente hacia una nueva experimenta, Raffaella. Si en algún momento te sientes incomoda y prefieres no seguir, te aseguro que nos detendremos.— Como un encantador de serpientes seduce. Su fascinante sonrisa derrite mis defensas. De antemano sabe que ha conseguido lo que busca de mí.

Lo miro con ojos de platos, consciente que su proposición y posterior advertencia abriga una inquietante propósito y aunque me asusta, he de confesar que a la vez me excita. 

¿Qué me hará?

Próximo Capítulo: Inseguridades.

Ni yo misma me creo lo que viene en el próximo capítulo.

 Saludos y hasta la próxima. No olviden votar.

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